Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XIII de “El Capital” (X)

¿Contra qué se dirige el combate del obrero al introducirse la maquinaria como modo material de existencia del capital?

La lucha entre el capitalista y el asalariado principia con la relación capitalista misma, y sus convulsiones se prolongan durante todo el período manufacturero. Pero no es sino con la introducción de la maquinaria que el obrero combate contra el medio de trabajo mismo, contra el modo material de existencia del capital. Su revuelta se dirige contra esa forma determinada del medio de producción en cuanto fundamento material del modo de producción capitalista.

Casi toda Europa experimentó, durante el siglo XVII, revueltas de los trabajadores contra el llamado molino de cintas, denominado también molino de cordones o telar de molino, una máquina para tejer cintas y galones. A fines del primer  tercio del siglo XVII un aserradero movido por un molino de viento, instalado por un holandés en las cercanías de Londres, sucumbió debido a los excesos del populacho. Aun a principios del siglo XVIII, en Inglaterra, las máquinas hidráulicas de aserrar superaban a duras penas la resistencia popular, respaldada por el parlamento. Cuando Everet, en 1758, construyó la primera máquina de tundir impulsada por el agua, 100.000 hombres que habían quedado sin trabajo le prendieron fuego al invento. 50.000 trabajadores, que hasta entonces habían vivido del cardado de lana, elevaron una petición al parlamento contra los molinos de carda y las máquinas de cardar. La destrucción masiva de máquinas que tuvo lugar bajo el nombre de movimiento ludista en los distritos manufactureros ingleses durante los primeros 15 años del siglo XIX, a causa sobre todo de la utilización del telar de vapor, ofreció al gobierno antijacobino de un Sidmouth, un Castlereagh, etc., el pretexto para adoptar las más reaccionarias medidas de violencia. Se requirió tiempo y experiencia antes que el obrero distinguiera entre la maquinaria y su empleo capitalista, aprendiendo así a transferir sus ataques, antes dirigidos contra el mismo medio material de producción, a la forma social de explotación de dicho medio.

Las luchas por el salario, dentro de la manufactura, presuponen a ésta y en modo alguno están dirigidas contra su existencia. Cuando se combate la formación de manufacturas, esa lucha está a cargo de los maestros gremiales y de las ciudades privilegiadas, no de los obreros asalariados. Por eso los escritores del período manufacturero conciben la división del trabajo, por lo general, como un medio para suplir virtualmente a obreros, pero no para desplazar efectivamente a éstos. Esta distinción es evidente por sí misma. Si se dice, por ejemplo, que en Inglaterra se requerirían 100 millones de hombres para hilar con ruecas el algodón que ahora hilan 500.000 obreros con la máquina, no significa esto, naturalmente, que la máquina se haya apoderado del lugar de esos millones de seres, que nunca han existido. Significa, únicamente, que se requerirían muchos millones de trabajadores para remplazar la maquinaria de hilar. Si se dice, por el contrario, que en Inglaterra el telar de vapor arrojó a 800.000 tejedores a la calle, no se habla aquí de una maquinaria existente que tendría que ser reemplazada por determinado número de obreros, sino de un número existente de obreros que efectivamente ha sido sustituido o desplazado por la maquinaria. Durante el período manufacturero la base seguía siendo la industria artesanal, aunque disgregada. Debido al número relativamente bajo de trabajadores urbanos legado por la Edad Media, era imposible satisfacer los nuevos mercados coloniales, y las manufacturas propiamente dichas abrían nuevos campos de producción a la población rural, que al mismo tiempo era expulsada de la tierra por la disolución del feudalismo. En ese entonces se destaca más el aspecto positivo de la división de trabajo y de la cooperación en los talleres, gracias a las cuales  los obreros ocupados se volvían más productivos. En algunos países, mucho antes del período de la gran industria, la cooperación y combinación de los medios de trabajo en manos de unos pocos produjeron, aplicadas a la agricultura, revoluciones intensas, súbitas y violentas del modo de producción y por tanto de las condiciones de vida y de los medios de ocupación de la población rural. Pero en un principio, esta lucha se libra más entre los grandes y los pequeños propietarios rurales que entre el capital y el trabajo asalariado; por otra parte, cuando los trabajadores resultan desplazados por los medios de trabajo, ovejas, caballos, etc., actos directos de violencia constituyen aquí, en primera instancia, el supuesto de la revolución industrial. Primero se expulsa de la tierra a los trabajadores, y luego vienen las ovejas. El robo de tierras en gran escala, como en el caso de Inglaterra, crea a la gran industria, por vez primera, su campo de aplicación. En sus comienzos, pues, este trastocamiento de la agricultura presenta más bien la apariencia de una revolución política.

En cuanto máquina, el medio de trabajo se convierte de inmediato en competidor del propio obrero. La auto valorización del capital por la máquina está  en razón directa al número de obreros cuyas condiciones de existencia aquélla aniquila. Todo el sistema de la producción capitalista se funda en que el obrero vende su fuerza de trabajo como mercancía. La división del trabajo unilateraliza esa fuerza de trabajo, la convierte en esa destreza totalmente particularizada que consiste en el manejo de una herramienta parcial. No bien el manejo de la herramienta recae en la máquina, se extingue, a la par del valor de uso, el valor de cambio de la fuerza de trabajo. El obrero se vuelve invendible, como el papel moneda puesto fuera de circulación. La parte de la clase trabajadora que la maquinaria transforma en esta suerte de población superflua, esto es, no directamente necesaria ya para la autovalorización del capital, por un lado sucumbe en la lucha desigual de la vieja industria artesanal y manufacturera contra la industria maquinizada; por otro, inunda todos los ramos industriales más fácilmente accesibles, colma el mercado de trabajo y, por tanto, abate el precio de la fuerza de trabajo a menos de su valor. Para los obreros pauperizados ha de constituir un gran consuelo, en parte, que sus sufrimientos sean sólo "temporales", y en parte, que la maquinaria sólo se apodere gradualmente de todo el campo de producción, con lo cual menguan el volumen y la intensidad de su efecto aniquilador. Un consuelo anula al otro. Donde la máquina hace presa gradualmente en un campo de la producción, produce una miseria crónica en las capas obreras que compiten con ella. Donde la transición es rápida, surte un efecto masivo y agudo. La historia universal no ofrece ningún espectáculo más aterrador que el de la extinción gradual de los tejedores manuales ingleses del algodón, un proceso que se arrastró a lo largo de decenios hasta su desenlace en 1838. Muchos de ellos murieron de hambre, muchos vegetaron largos años con sus familias a razón de 2 1/2 peniques por día. La maquinaria algodonera inglesa, por el contrario, surtió un efecto agudo en las Indias Orientales, cuyo gobernador general verificaba en 1834-1835: "La miseria difícilmente encuentre un paralelo en la historia del comercio. Los huesos de los tejedores de algodón hacen blanquear las llanuras de la India". Seguramente que al apartarlos de este mundo temporal, la máquina no hacía más que ocasionarles "inconvenientes temporales". Por lo demás, el efecto "temporal" de la máquina es permanente, puesto que constantemente se apodera de nuevos dominios productivos. La figura autonomizada y enajenada que el modo capitalista de producción confiere en general a las condiciones de trabajo y al producto de trabajo, enfrentados al obrero, se desarrolla con la maquinaria hasta convertirse en antítesis radical. De ahí que al aparecer la maquinaria estalle, por primera vez, la revuelta brutal del trabajador contra el medio de trabajo.

El medio de trabajo asesina al trabajador. Esta antítesis directa aparece de la manera más tangible, sin duda, dondequiera que la maquinaria recién introducida compita con la industria artesanal o manufacturera tradicionales. Pero en la propia gran industria, el continuo perfeccionamiento de la maquinaria y el desarrollo del sistema automático, operan de manera análoga. "El objetivo constante de la maquinaria perfeccionada es el de reducir el trabajo manual [...] o cerrar un eslabón en la cadena de la producción fabril, sustituyendo aparatos humanos por aparatos de hierro". "La aplicación de fuerza de vapor e hidráulica a maquinaria hasta ahora movida por la mano del hombre, es un acontecimiento de todos los días... Los pequeños perfeccionamientos en la maquinaria que tienen por objeto economizar fuerza motriz, mejorar el producto, aumentar la producción en el mismo tiempo o desplazar a un niño, a una mujer o un hombre, son constantes, y aunque al parecer no tengan gran trascendencia, sus resultados son importantes, sin embargo". "Cuando quiera que una operación exige mucha destreza y una mano segura, se la retira lo más pronto posible de las manos del obrero, demasiado diestro y a menudo proclive a irregularidades de todo tipo, para confiarla a un mecanismo peculiar, tan bien regulado que un niño puede vigilarlo". El señor A. Sturrock, superintendente del departamento de máquinas del Great Northern Railway, dice con respecto a la construcción de máquinas (locomotoras, etcétera): "Cada día se utilizan menos los costosos  obreros ingleses. La producción [...] aumenta gracias al uso de instrumentos perfeccionados, y estos instrumentos, a su vez, son servidos por un tipo inferior de trabajo... Anteriormente, el trabajo calificado producía necesariamente todas las piezas de las máquinas de vapor. Trabajo menos calificado, pero con buenos instrumentos, produce ahora esas partes... Entiendo por instrumentos las máquinas empleadas en la construcción de máquinas". "En el sistema automático el talento del obrero es desplazado progresivamente". "El perfeccionamiento de la maquinaria no sólo requiere una reducción en el número de los obreros adultos ocupados para alcanzar determinado  resultado, sino que sustituye una clase de individuos por otra clase, los más calificados por los menos calificados, adultos por jóvenes, hombres por mujeres. Todos estos cambios ocasionan fluctuaciones constantes en la tasa del salario". "La maquinaria incesantemente arroja de la fábrica obreros adultos". El impetuoso avance del sistema maquinista bajo la presión de una jornada laboral reducida, nos había mostrado la extraordinaria elasticidad adquirida por el mismo gracias a la experiencia práctica acumulada, a la escala preexistente de los medios mecánicos y al constante progreso de la técnica. Pero en 1860, el año en que la industria algodonera inglesa alcanza el cenit, ¿quién habría previsto los arrolladores perfeccionamientos de la maquinaria y el consiguiente desplazamiento de trabajo manual, provocados por los tres años siguientes bajo el acicate de la guerra civil norteamericana? Baste con algunos ejemplos que nos proporcionan los informes oficiales de los inspectores fabriles ingleses. Un fabricante de Manchester declara: "En vez de 75 máquinas de cardar ahora sólo empleamos 12, que nos proporcionan la misma cantidad de producto, de calidad igual, cuando no superior... El ahorro en salarios asciende a  10  libras esterlinas por semana, y el desperdicio de algodón ha disminuido en un 10 %". En una fábrica manchesteriana de hilados finos, "acelerando la marcha de la maquinaria e introduciendo diversos procesos automáticos, se suprimió en un departamento 1/4 y en otro más de 1/2 del personal obrero, mientras que el reemplazo de la segunda máquina de cardar por la máquina peinadora redujo considerablemente el número de brazos empleados antes en el taller de cardado". Otra hilandería estima en 10 % su ahorro general de "brazos". Los señores Gilmore, propietarios de una hilandería en Manchester, declaran: "En nuestro departamento de soplado estimamos que la economía de brazos y salario, efectuada gracias a la introducción de maquinaria nueva, alcanza holgadamente a un tercio... En los talleres de máquinas de devanar y estirar tenemos 1/3 menos de gastos y brazos; en el taller de hilado, aproximadamente 1/3 menos en gastos. Pero esto no es todo: cuando nuestro hilado pasa a los tejedores, es de una calidad tan superior, gracias al empleo de la maquinaria nueva, que producen más y mejores tejidos que con el hilado fabricado por las viejas máquinas". El inspector fabril Alexander Redgrave observa a este respecto: "La reducción en el número de obreros progresa rápidamente, mientras que la producción aumenta; en las fábricas laneras se inició hace poco, y prosigue aún, una nueva reducción de la mano de obra; pocos días atrás me dijo un maestro, residente en Rochdale, que la gran merma en la asistencia a la escuela de muchachas no sólo se debe a la presión de la crisis, sino además a los cambios introducidos en la maquinaria de las fábricas laneras, a consecuencia de los cuales se había operado una reducción media de 70 obreros de medio tiempo". 

"De 1861 a 1868, pues, desaparecieron 338 fábricas algodoneras; esto es, una maquinaria más productiva y más amplia se concentró  en las manos de un número menor de capitalistas; el número de los telares de vapor disminuyó en 20.663, pero al mismo tiempo aumentó  su producto, de tal modo que un telar perfeccionado producía ahora más que antes uno viejo. Por último, el número de husos aumentó en 1.612.547, mientras que disminuía el de obreros ocupados en 50.505. El progreso rápido y sostenido de la maquinaria acrecentó y consolidó, pues, la miseria "temporal" con la que la crisis algodonera abrumó a los obreros". 

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Nicolás Urdaneta Núñez


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