Del país profundo: El Arte Mayor de "Chelías" Villarroel en Margarita (II)

Las primeras vihuelas que llegaron a esta geografía de ultramar en el año 1529 cambiarían sus moldes con los siglos. De sus bocas nacieron otros sonidos y otras profecías cultivadas en el oleaje Caribe. Una mezcla de bandolas y guitarras, cuatros y bandolines de tensas cuerdas se reconocieron en los surcos de la tierra margariteña. Una mezcla de sangres. Sobre la marcha, poetas y músicos unieron sus pulsos, ensancharon sus deseos y ejecutaron su arte con nuevas invenciones que todavía mantienen reminiscencias del lejano tañido de muy nobles señores.

Entre media noche de Puntos y media noche de Galerones, el cantor “Chelías” Villarroel iba dejando manifiestos y saludos a la concurrencia de aquella isla que esperaba ansiosa su turno en los más afamados Velorios de Cruz, en La Guardia, El Copey, Los Robles, El Cerrito, El Mamey. Era mayo. La lengua voladora del contrapunteo quedaría clavada en el Galerón y aquel Punto magnífico y de lejanías se fue perdiendo entre tantas estampidas. Dejó de oirse. Ya venía herido por la flecha sutil de los improvisadores de la décima. “Chelías” sin embargo no lo apartó de sus delirios. Se lamenta de tanto olvido y le sigue dando soplo a su esencia y a distintas composiciones del arte mayor que ya no son de otras gargantas. Escoge seis versos entrañables y seis renglones endecasílabos donde la rima rompe su formal principio y toma cuerpo el Fragmento hermoso que brota de su voz y hace lucir mucho más sus ojos claros.

“Por fin el horizonte se tiñó en negrura”
“Y todo fue quedando en el olvido”
“Qué fácil se derrumba el solitario nido”
“Cuando han fenecido las ternuras”
“Se vive contemplando las alturas”
“Y anhelando luchas que ya se han perdido”

Todo el país lo recorrió “Chelías” Villarroel con sus cantos. Primero con Francisco Mata y el conjunto Los Guaiqueríes, luego con Francisco Real y el conjunto Nueva Esparta, también con “Chilo” Lunar y más tarde con su propio conjunto Madreperla. De tantos andares recuerda mucho la travesía que hicieron a la cordillera andina, y por supuesto, ese inigualable público sumado en miles de personas que cada año le esperaba en la Casa Nueva Esparta de El Tigre y en su plaza Bolívar para escuchar las aclamadas improvisaciones desafiando la historia de Grecia y de Homero, la guerra de Troya, la escalera de la mitología, además la naturaleza de la botánica, las matemáticas y su sistema métrico y aritmético, la gramática más brava y otras inalcanzables y privilegiadas formas del reto, cristalizado en la composición de los galerones nocturnos. Así se cantaba, siempre con firme imaginación.

La rima y la sinalefa de los versos eran esenciales en la sustancia de aquellos “mano a mano”. Existía una calidad de escalas en los elementos mitológicos que siempre manejó “Chelías” por reveladoras lecturas de los más universales clásicos incorporados al centellante desafío. Podían ser el príncipe que tenía cien ojos o el perro de tres cabezas sumergidos en el canto. Siempre él estaría más adelantado que sus contendores con reiteradas menciones de la Ilíada, de la Odisea, de la Biblia. La derrota atragantaba a los sorprendidos improvisadores, sin respuesta precisa, por mucho que escarbaran en la noche.

De un hogar adonde se llegaba nadando viene este eterno cantador que conoció los oficios de navegante, zapatero, carpintero, agricultor y hombre de la pesquería. Bruna Marcano de Villarroel, casada con José Villarroel (que fue gran marino y contramaestre de barco) procreó a ese hijo junto a cinco más. Y él, sumergido en la inocencia se enamoró de la poesía. La madre le ocultaba al niño el temblor de las palabras sobre el papel, haciéndole sentir que era pecado, pero escribía y escribía como el que va colocando un ladrillo tras otro en una gran pared. Fue a una escuela que detestó y llegó al tercer grado con los maestros Modesto Marcano y Tomasito Yánez en una de las épocas de mayor pobreza de Margarita. Tendría diez años cuando abandonó para siempre aquel sitio de enseñanzas y en una vuelta de manubrio se trajo su primera décima dedicada a los pobres y a los recuerdos de infancia que sigue atesorando.
“¡Oh vida libre la mía”
“Vida sobria y tierna mucha”
“Coraje para la lucha”
“Ensueño y melancolía”
“Qué del pobre se diría”
“Que si le duele su alma”
“Cuando su voz nos alarma”
“Erguida vibrante y sola”
“Como bandera tremola”
“Sobre la tierra la palma”

Cuando quiso hacerse hombre seguía con la costumbre de esconder en la funda de una almohada todos los versos de su existencia solitaria. Aquel estuche de tela estaba repleto de escrituras y de artificios. Por eso nunca ha olvidado la fecha en que Bruna Marcano de Villaroel decidió quemar la poesía que tanto acariciaba junto al lecho, como tampoco deja de citarnos la huella de tristeza que al poco tiempo le causó la pérdida de esa madre tan amada.

Golpes y más golpes se suman al lamento. Recién vestido de luto, fallece una hermana y ocho días más tarde lo aprisiona la desaparición de su primera hija. Atado a la vida y atado a la muerte, “Chelías” Villarroel quiso casarse cuando tenía apenas 16 años y por cosas del destino logró que modificaran sus señas de identidad para demostrar que llegaba a los 18. Verdaderamente no había nacido en 1924 como dicen sus documentos personales, su fecha real de nacimiento debió ser el año 1922. Así se casó, sin imaginar las proporciones de una desdicha que seguiría ocultando con el tiempo detrás de la música. De ese matrimonio fueron muriendo uno a uno los primeros ocho hijos. Eran los niños de su adoración. A pesar del dolor que lo hostiga no se pierde en el vacío. “Hoy te vuelvo a cantar mi Margarita”.

Su salvación fue la poesía pegada al cuerpo de la noche, cantándole a la Cruz del Sur que era la Cruz del cielo, la poesía que lo hacía pensar “…porque creo que al comienzo toda la naturaleza cantó, de todas partes surgió la poesía, cantó la flora, cantó la cascada, cantó el viento que silbó y cantó en la gracia de las grandes aves para que también le cantaran al hombre primitivo que le dio por sonar dos piedras o dos pedazos de madera y ver como afloraban sus sentimientos, y quién sabe si chillaba como un mono o rugía como un tigre en su primer canto de hombre…” . Es la proclama del guerrero “Chelías” Villarroel, el de las palabras de altísima embriaguez que hace canciones desde cualquier espacio de la naturaleza, un árbol, un pájaro en su nido o volando sobre el mar, una salina por muy difícil que resulte con la poca luz, cuando “la tarde entrega su roja indumentaria”.

“La tarde entrega su roja indumentaria”
“Y ofrece su esplendor la media luna”
“Y una garza triste y solitaria”
“Una lira sonora y cadenciosa”
“En el fondo marino tintinea”
“Y una garganta suave y melodiosa”
“Imita al ruiseñor cuando gorjea”

Este reflejo de su paisaje margariteño que suena y pinta el anteojo de la noche lo escribió desde la salina, entre Juan Griego y La Piedra y no estuvo conforme al lograr solo esos versos apoyado en las lecciones que le dio el viento, pero al tercer día, cuando caminaba de un pueblo a otro y las palabras se hacían más lejanas y la tarde sudada tenía otra cara, entonces esgrimió de nuevo los versos y completó la tarea de la canción.
“Un viejo trovador clavando la mirada”
“En el cielo azul del amplio firmamento”
“Llevando con su alma enamorada”
“Un mensaje de amor, un pensamiento”
“Este paisaje criollo madre mía”
“Es un mensaje que jamás fenece”
“La Jota que se canta todavía”
“Y un efluvio de sol cuando atardece”.

Chelías Villarroel. Juan Griego 2006. Colección CDC
Credito: Rafael Salvatore





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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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