Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XIII de “El Capital” (XIII)

¿Cuál es la repercusión de la utilización de la maquinaria sobre la cantidad de obreros ocupados?

Todos los expositores responsables de la economía política admiten que la introducción inicial de la maquinaria actúa como una peste con respecto a los obreros de las artesanías y manufacturas tradicionales con las que aquélla, en un primer momento, compite. Casi todos deploran la esclavitud del obrero fabril. ¿Y cuál es el gran triunfo que casi todos ellos sacan de la manga? Que la maquinaria, tras los horrores de su período de introducción y desarrollo, en última instancia aumenta, en lugar de disminuirlo, el número de los esclavos del trabajo! Sí, la economía política se regodea con el teorema horrible para todo "filántropo" que crea en la eterna necesidad natural del modo capitalista de producción de que incluso la fábrica fundada ya sobre la industria maquinizada, tras determinado período de desarrollo, luego de una "época de transición" más o menos prolongada, somete a un trabajo agotador a más obreros de los que en un principio arrojó a la calle.

Es cierto que, como lo demostraban ya algunos casos, por ejemplo, los de las fábricas inglesas que elaboran estambre y seda, cuando la expansión extraordinaria de ramos fabriles alcanza cierto grado de desarrollo, la misma no sólo puede estar acompañada de una reducción relativa del número de obreros ocupados, sino de una reducción en términos absolutos. En 1860, al efectuarse por orden del parlamento un censo especial de todas las fábricas del Reino Unido, la sección de los distritos fabriles de Lancashire, Cheshire y Yorkshire, asignada al inspector Robert Baker, contaba 652 fábricas; de éstas, 570 disponían de 85.622 telares de vapor, 6.819.146 husos, (excluyendo los husos de torcer), 27.439 caballos de fuerza en máquinas de vapor, 1.390 en ruedas hidráulicas y 94.119 personas ocupadas. En 1865, en cambio, las mismas fábricas disponían de 95.163 telares, 7.025.031 husos, 28.925 caballos de fuerza en máquinas de vapor, 1.445 en ruedas hidráulicas y 88.913 personas ocupadas. De 1860 a 1865, por consiguiente, el aumento de telares de vapor representó en esas fábricas un 11 %, el de husos un 3 %, el de fuerza de vapor en caballos un 5 %, mientras que el número de personas ocupadas había decrecido en un 5,5 %. Entre 1852 y 1862 se verificó un considerable crecimiento de la fabricación lanera inglesa, mientras que la cantidad de obreros ocupados se mantuvo prácticamente estacionaria. "Esto demuestra en qué medida tan grande la nueva maquinaria introducida había desplazado el trabajo de períodos precedentes". A fines de diciembre de 1871 el inspector Alexander Redgrave dijo en una conferencia celebrada en Bradford, en la New Mechanics Institution: "Lo que me ha sorprendido desde hace algún tiempo es el aspecto cambiado de las fábricas laneras. Antes estaban colmadas de mujeres y niños; ahora la maquinaria parece efectuar toda la labor. El fabricante, a mi solicitud, me dio la siguiente explicación: <>". En ciertos casos empíricos, el aumento de los obreros fabriles ocupados no es a menudo más que aparente, esto es, no se debe a la expansión de la fábrica ya fundada en la industria mecánica, sino a la paulatina anexión de ramos accesorios. "El aumento entre 1838 y 1858 en el número de los telares mecánicos y en el de los obreros fabriles ocupados en los mismos, se debió por ejemplo, en el caso de la industria algodonera (británica), simplemente a la expansión de este ramo industrial; en las otras fabricas, en cambio, fue originado por la aplicación de fuerza de vapor a los telares de alfombras, cintas, lienzo, etc., impulsados antes por la fuerza muscular humana". De ahí que el incremento de estos obreros fabriles sólo fuera la expresión de una mengua en el número global de los obreros ocupados. Por último, aquí prescindimos enteramente de que en todas partes, excepto en las fábricas metalúrgicas, los obreros adolescentes (menores de 18 años), las mujeres y los niños constituyen el elemento ampliamente preponderante del personal fabril.

Se comprende, no obstante, a pesar de la masa obrera desplazada de hecho y sustituida virtualmente por la industria maquinizada, que con el crecimiento de ésta, expresado en un mayor número de fábricas del mismo tipo o en las dimensiones ampliadas de fábricas existentes, los obreros fabriles pueden ser más numerosos en último término que los obreros manufactureros o artesanos desplazados por ellos. Supongamos que en el viejo modo de producción, por ejemplo, el capital de 500 libras esterlinas empleado semanalmente se compusiera de una parte constante de 2/5 y de una parte variable de 3/5, esto es, que se invirtiesen 200 libras esterlinas en medios de producción y 300 libras esterlinas en fuerza de trabajo, digamos que a razón de 1 libra esterlina por obrero. Al surgir la industria maquinizada, la composición del capital global se transforma. Se divide ahora, por ejemplo, en una parte constante de 4/5 y una parte variable de 1/5, o sea que únicamente se invierten 100 libras esterlinas en fuerza de trabajo. Se despide, por tanto, a dos tercios de los obreros ocupados anteriormente. Si esta industria fabril se expande y el capital global invertido, permaneciendo inalteradas las demás condiciones de producción, aumenta de 500 a 1.500 libras esterlinas, ahora se ocupará a 300 obreros, tantos como antes de la revolución industrial. Si el capital empleado sigue aumentando hasta 2.000 libras esterlinas, se ocupará a 400 obreros, por tanto a 1/3 más que con el viejo modo de producción. En términos absolutos el número utilizado de obreros ha aumentado en 100; en términos relativos, esto es, en proporción al capital global adelantado, ha descendido en 800, ya que en el viejo modo de producción el capital de 2.000 libras esterlinas habría ocupado a 1.200 obreros, en vez de a 400. La disminución relativa del número de obreros ocupados es compatible, pues, con su aumento absoluto. Partíamos más arriba del supuesto de que al crecer el capital global su composición seguía siendo constante, puesto que no se modificaban las condiciones de producción. Pero sabemos ya que con cada progreso del régimen maquinista la parte constante del capital, esto es, la que se compone de maquinaria, materia prima, etc., aumenta, mientras que disminuye la parte variable, invertida en fuerza de trabajo, y sabemos, asimismo, que en ningún otro modo de producción el perfeccionamiento es tan constante, y por tanto es tan variable la composición del capital global. Este cambio constante, sin embargo, es interrumpido de manera también constante por lapsos de reposo y por una expansión meramente cuantitativa sobre la base técnica dada. Aumenta, con ello, el número de los obreros ocupados. Así, por ejemplo, el número de todos los obreros en las fábricas elaboradoras de algodón, lana, estambre, lino y seda del Reino Unido ascendía en 1835 apenas a 354.684, mientras que en 1861 sólo el número de los tejedores con telares de vapor (de uno u otro sexo y de las más diversas edades, a partir de los 8 años) se elevaba a 230.654. Este crecimiento aparece como menos grande si se tiene en cuenta que en 1838 los tejedores manuales británicos del algodón, junto con los familiares ocupados por ellos, eran 800.000, para no hablar de los tejedores desplazados en Asia y en el continente europeo.

En las pocas observaciones que hemos de formular todavía respecto a este punto, nos referiremos en parte a relaciones puramente de hecho, a las que aún no ha conducido nuestra exposición teórica misma.

Mientras la explotación maquinizada se expande en un ramo industrial a costa del artesanado o la manufactura tradicionales, sus éxitos son tan seguros como lo serían los de un ejército que, armado con fusiles de percutor, luchara contra un ejército de arqueros. Ese período inicial en que la máquina conquista por primera vez su campo de acción, es de una importancia decisiva a causa de las ganancias extraordinarias que ayuda a producir. No sólo constituyen éstas, en sí y para sí, una fuente de acumulación acelerada, sino que atraen a la esfera de producción favorecida gran parte del capital social adicional que constantemente está creándose y que pugna por hallar nuevos campos de inversión. Las ventajas particulares del período inicial de fermento y de turbulencia se reiteran constantemente en los ramos de la producción donde la maquinaria se introduce por vez primera. Pero no bien el régimen fabril ha conquistado cierta amplitud de existencia y determinado grado de madurez; no bien, ante todo, su propio fundamento técnico, la maquinaria misma, es a su vez producido por máquinas; no bien se revolucionan la extracción del carbón y el hierro así como la metalurgia y el trasporte y, en suma, se establecen las condiciones generales de producción correspondientes a la gran industria, este modo de producción adquiere una elasticidad, una capacidad de expansión súbita y a saltos que sólo encuentra barreras en la materia prima y en el mercado donde coloca sus propios productos. La maquinaria, por un lado, promueve un incremento directo de la materia prima; de esta suerte, pongamos por caso, la desmotadora de algodón incrementó la producción de algodón. Por otro lado, la baratura de los productos hechos a máquina y los sistemas revolucionados de trasporte y comunicación son armas para la conquista de mercados extranjeros. Al arruinar el producto artesanal de éstos, la industria maquinizada los convierte forzadamente en campos de producción de su materia prima. Así, por ejemplo, las Indias Orientales han sido constreñidas a producir algodón, lana, cáñamo, yute, añil, etc., para Gran Bretaña. La constante conversión en "supernumerarios" de los obreros en los países de gran industria fomenta, como en un invernáculo, la emigración hacia países extranjeros y la colonización de los mismos, transformándolos en semilleros de materias primas para la metrópoli, como se transformó por ejemplo a Australia en un centro de producción lanera: 1846, 21.789.346 libras; 1860, 59.166.616 libras y, 1865, 109.734.261 libras. Se crea así una nueva división internacional del trabajo, adecuada a las principales sedes de la industria maquinizada, una división que convierte a una parte del globo terrestre en campo de producción agrícola por excelencia para la otra parte, convertida en campo de producción industrial por excelencia. Esta revolución va acompañada de profundas transformaciones en la agricultura, de las cuales no habremos de ocuparnos aquí. La enorme capacidad, inherente al sistema fabril, de expandirse a saltos y su dependencia respecto del mercado mundial generan necesariamente una producción de ritmo febril y la consiguiente saturación de los mercados, que al contraerse originan un período de paralización. La vida de la industria se convierte en una secuencia de períodos de animación mediana, prosperidad, sobreproducción, crisis y estancamiento. A raíz de estos cambios periódicos del ciclo industrial, se vuelven normales la inseguridad e inestabilidad que la industria maquinizada impone a la ocupación del obrero y por tanto a su situación vital. Excepto en las épocas de prosperidad, los capitalistas se empeñan en una lucha encarnizada por su participación individual en el mercado. Esta cuota parte se halla en razón directa a la baratura del producto. Además de la rivalidad que esa lucha provoca en cuanto al uso de maquinaria perfeccionada, sustitutiva de fuerza de trabajo, y a la aplicación de nuevos métodos de producción, se llega siempre a un punto en que se procura abaratar la mercancía mediante la reducción violenta del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo.

Como vemos, el aumento en el número de los obreros fabriles está condicionado por un aumento, proporcionalmente mucho más rápido, del capital global invertido en las fábricas. Este proceso, empero, sólo se cumple dentro de los períodos de flujo y reflujo del ciclo industrial. Es, además, interrumpido siempre por el progreso técnico que ora suple virtualmente a los obreros, ora los desplaza de manera efectiva. Este cambio cualitativo en la industria maquinizada constantemente expulsa de la fábrica a obreros o cierra las puertas de la misma al nuevo aflujo de reclutas, mientras que la mera expansión cuantitativa de las fábricas absorbe, junto a los desplazados, a nuevos contingentes. De esta suerte, los obreros se ven continuamente repelidos y atraídos, arrojados dentro de la fábrica y fuera de ella, y esto en medio de un cambio constante en lo que respecta al sexo, edad y destreza de los reclutados.

Las vicisitudes del obrero fabril quedarán expuestas de la manera mejor, si lanzamos una rápida ojeada sobre las vicisitudes de la industria algodonera inglesa.

De 1770 a 1815 la industria algodonera experimentó 5 años de depresión o estancamiento. Durante ese primer período de 45 años los fabricantes ingleses disfrutaban del monopolio de la maquinaria y del mercado mundial. De 1815 a 1821, depresión; 1822 y 1823, prosperidad; 1824, se derogan las leyes de coalición, expansión general de las fábricas; 1825, crisis; 1826, gran miseria y revueltas de los obreros del algodón; 1827, leve mejoría; 1828, gran incremento de los telares de vapor y de la exportación; 1829, la exportación, particularmente a la India, sobrepuja a la de todos los años anteriores; 1830, mercados saturados, situación calamitosa; de 1831 a 1833, depresión sostenida; a la Compañía de las Indias Orientales se la priva del monopolio del comercio con el Extremo Oriente (India y China). 1834, gran incremento de fábricas y maquinaria, escasez de brazos. La nueva ley de pobres promueve el éxodo de los trabajadores rurales hacia los distritos fabriles. Barrido de niños en los condados rurales. Trata de esclavos blancos. 1835, gran prosperidad. Simultáneamente, mueren de hambre los tejedores algodoneros manuales. 1836, gran prosperidad. 1837 y 1838, estado de depresión y crisis. 1839, reanimación. 1840, gran depresión, insurrecciones, intervención del ejército. 1841 y 1842, terribles padecimientos de los obreros fabriles. 1842, los fabricantes echan de las fábricas a la mano de obra para imponer la derogación de las leyes cerealeras. Muchos miles de obreros afluyen a Yorkshire, en donde los rechaza el ejército; sus dirigentes son llevados ante los tribunales en Lancaster. 1843, gran miseria. 1844, reanimación. 1845, gran prosperidad. 1846, primero auge sostenido, luego síntomas de reacción. Derogación de las leyes cerealeras. 1847, crisis. Reducción general de los salarios, en 10 % y más, para celebrar la gran hogaza de pan. 1848, depresión sostenida. Manchester ocupada militarmente. 1849, reanimación. 1850, prosperidad. 1851, precios mercantiles en baja, salarios bajos, frecuentes huelgas. 1852, principia una mejoría. Continúan las huelgas, los fabricantes amenazan con importar obreros extranjeros. 1853, exportación en alza. Huelga de ocho meses y gran miseria en Preston. 1854, prosperidad, saturación de los mercados. 1855, de los Estados Unidos, Canadá y los mercados asiáticos orientales afluye un torrente de noticias referentes a bancarrotas. 1856, gran prosperidad. 1857, crisis. 1858, mejoría. 1859, gran prosperidad, aumento de las fábricas. 1860, apogeo de la industria algodonera inglesa. Los mercados indios, australianos y de otros países se hallan tan saturados, que todavía en 1863 casi no han podido absorber toda la pacotilla. Tratado comercial con Francia. Enorme crecimiento de las fábricas y la maquinaria. 1861, el auge se mantiene durante algún tiempo, reacción, guerra civil norteamericana, escasez de algodón. De 1862 a 1863, colapso total.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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