Arrasando el valor de la cultura local

Los avances hacia un mundo con reglas económicas únicas, dirigidas a proteger el privilegio del que disfrutan los países tecnológicamente más adelantados, con un mercado de las mismas características, dominado por multinacionales que crecen exponencialmente, olfateando las grandes posibilidades del negocio, requieren de un elevado grado de proximidad cultural entre países. De ello, a nivel de mercado, se ocupan directamente la promoción de la moda del ocio comercializado y el turismo, a través de las empresas del sector, buscando la interconexión de las personas en el terreno real. Mientras que, de forma virtual, en el plano de masas, la tecnología de internet promueve el acercamiento pluricultural, apuntando hacia la síntesis en esa cultura común, que demandan los intereses comerciales.

Desde una visión de superioridad cultural, de lo que se considera tecnológicamente mejor, centrada en un país que aspira a ser dominante, la doctrina capitalista viene a ejercer presiones para contribuir a la formación de un sentimiento cultural único entre las gentes. De manera que la cultura que patrocina y exporta, tomando como referencia un Estado poderoso de referencia, fiel a sus principios, pase a mundializarse, invocando supuestos valores superiores frente a las locales. Su propósito es que todo lo que no sea coincidente con aquella desaparezca en lo fundamental y quede como simple anécdota en el recuerdo de sus gentes.

La llamada globalizacion cultural, soportada en un sistema de creencias en torno al bienestar comercial que ofrece este nuevo producto, aspira a homogeneizar existencialmente a las masas de las distintas sociedades y eliminar las diferencias, para monopolizar el negocio del mercado, a través de la imposición a las personas de un pensamiento y una forma de ser única, y es en ello en lo que trabaja la doctrina como infraestructura ideológica que oferta bienestar a las gentes. Se habla de una cultura sin fronteras desplegada a través de los medios de comunicación modernos, mientras el desarrollo alcanzado por los transportes convencionales contribuye a una mayor conexión entre países, con lo que ambas hacen posible esa cultura común que demandan los intereses del sistema. Sin embargo, lo fundamental es orientar el instrumental ideológico y material hacia las bondades de un mercado único, sin limitaciones de tipo localista. Es el paso discreto en la dirección de construir esa sociedad global uniforme, gobernada por el capitalismo, para que cada uno de sus integrantes viva en el mercado y para el mercado, con la finalidad de dar mayor solidez a la globalización.

Otra parte del proceso es buscar elementos claves que permitan homogeneizar a las masas. A tal fin, es preciso, primero, crear culturas tecnológicamente superiores —circunstancia de la que se aprovechan los países más aventajados— y seguidamente exportarlas, ayudándose del marketing e instrumentos virtuales como internet, cine y televisión, asistidos por componentes propagandísticos y publicitarios en los medios tradicionales, a través de los cuales se trata de airear lo que se postula como representativo de la mejor calidad de vida de la sociedad dominante. Ese supuesto bien-vivir de fantasía abre las puertas de la comunicación presencial o virtual entre los miembros de ambas comunidades, a fin de que los dominados, ya sensibilizados por la doctrina, la propaganda y la publicidad, acaben por admitirla socialmente como superior. Mas al reconocerse el valor de lo foráneo se produce un vacío social, que se trata de llenar asiéndose a los medios comercializables que exporta. Momento a partir del cual, consolidada la influencia plena, es complicado volver la mirada hacia lo propio, porque se representa como algo de calidad inferior.

Completando la sumisión, el dominante fabrica, comercia e impone productos de mercado tecnológicamente novedosos, iconos mercantiles, charlatanes influenciadores, marcas selectas, modas de actualidad y, sobre todo, imágenes que manejan las empresas de comunicación, a lo que el personal acaba haciéndose cliente fiel, ya convencido de que es lo mejor, en cuanto invita al progreso y presenta aspectos tecnológicamente superiores frente a lo que era su existencia cotidiana. Convirtiéndose así en siervos de la nueva tendencia del mercado. Labor que viene a consolidarse con la presencia agobiante de la publicidad en los medios, a fin de que las masas tomen falsa conciencia de las virtudes de esa sociedad, modelo al que hay que imitar. No obstante, solo se trata de falacias de mercado movidas por intereses puramente comerciales que se venden como verdades, repletas de mensajes ocultos, para sibilinamente inclinar las voluntades personales en la dirección de los intereses del negocio global. De esta función no pueden apartarse la propaganda política, dirigida a promocionar tal estado cumpliendo sus funciones de gobierno, en sintonía con las distintas organizaciones internacionales diseñadas a tal fin en el marco global.

El resultado final es lo que se ha llamado el mestizaje cultural que, en parte, supone renuncia a lo local, a lo que es propio y original de la sociedad afectada, y convertirlo, por añoranza, en simple anécdota ocasional, para entregarse a una forma de existencia implantada por decreto. La cultura local pierde valor, ocupando su lugar esa otra, impuesta artificialmente por los intereses comerciales de la globalización capitalista. Quedan definitivamente aparcados los valores tradicionales nacionales que han dejado de estar de moda, arrasados por un falso sentido de modernidad, e incluso, renovando las propias convicciones personales, se las exige desaparecer para entregarse a la nueva forma de vivir, que solamente atiende a las exigencias del mercado. Por lo que la globalización cultural, como infraestructura social de la gran globalización económica, ha pasado a ser un producto destructivo de una forma de vida, en la que intervienen las tradiciones, usos y costumbres locales, para sustituirla por la práctica del consumismo moderno. El problema radica en que consumir permanentemente ni es la panacea de la felicidad, como se pretende hacer creer, ni mejora la calidad de vida ni es un valor con perspectiva de futuro porque, descubierto el engaño, el retorno será una utopía realizable a corto plazo.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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