Por seis días la nación fue testigo mediante la televisión
de los disturbios en el área centro-sur de Los Ángeles (California), habitada
principalmente por afro-americanos y latinos, donde 54 personas perdieron sus
vidas y mas de 2.000 resultaron heridas, con daños a la propiedad que llegaron
a los 1.000 millones de dólares. Inquietantemente fue aquí, en Watts, donde otros disturbios tomaran
lugar una generación antes (1965) que duró cinco días con un saldo de 34
muertos y mas de 1.000 heridos.
Aunque en 1992 residiera a mil millas del lugar de rebelión,
fue fácil para mi identificarme con las imágenes que aparecían en la pequeña
pantalla, imágenes que me llevaban a aquel verano en 1965 cuando vivía en
Huntington Park, por aquel entonces una comunidad residencial casi
exclusivamente de blancos; y ver además la poco cambiada calle de Florence que
cruzaba la comunidad de color y que yo tomaba para entrar en la autopista que
me llevaba a la universidad. Compton,
Watts… incendiarismo, pillaje, así lo veíamos con nuestros ojos de blancos;
mientras que los residentes de esos barrios lo veían como una revuelta contra
un sistema opresivo impuesto por el patrón que continua teniendo al
afro-americano en su puño. Y todo esto
estaba ocurriendo un siglo después de la Guerra Civil que supuestamente le había
liberado de la esclavitud, y un año después de que se promulgase el Acta de
Derechos Civiles.
Aquí me encontraba al terminarse abril de 1992
viviendo el agosto de 1965, escuchando los comentarios ignominiosos procedentes
de la Casa Blanca, donde “Papa” George Bush hacia resumen de los eventos como
terror y anarquía; su vicepresidente, el “Evangélico” Dan Quayle echaba la
culpa de los amotinamientos al colapso de la estructura de familia y
responsabilidad personal; y el secretario de prensa culpaba la política “liberal”
de los 60 y 70 como la causa principal de los disturbios – naturalmente, ese
era un año de elecciones presidenciales.
Esta rebelión o insurrección, como llamó a estos
disturbios Maxine Waters, la congresista afro-americana de ese distrito, era
simplemente causada según ella por la pobreza y desesperación. Y Bill Clinton, en ese entonces a once
semanas de un nombramiento asegurado a candidatura a la presidencia del partido
Demócrata [Jerry Brown acababa de cometer el pecado imperdonable de ganarse la antipatía
del voto judío] hacia eco a ese análisis razonando los disturbios por falta de
oportunidades económicas y el colapso de las instituciones sociales en centros
urbanos habitados por personas de escasos ingresos. Los disturbios angelinos se extendieron a
otros centros urbanos del país casi de inmediato.
Poco fue lo que cambió en Watts durante esos 27 años
(1965-1992), pobreza y desempleo manteniéndose rampante, con el correspondiente
aumento en la desesperación al paso del tiempo. Si, hubo cambio pero solo un cambio cosmético: si durante los disturbios
de 1965 los comerciantes en esos barrios eran blancos, ahora, una generación mas
tarde, eran asiáticos, coreanos en su mayoría.
A la llegada de la tarde del sábado, 2 de mayo,
cuarto día de la insurgencia, 10.000 miembros de la guardia nacional, 2.000
soldados – con sus tanques, y 1.500 infantes de marina tenían la situación bajo
control, el fuego de los miles de incendios consumiéndose poco a poco. Los militares continuaron allí por otros dos días
antes de declarar fin a la insurrección.
Un estudio detallado hecho por un Comité Especial de
la Legislatura de California como post-mortem a los disturbios, bajo el titulo
de Reconstruir No Es Suficiente, dio
en la diana con respuestas; causas que conocíamos muy bien pero que no queríamos
confrontar como sociedad responsable que ofrece justicia social a sus miembros. Aparte del racismo prevalente en nuestra
cultura – abierto u oculto – el estudio concluyó que la variable causal era económica,
y raíz de las condiciones que existian: pobreza, segregación, falta de
oportunidad en educación y trabajo, y un acceso desigual a los productos y
servicios de consumo. Dadas estas
condiciones, y el abuso policial que el afro-americano ha tenido que aguantar… ¿puede
alguien esperar otra cosa que no sea un yesquero de frustraciones listo para
que una chispa de maldad, en este caso un veredicto cuestionable a lo mínimo? Y… ¿han cambiado mucho las cosas en esto últimos
20 años?
Las cosas si han cambiado mucho en este EEUU del
2012 de como eran en 1992; quizás no tanto para la comunidad afro-americana,
pero si para una creciente parte de la clase media del país que se ha visto
forzada a aceptar un nivel de vida que merma día a día… encontrando por fin
algo en común con minorías que por generaciones han estado viviendo en la pobreza,
en un estado de desesperación. ¿Quiere
eso decir que esa clase media desplazada, cada día mas numerosa, pronto estará
lista para los disturbios y la rebelión contra los poseedores de la riqueza y
el poder, aquellos que los despojaron y exilaron a Pobrezalandia?
No, eso es algo que todavía está distante. Hace dos días tuve un intercambio de ideas
con uno de los lideres del Movimiento Ocupación aquí en Portland (Oregón) que
ahora dice estar dispuesto a lanzar “una ofensiva de primavera”, pero que dice
ha encontrado a la policía con un nuevo aura y determinación muy superior al de
hace unos meses que parece asegurar a los que protestan que todos terminaran en
la cárcel, no importa su comportamiento pacifico. Una ofensiva de primavera, le dije a mi nuevo
amigo, joven e idealista, quizás cuaje para los talibanes contra el invasor
extranjero, pero que me parecía algo pírrico cuando el cambio que buscas
requiere disturbios y rebelión… todo ello apuntando a una revolución que traiga
la devolución del poder al pueblo.
El cambio no es fácil, sobretodo cuando la riqueza y
el poder político están perfectamente atrincherados en todas las instituciones que
rigen el destino de la nación. De todas
formas, si no nos negamos a cruzar el torniquete ahora a esa economía global de
esclavitud… no se nos ofrecerá otra oportunidad en el futuro.
© 2012 Ben Tanosborn