Con miedo a los acuerdos

Tengo miedo de mirar mi dolor.

No vaya a ser que me quede demasiado grande.

Ricardo Güiraldes

Es probable que en este bendito país llamado Venezuela cada vez que se habla de llegar a algún acuerdo haya motivos para preocuparse. La historia ha enseñado que cuando se recurre a este argumento para solucionar alguna situación crítica la consecuencia es que muchas veces la solución es peor que el problema. O dicho de otra manera: el remedio es peor que la enfermedad.

De esta manera, Cipriano Castro, terminando el siglo XIX, se puso de acuerdo con su amigo Juan Vicente Gómez para venirse de Los Andes hasta Caracas para restaurar la Constitución que, según su entender, había sido vulnerada y hacía falta alguien que le diera el lugar que merecía. Como resultado de esto fue que a la postre su compañero de armas se quedó con el gobierno y terminó estableciendo una dictadura que duró casi treinta años. De modo que, con la excusa de restaurar la Constitución, lo que se logró a largo plazo fue precisamente que la misma que una vez defendieron fuese abolida varias veces para modificarla según las conveniencias del momento.

Luego, años después, Rómulo Betancourt acordó con algunos militares que era necesario que se hiciera más por la democracia y por eso confabularon para salir del gobierno de Isaías Medina Angarita. El resultado desastroso de esta acción fue que luego de éste trato los militares se adueñaron del poder y, con su líder Marcos Pérez Jiménez, terminaron implantando un gobierno que no fue precisamente muy democrático.

Posteriormente, el mismo Rómulo Betancourt, quizás ya con la lección aprendida, se puso de acuerdo con otros políticos de entonces, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, para firmar un pacto que les permitiera gobernar cómodamente en algo que ellos denominaron democracia representativa y que les permitió andar a sus anchas en las riendas del poder durante unas cuantas décadas en las que quienes se sentían representados por ellos no se trató ciertamente de las mayorías que decían defender.

Es así como surge en la escena política venezolana Hugo Chávez y, la verdad, resulta difícil imaginar lo que tuvo que hacer para sortear la dura realidad política del país en la que seguramente le llovieron propuestas de acuerdos con tales o cuales sectores que supuestamente intentaban beneficiar a la población. Acuerdos que se sabe, según la tradición política venezolana, a la larga serían peores curas que la enfermedad y además, por supuesto, más de uno entrampándolo políticamente.

Con la llegada de Nicolás Maduro al poder surge, desde el principio, la posibilidad de establecer acuerdos que garantizaran la gobernabilidad del país. Y, al parecer, ésta ha sido la tónica que se ha tratado de mantener durante su gestión con el único detalle de que, paradójicamente, con cada acuerdo firmado, la posibilidad de su gobernabilidad se desdibuja más y más.

Al respecto, creemos que la percepción que se tiene, es que Maduro ha tomado como centro de sus acuerdos a quienes precisamente están más interesados en sabotearlo que en otra cosa y a quienes menos lo reconocen como Presidente de la República que es.

Se sabe que parte del ejercicio de la política es lograr la concertación entre dos partes que tienen intereses o posiciones contrapuestas. Pero esta concertación, esta búsqueda de entendimiento tan necesaria en nuestros tiempos, no puede partir de la negación absoluta de una de las partes a reconocer la autoridad de la otra, por lo que ya eso es una causa para que de plano ni siquiera se considere una posibilidad de sentarse a negociar o a suscribir algún trato.

Lo peor de todo es que en el medio está el venezolano común y corriente que tiene que ver cómo resolver su día a días mientras hay quienes solapadamente mueven sus fichas en una apuesta que lejos de buscar beneficiar a la población cada vez la somete a mayores penurias.

Esa búsqueda de acuerdos a conveniencia es una realidad bastante dolorosa que nos ha afectado durante todos estos años y, desafortunadamente, hay muchos que todavía se niegan a ver lo negativo de ella quizás, como dijo el poeta, por miedo a que les produzca un dolor demasiado grande.



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Marcos Henriquez

Licenciado en Historia. Investigador y docente universitario.

 henriquezm1970@gmail.com

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