Renny Ottolina, más allá del estigma

Revolución es una palabra muy cargada ideológicamente, pero si la tomamos en su sentido objetivo, significa simplemente cambiar las cosas, el estatus quo. Cuando la ineficiencia, la corrupción, la indolencia y el egoísmo prevalecen; cuando una clase oprime y explota a otra; cuando los valores de la apariencia (snobismo) y el consumo reinan en una sociedad alienada; cuando esto y otras cosas ocurren, se impone una revolución. Punto.

Por supuesto, ella debe comenzar por dentro, por el individuo, pues aunque algunos piensen que no hace falta llegar a tanto como una revolución para atender los problemas más elementales de la nación, ni haber necesidad de recurrir a ningún tipo de radicalismos extraordinarios para que un gobierno haga su trabajo, corrupción, indolencia y alienación son factores profundos y poderosísimos que habitan en el individuo y terminan incapacitando a un gobierno (y también al pueblo) a cumplir con su deber y a realizar tareas positivas, por simples que sean.

Soy músico y vivo en Francia. Me fui en el 88 de un país que nos cerró el Taller de Sarría, donde ensayamos con el grupo Autana durante 10 años. Quedamos a la intemperie y el grupo se disolvió. Fue un acto de terrorismo cultural por parte del Conac. Cinco de sus miembros (entre ellos Orlando Poleo) emigramos a distintos países. Cómo estaría el nuestro, que un año más tarde acaeció el Caracazo. En su momento me pareció justa y necesaria —como a la mayoría de los venezolanos— la rebelión cívico-militar del 92 (que en realidad fue sólo militar), así como que el país necesitaba una nueva Constitución. Todo eso fue aprobado masivamente y ratificado por el país. Hacía falta, pues, una revolución.

Pero de allí en adelante comenzaron otros problemas... El resentimiento de una clase se impuso y las verdaderas tareas quedaron rezagadas. En vez de ser lo que tenía que ser, un proceso de transformación, lo nuestro se convirtió en uno de substitución ("quitate tú p'a poneme yo"). Es así como fueron recicladas todas las miserias anteriores bajo nuevas formas, y cómo el discurso encendido, inspirador, volvió a ser sólo eso, discurso. Allí está la evidencia: fallas enormes —a veces infames—, y logros cuya proporción no hace honor a la talla de los recursos manejados.

Pueden llamarme loco, camaradas del proceso, o como que quieran, pero me ha venido seduciendo seriamente la siguiente idea: que las cosas tal vez hubieran sido de otro modo, que hubiésemos tenido una historia muy distinta de no haber ocurrido un hecho lamentable que tuvo lugar justamente 10 años antes del Caracazo (época en que el país ya estaba enrumbado hacia dicho acontecimiento por obra de las fuerzas políticas de turno), y ese hecho no es otro que la muerte de Renny Ottolina, un sorpresivo candidato independiente, popular y libre de ataduras clientelares en la miserable arena política de entonces, a la cual desestabilizó con el sólo hecho de postularse sin provenir de ella, y quien a parte de no ser un político tradicional y tener no obstante —o precisamente por ello— muy altas probabilidades de ganar y acabar con el monopolio puntofijista, sabía mucho más de gestión de lo que creemos. Para documentar esta idea, los invito a escuchar la siguiente entrevista:

(1ra parte) http://www.youtube.com/watch?v=9--btJz7B30
(2da parte) http://www.youtube.com/watch?v=OiRE4vH04Os

Y su último programa de radio:

(1ra parte) http://www.youtube.com/watch?v=dLefqQI7n1c
(2da parte) http://www.youtube.com/watch?v=4s9B0xWiTXc
(3ra parte) http://www.youtube.com/watch?v=MagWCzheImI
(4ta parte) http://www.youtube.com/watch?v=fMNTeiPIScU
(5ta parte) http://www.youtube.com/watch?v=C2QmqxrXJkk

Avanzo como tesis que el hecho de la desaparición de Renny fue determinante para la historia de nuestro país, y que tal acontecimiento permanece curiosamente —por no decir sospechosamente— subestimado por todos en la actualidad. Si Renny Ottolina hubiese ganado las elecciones el 3 de diciembre de 1978 —lo cual era más que probable—, nuestro país muy posiblemente no hubiera padecido exactamente 10 años más tarde una tragedia como la del Caracazo. De modo que no es poca (aun en forma póstuma y especulativa) la importancia histórica de su muerte.

Pero todo el mundo parece ignorarlo, o pretendemos hacerlo. Su muerte fue, tal vez, también la muerte de otro destino, de uno mejor para la nación, el cual no conocimos. Es lo que me inclino a pensar al escuchar testimonios como los archivos de audio citados. No había, para aquellos momentos, quien denunciase el verdadero estado del País, ni propusiera soluciones (ni visión a largo plazo) como lo hacía valientemente este individuo. Decía la verdad para entonces y ello me parece evidente, incontestable.

Recordemos que el accidente tuvo lugar el 23 de marzo del 78, es decir, muy al comienzo de su campaña por las presidenciales del 3 de diciembre del mismo año. Me cuesta creer que no fue un magnicidio. Tras su desaparición, las fuerzas políticas en el poder durante esa última década de la Cuarta República se encargaron muy bien de borrar a Renny Ottolina de nuestras memorias, de reducirlo a su imagen inofensiva de animador carismático de la tele. Luego, durante el chavismo, se le agregó, para completar, el estigma de oligarca y derechista recalcitrante.

Hoy me parece importante que los venezolanos volvamos sobre la memoria de este individuo cuya postura difícilmente podría ser confundida con impostura, como la de aquellos partidos tradicionales (todos sin excepción), a los cuales debemos evitar homologarnos en el presente. El compromiso es muy grande, de la talla de todo cuanto resta por hacer.


xavierpad@gmail.com


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Xavier Padilla


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