El Estado y la economía

Los servicios públicos gerenciados por el Estado son también un medio de distribución del ingreso, por cuanto su finalidad no es el lucro, sino procurar su utilización por la mayor parte de la población, entre ella la más empobrecida. El precio del servicio para el usuario debe estar en función de su costo de producción y no del rendimiento de la inversión. La prestación de esos servicios por parte del sector privado ocasiona un aumento desmesurado de los precios. Los altos intereses bancarios que el privado debe pagar por sus créditos para la inversión forman, igualmente, parte de los costos de producción y la renta de la inversión privada, generalmente exorbitante, también será pagada por el usuario.

La ineficiencia de los organismos públicos en la administración de un servicio se detecta por medio de los déficits anuales que registran al no cubrir sus costos de producción y que, finalmente, cancela el fisco nacional; los causados en la administración del sector privado, en condiciones monopólicas, se ocultan con el aumento de los precios que tendrá que soportar la población.

El Estado debe participar en la economía de una nación para promover el desarrollo, donde el sector privado no debe, no puede o no desea. No debe, por ejemplo, en algunas industrias estratégicas y las que encarecen innecesariamente el costo de la vida. No puede, por las grandes inversiones que se requieran, como las industrias básicas y las de mucho riesgo. O no desea, por darse prioridad a inversiones más productivas y de menor riesgo.

La mala calidad de un servicio público no depende de que sea administrado por el Estado o por el sector privado. Hay gobiernos mediocres e incapaces; como hay sectores privados incompetentes, como la Fedecámaras golpista.

La participación del Estado en el desarrollo económico de un país generalmente se debe a razones pragmáticas, no ideológicas. En Europa la intervención del Estado en la economía no ha sido motivada por razones doctrinarias, si acaso, las nacionalizaciones en Inglaterra cuando el partido laborista llegaba al poder y en la Francia de Mitterand en los comienzos de su gobierno.


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Manuel Quijada


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