Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo VIII de “El Capital” (XXVIII)

¿Cómo el capitalista justifica el estiramiento de la jornada de trabajo, el aumento de los precios y la disminución de los salarios?

A lo dicho por Postletwayt, contesta el autor de Essay on Trade and Commerce: “Si se considera como una institución divina la de santificar el séptimo día de la semana, de ello se infiere que los seis días restantes se deben al trabajo (quiere decir, como enseguida se verá, al capital), y no se puede tildar de cruel a quién imponga este precepto divino. Que la humanidad tiende en general, por naturaleza, a la comodidad y a la inercia, es una fatal experiencia que podemos ver comprobada en la conducta de la plebe de nuestras manufacturas, a la que, por término medio, no hay modo de hacer trabajar más de 4 días a la semana, salvo en los casos en que encarecen las subsistencias. … Supongamos que un bushel de trigo represente todos los artículos de primera necesidad del obrero, cueste 5 chelines y el obrero gane 1 chelín diario de jornal. En estas condiciones, le bastará con trabajar 5 días de la semana y 4 solamente si el bushel se cotiza a 4 chelines. … Pero como en este reino los salarios, comparados con el precio de las subsistencias son mucho más altos, el obrero que trabaje 4 días obtendrá un remanente de dinero con el que podrá vivir sin trabajar el resto de la semana…. Creo haber dicho lo bastante para demostrar que el trabajar moderadamente 6 días a la semana no es ninguna esclavitud. Nuestros obreros agrícolas lo hacen así y son, a juzgar por todas las apariencias, los más felices de todos los jornaleros, también lo hacen los holandeses en las manufacturas y son, al parecer, un pueblo muy feliz. Los franceses hacen otro tanto, cuando no se ponen de por medio los numerosos días de fiesta. Pero, a nuestra chusma se le ha metido en la cabeza la idea fija de que por el mero hecho de ser ingleses gozan del privilegio de nacimiento de ser más libres y más independientes que los obreros de cualquier otro país de Europa. No negamos que esta idea encierra utilidad, en la parte en que influye en la bravura de nuestros soldados; pero cuanto menos incurran en ello los obreros de las manufacturas más saldrán ganando ellos mismos y el Estado. Los obreros no debieran considerarse nunca independientes de sus superiores. …. Es extraordinariamente peligroso dar alas a la chusma en un estado comercial como el nuestro, en el que, de las 8 partes que forman la población total del país, hay tal vez 7 que no tienen la menor propiedad o que sólo poseen bienes insignificantes… El remedio no será completo hasta que nuestros pobres industriales se resignen a trabajar 6 días por la misma suma de dinero que hoy ganan trabajando 4. Con este fin y con el de “extirpar la holgazanería, el libertinaje y los sueños románticos de libertad”, así como, para disminuir las tasas de beneficencia, fomentar el espíritu industrial y reducir el precio del trabajo en las manufacturas”, este héroe del capital propone el remedio acreditado de encerrar en una “casa de trabajo ideal” a los obreros que vengan a parar al regazo de la beneficencia pública, o, dicho en otros términos, a los pobres. “Esta casa deberá organizarse como una “Casa de Terror”. En esta “Casa de Terror” o “Casa de Trabajo ideal” se deberá trabajar “14 horas diarias, aunque descontando el tiempo necesario para las comidas, de tal modo que queden libres 12 horas de trabajo”.

¡12 horas diarias de trabajo, en la “Casa de Trabajo ideal” o Casa del Terror de 1770! Sesenta y tres años más tarde, en 1833, cuando el parlamento inglés, en 4 ramas fabriles, rebajó a 12 horas completas de trabajo la jornada de trabajo para los niños de 13 a 18 años, parecía haber llegado la hora final de la industria inglesa. En 1852, cuando Luis Bonaparte intentó ganar terreno a la manera burguesa zarandeando la jornada legal de trabajo, el pueblo obrero francés gritó, como un solo hombre; “¡La ley reduciendo la jornada de trabajo a 12 horas es lo único que nos quedaba de la legislación de la república!” En Zurich se reduce a 12 horas de trabajo para niños de más de 10 años: en 1862, Aargau rebaja de 12 horas y media a 12 la jornada de trabajo de los niños de 13 a 16 años; en Austria se implanta la misma reforma en 1870 para chicos entre 14 y 16 años. ¡Qué “progresos desde 1770”!, exclamaría entusiasmado, Macaulay.

Pocos años después, aquella “Casa de Terror” para pobres con que todavía soñaba en 1770 el capital, alzábase como gigantesca “Casa de Trabajo” para albergar a los propios obreros de las manufacturas, con el nombre de fábrica. Y esta vez, el ideal palidecía ante la realidad.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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