Siria

Entre la brutal represión de Assad y la injerencia imperialista

Próximo a cumplirse un año del inicio de las movilizaciones contra el régimen dictatorial de Bashar al-Assad, el ejército sirio ha lanzado una brutal ofensiva sobre las ciudades opositoras para restablecer el orden a sangre y fuego. Mientras tanto, las potencias imperialistas y las reaccionarias monarquías árabes siguen buscando las vías para manipular la situación a favor de sus intereses. La dirección proimperialista aglutinada en el Consejo Nacional Sirio, aunque dividida y en crisis, sigue actuando como agente interno de esta estrategia reaccionaria. Las masas obreras y populares sirias no solo sufren el ataque contrarrevolucionario de al-Assad sino también la amenaza de intervención imperialista.

Escalada represiva

El régimen de al-Assad ha lanzado una brutal escalada represiva para recomponer su dominio e intentar poner fin al cuestionamiento de importantes sectores de la población que con distinta intensidad, vienen manifestándose desde hace un año en varias ciudades, sobre todo de mayoría sunita, aunque sin alcanzar los principales centros urbanos del país como las ciudades de Damasco y Alepo. Al no enfrentar un levantamiento nacional, la estrategia militar es desarticular de a uno los focos de conflicto. Desde el 1 de marzo, cuando tropas leales al presidente Bashar al-Assad ingresaron a la ciudad de Homs después de mantener un sitio militar de al menos un mes, el régimen ha decidido redoblar su ofensiva para retomar el control de las ciudades que en distintos momentos de este proceso fueron epicentro de las movilizaciones contra el régimen autoritario del partido Baath y donde se habían concentrado las fuerzas irregulares del Ejército Libre Sirio, formado en gran medida por desertores de bajo rango del ejército oficial. La recuperación por parte del régimen de las ciudades de Homs y de Idlib (en la frontera con Turquía) fue seguida por castigos colectivos, asesinatos de civiles y actos de barbarie que el propio régimen reconoce que existieron, aunque los atribuye a “terroristas” ligados a Al Qaeda. Miles de personas intentan huir de estos ataques brutales y buscan refugio en El Líbano o Turquía. Incluso hay denuncias de que el ejército colocó minas antipersonales a lo largo de la frontera con estos países. Según informes de medios de prensa, tanto oficiales como opositores, las tropas se estarían dirigiendo a Deraa, una empobrecida región del sur del país, donde un año atrás la tortura de un adolescente por pintar consignas contra el régimen encendió la mecha de las protestas. Esta política de Assad de aplastar con la fuerza cualquier atisbo de rebelión muestra que aún conserva el control sobre el grueso de las fuerzas armadas y el apoyo de la elite gobernante alawita y de gran parte de la burguesía comercial, en su mayoría de origen sunita. Sobre esta base interna, a la que se suman otras minorías religiosas, como los cristianos y drusos que temen que se desencadene una guerra civil en la que estarían en desventaja frente a la mayoría sunita que compone el país, Assad pretende mantener el régimen con una mezcla de represión y anuncios de falsas reformas, como la reforma constitucional aprobada en un referéndum trucho a fines de febrero mientras el ejército bombardeaba la ciudad de Homs. En caso de no poder sostenerse en el poder, Assad espera estar en mejor relación de fuerzas para negociar una salida política beneficiosa para su familia y su entorno.

Las contradicciones de la política imperialista de “cambio de régimen”

Como ya hemos planteado en notas anteriores (ver Siria hacia jornadas decisivas, LVO 461), a diferencia de otros dictadores proimperialistas cuestionados o derribados por los procesos de la primavera árabe, como Mubarak en Egipto, Ben Ali en Túnez, la monarquía de Bahrein e incluso el propio Kadafi en Libia, el régimen sirio tiene contradicciones con Estados Unidos y es el aliado más firme con el que cuenta el régimen iraní. Por esto Estados Unidos, la Unión Europea las monarquías reaccionarias del Golfo, como la de Qatar y Arabia Saudita, y ahora también Turquía que pasó de aliado a enemigo acérrimo de Assad, vienen presionando a través de la imposición de sanciones económicas y el financiamiento a grupos opositores, para lograr un “cambio de régimen” pero sin intervención militar directa y con la cobertura “humanitaria” de las Naciones Unidas y el aval de la Liga Árabe. Para esto cuentan con la colaboración de la dirección proimperialista opositora a Assad, cuya principal organización, el Consejo Nacional Sirio, pide a gritos la intervención extranjera, ya sea bajo la forma de la imposición de una zona de exclusión aérea o por la vía del armamento de las fuerzas opositoras como el Ejército Libre Sirio, y algunos sectores más minoritarios que piden directamente una intervención “a la Libia”. Sin embargo, esta política está teniendo más contradicciones de lo esperado. A diferencia de Kadafi, que había quedado prácticamente en un completo aislamiento, el régimen sirio cuenta a nivel internacional con el sostén de Rusia, que tiene importantes intereses en Siria, empezando por el jugoso negocio de la venta de armas, y también con el apoyo de China, que al igual que Rusia no está dispuesta a convalidar por medio de una resolución de la ONU la intervención extranjera en los asuntos internos de otro estado, para no sentar precedentes que eventualmente pueden ser usados en su contra. Esto ha hecho fracasar en tres oportunidades los intentos de Estados Unidos de aprobar una resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que sirva de cobertura para cualquier acción imperialista, al igual que hicieron con Libia. La debilidad del rol de la ONU quedó expuesta en el fracaso de la misión de Kofi Annan que fue con la línea de diálogo entre Assad y la oposición pero no consiguió ningún resultado.

Si bien la intervención en Libia fue considerada un éxito para el imperialismo, el gobierno de Obama no quiere ir a otra guerra antes de las elecciones, teniendo en cuenta, además, el escándalo desatado en Afganistán por la matanza de 16 civiles perpetrada por un soldado estadounidense. Los planes de una intervención militar se complican por la situación regional ya que cualquier agresión podría ser respondida por Irán, desatando un conflicto regional que podría implicar al Estado de Israel. En el frente interno, el Consejo Nacional Sirio no termina de ser un aliado convincente para Estados Unidos, que no tiene certeza de quiénes son los que verdaderamente tienen peso orgánico en sectores de la sociedad, además de la Hermandad Musulmana. El gobierno de Obama teme darle armamento a grupos islamistas potencialmente hostiles a sus intereses, como ya les pasó en Afganistán en la década de 1980. Además, el Consejo Nacional Sirio parece mucho más dividido que el Consejo Nacional de Transición libio antes de la caída de Kadafi: hay rivalidades entre “exiliados” formados en Occidente y grupos locales, hay posiciones distintas frente a la intervención militar imperialista, no está clara su relación con el Ejército Libre Sirio que parece actuar de manera más independiente, al punto de que el CNS intentó establecer un concejo militar para centralizar el armamento que les llega principalmente desde Turquía y Qatar. Estas tensiones ya habían quedado en evidencia en la reunión de los llamados “amigos de Siria” (el CNS, las potencias imperialistas, las monarquías árabes, entre otros) realizada en Túnez que terminó en un rotundo fracaso, y más recientemente en la renuncia de figuras prominentes y la defección de alrededor de 80 miembros sobre un total de algo más de 200. A esto se suma que el CNS no pudo incorporar hasta ahora a miembros ni de la minoría alawita ni de la minoría kurda. Estas exclusiones podrían anticipar futuros enfrentamientos por el control, en caso de que el CNS asumiera el poder.

Pero que existan estas contradicciones no implica que las potencias imperialistas, sobre todo Estados Unidos, hayan renunciado a su política hipócrita de presentarse como “amigos del pueblo sirio” para manipular la situación a favor de sus intereses.

La caída del régimen de Assad es una tarea de los trabajadores y las masas populares sirias

Contra el relato oficial que habla de una conspiración externa para desestabilizar su régimen, del que vergonzosamente se hacen eco Chávez y corrientes populistas que consideran al régimen de Assad como “antiimperialista”, como antes hicieron con Kadafi, las movilizaciones contra el régimen de Assad se iniciaron como parte del proceso más general de la “primavera árabe” con motores similares: el hartazgo con un régimen opresivo y totalitario, basado en la dictadura del clan Assad y en un partido único, combinado con el empeoramiento de la situación económica sobre todo de los sectores marginados de la estructura de poder construida en las últimas décadas. Sin embargo, la dirección del CNS y del Ejército Libre Sirio ha usado la movilización como instrumento de presión al servicio de la estrategia reaccionaria del “cambio de régimen” en acuerdo con las potencias imperialistas, para reemplazar al régimen de Assad por otro más afín a sus intereses. Mientras Assad persigue su política de aplastar por medios contrarrevolucionarios toda oposición a su régimen, el CNS busca la intervención del imperialismo. La única salida progresiva para los trabajadores, los campesinos y los sectores oprimidos de Siria vendrá de la lucha independiente contra el régimen de Assad, en la perspectiva de un gobierno obrero y popular.



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