Extrema izquierda, corrupción, crisis y Navidad

Recuerdo que una vez el comandante Hugo Chávez afirmó que la ultra izquierda le había hecho mucho daño al Socialismo. Habló de grupos anárquicos que, supuestamente, apoyaban a Salvador Allende y terminaron haciéndole el juego a la conspiración, al ser infiltrados por los organismos de inteligencia estadounidenses. Chávez formuló aquel contundente señalamiento, al realizar una crítica a la, ya fallecida dirigente, Lina Ron, quien encabezó una especie de "toma" del Arzobispado de Caracas. De hecho, los extremismos, sean de derecha o de izquierda, acaban afectando a las mayorías debido a sus posturas fundamentalistas, intransigentes y excluyentes.

Sin embargo, la impulsiva Lina Ron no ejercía funciones de gobierno, ni de ella dependía la toma de decisiones trascendentales para el país. Ella era una militante de acción, no una burócrata o una funcionaria tradicional de "escritorio". En cambio, en el alto gobierno venezolano existen algunos dirigentes –de hecho, la cúpula-, empezando por el presidente Nicolás Maduro, cuyo pensamiento político se encuentra alineado con la extrema izquierda. Otros que profesan esa corriente son los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, Elías Jaua, Héctor Rodríguez, Mario Silva y Tareck El Aissami. Al contrario, Diosdado Cabello, uno de los hombres fuertes de la nomenklatura nacional, no puede ocultar sus inclinaciones derechistas, disfrazadas (aunque con bastante esfuerzo) con un discurso revolucionario que nadie cree.

Hago esta breve introducción porque recientemente un muy buen amigo de ideas progresistas, al igual que yo, me preguntó por qué creía que el ejecutivo central no tomaba medidas para estabilizar la economía y mejorar la calidad de vida del pueblo, sobre todo en una época tan emblemática para los venezolanos como la Navidad.

Sencillamente, porque para la cúpula psuvista (sectaria como ninguna, incluso con sus partidos aliados) lo que está ocurriendo no es producto de "errores" del gobierno sino, por el contrario, es la ejecución de un proyecto político, que no tiene la intención de dar una vida mejor a los venezolanos, sino de hacerlos dependientes –e incluso esclavos mentales- de migajas arrojadas con desprecio hacia las masas. Estamos ante una mutación del chavismo (¿podremos llamarlo madurismo?), que ha derivado en una ideología ultraizquierdista que recuerda a la tristemente célebre Kampuchea Democrática de los Jemeres Rojos, que entre 1975 y 1980, aniquiló a cientos de miles de personas consideradas burguesas o enemigos del Estado. En aquel exterminio masivo el hambre jugó un rol fundamental.

Para muchos dirigentes fanatizados hay que destruir los canales regulares de distribución, pues estos representan al Capitalismo, de acuerdo con la lógica de estos Jemeres Rojos tropicales quienes, al igual que Pol Pot en la mencionada Camboya, sometieron a su gente a penurias y sufrimientos que se convirtieron en un atroz genocidio, como consecuencia de un odio de clases irracional. Por cierto, Pol Pot, con toda su parafernalia maoísta, no era más que una ficha de Estados Unidos y de China en su confrontación con Vietnam. Esto recuerda a muchos líderes revolucionarios execrados quienes, a las primeras de cambio, se lanzan a los brazos del Tío Sam a "contar todo lo que saben como testigos protegidos".

Entonces, según esta ideología, al acabar con el aparato productivo, tanto el privado como el estatal, se lesiona a los medios de producción y distribución capitalista y, por consiguiente, se erradica ese "sistema de explotación del hombre por el hombre". Pero… ¿Qué ocurre si tal devastación deja sin alimentos, medicinas y bienes de primera necesidad a la población? Pues, no importa, son las víctimas de la guerra económica, los daños colaterales, las simples bajas civiles necesarias para implantar el Socialismo, borrando la cultura mercantilista y consumista. Desde luego, entendiendo como Socialismo a la formación de una cleptocracia narcisista y voraz, impulsada por clanes minoritarios que dejan desamparado al pueblo, sin servicios públicos, salud, educación, medicinas, alimentos y, mucho menos, recreación. En mi concepto particular, el Socialismo debería ser mayor libertad, seguridad ciudadana, acceso a bienes y servicios, igualdad social y estabilidad económica y no el caos que, deliberadamente, mantiene la "monarquía absoluta" que detenta el poder en Venezuela.

Desde luego, las mieles del capitalismo solamente deben quedar para los camaradas líderes revolucionarios. Esos que hacen grandes negocios de miles de millones de los "odiados" dólares del imperio. Quienes se benefician con suculentos negocios y comisiones gracias a contratos con PDVSA o a la locura cambiaria que genera fortunas instantáneas.

Actualmente, se han destapado algunos escándalos que involucran a altos jerarcas de la industria petrolera, así como a contratistas mafiosos como Diego Salazar, primo de Rafael Ramírez y hermano de Josefina Salazar (de muy bajo perfil últimamente), quien fuera presidenta de Intevep y en cuya gestión se cometieron cuantiosos desfalcos y negociaciones lesivas al patrimonio del centro de investigaciones de PDVSA; Eulogio Del Pino, Nelson Martínez, el "Coco" Sosa, Pedro León, Orlando Chacín, entre otros. No obstante, nada se dice de embargo de bienes y repatriación de capitales ¿Por qué será?

Pero, la corrupción continúa y la pobreza crece a paso, no de vencederos, sino de criminales de lesa humanidad. ¿Acaso es por fallas que los venezolanos no pueden disfrutar sus tradiciones navideñas? Claro que no, la Navidad es una celebración religiosa, impulsada por el Vaticano, por la Iglesia Católica Apostólica Romana y, todo fundamentalista de ultraizquierda que se respete, debe apoyar aquello de "la religión es el opio de los pueblos". Destruir la Navidad, desde ese punto de vista, implica enterrar tradiciones capitalistas. Aunque, veamos a algunos seudodirigentes deseando feliz Navidad y ofreciendo perniles y combos hallaqueros (que nunca llegarán), la verdad es que, en círculos cerrados, la idea es pulverizar las tradiciones y borrar aquellos rasgos culturales que reflejen el "espíritu burgués", detestado por la elite madurista. Entonces, ir paulatinamente eliminando la Navidad debe ser un objetivo revolucionario de esta dirigencia fanatizada. Al menos Kim Jong-Un prohibió, mediante decreto, que se celebre la llegada del niño Jesús en Corea del Norte, pero el gang que ocupa Miraflores y otras dependencias de poder, no se atreve a tomar una medida similar y acusan al "Imperio" de evitar que lleguen las piernas de cerdo y los componentes para el plato navideño. Algunos señalamientos más alocados afirman que los perniles vagan por el océano en barcos mercantes sin permiso para arribar a los puertos venezolanos.

Si algo hay que reconocer al comandante Chávez es que aceptaba sus errores y responsablidades, desde aquel 4 de febrero de 1992. Pero, sus herederos son expertos en rebotar las culpas, en el más descarado "yonofuiísmo" jamás conocido. Recuerdan aquel patético y lloroso Jaime Lusinchi, engañado por la banca.

Por lo pronto, Nicolás Maduro y los clanes gobernantes están envalentonados. Los triunfos obtenidos en las más recientes elecciones, en parte, por la ineptitud y contradicciones de una oposición desarticulada e irresponsable, hacen que la élite psuvista se sienta todopoderosa. Por los momentos, carecen de contrapeso político por lo que el proyecto de consolidar la dictadura –no del proletariado- sino del saqueo y la humillación colectiva, sigue su paso.

Maduro tiene rasgos megalómanos que ponen en riesgo la supervivencia del Estado-Nación. Su incapacidad política, sumada a la puesta en marcha de su plan de pauperización colectiva para convertir a los venezolanos en súbditos dependientes de una caja de comida, hacen de nuestro país escenario de un eventual estallido social, con consecuencias trágicas.

Tal vez, el presidente pretende erigirse en el omnipresente Gran Hermano de la sociedad totalitaria reflejada por George Orwell en su obra de ciencia ficción distópica, "1984". Quizás, sueñe con convertirse en un mandatario que todo lo decide, que emplea un carnet (¿de la Patria?) para que los ciudadanos accedan a bienes y servicios que les corresponden por derecho.

antonioprado1980@gmail.com



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