Colombia, de la traición a la guerra

Colombia es un país que se baja los pantalones constantemente ante el cónclave imperialista de los EEUU y Gran Bretaña. El primer y segundo lugar de estos dos países en cuanto a inversión económica, respectivamente, es un reflejo correspondiente de tal situación, lo cual no puede dar más fe de una "ideal economía con apertura de mercado". Un país modelo, pues, como bota por esa boca a cada rato cualquier miembro de la casta rancia oligárquica que se ha secuestrado el país para sí, cuando se tiene que defender de las acusaciones de que el país en sus manos posee una economía de protectorado o colonia que, peor para sus vecinos latinoamericanos, funge como base de amenazas e intromisiones de potencias extranjeras en la región.

Colombia es el perfecto traidor de América Latina, por naturaleza histórica, desde que su prócer, Francisco de Paula Santander, intentó asesinar en varias ocasiones a Simón Bolívar para quebrar su sueño integracionista. Es un país cuya dirigencia hoy, después de la revuelta popular gaitanista, que reclamaba patria para todos, no ha conseguido más forma de mantenerse en el poder que vendiéndose al interés extranjero, quien se aprovecha y lo utiliza con propósitos que en esencia no comportan ningún agradecimiento ni solidaridad para con su situación de guerra, si es que la preocupación de toda guerra, finalmente, es la paz, cosa que a EEUU poco interesa.

La perfección de su modelo traidor radica en el hecho que una de las partes involucradas en el conflicto bélico que dura ya 60 años, es decir, el gobierno, sea percibido, vía alianzas y matrices de opinión, como la voluntad de la Colombia entera. Y así, con ese cachivache del engaño encima, se lance luego a ser aceptada, oficialmente, por sus coterráneas naciones vecinas como voz valedera y progresistas en los diferentes acuerdos, cumbres o reuniones que se suscitan en el continente, no obstante comportar tras su disfraz el verbo cantante y contrario de otros intereses. Es un colmo.

En tónica con su naturaleza alienada, a donde va no mira por el interés regional, sino que representa el interés de sus tutores (EEUU, Gran Bretaña), aunque de cualquier modo ello equivale a decir que velan por si mismos, esto es, por complacer a quienes los cuidan en el cargo de explotar y expoliar a su propio país, a precio de que le quiten el pueblo y la guerrilla de encima. Con arrodillamientos debe Colombia pagar (su dirigencia), y donde se presenta lo hace para sabotear, para exorcizar de una vez todas el espíritu bolivariano sobreviviente de la integración latinoamericana, asesinado por uno de los suyos en tiempo pasado (Santander), y retomado por varios latinoamericanos, entre ellos el más preponderante, Hugo Chávez.

Saboteó Uribe con su impuntualidad la conformación de la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), pidió hipócritamente, en su tiempo, integrarse al naciente Banco del Sur, pervirtió y pervierte con su entreguismo al extranjero la esencia solidaria de una agrupación de países andinos como la Comunidad Andina de Naciones (CAN), y, más recientemente, con su nerviosismo cortesano, cierra filas en contra de la menor posibilidad de hablar de paz en sus tierras. Sería el fin de la hegemonía de los suyos en el poder en Colombia no hacer lo que hace.

El precio que la dirigencia colombiana paga para que sus tutores la mantengan en el poder, amén de lo ya dicho, son las miserables baratijas del Plan Colombia y la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con EEUU, por el cual ruegan hasta morir, en el colmo del jalabolismo e indignidad históricos. Porque todo aquello que compra el espíritu y la dignidad humanos tiene valor de baratija, hasta menor en valor que los viejos espejitos de la época de la Conquista. Hay cosas que no tienen precio, y la dirigencia colombiana se lo cree a pie juntillas en su literalidad: no vale nada.

Debe pagar cediendo su territorio como base militar y ofreciéndole permanente a sus titiritero la posibilidad de una guerra regional para que ellos hagan su agosto, desde que es maquiavélica doctrina del imperio "dividir para gobernar". Así paga Colombia, vendiendo a otros, como desde siempre es práctica y oficio de traidores. Y hoy mismo, que EEUU viene de una frustración en el Medio Oriente, Colombia le ofrece a sus amigos en venta, en sacrificio, para que sus tutores se compensen de sus frustraciones guerreristas. Como si el precio de mantener unos privilegios justificara semejante indignidad.

Como si dijeran a cada rato a sus tutores "Papá, quítame de encima a la guerrilla, que no nos deja saquear el país como es debido", "Papá, creemos una matriz de opinión, ya a 50 años del origen, cuando nadie ya se acuerda, para satanizar a una de las partes de esta guerra", "Papa, no digamos nada del comportamiento de los paramilitares, para que no hablen por ahí de terrorismo de Estado", "Papá, ampárame con tu visto bueno y no albergues dudas sobre mi entreguismo: afíncate en el Plan Colombia, apruébanos el TLC y juntos gobernemos a Colombia por los siglos de los siglos", "Papá, haznos invulnerable en nuestra institucionalidad ante las FARC, el ELN, Chávez y sus amigos." "Papá, te amo". Y dirán "papá" seguramente por hecho de no tener madre, madre patria.

De darse una nueva Guerra de las Malvinas, no habrá de quedar dudas hacia quien se inclinarían, como en el pasado se inclinaron por su Gran Bretaña, como hoy se inclinan por los EEUU ante cualquier controversia, justa o injusta, que pueda tener con algún vecino. Es el precio del alma la venta del criterio y la solidaridad, y a su modo de ver, el de la dirigencia Colombia, todo es valedero y pagable en su afán de que la soporten en su cargo de atenazar a un pueblo. Porque en Colombia hay un hecho cierto (y esto lo afirmamos serenamente, con la misma fuerza que ellos despliegan para traicionar y arrastrarse): se lucha para liberar el país de una cofradía ominosa que la secuestra y le cierra su repartición equitativa a todo un pueblo, amén de regalarla al extranjero. La contraparte, llamada guerrilla terrorista por los EEUU, intenta desanudar el lazo, dando cobertura, desde un principio, a los desvalidos de Colombia, los explotados, los sin tierras, los sin patria, hartos de los abusos de una casta explotadora.

Hoy es un país (en su dirigencia) al que abrir las piernas al imperio se le convirtió en un hábito, se le inoculó en los genes, no sintiendo prurito alguno en cometer actos de lesa soberanía, nacional y continental, como eso de expatriar a los suyos bajo la figura de la extradición hacia las cárceles de los EEUU, no importándole que mediante tal acto se trasluzca la miseria de sus propias leyes; no sintiendo vergüenza por permitir que a sus detenidos lo requisen agentes agentes de la CIA, no importándole prestarse en su territorio para la confabulación bélica regional de superpotencias, como la recientemente acaecida con la visita del llamado "zar antidrogas", la del almirante Michael Mullin, Jefe del Estado Mayor Conjunto, la de Condolezza Rice, la de Bush, en fin... Todos ellos para entonar el canto amenazante de que Colombia les pertenece y es su odalisca preferida en América Latina. Con ella no se metan.

Los últimos acontecimientos políticos, sobretodo la liberación de los rehenes por mediación de Chávez, su pedido de que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sean retirado de la lista del terrorismo de los países del mundo y la posterior declaración apoyo de la Asamblea Nacional a su postura, dispararon los tapones de la tranquilidad en Colombia, es decir, perturbó el largo estatus de la arepa fácil y explotada al pueblo que mantienen las castas de poder enquistado, preparándose de inmediato la respuesta: Colombia ofreciendo su humanidad para que el imperio desfile por sus tierras de modo intimidante, y Uribe viajando a Europa para desalentar a cualquier entusiasta de la propuesta chavista.

Y no era para menos: que la Unión Europea reconociese en algo la “locura” del presidente Chávez, significaría un duro golpe al estómago y al bolsillo de la satrapía colombiana, viéndose obligada a dirimir su conflicto sin el facilismo de acción del mote terrorista, que habilita al imperio en sus tierras, y bajo la revisión de organismo internacionales. El reconocimiento a la beligerancia de la guerrilla no sirve al secular encadenamiento que las castas de poder local mantienen sobre el país, ni sirve al interés imperial de mantener al país divido por la guerra con el propósito de dominarlo, menos cuando el relajo le permite fortalecer sus bases militares en la zona. Lo que es negocio para uno o dos, no lo es para la América Latina toda.

Por ello vimos llorar al pequeño hombrecito paramilitarista en Europa, otrora personaje al servicio de Escobar Gaviria, rodando por el viejo continente, pidiendo, rogando, implorando que no se oiga en nada a la petición de Chávez, firmando acuerdos a diestro y siniestro, dando concesiones a cambio de que a ese “loco” venezolano se le pare el trote en eso de afirmar que él, Álvaro Uribe, es un paramilitarista al servicio de Washington. ¡Si no ha matado a una mosca! Nada en España firmó 16 acuerdos en el marco del un llamado Convenio Asociación Estratégica, de ahí este tan caluroso abrazo del oso real que vemos en la gráfica.

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Vale todo para mantener el oscurantismo atornillado en el poder del país colombiano, y que sea reconocido por el mundo, por los países, por los organismos internacionales, aun cuando en su interior cunda el desdén por el bien progresista de los suyos, el vacío humanitario que realmente necesita ese país. Naturalmente, como de árbol caído, todo mundo cobra lo suyo en Colombia, si es que está que bota la casa por la ventana para que le aplaquen los vientos de cambios. El paso del Departamento de Estado por su capital, Bogotá, y por Medellín, a la par de la condena a 60 años de Simón Trinidad en sus cárceles, constituye en su lectura una vuelta de tuerca intimidatoria para aquellos que osen perturbar la dulzura de la paz “establecida”; y el vuelo del pajarito a Europa constituye una expresión del acobardado miedo que suelen sentir los traidores. Es un movimiento defensivo, antes de la fase segunda de implicar al gran responsable, Hugo Chávez, con el narcotráfico y la guerrilla, siempre tendiendo hacia el formato de captura de Manuel Antonio Noriega en Panamá.

La "mezquina casta gobernante", como la calificara el guerrillero Simón Trinidad antes de oír su condena a 60 años de cárcel en EEUU, constituye una de las amenazas más peligrosas para tranquilidad y progreso soberano de América Latina. Comporta el entreguismo, la traición, el sabotaje de la unión y el oscurantismo, ante la complacencia del "gigante que lleva siete leguas en la botas", para usar una frase de José Martí en "Nuestra América". Y fue muy alusiva la cita que luego hiciera de otra expresión del prócer cubano: "Lo que Bolívar no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy', rematando después con palabras propias "Esa es la tarea por concluir, y corresponde a los que hoy están en las FARC'

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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