En otoño del 2003 estaba, con mi esposa y mis dos pequeños hijos, sentado en los mejores asientos del prestigioso y súper clasista Círculo de Bellas Artes de Madrid. Esperábamos para disfrutar de un espectáculo de títeres de un grupo taiwanés. Me sentía tan o más emocionado que mis hijos por ver al afamado grupo de Taiwán. El privilegio me lo había ganado por haber obtenido un premio de crítica cinematográfica. Ese premio, de vez en vez, me abría las puertas (gratuitas) de fascinantes espectáculos escénicos (cine y teatro) presentados en la capital española. Habíamos llegado temprano. El Círculo de Bellas Artes tenía como política no dejar entrar una vez comenzado el espectáculo. En el momento que nos quitábamos los abrigos para sentarnos, el acomodador del teatro se acercó a nosotros. El teatro estaba repleto (de verdad, el espectáculo era un acontecimiento). En un primer momento nos miró extrañado. Nos preguntó si estábamos seguro que esos eran nuestros asientos. Yo, claro, no entendí. Cuando reaccioné, solo respondí con el monosílabo afirmativo. Inmediatamente nos solicitó el resguardo de las entradas. Pregunté por qué. Su respuesta: quería confirmar que estuviéramos en los puestos correctos. Miró, miró y remiró los resguardos. Nos miró, miró y remiró. Mi esposa se ponía cada vez más fúrica. Echaba fuego por los ojos y estaba dispuesta a echársele al cuello. Yo solo le decía tranquila, tranquila. Lo importante era que estábamos ahí. El acomodador, al fin, nos regresó nuestros resguardos, nos echó otra mirada incrédula y se marchó. No se los solicitó a más nadie en la sala. A más nadie, ¿entienden? El espectáculo debía seguir, o mejor, comenzar. En definitiva, ya me había dado cuenta de ese detalle que para el acomodador debía ser una extrañeza: yo era la única persona negra que habitada toda la sala. ¡La única! Yo y mi hijo mayor (al menor era un poquito más «blanco» y mi esposa también). Estaba claro. En ese entonces, para un español era común ver a un negro (como emigrante) deambulando por las calles de la Puerta del Sol (centro de Madrid), corriendo de la policía o vendiendo cualquier cosa sobre sábanas en las calles de Madrid. No en un espectáculo como ese, no en un teatro como ese y menos a un precio como ese. Entre cientos y cientos de personas, yo era el único negro y además tenía los mejores puestos de todo el teatro. Como soy escritor (a veces) me metí en la mente del acomodador y esto fue lo que conseguí (a lo Saramago): «¿Un negro en el teatro?» «¿Qué hace un negro en el Circulo de Bellas Artes de Madrid y en los mejores puestos del teatro?», «Tiene que estar o colado o equivocado de espectáculo». «Revisémoslo». Dejé su mente y me dispuse a disfrutar la función. Valió la pena.
Ya lo sabía, pero en esa oportunidad se me pegó profundamente en la piel: existe la violencia simbólica/semiótica y puede hacer mucho daño. Una violencia que se construye/distribuye a través de las formas de significar y cómo estas formas nos acogen y nos devuelve el mundo y al mundo. Nos pueden acoger con ternura y deslumbramiento, pero otras veces podemos ser atacados, despellejados, severamente lesionados.
Eso fue lo primero que sentí cuando vi la caricatura de Eduardo «EDO» Sanabria sobre el campeón olímpico venezolano Rubén Limardo (http://sumarium.com/tag/ruben-limardo/) publicada el domingo 9 de agosto por el diario El Nacional. Se vengaba, así, El Nacional por la caricatura que publicara el diario Ciudad Caracas el día martes 4, en la que ensalzaba a Limardo (http://www.aporrea.org/actualidad/n275191.html). En una guerra de polarización ideológico-partidista en la que todo vale, los medios son los principales agentes incitadores de esta recalcitrante orfandad de lo humano. Rememoré todo aquel incidente de Madrid de una manera brutal.
La caricatura de Sanabria «mimetiza» precisamente la famosa fotografía en la que aparece Limardo después de haber obtenido la medalla de oro en las Olimpíadas de Londres 2012. Esa fotografía en que aparece, sonriente, con la bandera de Venezuela desplegada a sus espaldas. La caricatura de Sanabria está compuesta de dos viñetas. La primera de la izquierda reproduce la mencionada fotografía, pero la segunda de derecha es la agresiva. En esta vemos la misma imagen con «significativas» variantes semióticas: la franja amarilla y la azul están desprendidas y tiradas en el suelo y Limardo solo sostiene la roja. Aunque eso no es todo.
Pensemos en dos planos de cuestionamientos a la mencionada viñeta. Como suele ocurrir en estos casos, los autores pueden refugiarse en las interpretaciones «literales» y combatir los intentos de ir más allá de lo «obvio». En este plano (el literal), entonces, lo primero que el autor podría cuestionar a sus detractores es que la caricatura haga referencia a Rubén Limardo. Por ninguna parte se le nombra, dirá. Esa estratagema sería burda. La caricatura, como dije, «copia» la famosa foto del esgrimista en el momento de su mayor emoción al ganar la medalla de oro en Londres. Es una fotografía icono para el deporte nacional. Una simple búsqueda en google así lo confirma. Además, Limardo es, en la actualidad, el deportista de mayor jerarquía nacional. La esgrima, como deporte era, en cierto modo, desconocida en Venezuela hasta que se logró la hazaña de Limardo. El referente físico, sin duda, es Limardo y punto. La otra lectura «literal» sobre la que se podría esconder es la de afirmar que la imagen solo alude a la elección partidista reciente del esgrimista. El hecho de que la franja amarilla y la azul estén en el suelo, apartadas de la roja y que esta sea la única que sostenga en sus manos, permite la interpretación de que el esgrimista opta y escoge una sola «porción» de Venezuela (esto es, de la Venezuela-bandera a la Venezuela-país): la porción partidista del gobierno. Sin embargo, hasta este mensaje «literal» en que podría resguardarse el autor, es potentemente negativo. Los deportistas son expuestos como modelo de juventud (recuérdese el eslogan La generación de oro) o como espacio de congregación del «sentimiento nacional» (piénsese en la Vinotinto). De modo tal que, para el caricaturista, al decidirse Limardo por participar en las planchas del PSUV, estaría abandonado la posibilidad de ofrecerse como ejemplo nacional y solo debería ser visto, a partir de su pública opción partidista, como representante de un sector de Venezuela, ese que nos ha separado y descuartizado; recordemos: las franjas amarilla y azul están en el suelo. Hasta aquí la interpretación «literal» en la que puede escudarse el productor y sus defensores. Sin embargo, frente a la opacidad que presenta todo mensaje y los signos que lo componen, no se puede objetar que exista otro nivel interpretativo; deliberado y no menos impactante.
Es cierto que en cuanto a los signos visuales, no existe una descodificación estable o única. Sí existe, por ejemplo, con los signos verbales. No obstante, la opción visual del caricaturista (cuando construimos cualquier mensaje, siempre hacemos elecciones por significaciones que circulan socialmente) manchar el uniforme del esgrimista con el rojo de la franja que sostiene, crea un efecto determinado y no otro. El asunto no es solo que mancha el pulcro uniforme blanco del esgrimista, es que lo mancha de un modo determinado, el cual hace emerger la imagen de derramamiento sanguíneo; sobre todo la que desciende por su brazo derecho, al manchar el antebrazo y el hombro. Entonces, si bien es cierto el hecho de que a los que podemos llamar signos visuales no pueden adjudicárseles significados estables («significan esto y solo esto»), no es menos cierto que es posible aceptar cierta persistencia, construida a partir de adquirir, repetir, mantener y difundir ciertas interpretaciones y no otras (rojo: pasión, violencia, sangre, agresión, etc.).
Sigamos avanzando. ¿Podemos afirmar que la mencionada caricatura incita a una agresión contra Limardo, por ejemplo, incita a matarlo o a infringirle algún tipo de daño físico? Para poder aceptar como plausible esta nueva capa significacional con la anterior es necesario encontrar otros elementos semióticos (en este caso, situacionales) que favorezcan o inciten esa interpretación y no otra. Pongamos por caso, la alta conflictividad social producto de la fuerte polarización política. La sociedad venezolana vive un poderoso cansancio frente a la polarización, es cierto, pero eso no hace que esta desaparezca. Está allí. Existen dos bandos que se autoadjudican derechos y verdades frente a la negación del otro. En Venezuela ya hemos padecido momentos en que esta tensión ha generado (aunque felizmente, se ha revertido el proceso) momentos de conflictividad social desencadenantes de violencia física. Retomemos solo dos momentos recientes: los días posteriores al triunfo de Nicolás Maduro como presidente y la acción política denominada «La Salida». Indiferentemente de que sus incitadores argumenten que ellos «no llamaron a cometer esos crímenes», lo cierto es que fueron el clima generado a partir de esas acciones los que los propiciaron. Al separar a Limardo del resto de Venezuela, al mancharlo por haberse ubicado en el bando del PSUV, al propiciar una empatía negativa hacia él y al acoplarse esto en el contexto situacional en que se produce el signo (la caricatura), se propicia ciertas interpretaciones entre aquellas personas más recalcitrantes (que las hay) en el bando opositor. Algo de esto puede verse en un tuiter como el siguiente, producto de otra caricatura en la que se presenta al esgrimista como un gusano: «@rubenoszki @jimort99 está mucho mejor pobre arrastrado vendepatria. Que asco das. pic.twitter.com/EJRYUXN7kL».
Acciones simbólicas como estas propician que, llegado el momento de que alguien acometa una acción contra el deportista, los adversarios del gobierno (dirigentes o seguidores) no sientan empatía por él. El asunto no está en que se esté teledirigiendo a los sujetos (acción que es posible, ya lo sabemos). Creo y sostengo que todo sujeto tiene (dependiendo del nivel de éxito de su sistema educativo) mecanismo de autocontrol y autoregulación social (moral) que se activan y con los cuales puede reconocer las acciones buenas, malas, deseables, indeseables y las necesariamente evitables. Estos reguladores pueden mantenerse o neutralizarse a expensas de las presiones que el entorno haga sobre el individuo. Pensemos en casos extremos como cuando nos encontramos severamente amenazada nuestra integridad física. Dado el clima existente en Venezuela, y ante la imposibilidad de saber de qué manera puede interpretar una semiosis icónica cada sujeto como la construida a través de la caricatura, en medio de este clima, deberíamos de abstenernos de contribuir con aquello que desconocemos. Es curioso. Desde mi punto de vista, este tipo de acciones públicas de la dirigencia opositora es una de las contradicciones e incoherencia más sistemáticas en las que se debate: se han atragantado vociferando cómo Chávez (y ahora Maduro) promovió la violencia verbal (en muchos muchos casos, es cierto) y promovido la descortesía profunda y la agresividad social; sin embargo, ellos son sistemáticos practicantes de todos esos comportamientos que tanto han criticado.
Soy de los que creen que el ejercicio de la libertad individual no debería nunca apabullar el del otro. El ejercicio de libertad del caricaturista agrede, si no física, sí, y bastante, simbólicamente a Rubén Limardo, el deportista más grande que ha tenido Venezuela en toda su historia. ¿Lo entienden? En más grande. Limardo es diez mil veces mejor en lo que hace (como deportista) que el sujeto que lo ataca (el caricaturista como caricaturista). Su posicionamiento partidista no debería ser usado para manchar una brillante inigualable carrera deportiva. Es algo a lo que él, como ciudadano, tiene derecho. Él no salió vestido de esgrimista a anunciar su candidatura, y creo que no lo hará. Toda persona se mueve, en el terreno social, en múltiples roles. Nunca en uno solo: sé es padre, amigo, médico, deportista, cuentista, bailador de chimbánguele, vecino etc. En todos estos roles tenemos derecho a conformar vías de aproximación, esquemas de comportamientos y recursos expresivos con los cuales interactuar. No es cierto que somos una unidad social. El mundo es complejo y diverso y nos invita a que nos acomodemos a las situaciones sociales (diversas y complejas) en las cuales participamos.
Hace poco, Edgardo Lander expresaba, en una entrevista a un periódico digital, su preocupación por el hecho de que la polarización nos había hecho menos reflexivos, la polarización nos había anclado críticamente y nos impedía ir más allá. Era algo así como afirmar que todos estamos pensando encerrados dentro del cerco ideológico-partidista que defendemos y nos hemos negado a ir más allá de ese pobre movimiento intelectual. Además, afirmaba algo más preocupante: el hecho de estar en presencia de que las acciones sociales de los actores políticos (ciudadanos comunes o dirigentes de los grupos en pugna) hacían poco o nada por reducir una conflictividad que nos puede poner a las puertas de una abierta agresión física generalizada.
Fui deportista. Por muchos años practiqué el deporte que hoy da gloria a Limardo. Fui espadista como Rubén Limardo. Mis logros deportivos ni siquiera llegaron a una milésima parte de lo que él ha alcanzado. Apenas puedo enorgullecerme de haber sido en dos oportunidades subcampeón nacional individual y muchas veces subcampeón y campeón por equipos. Así que conozco de primera mano la exigente rutina en la vida de los deportistas de alta competencia. A todo a lo que renuncian por dedicarse a lo que hacen. Todavía recuerdo a la también excelente esgrimista Alejandra Benítez llorando ante las cámaras de una televisora nacional debido a la impotencia por el despiadado ataque de que fueron víctimas los atletas venezolanos durante su participación en esas Olimpíadas (Londres 2012). Lo hecho a Rubén Limardo es un repugnante ejemplo de esa anomia social que muchos medios de comunicación se siente tan felices de alimentar. Limardo merece nuestro respeto. Que vote por quien él quiera o que vaya en las planchas que quiera es un derecho por el cual no merece la construcción de un afecto negativo social hacia él.
Sé y conozco que muchos de nuestra generación de oro son abiertamente opositores. Quien no cree en este gobierno, la inclusión del esgrimista en las listas del PSUV está lejos de poder ser un motivo disuasivo. Sin embargo, sus logros como deportista quedarán ahí y nos sobrevivirán a todos. Más todavía, a la mezquindad de un caricaturista sin gloria. ¡Nuestro más solidario afecto a Rubén Limardo! Que tal gesto no envilezca a su corazón. Él ha demostrado, hasta ahora, ponderación y ganas de hacer bien, muy bien, lo que hace.
Steven Bermúdez Antúnez
Prof. Titular de LUZ