¡Guarden balas pa’ mañana…!

Eran los días intensos de la Venezuela de los sesenta...
La patria ardía por los cuatro costados en sudoroso trabajo de estéril parto…
Eran tiempos en que la guerrilla operaba en las principales regiones y ciudades del territorio.
Ataques y emboscadas a los diferentes cuerpos de seguridad del estado, terrorismo urbano, voladuras de oleoductos y alzamientos militares de izquierda estaban a la orden del día, y su máxima expresión: la rebelión más grave de su historia acaecida en la ciudad de Puerto Cabello conocida como El Porteñazo.

Ernesto Petit Corona, había dejado atrás para la posteridad, gloriosas páginas escritas de genuina historia de pueblo, de organización popular, de avance sociológico, de evolución comunitaria, de liderazgos naturales y consecuentes caudillismos locales, de manejo de masas y seguimiento de multitudes…

El pueblo que fundó con otros doce, quince años atrás, fue estremecido en sus cimientos apenas dos meses antes, por la sanguinaria bota militar de un estado opresor, que atropellaba a su paso sin escrúpulos ni contemplaciones.
La capa vegetal de la geografía que exploró hacía quince años apenas y que aprobó para radicarse y fundar un pueblo, abrigaba ahora en su seno el cuerpo todavía caliente de Mario, el hijo amado caído en fiera lucha por la defensa de ideales de libertad, paz y bienestar para el prójimo.

Por uno de esos verdes caminos por donde antes entraría venciendo plaga y maleza a finales de 1.947 cuando descubría a “Carabobo”, marchó desbrozando sendas otro de sus jóvenes hijos, Leonel, en una columna de hombres de oliva a paso marcial, alejándose por silvestres senderos de lucha revolucionaria, detrás de los mismos ideales de su primer hijo caído...
Ahora estaba con la mirada alta, haciendo frente a su responsabilidad de ser padre de guerrilleros. Había sido detenido tras la muerte de su hijo, en su vivienda rural en Carabobo y traído maniatado junto a otros “taitas” de revolucionarios entre los que se encontraba su tío Cornelio Corona, padre de sus primos Chule (Saúl) y Monche (Salomón), compañeros de caminos, sueños y utopías de sus hijos Mario y Leonel. También hicieron preso a Alejo Petit, hijo de su hermano José del Carmen.
Apresaban a todo aquel que fuera contemporáneo con Mario o que llevara el apellido Petit o que fuera su familiar directo, como Ernesto.

A dos meses del desmantelamiento del Campamento Guerrillero en Cerro Azul, el 23 de marzo de 1.962, ahora todos estaban reunidos de nuevo, Monche, Chule, Erasmo Acosta y Ernesto pero, ahora privados de libertad como consecuencia de sus actos y los de sus hijos…
Era la salitrosa madrugada del sábado 2 de junio de aquel año 62 en Puerto Cabello…
Esa madrugada fue la escogida por un grupo de militares para alzarse en armas contra el gobierno de Rómulo Betancourt...
Era la madrugada en que estalló El Porteñazo, la más dura y sangrienta de todas las insurrecciones armadas que ha tenido el país en toda su historia, que costó centenares de vidas y causó un verdadero trauma nacional.

El Porteñazo…

Para el levantamiento militar, los jefes rebeldes habían seleccionado para el día sábado dos de Junio, para iniciar la asonada. Ya era un golpe develado y, en la base naval ya se tenía conocimiento del levantamiento por lo que, los Comandantes no durmieron la noche del viernes. Como las informaciones del alzamiento no se habían hecho realidad hasta el amanecer, los oficiales de más jerarquía se fueron a sus dormitorios. Es entonces cuando entran en escena el Capitán de Fragata Pedro Medina Silva, Segundo Comandante de la Base Naval; el Capitán de Navío Manuel Ponte Rodríguez, ex–jefe de la Segunda Sección del Estado Mayor Naval, y el Capitán de Corbeta Víctor Hugo Morales, Oficial de la Escuela de Guerra Naval. A las cinco y media de la mañana iniciaron las acciones los rebeldes y a esa hora apresaron a los Capitanes Jesús Carbonell Izquierdo, Guillermo Ginnari Troconis y Porfirio Delgado Colmenares, Comandantes de la Escuadra, de la Base Naval y del Batallón de Infantería de Marina Rafael Urdaneta No.2, respectivamente. También detuvieron al Capitán de Navío Oswaldo Moreno Piña, Comandante de la Primera División de Destructores.

A las siete de la mañana, el aeropuerto fue tomado inmediatamente por fuerzas del gobierno y desde esa hora la ciudad quedo prácticamente sitiada. Adentro estaban los insurrectos; afuera la gente que buscaba por todos los medios combatirlos en el menor tiempo posible. La población corría a sus casa al ser devueltas de sus trabajos y más aún cuando la ciudad se fue llenando paulatinamente de soldados que ocupaban sus posiciones, listos para la guerra.
Las tropas leales al gobierno de Betancourt comenzaron a llegar a Puerto Cabello a las once. Cerca del medio día, los barcos destructores ARV Almirante Clemente, ARV General Morán y ARV Zulia ya fuera de la rada de la base, iniciaron el bombardeo de las instalaciones de la infantería de marina, destruyendo las barracas con los cañones de 40 mm. Los infantes rebeldes sufren tres muertos y diez heridos; el resto se refugia en el castillo Libertador.

Las acciones en tierra comenzaron a la una de la tarde, cuando las fuerzas leales comenzaron el ataque a la ciudad, penetrando por los sectores de La Noria, La Playa y San Millán. Previamente los rebeldes infantes de marina y los guerrilleros habían tomado posiciones desde muy temprano en la mañana para impedir el paso del enemigo.

En la Base Naval después de varias escaramuzas pequeñas, los insurrectos se hacen fuertes en el Fortín Solano (construcción que data de los tiempos de la colonia y que tiene paredes de hasta dos metros de espesor, ubicado en la cima de una montaña), donde según el gobierno, intentaron disparar a El Burro; un viejo cañón de gran calibre ya fuera de servicio.
En la tarde efectivos del Batallón Carabobo con el apoyo de blindados M-8 vuelven a penetrar a la ciudad hasta la estación de bomberos, capturando a varios insurrectos. Al anochecer los paracaidistas tratan de atacar el Fortín Solano junto con la compañía del Batallón Piar pero son severamente rechazados. Ya entradas altas horas de la noche los combates siguieron a pesar de una fuerte lluvia que caía, sin ningún avance para las fuerzas del gobierno. Los principales combates se encontraban en el barrio San Millán; en cuartel del Cuerpo de Bomberos, en el Liceo Miguel Peña y en el Fortín Solano, donde los cadáveres de los paracaidistas formaban una lúgubre alfombra en el barrizal al pie de la montaña.
Las cosas empeoraron para el gobierno cuando en las primeras horas del domingo 3, los tripulantes del destructor ARV Zulia se declaran neutrales y que se niegan a participar en lo que han llamado una lucha fratricida. Pocos minutos después se comunica a Caracas que el destructor se ha declarado en rebeldía. El ARV Zulia amenaza al destructor ARV Almirante Clemente con atacarlo con sus cañones de 114 mm si, este no cesa el fuego contra los infantes de marina. A los minutos siguientes cesa el bombardeo.

A las seis de la tarde, la Fuerza Aérea hace su aparición; bombarderos Canberra y B-25J lanzaron toneladas de bombas sobre el Fortín Solano, que nunca había sido víctima de un ataque de esta naturaleza en sus 300 años de historia. Los cazas F86F Sabre lanzaron más de 24 cohetes incendiarios en varias pasadas. En Puerto Cabello, las fuerzas terrestres leales inician un bombardeo de artillería de campaña de 75 y 105 mm para ablandar las posiciones de los Infantes de Marina. Inmediatamente 16 tanques AMX-13M51 pertenecientes al Batallón Bravos de Apure irrumpen en la ciudad apoyando a los soldados del Batallón Piar. Las fuerzas leales entraron por el Oeste y Este de la ciudad; una tenaza que se cerraría en el corazón de Puerto Cabello.

Detrás de cada tanque caminaban más de veinte soldados. En vista de esta táctica, los insurrectos que se encontraban apostados en las esquinas y rincones de La Alcantarilla no desperdiciaron la oportunidad brindada por quienes comandaban las acciones del gobierno. El primer tanque llegó a la zona sin novedad alguna, el segundo tanque llevaba en la parte posterior cerca de 22 soldados, quienes se resguardaban con el tanque de los posibles ataques frontales, pero dejaban libres los flancos y sus espaldas. De repente el segundo tanque fue emboscado, cayendo muertos casi todos los 22 soldados que iban detrás.

El intenso tiroteo destrozó varios cables y postes del alumbrado y cuando los alambres caían al suelo, se producían chispazos que armonizaban con el sonido de fusiles y ametralladoras. La Alcantarilla se convirtió en un infierno, los infantes de marina en las azoteas de los edificios disparaban a todo lo que se movía, mientras los heridos de la emboscada agonizaban tendidos en la calle en medio del fuego cruzado. Es entonces que el Monseñor Luis María Padilla, párroco de Borburata y Capellán de la Base Naval en una actitud arriesgada entra en medio de la balacera para rescatar a los heridos atrapados.

Los insurrectos se encontraban perfectamente escondidos y camuflajeados dentro de las casas y edificios. Los tanques AMX-13M51 con sus cañones de 76 mm entraron en acción para defender a los soldados caídos. Varias casas fueron parcialmente destruidas por los tanques al dispararles a los rebeldes. Uno de los primeros edificios en ser atacados fue el Liceo Miguel Peña, donde se encontraban más de cincuenta guerrilleros liberados y armados. Los cañones acribillaron la estructura, siendo la primera en ser destruida por los combates. En el Hospital del Seguro Social, los médicos trabajaron sin descanso sábado y domingo. En su huida los rebeldes llegan desde el Liceo hasta el Hospital, entonces los tanques hacen varios disparos pensando que el edificio estaba abandonado y que solo se encontraban los guerrilleros adentro.

Al mediodía del domingo 3, el 60% de Puerto Cabello estaba ya en manos de las fuerzas gubernamentales al mando del Coronel Monch. Se dan las órdenes para perseguir y encontrar a los líderes de la insurrección. En horas de la tarde, los infantes de marina se baten en retirada ante el continuo y rápido avance de los tanques AMX-13 leales.
A las tres de la tarde se inicia el ataque que le da el tiro de gracia a las posiciones rebeldes, combates calle por calle, casa por casa en una operación de limpieza eliminando a los francotiradores que quedaban. Finalmente las operaciones terminaron oficialmente a las siete de la noche.

En su huida varios infantes de marina iban tomando las casas de los civiles (específicamente el barrio La Isla) y allí se vestían de paisanos quitándose hasta la ropa interior que es de color verde y que los podían delatar ante las tropas leales. A la mañana siguiente numerosas familias del lugar abandonan sus hogares y corren en busca de protección de las fuerzas leales, que según los lugareños realizaron ejecuciones a los rebeldes. Unos de los cabecillas de la insurrección, el Capitán de Fragata Pedro Medina Silva es detenido mientras intentaba burlar el cerco de las fuerzas leales al gobierno al no saber el santo y seña. Más tarde, el Capitán de Navío Manuel Ponte Rodríguez se entrega.

En el Liceo Miguel Peña...

Eran 63 los guerrilleros encerrados en el Castillo Libertador de Puerto Cabello. Provenían de diferentes centros de reclusión y estaban a la espera de ser juzgados para conocer su destino. Entre los combatientes guerrilleros detenidos, estaba Ernesto, el alto y fornido agricultor carabobeño detenido después de matarle a su hijo en el desmantelamiento del Campamento de Cerro Azul, cerca de Carabobo. A todo el que, extrañado preguntaba la causa de su permanencia en ese lugar le respondía:

«Yo estoy aquí porque me mataron un hijo guerrillero»
Ernesto lo habían trasladado desde la cárcel de El Vigía en la Guaira y permanecía detenido desde finales de marzo por “averiguaciones de rigor” hechas por el régimen betancourista. Su tío materno Cornelio Corona, su hermano Laureano Petit y su sobrino Alejo Petit, ya habían sido liberados tras ser detenidos con Ernesto por la misma causa.
Entre los guerrilleros estaban los carabobeños Saúl Corona “Chule”, Salomón Corona “Monche” y Erasmo Acosta, el hijo de Diego Acosta.

Los guerrilleros carabobeños venían junto a muchos otros de la isla de La Orchila a donde habían sido trasladados desde el CIFA y un poco antes, desde la cárcel de Aroa donde fueron inicialmente detenidos.
Llegaron a Puerto Cabello en una unidad de transporte militar, encerrados al principio en un ambiente común y, poco después, en algunas de las ocho celdas alineadas al fondo de aquel amplio y tenebroso salón del Castillo Libertador.
Cada celda Era de unos doce metros cuadrados y en cada una, colocaban a cinco o siete presos. El techo de las celdas era semicircular de piedra como los pisos y las paredes, con rejas cortantes por la erosión del salitre del mar Caribe que golpeaba las paredes al otro lado. Los guerrilleros carabobeños fueron colocados en la tercera celda de izquierda a derecha, permaneciendo vacías las dos primeras contiguas.

El estallido del alzamiento militar la madrugada del sábado 2 de junio, para Monche no deparó sorpresa alguna pues, él estaba en conocimiento desde el mismo momento antes de irse para la guerrilla a finales de 1.961. En aquel entonces, se les había puesto en conocimiento de la programación posterior al detalle, del frente guerrillero hasta tres meses después de haberse ido a la montaña: actividades de calle, guerra de guerrillas, toma de ciudades y objetivos estratégicos, alzamientos militares simultáneos en los cuatro puntos cardinales de la nación, etc.

Antes de que saliera el sol de aquel día 2 de junio, los sesenta y tres guerrilleros se apostaron en las rejas de las celdas a hacer bulla y pidiendo a gritos ser liberados para ayudar a pelear a los militares insurrectos.
A las diez de la mañana aproximadamente, “Moralito” (Capitán de Corbeta Víctor Hugo Morales) ordena finalmente la liberación de los guerrilleros presos en el Castillo Libertador, para que se plegaran al alzamiento militar.
Abiertas las rejas de los calabozos, “Moralito” les dio una arenga a los guerrilleros marxistas en la que diferenció claramente la posición ideológica de los militares alzados en armas, de la de los insurgentes liberados:
«¡Nuestro movimiento busca la instauración de un gobierno nacionalista!»
Seguidamente, a cada guerrillero liberado le fue entregado un FN30 y para todo el grupo de combatientes, un cargamento de municiones en unos inmensos y pesados cajones de madera, con unos agarraderos de mecate en dos de sus caras laterales opuestas.

Al tocarle a Ernesto el turno en la fila de presos liberados que recibían el armamento de guerra, saca a relucir la honestidad y la franqueza que lo caracterizó su vida de siete décadas negándose a recibir el fusil:
«No, yo puedo recibir esa arma porque, yo no sé andar con eso…»
Ofreciéndose inmediatamente a colaborar en cualquier otra actividad que fuera:
«Pónganme a hacer otra cosa que yo, con mucho gusto les ayudo»
Y así fue. Le asignaron la tarea de suministrar las municiones a los guerrilleros apostados en los ventanales del edificio que funcionaba como Liceo.

Ipso facto, con la premura de la situación, cargó junto a otro hombre designado para el mismo fin, los pesados cajones de municiones del camión de suministros y pertrechos a la trinchera de lucha de los guerrilleros.
Altagracio era el nombre de aquel hombre de baja estatura (le llegaría a Ernesto por el ombligo), que le pusieron de compañero de tarea. Entre los dos cargaban los pesados cajones de municiones, agarrando cada uno una oreja del cajón con una mano.
Por la notable diferencia de altura entre los dos caleteros circunstanciales, se producía un notable desnivel de la carga, al suspender el cajón en el aire. Sin embargo, eso no fue obstáculo para que los dos encargados de suplir de balas a los guerrilleros, llevaran a cabo su trabajo con gran diligencia. En el fragor de la sublevación y el traqueteo incesante de fusiles, en las carreras cargando el pesado cajón cada uno agarrando un asa de mecate por lado, Ernesto le tocaba a veces pasar por un alto del pavimento, quedando el pequeño Altagracio suspendido en el aire agarrado del cajón…

Aquellas primeras doce horas de intensa actividad, Ernesto no dejaba de recorrer de punta a punta el largo corredor o pasillo donde estaban atrincherados los guerrilleros escupiendo balas contra el ejército.
De pronto, sabrá Dios de dónde, apareció un muchachito en el Liceo, en pleno corredor repleto de guerrilleros apostados disparando a cuanto uniforme militar se movía en las afueras del edificio.
Ernesto al verlo en semejante estado de peligro, se abalanzó sobre él y le dijo con extrema preocupación:

«Muchachito, pero qué hace usted aquí?...»
«Váyase para su casa…»
«¡Su papa debe estarlo buscando!»
El muchachito, que no se inmutaba por el intenso traqueteo ininterrumpido de las metrallas, menos lo hacía con los desesperados exhortos de Ernesto.
Cada vez que regresaba Ernesto de sus recorridos de suministro de proyectiles y se volvía a encontrar al muchachito exclamaba:
«Mijito, toavía usted está aquí?»

Y se ofrecía inútilmente a ayudarlo a salir del liceo por algún pasaje a salvo del grave peligro de una bala perdida.
Una intensa lluvia hizo acto de presencia en la noche mermando la visibilidad en la mira, pero no así la intensidad de la lucha. Adentrada la madrugada, mermaba la claridad pero no las ráfagas de disparos de lado y lado…
Los vidrios de los ventanales del viejo liceo, se caían solos estrellados y desprendidos por los incesantes disparos de fusiles y por las vibraciones de las fuertes explosiones de tanques y bazucas.
Tras más de doce horas de activa participación en el desarrollo del golpe, multiplicada su impresión desde el estallido del golpe en la mañana, estalla en la garganta de Ernesto la sonora sentencia:
«¡Manífica mijitos, guarden balas pa´ mañana!»
Y, así fue Ernesto... se guardaron balas…

Se guardaron para aquel mañana que es hoy y, eran tantas como te pareció entonces que, todavía quedan más balas guardadas para el mañana de hoy…
Aquellas balas que pediste guardar, no solo fueron guardadas sino que, se multiplicaron como los panes de Jesús y se repartieron a lo largo y ancho del tiempo, de la historia, de la patria, como pertrechos para la conciencia revolucionaria, como cápsulas ideológicas repartidas masivamente para alentar la resistencia en cada trinchera de la lucha constante…

Muchas de esas balas de conciencia fueron y siguen siendo disparadas desde tu sentencia en El Porteñazo:
…Las dispararon unos presos políticos que se fugaron por el túnel del cuartel San Carlos,
…las dispararon Dilia Rojas y sus compañeros en La Vaca,
…las dispararon unos Boínas Rojas la madrugada de un cuatro de febrero,
…las dispararon una gente en el Peaje La Peñita y un “gordito con una camisa rosada” en el Canal Ocho un veintisiete de noviembre del mismo,
…las disparó Clodosvaldo con su vertical presencia en el horizonte de la dignidad cuan faro visor en la orientación y la conciencia revolucionaria,
…las disparan sin agotarlas tus “eternas muchachas”: Chica, Cristina, Carmen, Roselena y Senaida, manteniendo con dignidad y firmeza las banderas de Mario y Leonel, de José Amado y José Agustín, de Livia, de Chimiro, de Fabricio, del Che, de Camilo y de Fidel,
…las disparó Iván, siempre diligente en la logística anual del día de los mártires,
…las dispara Chica cada vez que altiva vocea la inquebrantable posición de “la familia”,
…las dispara Carmen con su aguerrida e irreductible posición a la sombra de los protagonistas,
…las dispara Dímas, el eterno guerrillero, vivo ejemplo de consecuencia, firmeza y perseverancia,
…las dispara Argenis con su cuatro arrullando la resistencia con melodías de cuerdas que vibran por el rasgueo de los dedos y el aire en la garganta,
…las dispara Nelson con la activa, silente e incondicional presencia en las filas de la causa familiar…
"Y "tuavía quedan balas guardadas, Ernesto"...

Solo muere quien se olvida...

P/D:
El pasado 11 de marzo celebramos jubilosos el primer centenario de su nacimiento y, el 28 de ese mismo mes, conmemoramos los treinta años de su siembra.



eliezer.corona@gmail.com



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