Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XIII de “El Capital” (III)

¿Cuáles son las consecuencias de la revolución en el modo de producción de la industria y la agricultura?

En cuanto sistema organizado de máquinas de trabajo que sólo reciben su movimiento de un autómata central, por medio de la maquinaria de trasmisión, la industria maquinizada reviste su figura más desarrollada. La máquina individual es desplazada aquí por un monstruo mecánico cuyo cuerpo llena fábricas enteras y cuya fuerza demoníaca, oculta al principio por el movimiento casi solemnemente acompasado de sus miembros gigantescos, estalla ahora en la danza locamente febril y vertiginosa de sus innumerables órganos de trabajo.

Las mules, las máquinas de vapor, etc., existieron antes que hubiera obreros cuya única ocupación fuera fabricar máquinas de vapor, mules, etc., del mismo modo que el hombre ha usado vestidos antes que hubiera sastres. No obstante, sólo fue posible llevar a la práctica los inventos de Vaucanson, Arkwright, Watt, etc., porque esos inventores encontraron una considerable cantidad de hábiles mecánicos, puestos a su disposición por el período manufacturero. Una parte de esos trabajadores se componía de artesanos independientes que practicaban diversos oficios; otra parte estaban concentrados en las manufacturas, donde, como ya hemos mencionado, imperaba una división del trabajo particularmente rigurosa. Al multiplicarse los inventos y crecer la demanda por las máquinas recién inventadas se desarrolló cada vez más, por una parte, la diferenciación de la fabricación de máquinas en múltiples ramos independientes, y por otra la división del trabajo en las manufacturas dedicada a la construcción de máquinas. Vemos aquí en la manufactura, pues, la base técnica directa de la gran industria. Aquélla producía la maquinaria con la que ésta, en las esferas de la producción de las que se apoderó primero, suprimía la industria artesanal y manufacturera. La industria maquinizada se elevó así, de un modo natural, sobre una base material que le era inadecuada. Al alcanzar cierto grado de desarrollo, dicha industria se vio forzada a trastocar esta base a la que primero había encontrado ya hecha y que luego se había seguido perfeccionando bajo su antigua forma y a crearse una nueva base que correspondiera a su propio modo de producción. Así como la máquina individual se mantuvo en el raquitismo mientras su fuerza motriz fue exclusivamente la humana, y así como el sistema de las máquinas no se pudo desarrollar libremente hasta que la máquina de vapor sustituyó a las fuerzas motrices preexistentes animal, eólica e incluso hidráulica, la gran industria vio entorpecido su desarrollo pleno mientras su medio de producción característico, la máquina misma, debía su existencia a la fuerza y la destreza personales, dependiendo por tanto del desarrollo muscular, de la agudeza visual y el virtuosismo manual con que el obrero parcial, en la manufactura, y el artesano, fuera de ella, manejaban su minúsculo instrumento. Prescindiendo del encarecimiento de las máquinas a consecuencia de este origen, circunstancia que domina como motivo consciente al capital, la expansión de la industria ya maquinizada y la penetración de la maquinaria en nuevos ramos de la producción quedaban estrictamente condicionadas por el crecimiento de una categoría de obreros que, a causa de la índole semiartística de su labor, sólo podía aumentar de manera paulatina, y no a saltos. Pero al alcanzar cierto grado de desarrollo, la gran industria entró en conflicto también en el plano técnico con su base artesanal y manufacturera. Dimensiones crecientes de las máquinas motrices, del mecanismo de trasmisión y de las máquinas-herramientas; mayor complicación, multiformidad y precisión más exacta de sus componentes, a médida que la máquina-herramienta se emancipaba del modelo artesanal que en un principio había presidido su construcción y adquiría una figura libre, determinada tan sólo por su cometido mecánico; perfeccionamiento del sistema automático y empleo cada vez más inevitable de un material más difícil de domeñar por ejemplo el hierro, en lugar de la madera; la solución de todos estos problemas, surgidos como resultado de un proceso natural, tropezaba en todas partes con limitaciones individuales, que incluso el personal obrero combinado en la manufactura sólo superaba en grado, pero no en esencia. La manufactura no podía suministrar máquinas como la moderna prensa de imprimir, el telar moderno de vapor y la moderna máquina de cardar.

Trastocar el modo de producción en una esfera de la industria implica trastocarlo en las demás. Esto es válido ante todo para esos ramos industriales que están aislados por la división social del trabajo, de modo que cada uno de los mismos produce una mercancía independiente, pero entrelazados sin embargo en cuanto fases de un proceso global. Así, por ejemplo, la hilandería mecánica creó la necesidad de la tejeduría mecánica, y entre ambas hicieron necesaria la revolución químico-mecánica en el blanqueado, el estampado y la tintorería. Así, también, la revolución en la hilandería de algodón provocó el invento de la desmotadora para separar de la semilla las fibras del algodón, posibilitando así por vez primera que la producción de algodón se efectuara en la gran escala requerida en esta época. Pero la revolución en el modo de producción de la industria y la agricultura hizo necesaria también, sobre todo, una revolución en las condiciones generales del proceso social de producción, esto es, de los medios de comunicación y de trasporte. Así como los medios de comunicación y de trasporte de una sociedad cuyo pivote, si se nos permite emplear una expresión de Fourier, eran la agricultura en pequeña escala junto a su industria doméstica subsidiaria y las artesanías urbanas, no podían satisfacer en modo alguno las necesidades productivas del período manufacturero, con su división ampliada del trabajo social, su concentración de medios de trabajo y de obreros y sus mercados coloniales, motivo por el cual fueron efectivamente revolucionados; así también los medios de trasporte y de comunicación legados por el período manufacturero pronto se convirtieron en trabas intolerables para la gran industria, con su celeridad febril en la producción, su escala gigantesca, su constante lanzamiento de masas de capital y obreros de una a otra esfera productiva y sus flamantes conexiones con el mercado mundial. De ahí que, prescindiendo de la navegación a vela, radicalmente revolucionada, un sistema de vapores fluviales, ferrocarriles, vapores transoceánicos y telégrafos fue adaptando paulatinamente el régimen de las comunicaciones y los trasportes al modo de producción de la gran industria. Pero, a su vez, las descomunales masas de hierro que ahora había que forjar, soldar, cortar, taladrar y modelar, exigían máquinas ciclópeas que la industria manufacturera de construcción de máquinas no estaba en condiciones de crear.

La gran industria, pues, se vio forzada a apoderarse de su medio característico de producción, esto es, de la máquina misma, y producir máquinas por medio de máquinas. Comenzó así por crear su base técnica adecuada y a moverse por sus propios medios. Con el desenvolvimiento de la industria maquinizada en los primeros decenios del siglo XIX, la maquinaria se apoderó gradualmente de la fabricación de máquinas-herramientas. Sin embargo, sólo durante los últimos decenios la construcción de enormes ferrocarriles y la navegación transoceánica de vapor provocaron la aparición de máquinas ciclópeas empleadas para fabricar los primeros motores.

La condición esencial de producción para fabricar máquinas por medio de máquinas era la existencia de una máquina motriz capaz de desarrollar cualquier potencia energética y que, al mismo tiempo, fuera perfectamente controlable. Existía ya: la máquina de vapor. Pero, a la vez, había que producir por medio de máquinas formas geométricas precisas como líneas rectas, planos, círculos, cilindros, conos y esferas, necesarias para las diversas partes de las máquinas. Henry Maudslay resolvió este problema, en el primer decenio del siglo XIX, con su invento del soporte de corredera, que pronto fue convertido en automático, aplicándoselo, bajo una forma modificada, a otras máquinas de construcción y no sólo al torno, para el que en un principio se había destinado. Este aparato mecánico no sustituye una herramienta particular cualquiera, sino la propia mano humana que produce una forma determinada aplicando, ajustando y dirigiendo los filos de los instrumentos cortantes, etc., contra o sobre el material de trabajo, por ejemplo el hierro. Así se logró producir las formas geométricas de las partes individuales de las máquinas "con un grado de facilidad, precisión y celeridad que no podía alcanzar la experiencia acumulada por la mano del obrero más diestro".

Si consideramos ahora aquella parte de la maquinaria empleada en la construcción de máquinas que constituye la máquina-herramienta propiamente dicha, veremos que reaparece aquí el instrumento artesanal, mas en dimensiones ciclópeas. La parte operante de la máquina de perforar, por ejemplo, es un inmenso taladro movido por una máquina de vapor, sin el cual, a la inversa, no podrían producirse los cilindros de las grandes máquinas de vapor y de las prensas hidráulicas. El torno mecánico es la regeneración ciclópea del torno corriente de pie; la cepilladora, un carpintero de hierro que trabaja en el metal con las mismas herramientas que el carpintero común aplica a la madera; el instrumento que en los astilleros de Londres corta las chapas, una gigantesca navaja de afeitar; las hojas de la cizalla mecánica que corta el hierro con la misma facilidad que la tijera del sastre el paño, una tijera monstruosa, mientras que el martinete de vapor opera con una cabeza de martillo ordinaria, pero de tal peso que no podría manipularlo ni el propio Tor. Uno de estos martinetes de vapor, que son un invento de Nasmyth, pesa por ejemplo más de 6 toneladas y se precipita en caída perpendicular de 7 pies sobre un yunque de 36 toneladas de peso. Pulveriza como jugando un bloque de granito, pero es capaz, con no menor facilidad, de hundir un clavo en madera blanda mediante una serie de golpes asestados suavemente.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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