La toma del control del Estado capitalista se ha convertido, en el campo de la práctica revolucionaria, en un logro de tal importancia que ha dejado de ser un medio para transformarse en un fin en sí mismo. Al extremo que se ha olvidado que el control del Estado capitalista es tan solo un paso: es un elemento táctico. Pero, el elemento táctico por la fuerza de la naturaleza económica se convierte en lo estratégico. Inclusive la falta de avance respecto a la construcción de la economía socialista convierte lo táctico (lo político), en el mejor de los casos, en las renovadas socialdemocracias o socialcristianismos propias de los capitalismos de Estado. En un Estado que niega y combate toda expresión de lucha de clase de los trabajadores, entorpeciendo a su vez, la construcción de una economía socialista, que se pretende sustituir ideológicamente por empresas estatales dirigidas política y centralizadamente.
El viejo Marx lo decía muy claro, sobre los fundamentos económicos se instalan las superestructuras política, cultural, social y militar. El Estado no puede tener una naturaleza distinta a la forma material de subsistencia de su sociedad. He allí precisamente los avances y retrocesos: he allí la eficacia política. En economía no se decretan los cambios, menos aún, los cambios que tiene como objeto las relaciones de producción. En ese campo la lucha es de una intensidad única porque más allá del enemigo y los quintas columnas está nuestra propia resistencia al cambio, nuestras debilidades ideológicos, nuestras falta de orientación y compromiso en la acción. A la clase trabajadora no se le cambia; ella se auto transforma desde adentro. Los subsidios y el paternalismo dejan de resolver problemas políticos y sociales temporales, que permitirían fortalecer la construcción del socialismo, y pasan a convertirse en definitivos ablandadores ideológicos que dificultan la transformación de la clase trabajadora; porque, los convierten en pedigüeños, paralizados ideológica, moral y físicamente para producir económicamente su transformación.
Nadie puede hacer más allá de lo que dicta su naturaleza económica; pero, si puede cambiar su naturaleza económica. De allí que llamemos eficacia política a las acciones para darle viabilidad al discurso socialista dentro de la clase trabajadora, mas allá de un recurso demagógico que sirvió, en su momento, para avalar la pérdida de soberanía petrolera y como gesto de rebeldía frente al imperio norteamericano. La clase trabajadora requiere tiempo y persistencia en el discurso socialista para madurar ideológica y económicamente en una economía socialista: necesita creer. Necesita creer en ella misma como sujeto de auto transformación. Pero, hay que cuidar que el discurso socialista sea un instrumento de lucha para que la clase trabajadora madure y no se convierta en un factor que distraiga a su vanguardia en las mieles y el suave confort de la política, dejando a un lado el trabajo productivo que permite cambiar económicamente la sociedad: que permite cambiar una economía capitalista por una socialista. Porque de ser así, quedaría relegado lo económico: quedaría relegada la revolución.
Tácticamente la política permite avanzar dentro de un capitalismo de Estado heredado; pero, también tiene sus limitaciones: no se puede saltar su naturaleza. Con eficacia política sólo podemos ganar tiempo y empujar la idea del socialismo para que la clase trabajadora madure y asuma la responsabilidad histórica de la transformación económica de la sociedad. He allí la relación entre la táctica y la estrategia. Ahora, frente a las dificultades económicas y políticas que se avecinan la táctica es activar el aparato económico estatal creando viabilidad y sostenibilidad productiva, como base para liberar las fuerzas de la clase trabajadora, en la auto construcción de una verdadera economía socialista. Una economía suficientemente amplia y dominante que permita crear sus propias superestructuras política, cultural, social y militar: su propia sociedad, su propio Estado socialista. Objetivo intermedio antes de crear el comunismo. Viviremos y venceremos, Que viva el socialismo, ¡Carajo!