El capítulo XXIII de “El Capital” (VII)

Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en:

¿Cuál es la situación de las capas mal remuneradas de la clase obrera industrial?

Consideremos ahora la situación de las capas mal remuneradas de la clase obrera industrial. Durante la escasez algodonera, en 1862, se encomendó  al doctor Smith, del "Privy Council", que efectuara una investigación acerca de las condiciones alimentarias que prevalecían entre los macilentos obreros algodoneros de Lancashire y Cheshire. Observaciones llevadas a cabo durante largos años lo habían llevado a la conclusión de que, "para evitar las enfermedades causadas por el hambre, el alimento diario de una mujer media debía contener por lo menos 3.900 granos de carbono y 180 granos de nitrógeno, y el de un hombre medio, por lo menos 4.300 granos de carbono y 200 de nitrógeno. En el caso de las mujeres, el alimento diario debía encerrar aproximadamente tantas sustancias nutritivas como dos libras de buen pan de trigo; en el de los hombres, 1/9 más. El alimento medio semanal de los adultos de uno u otro sexo debía contener cuando menos 28.600 granos de carbono y 1.330 de nitrógeno. Sus cálculos se vieron confirmados en la práctica, de manera asombrosa, ya que coincidían con la exigua cantidad de alimento a que su calamitosa situación había reducido el consumo de los obreros algodoneros. En diciembre de 1862 los mismos ingerían 29.211 granos de carbono y 1.295 de nitrógeno por semana.

En 1863, el "Privy Council" dispuso que se efectuara una investigación sobre el estado de miseria en que se encontraba el sector peor alimentado de la clase obrera inglesa. El doctor Simon, funcionario médico del "Privy Council", escogió para esa tarea al ya citado doctor Smith. Su investigación se extiende por un lado a los obreros agrícolas; por otro a los tejedores de seda, costureras, guanteros en cuero, calceteros, tejedores de guantes y zapateros. Las últimas categorías, si exceptuamos a los calceteros, son exclusivamente urbanas. Como norma de la investigación, se estableció la de elegir en cada categoría las familias más sanas y que se encontraran en condiciones relativamente mejores.

El resultado general fue que "sólo en una de las clases de obreros urbanos investigadas la ingestión de nitrógeno excedía levemente de la medida mínima absoluta por debajo de la cual se originan enfermedades debidas al hambre; que en dos clases había una deficiencia (y en una de ellas una deficiencia muy considerable) tanto de alimentación nitrogenada como de la consistente en carbono; que de las familias campesinas investigadas más de un quinto ingería menos de la cantidad indispensable de alimentos que contienen carbono, más de un tercio menos de la cantidad indispensable de alimentos nitrogenados y que en tres condados (Berkshire, Oxfordshire y Somersetshire) prevalecía, término medio, una deficiencia con respecto al mínimo de la alimentación nitrogenada". Entre los obreros agrícolas eran los de Inglaterra la región más rica del Reino Unido, los peor alimentados”. Entre los obreros rurales la desnutrición era más aguda en el caso de las mujeres y niños, porque "el hombre tiene que comer para poder efectuar su trabajo". Deficiencias aun peores castigaban a las categorías de obreros urbanos investigadas. "Están tan desnutridos que tienen que darse muchos casos de atroz privación" "renunciamiento" del capitalista es todo esto!, renunciamiento a pagar los medios de subsistencia indispensables para que su mano de obra se reduzca meramente a vegetar!), "nociva para la salud".

El cuadro siguiente muestra la relación entre la situación alimentaria de las categorías obreras puramente urbanas mencionadas más arriba y la medida mínima supuesta por el doctor Smith, por una parte, y por otra con la alimentación de los obreros algodoneros durante la época de su miseria más extrema:

Ambos sexos Promedio semanal de

Nitrógeno (Granos)

Promedio semanal de

Carbono (Granos)

5 ramas industriales urbanas 28.876 1.192
Obreros fabriles sin trabajo de Lancashire 28.211 1.295
Dosis mínima propuesta para los obreros de Lancashire 28.600 1.330

Aproximadamente la mitad, 60/125 de las categorías de obreros industriales investigadas, no consumía absolutamente nada de cerveza; el 28 % jamás probaba la leche. La media semanal de los alimentos líquidos, en las familias, variaba de 7 onzas entre las costureras hasta 24 3/4 onzas entre los calceteros. La mayor parte de los trabajadores que nunca consumían leche la integraban las costureras de Londres. La cantidad de pan o alimentos similares consumida semanalmente oscilaba entre 7 3/4 libras caso de las costureras y 11 1/4 libras caso de los zapateros, siendo la media global de 9,9 libras semanales para los adultos. El consumo de azúcar (melaza, etc.) variaba de 4 onzas semanales en guanteros en cuero a 11 onzas en calceteros ; la media semanal total para todas las categorías era de 8 onzas para los adultos. Media semanal de manteca (grasa, etc.): 5 onzas por adulto. La media semanal de carne (tocino, etc.) por adulto oscilaba entre 7 1/4 onzas tejedores de seda y 18 1/4 onza guanteros en cuero , media global para las diversas categorías, 13,6 onzas. El costo semanal de la alimentación por adulto arrojaba los siguientes guarismos medios generales: tejedores de seda, 2 chelines y 2 1/2 peniques; costureras, 2 chelines y 7 peniques; guanteros en cuero, 2 chelines y 9 1/2 peniques; zapateros, 2 chelines y 7 3/4 peniques; calceteros, 2 chelines y 6 1/4 peniques. En el caso de los tejedores de seda de Macclesfield, la media semanal era de apenas 1 chelín y 8 1/2 peniques. Las categorías peor alimentadas eran las costureras, los tejedores de seda y los guanteros en cuero.

En su informe general sobre la salud, dice el doctor Simon con respecto a la situación alimentaria: "Todo el que esté familiarizado con la asistencia médica a los indigentes o a los pacientes de hospitales, ya se trate de internados o de personas que viven fuera del establecimiento, confirmará que son incontables los casos en que las carencias alimentarias provocan o agravan enfermedades... Sin embargo, desde el punto de visto sanitario se agrega aquí otra circunstancia extremadamente decisiva... Se recordará que la privación de alimentos sólo se tolera con la mayor renuencia, y que por regla general una gran exigüidad de la dieta sólo se presenta si otras privaciones la han precedido. Mucho antes de que la insuficiencia alimentaria gravite en el plano sanitario, mucho antes de que el fisiólogo piense en contar los granos de nitrógeno y carbono entre los que oscilan la vida o la muerte por inanición, la casa se habrá visto privada de toda comodidad material. La vestimenta y el combustible escasearán aun más que la comida. Ningún amparo suficiente contra las inclemencias del tiempo; reducción del espacio habitable a un grado en que el hacinamiento produce o agrava las enfermedades; rastros apenas de enseres domésticos y de muebles; la limpieza misma se habrá vuelto demasiado cara o engorrosa, y si por un sentimiento de dignidad personal se hacen intentos de mantenerla, cada una de esas tentativas representará nuevos suplicios de hambre. El hogar se instalará donde el techo sea más barato: en barrios donde la inspección sanitaria recoge los frutos más mezquinos, donde el alcantarillado es más deplorable, menor la circulación, mayor la cantidad de inmundicia colectiva, más mísero o de peor calidad el suministro de agua; en ciudades donde escasean al máximo la luz y el aire. Son estos los peligros, desde el punto de vista sanitario, a los que inevitablemente está expuesta la pobreza cuando la misma supone falta de alimentos. Y si la suma de estos males constituye un peligro de terrible magnitud para la vida, la mera carencia de alimentos es de por sí algo espantoso... Son, las precedentes, penosas reflexiones, especialmente cuando se recuerda que la pobreza que las motiva no es la merecida pobreza de la desidia. Es la pobreza de trabajadores. En lo referente a los obreros urbanos, no cabe duda de que en la mayor parte de los casos el trabajo con que compran el escaso bocado de alimento se prolonga por encima de toda medida. Y sin embargo, sólo en un sentido muy condicional puede decirse que ese trabajo sirva para mantener a quien lo ejecuta... Y en una escala muy amplia, ese mantenimiento nominal de sí mismo sólo puede ser el rodeo, más o menos largo, que lleva a la indigencia".

El nexo interno entre los tormentos del hambre padecidos por las capas obreras más laboriosas y la acumulación capitalista, acompañada por el consumo excesivo grosero o refinado de los ricos, sólo es advertido por el conocedor de las leyes económicas. No ocurre lo mismo con las condiciones habitacionales. Todo observador imparcial puede apreciar que cuanto más masiva es la concentración de los medios de producción, tanto mayor es la consiguiente aglomeración de obreros en el mismo espacio; que, por tanto, cuanto más rápida es la acumulación capitalista, tanto más miserables son para los obreros las condiciones habitacionales. Es evidente que las "mejoras" urbanísticas que acompañan al progreso de la riqueza y que se llevan a la práctica mediante la demolición de barrios mal edificados, la construcción de palacios para bancos, grandes tiendas, etc., el ensanchamiento de avenidas destinadas al tráfico comercial y a las carrozas de lujo, la introducción de ferrocarriles urbanos, etc., arrojan a los pobres a tugurios cada vez peores y más atestados. Por otra parte, como sabe todo el mundo, la carestía de las viviendas está en razón inversa a su calidad y las minas de la miseria son explotadas por los especuladores con más ganancia y costos menores que nunca lo fueran las de Potosí. El carácter antagónico de la acumulación capitalista, y por ende de las relaciones capitalistas de propiedad en general, se vuelve aquí tan tangible que hasta en los informes oficiales ingleses sobre el particular menudean las heterodoxas invectivas contra la "propiedad y sus derechos". Con el desarrollo de la industria, con la acumulación del capital, con el crecimiento y el "embellecimiento" de las ciudades, el mal ha cundido tanto que, el mero temor al contagio de las enfermedades infecciosas que no perdona a las "personas respetables", provocó entre 1847 y 1864 la promulgación de no menos de 10 leyes de política sanitaria por el parlamento, y la aterrorizada burguesía de algunas ciudades como Liverpool, Glasgow, etc., tomó cartas en el asunto a través de sus municipalidades. No obstante, el doctor Simon exclama en su informe de 1865: "Hablando en términos generales, los males no han sido controlados en Inglaterra". Por orden del "Privy Council", en 1864 se emprendió una investigación sobre las condiciones habitacionales de los obreros agrícolas; en 1865 sobre las clases más pobres de las ciudades. En el séptimo (1865) y en el octavo (1866) informes sobre "Public Health" se encuentran los magistrales trabajos del doctor Julián Hunter. De los trabajadores rurales hemos de ocuparnos más adelante. En lo concerniente a las condiciones habitacionales urbanas, anticiparé una observación general del doctor Simon: "Aunque mi punto de vista oficial", dice, "sea exclusivamente médico, los sentimientos humanitarios más comunes impiden que ignoremos el otro lado de este mal. [...] En su grado más alto, ese hacinamiento determina casi necesariamente tal negación de toda delicadeza, una confusión tan asqueante de cuerpos y funciones corporales, tal exposición de desnudez [...] sexual, que más que humano es bestial. Estar sujeto a estas influencias significa una degradación que necesariamente se vuelve más profunda cuanto más continúa su obra. Para los niños nacidos bajo esta maldición, constituye [...] un bautismo en la infamia. Y carece absolutamente de toda base la esperanza de que personas colocadas en esas circunstancias se esfuercen por acceder a esa atmósfera de civilización que tiene su esencia en la pureza física y moral".

El primer puesto en cuanto a viviendas atestadas, o incluso absolutamente inadecuadas como morada humana, lo ocupa Londres. "Dos cosas", dice el doctor Hunter, "son indudables: la primera, que en Londres existen aproximadamente 20 grandes nucleamientos, compuestos cada uno de unas 10.000 personas, cuya miserable condición es resultado, casi por entero, de sus malos alojamientos, supera todo lo que se haya visto nunca en cualquier otra parte de Inglaterra; la segunda, que el hacinamiento y el estado ruinoso de las casas que componen esos nucleamientos son mucho peores que veinte años atrás". "No se exagera cuando se afirma que la vida, en muchas partes de Londres y Newcastle, es infernal".

Incluso el sector más desahogado de la clase obrera londinense, junto a los pequeños tenderos y otros elementos de la pequeña clase media, cae cada vez más bajo la maldición de esas indignas condiciones habitacionales, a medida que se propagan las "mejoras" y, con ellas, el arrasamiento de calles y casas antiguas; a medida que se amplían las fábricas y se acrecienta el aflujo humano a la metrópoli y, finalmente, a medida que aumentan los alquileres al subir la renta urbana de la tierra. "Los alquileres se han vuelto tan exorbitantes que pocos obreros pueden pagar más de una pieza". Casi no hay en Londres una propiedad de casa que no esté recargada por un sinnúmero de intermediarios. El precio del suelo en Londres es siempre altísimo en comparación con los ingresos anuales que devenga, puesto que todo comprador especula con la posibilidad de desembarazarse tarde o temprano de la propiedad a una tasación efectuada por un jurado, en caso de expropiación o de obtener, por arte de birlibirloque, un aumento extraordinario de valor gracias a la proximidad de alguna gran empresa. Una consecuencia de ello es la existencia de un tráfico regular consistente en la compra de contratos de alquiler próximos a su expiración. "De los caballeros que se dedican a este negocio puede esperarse que actúen como actúan: que extraigan todo lo que puedan de los inquilinos y que dejen la casa en las peores condiciones posibles a sus sucesores". Los alquileres son semanales, y estos caballeros no corren ningún riesgo. A consecuencia de la construcción de ferrocarriles dentro de la ciudad, "se vio hace poco, en el este de Londres, cómo muchas familias desalojadas de sus antiguas viviendas vagaban un sábado de noche, cargadas con sus escasas pertenencias terrenales y sin otro paradero posible que el hospicio”. Los hospicios están ya atestados, y las "mejoras" aprobadas por el parlamento se hallan apenas en principios de ejecución. Si se desahucia a los obreros por demolición de sus viejas casas, éstos no abandonan su parroquia, o en el mejor de los casos se establecen en sus límites, o en la más próxima. "Procuran, naturalmente, residir lo más cerca posible de sus lugares de trabajo. El resultado es que la familia, en vez de alquilar dos piezas, debe contentarse con una. [...] Aunque el alquiler sea más caro, la vivienda será peor que aquella, ya mala, de la cual se los desaloja. [...] La mitad de los obreros [...] del Strand [...] ya tiene que viajar dos millas para llegar a su lugar de trabajo." Este Strand, cuya principal avenida deja en los extranjeros una impresión imponente de la riqueza de Londres, puede servir de ejemplo del hacinamiento humano londinense. En una parroquia del mismo, el funcionario de sanidad contó 581 personas por acre, y eso que en el área medida estaba incluida la mitad del Támesis. Se comprende de por sí que toda medida sanitaria que desaloje de un barrio, como ha ocurrido hasta el presente en Londres, a los obreros mediante la demolición de casas inhabitables, sólo servirá para apeñuscarlos en otro, donde vivirán tanto más hacinados. "O bien debe suspenderse necesariamente todo este procedimiento por absurdo", dice el doctor Hunter, "o debe suscitarse la simpatía pública para cumplir lo que ahora podemos llamar, sin exageración, un deber nacional: proporcionar techo a la gente que por falta de capital no puede procurárselo, aunque pueda recompensar con pagos periódicos a los caseros". Admiremos la justicia capitalista! El propietario de terrenos, el casero, el hombre de negocios, cuando las mejoras como los ferrocarriles, la reconstrucción de calles, etc. obligan a expropiarlo, no sólo recibe una indemnización íntegra; es necesario, además, que Dios y el derecho lo consuelen por su forzado "renunciamiento" suministrándole una abultada ganancia. Al obrero se lo pone en la calle con su mujer, su prole y sus enseres, y si afluye demasiado masivamente  a los barrios en que la municipalidad vela por la decencia, se lo persigue por medio de la policía sanitaria!

Salvo Londres, a principios del siglo XIX no había en Inglaterra una sola ciudad que contara 100.000 habitantes. Sólo cinco pasaban de 50.000. Actualmente existen 28 ciudades con más de 50.000 pobladores. "El resultado de este cambio fue no sólo un enorme incremento de la población urbana, sino convertir a las pequeñas ciudades antiguas, densamente pobladas, en centros rodeados por todos lados de edificación, sin libre acceso del aire por ninguna parte. Como ya no les resultan agradables a los ricos, éstos las abandonan y se instalan en los suburbios, más atractivos. Los sucesores de esos ricos alquilan las grandes casas, a razón de una familia a menudo con subinquilinos por pieza. De esta manera se hacina a una población en casas que no estaban destinadas para ella y que son absolutamente inadecuadas para esa finalidad, en una vecindad realmente degradante para los adultos y ruinosa para los niños". Cuanto más rápidamente se acumula el capital en una ciudad industrial o comercial, tanto más veloz es la afluencia del material humano explotable, tanto más míseras las improvisadas viviendas de los obreros. "Newcastle-upon-Tyne", como centro de un distrito carbonífero y minero cuyo rendimiento es cada vez mayor, ocupa, después de Londres, el segundo puesto en el infierno de la vivienda. No menos de 34.000 personas viven allí en viviendas de un solo cuarto. En virtud de que constituían un peligro extremo para la comunidad, las autoridades recientemente hicieron demoler una elevada cantidad de casas en Newcastle y Gateshead. La construcción de nuevas casas progresa muy lentamente, pero los negocios van viento en popa. De ahí que en 1865 la ciudad estuviera más abarrotada que nunca. Apenas se encontraba una pieza ofrecida en alquiler. El doctor Embleton, del hospital de Newcastle para la cura de fiebres, afirma: "Sin ninguna duda, la causa de la continuación y difusión del tifus radica en el hacinamiento de seres humanos y la suciedad de sus viviendas. Las casas en que suelen vivir los obreros están situadas en pasadizos y patios estrechos. En lo tocante a luz, aire, espacio y limpieza, esas casas son verdaderos modelos de insuficiencia e insalubridad, una vergüenza para cualquier país civilizado. Hombres, mujeres y niños yacen revueltos en ellas durante la noche. En cuanto a los hombres, el turno de la noche sucede al del día en una secuencia ininterrumpida, de tal manera que las camas casi no tienen tiempo de enfriarse. Las casas están mal provistas de agua y peor aun de letrinas, son inmundas, mal ventiladas, pestilentes". El alquiler semanal de esas covachas oscila entre 8 peniques y 3 chelines. "Newcastle-upon-Tyne", dice el doctor Hunter, "brinda el ejemplo de una de las más agraciadas estirpes de nuestros compatriotas, sumida a menudo en una degradación casi salvaje por las circunstancias exteriores de la vivienda y la calle".

Venezuela, 25 de agosto de 2010

nicolasurdaneta@gmail.com



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Nicolás Urdaneta Núñez


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