Las traiciones de Henry

El 12 de abril de 2002 Henry Ramos Allup se fue al Palacio de Miraflores con algunos miembros de su fracción parlamentaria, a rendirle pleitesía a Pedro Carmona Estanga. Pero para su sorpresa no fue recibido porque a éste, según nos contó entonces el actual presidente de la Asamblea Nacional, “lo estaban empolvando para salir pepito en TV”. 

Visiblemente molesto, con voz temblorosa y susurrante, Ramos nos dijo: “Si creen que van a poder gobernar sin los partidos políticos están muy equivocados”, y estiró varias veces la quijada, en ese gesto incómodo que siempre le acompaña. Después, el lunes 15 de abril, le vimos apoyar “la institucionalidad”, y hasta llegó a decir que ellos, los adecos, intentaron salvar a Carmona de aquel papelón. Pero, en el fondo, Ramos y Carlos Ortega, presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela, ambos miembros del CEN de AD, habían ya negociado con los golpistas para apoyar al nuevo “gobierno”, sólo que el decreto de disolución del Parlamento y del resto de poderes públicos les obligó a poner la reversa y a hacer peso para que esos “loquitos” terminaran de hundirse junto con el “Acuerdo Nacional” post golpe.

Ortega y Carmona siguen fugitivos. Ramos Allup salió ileso de ese naufragio gracias al salvavidas que, sin querer, le lanzó el propio Chávez al recomponer junto al pueblo el llamado “hilo constitucional”.

El Nazareno

Ya para 1998, Henry Ramos Allup era un avezado operador político, ducho en las artes parlamentarias. Su discurso plano, no demasiado brillante pero lo suficientemente altisonante como para engolosinar a los medios, le aseguraron una carrera como diputado. Jamás se interesó en el Senado porque decía que la “candela” estaba en la Cámara Baja, donde los debates políticos marcaban la pauta. Dirigía la fracción adeca a su antojo, y desde el Comité Ejecutivo Nacional le daban carta blanca. Podía entonces, retrasar decisiones, alargar discusiones hasta hacerlas interminables. Inscribía docenas de derechos de palabra de los diputados adecos que hablaban cualquier cantidad de tecnicismos en lo que llamaba “calistenia” parlamentaria para calentar las acciones y distraer a los medios de comunicación. Su zona de confort siempre fue el Congreso.

Por esos días los adecos andaban desmoralizados porque el partido del pueblo había visto caer su votación de algo más de 3 millones en 1988 a 1 millón 195 mil 751 sufragios en 1998. AD gobernó en Venezuela 25 años en la llamada era democrática, es decir ganó elecciones cinco veces y según teóricos de la política, pudieron sobrellevar las cargas con un denominado “sistema populista de conciliación de élites”, es decir, los consabidos pactos con las minorías que ostentan los poderes económico y financiero del país (pelucones). De esos 25 años, Ramos Allup fue partícipe de al menos tres quinquenios durante los cuales supo venderse en su partido como experto en leyes por su profesión de abogado. De esta manera se mantuvo a la saga y mientras otros tomaban las decisiones, él sencillamente se movía en las sombras y le garantizaba al partido el apoyo parlamentario suficiente no sólo en los debates sino especialmente en la Comisión de Finanzas, favoreciendo el lobby de grupos económicos para aprobar créditos adicionales. Sostener la nómina de un partido tan grande y clientelar como AD era harto difícil pero la antigua Ley Orgánica del Sufragio le garantizaba financiamiento por ser una organización política mayoritaria.

Ramos nunca figuró en el “cuadro de honor” del partido fundado por Rómulo Betancourt ni se le tuvo como alguien influyente como sí lo fueron en su momento Gonzalo Barrios, Luis Piñerúa Ordaz, Lewis Pérez o Carlos Canache Mata. Jugó sucio contra altos dirigentes como Claudio Fermín, Carlos Andrés Pérez y el propio Luis Alfaro Ucero. Después se sentó a esperar su momento de gloria.

Todos los años se viste de Nazareno y paga una promesa que nadie conoce. Una vez juró matar al fotógrafo que osara retratarlo con su traje morado porque “las creencias se respetan”.

4F de 1992

El 4 de febrero de 1992, un evento inesperado hizo saltar de su cama a quien para entonces ya era un experimentado parlamentario: la rebelión que comandó Hugo Chávez. Al día siguiente y en medio de balaceras intermitentes que se escuchaban cerca del Palacio Federal Legislativo, Ramos Allup nos comentó que “militarmente el golpe fue perfecto” y lo atribuyó a la formación que esos soldados habían recibido “gracias a la democracia”. En esa oportunidad, como jefe de la fracción parlamentaria blanca, el diputado leyó un acuerdo del Congreso y, personalmente, dio todo su respaldo al presidente Carlos Andrés Pérez (CAP), su compañero de partido.

CAP

En 1993, un año después de los dos alzamientos militares y a cuatro años de los dolorosos sucesos del 27 de febrero, Carlos Andrés Pérez es destituido de la Primera Magistratura por una acusación del Fiscal General de entonces, Ramón Escovar Salom sobre la presunta malversación de fondos de la partida secreta. Después de meterle el hombro en 1992, Ramos Allup se lo retira. Pero antes de eso, comandaba las rabietas de los adecos por el empeño del presidente Pérez de poner en su gabinete económico a los “Iesa Boys” y no a los cuadros partidistas. El segundo gobierno de Pérez le tenía la vida de cuadritos a Venezuela y se había vuelto una molestia para el partido de Juan Bimba. Ramos Allup, sin embargo, aplaudió en el parlamento no sólo las medidas del Fondo Monetario Internacional, sino también el esquema de privatizaciones. Por esos días era común ver a los “viejitos” protestando porque el gobierno no pagaba las irrisorias pensiones de vejez.  Finalmente al caer Pérez, el inquieto Henry se sienta a la diestra de Ramón J Velásquez y luego, en 1994, levantó los dos brazos para avalar la expulsión definitiva de CAP de Acción Democrática. Luego, a la muerte del viejo dirigente, presidiría los actos fúnebres como si despidiese a un gran amigo, algo que criticó la hija de Pérez, Cecilia Pérez-Matos: “no puedo olvidar cómo el señor Henry Ramos participó en la expulsión de mi padre del partido (…) Yo no habría tenido cara para mirar y escuchar al señor Ramos Allup durante aquellos homenajes póstumos. ¡No!” dijo en una entrevista para el periodista Ricardo Escalante.

Blanca Ibáñez

En 1987 y 88, Ramos Allup era muy cercano a la secretaria privada del presidente Jaime Lusinchi,  Blanca Ibáñez, algo así como la Yoko Ono de Acción Democrática. Debemos destacar dos eventos: la conformación de la Comisión Especial que investigó el caso Recadi y el enfrentamiento de Luis Piñerúa Ordaz, dirigente “nato” de AD que se negaba a aceptar que Ibáñez fuese incluida en las planchas para el Congreso por el “barraganato” que representaba al ser también la amante del presidente Lusinchi. Pero lo cierto es que a Ramos Allup se le caían las medias por Ibáñez. El 7 de junio de 1989 durante una reunión de la citada Comisión, sorpresivamente llegó la funcionaria. Su presencia sorprendió a quienes estábamos allí (periodistas y parlamentarios). Ella andaba con un vestido negro de lunares blancos y un bolso que hacía juego, peinada de peluquería. Ramos incluso se levantó de su silla para cedérsela, feliz porque sabía que se estaba robando el show. Fue en esa reunión donde Ibáñez dijo la célebre frase “tengo todos mis gastos cubridos(sic)”. Henry se sonrojó pero no dijo nada. Estaba eufórico y nos aseguró: “Ahhh la quieren interpelar? Bueno se las voy a traer todos los días”. Pero resulta que la dama se fue del país horas después y no acudió al tribunal de la jueza Olimpia Suárez. Justo es decir que los diputados Carlos Tablante y Luis Manuel Esculpi, del MAS (cuando éste era un partido bonito), se echaron encima ese caso y la acusaron formalmente de varios delitos contemplados en la Ley de Salvaguarda como tráfico de influencias para obtener dólares y beneficiar a varas empresas.  La funcionaria fue expulsada del partido y Piñerúa Ordaz se vio reivindicado pero ella más nunca volvió por estos lares y Ramos quedó enterito. Un caso para desempolvar en estos días y del cual conservamos muchos materiales por nuestro trabajo reporteril de esos años.

Luis Alfaro Ucero

Después del desastre de Lusinchi, Pérez e Ibáñez, el “caudillo” monaguense Luis Alfaro Ucero se afianzaba como jefe partidista. Era el hombre fuerte de AD, a quien todos adulaban. La secretaria juvenil, Liliana Hernández, religiosamente le llevaba a las reuniones de los lunes, una bolsita de Pan de Horno.

Era ya 1998. En Venezuela la tendencia a la “antipolítica” estaba representada fuertemente por Hugo Chávez e Irene Saéz ante el desgaste de los partidos tradicionales como AD y Copei. Las encuestas comenzaron a dictar la pauta y Chávez subía aceleradamente. Estaba en peligro el sistema y había que ser pragmáticos sin sentimentalismos ni lealtades. La primera sacrificada fue Irene Sáez, ex miss Universo, ex alcaldesa de Chacao, a quien los copeyanos apoyaron. Pero esos votos migraron hacia otro “emergente”, Henrique Salas Romer, ex  gobernador del estado Carabobo quien, por cierto, nunca pudo convertir a la capital, Valencia, en la “Baviera de Carabobo”, como era su sueño.

En AD, Ramos Allup ya tenía diferencias con Alfaro por aquel caso de los Bonos Brady donde estaba implicado el ministro adeco de Finanzas Luis Raúl Matos Azócar. Matos fue la cuota adeca que Rafael Caldera puso en su segundo gobierno para cumplir con uno de tantos pactos y que lo dejaran gobernar en paz.

En AD el desespero era grande. Se acercaban las elecciones y no tenían una opción que pudiera medirse con Chávez. Otro dirigente adeco, Claudio Fermín, había sido expulsado del partido. Ramos Allup le advirtió al “Negro” que cuidara sus declaraciones porque ser militante de AD no era ninguna “raya”. Fermín acusó de “sargentismo” a la dirección del partido. La cosa salpicó a Ramos pero él, cual “porfiao”, siguió en pie y al otro lo botaron. Incluso Ramos Allup se presentó como aspirante a candidato presidencial de AD, pero las encuestas lo trituraron.

En una maratónica y acalorada reunión del CEN de AD, celebrada en el famoso “bunker” de Alfaro, éste dijo que le estaban jugando sucio y todos miraron al parlamentario.

El 25 de noviembre de 1998 el CEN de AD resolvió buscar una “salida” (¿les suena?) que permitiera “preservar la paz y la libertad de los venezolanos”. El 29 de noviembre de 1998, fue expulsado el caudillo por negarse a renunciar a la candidatura presidencial, y los adecos decidieron apoyar a Salas Romer. El grupo que metió la “puñalada trapera” a Alfaro estaba conformado por Martha Colomina, Antonio Ledezma (jefe de campaña de Alfaro, por cierto), Liliana Hernández (con todo y sus “pan de horno”), Paulina Gamus y…Henry Ramos Allup.

Y así con ese salvavidas llamado conveniencia, Ramos Allup ha podido mantenerse a flote. No es de extrañar entonces que en la próxima Semana Santa, cuando otra vez se vista de Nazareno, él repita sólo una parte del estribillo de Ismael Rivera: “Pa' lante, pa' lante, como un elefante, y no dejes que te tumben…”

Porque el otro, aquel que dice: “El Nazareno me dijo que cuidara a mis amigos”, ese nunca lo cumplió.

Leer original en http://cotayorosebud.wordpress.com/

 

 

 



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Luisana Colomine

Profesora de géneros periodísticos y periodismo de investigación en la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV). Comunista.

 @LuisanaC16

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