El cierre del gobierno de Estados Unidos, lo que demuestra a todos, y deberían notar en primer lugar sus propios ciudadanos, es que el primer enemigo de ellos no es Rusia, ni China, mucho menos Venezuela y Maduro. Su principal enemigo son ellos mismos. La oligarquía que gobierna en Estados Unidos.
Lo que hasta ahora se presenta como un fracaso de los grupos oligárquicos de Estados Unidos, al no poder ponerse de acuerdo para gobernar el país puede convertirse, de prolongarse el cierre, en una derrota mayor, por las consecuencias en la moral y la percepción de la población, que la sufrida en Afganistán, la cual los ha llevado a gritar como Augusto en la antigua Roma, "Talibanes devuélvanme mi base aérea".
Tampoco se puede esperar por muy severo que sea el cierre, que ocurrirá un incremento de la conciencia del pueblo, sobre el tipo de gobierno y los intereses que defiende, que no son los de la totalidad de su población. El cierre no afecta por igual a todos: el capital sigue operando, la guerra en Ucrania sigue su curso y las intervenciones en otros países, también, y el pueblo sigue esperando. El imperio parece que se hunde, no por asedio externo, sino por implosión interna.
Esta situación señala que el principal adversario que enfrenta el ciudadano estadounidense no está en el extranjero. El verdadero peligro reside en su oligarquía empresarial que, inmersa en una lucha de poder egoísta e implacable, socava la estabilidad y el funcionamiento del país. Es esta facción la que, al anteponer sus intereses económicos, demuestra ser el enemigo más dañino que tiene esa nación.
Es que este cierre del gobierno, que ya tiene 36 días, es el reflejo de una oligarquía que, en su afán de poder, ha secuestrado el aparato estatal para su beneficio, un "emperador" que, como en los tiempos de Roma, gobierna por capricho, no por consenso, y la supuesta oposición demócrata que se debate entre servir mejor a la elite oligárquica o como luchar para retomar el poder.
Al informarnos de las consecuencias del cierre vemos que son múltiples y ruinosas. Más de 800.000 trabajadores federales han sido suspendidos o trabajan sin sueldo. Parques nacionales cerrados, servicios públicos interrumpidos, procesos judiciales congelados, investigaciones científicas detenidas, y una economía que comienza a resentirse. Las agencias de seguridad, salud y transporte operan con personal mínimo, lo que pone en riesgo la vida cotidiana de millones de ciudadanos. En aeropuertos como el de La Guardia, en Nueva York, los retrasos se acumulan. En los hospitales públicos, los recursos se agotan. Y en las oficinas de migración y otras de cualquier tipo, los procesos se paralizan. En todos los casos los afectados son miles de familias de bajos recursos.
Pero más allá del impacto inmediato, lo que revela este cierre puede ser una fractura profunda en el modelo político estadounidense o la incapacidad del modelo existente para tomar en cuenta las necesidades de otras clases sociales populares o no oligárquicas y adaptarse a esas necesidades.
La negativa a aprobar presupuestos no es una diferencia política: es una estrategia de chantaje de parte y parte. El presidente exige concesiones ideológicas, como recortes a programas sociales o fondos para políticas regresivas, y cuando no las obtiene, paraliza al país. Es el emperador que amenaza con incendiar Roma si no le obedecen. Es también el gobierno dominado por una persona que exige la satisfacción inmediata de sus impulsos.
Y aunque el cierre del gobierno estadounidense es, en última instancia, un crimen contra su propio pueblo, y ambos partidos políticos tienen la responsabilidad, la oligarquía financiera y corporativa observa con indiferencia. Sus intereses ni sus personajes se ven afectados por el cierre. No tienen que ir a pedir pollo en un banco de alimentos. Wall Street sigue operando. Las grandes tecnológicas no detienen sus algoritmos. Las empresas de defensa no dejan de recibir contratos. El Estado que se cierra es el que sirve al pueblo, no el que protege al capital. Por eso, el cierre no es solo una crisis política: es una declaración de prioridades. En Estados Unidos, el capital nunca se detiene. Lo que se detiene es la educación pública, la salud, la justicia, la ciencia.
Este escenario no es nuevo para nuestros países y pueblos. Así en Venezuela, se ha vivido un cierre de gobierno inducido desde los Estados Unidos, impidiéndonos el comercio internacional y el nacional al incidir en la devaluación progresiva del bolívar. Con sus sanciones impuestas congelaron activos y sabotearon transacciones financieras, provocando una parálisis institucional que afecta a todos los venezolanos. Lo nuestro no fue un "cierre", nos ahogaron.
Y ahora, cuando el imperio se asfixia a sí mismo, vale la pena recordar que el caos que exportaron a lo mejor les está regresando como bumerang. Y queda al descubierto que así como acusaban a los venezolanos por apoyar a un gobierno que les daba una bolsa de comida, allá millones de personas viven de su propia bolsa CLAP. En inglés claro.