Secuestro Express

Sonámbulos sobre el Abismo

En, “El Gabinete del Doctor Caligari" se enseñaba el significado del sonambulismo. La palabra sonámbulo resplandecía un mundo respirante; residente de la participación del ser humano y la inconsciencia que nos separa del arte de la cotidianidad. Por ello la palabra sufre una apreciación superficial, experimentada como el síntoma de un sentido vedado y difícil.

Todos estos efectos no se limitan a la imagen de Conrad Veidt con medias negras avanzando a media noche por el filo de un precipicio, con los ojos cerrados y los brazos extendidos como si los dedos sustituyeran el sentido de la vista. Ese autómata... se hunde en el abismo de la inconciencia antes que el sonambulismo representado por Conrad Veidt ajuste la noción del abismo existente entre el proceso civilizatorio y el Estado… entre la cultura y la comunicación de la misma.

Conrad Veidt no está sólo. El suyo es un estado de inconsciencia aprensivo ante la pérdida de la conciencia que produce desolación. Se trata del abatimiento que produjo en Serguéi Mijailovich Eisenstein el lema de la inconformidad. Esa insistencia en el aporte y el ajuste del cine nos hace seguir una tendencia: el registro exacto del sentido del ritmo cinematográfico tiene una imagen interior reservada a la expresión como interpretación de la toma de conciencia que enuncia la significación: escalera de Odessa en el Acorazado Potemkin o el realismo documental del ritmo y del montaje.

En el cine la vitalidad de la representación resulta particularmente emocional. La distinción entre las imágenes contradictorias y las ininteligibles vienen y se van a donde nunca se sabe si reír o llorar como se ríe en las películas de Buster Keaton, Charlie Chaplin, Ben Blue y los Keyston Kops. La risa más que un medio es un ser con sentido transmitido como análisis del pensamiento de las payasadas y la pantomima que alberga en sí la palabra después de haber trasladado la imaginaría de su sentido a D.W. Griffith, Orson Welles, Dziga Vertov y otros: precursores del origen del recuerdo imaginativo y la autenticidad de un acontecimiento identificado como cine.

El Tigre de Papel

Estados Unidos es, ante todo, un país que posee un ejército de genocidas. La resonancia de este manifiesto nos conduce hasta el cine y la televisión convertidos en transmisores de estereotipos clasificados; de los que se imponen al actual “electorado mediático” con voz dulce y grasienta amabilidad. Supongamos que el cine norteamericano sucumbió ante el conjunto de medidas represivas dispuestas para reprimir e inhabilitar profesionalmente a quién osara tener ideas contrarias a las del gobierno totalitario de los Estados Unidos. Hostilidad iniciada a finales de 1947 como parte de la doctrina Truman. Personalizada por Joseph Mc Carthy, La American Legion, Los Catholic War Veterans, el Ku Klux klan y las agencias de inteligencia estadounidenses en representación del Estado. Asesinados fueron Julius Rosemberg y su esposa Ethel (1953); Encarcelado fue Dashiell S. Hammett (1894 - 1961); perseguidos… mantuvieron a Arthur Miller (1905 – 2005), Charlie Chaplin (1889 – 1977), Bertolt Brecht (1898 – 1956), Alger Hiss (1904 – 1996) y muchos otros: esta triste y represiva política fue denominada “Caza de Brujas”.

Fue así que, el cine y su hermana bastarda, la televisión, tantearon la vida alrededor del totalitarismo que no se guía por ninguna buena intención. Guerra fría llamaron la discriminación, la superioridad de la cultura occidental dominante, el American Way of Life, la descalificación étnica y todas las técnicas posibles de dominación, argumentadas, como formas representativas de la racionalidad occidental dominante, sobre la cultura en general. Si queremos hacerle justicia a la historia del cine debemos confesar que las productoras del séptimo arte y la televisión impuestas por el imperio norteamericano son equivocadamente identificadas como empresas de entretenimiento, fundamentalmente separadas de la política. Disfraz que conduce los parentescos y las emociones hacia los estereotipos genéricos, individuales y colectivos de la dominación en todos sus sentidos. Ello provoca la desintegración de la nacionalidad y, las imposiciones impuestas entre imperio y vasallo, ejercito norteamericano y sácopes, terratenientes y esclavos, público y electores.

Las productoras de cine y televisión norteamericanas desarrollan temas ligados a experiencias muy diferentes a las nuestras, aunque la precisión, la intención política y la conducción del American Way of Life diligenciada desde productoras como Miramax resulte de una exactitud escalofriante: el público compra las manipulaciones arbitradas; a través del cine y la televisión impuesta como proyecto político del gobierno de los Estados Unidos. Desde este punto de vista, El cine y La televisión son un arma política al servicio del Imperio. Ellas, las productoras de cine y televisión, planifican la historia narrando historias que sustituyen la historia; constituida y reconstituida como fondo, división, ignorancia y exterioridad.

El Cartel de los Infelices

Los afanes de Jonathan Jukubowicz se convierten en una sucesión de experiencias negativas, intensificadas y cuidadosamente planeadas desde los Estados Unidos. No sólo él – Jonathan Bukubowicz – representa un signo mercantilizado de la contrarrevolución; condicionada como fundamento coercitivo de imágenes convertidas en signos del proyecto de descertificación de la República Bolivariana de Venezuela por los Estados Unidos. Es decir, que el tema del secuestro y la droga, la corrupción militar y política como reflexión – escrita y filmada – es indisoluble en el proyecto de desertificación iniciada por el Imperio norteamericano. Podemos agregar que “Secuestro Express” no es algo dejado al azar creativo de un cartel de mercenarios; más bien, es algo elaborado con una clara habilidad en el manejo de la manipulación y la imperturbabilidad de los elementos que históricamente anteceden cualquier invasión planificada por los Estados Unidos.

“Secuestro Express” emprende del mundo de la traición, momentos que trascienden la mala fe del cartel Jukubowicz; sus diálogos malsanos y fraudulentos, medidos como el mito que deja de serlo para convertirse en la apología de un escuálido que acude a un bar para cuestionar a través de la mentira la realidad de un gentilicio levantado en contra del vasallaje y la opresión.

Estos mercenarios aspirantes a Patricia Poleo muestran su anti - venezolanismo (insoslayable en la realidad de la cinta) contando una historia de drogas, violencia y corrupción al revés. Por eso transmiten su placer mercenario, conscientes de las terribles consecuencias de su desmesurada narración. Naturalmente, el contenido de la tarea; asignada por Miramax, es representada para establecer una matriz de opinión que le permita a los Estados Unidos descertificar a Venezuela primero e invadirla después.

Según los dones de la ubicuidad impuesta por el cine y la televisión norteamericana, Venezuela merece un castigo impuesto como un destierro planificado para un país forajido que incumple las siguientes convenciones:
La convención del terrorismo con bombas (Estados Unidos es el país que más bombas a lanzado contra la población civil de los pueblos en la historia de la humanidad: Hiroshima y Nagasaki son un ejemplo de ello); la de Viena contra él tráfico de drogas (Estados Unidos posee 40 millones de consumidores de estupefacientes); la de Nueva York contra el financiamiento del terrorismo (el ejército genocida de Estado Unidos practica el terrorismo de Estado financiado por su gobierno); la de Palermo contra la delincuencia organizada (Estados Unidos es el mayor cartel organizado para delinquir y violar las leyes y los acuerdos internacionales); y por supuesto que no podía faltar la convención contra la corrupción política, financiera, militar y moral expresada por Katrina en Nueva Orleáns, en general y por Dick Cheney vicepresidente de los Estados Unidos en particular.

Cómo decía Aristóteles en su analítica; “pasemos de lo más conocido a lo menos conocido”: el cartel de Jonathan Jukubowicz es numeroso en créditos extendidos por Miramax, en Nueva York. En Caracas lo trágico reside en lo que se revela al entrar a un cine en el centro de la ciudad, donde exhiben “Secuestro Express” como una película de ficción; cuando, sólo es una basura de comercial.

No sin dudarlo entro a una sala de cine, viendo a mi derecha un pendón que reza: “Secuestro Express”, from the Producer of Sin City and once upon a time in México. ¡Carajo! ¿Qué, pudiera decirse después de leer esa vil propaganda? Pensé que debía dejar para después de la película las consabida “porqué y para qué”… comencemos arriesgándonos con el crédito de la película. ¿Qué pudiera decirse de un clan de mercenarios que toma prestado la experiencia cinematográfica de Robert Rodríguez? No sé si el director de “Secuestro Express” deseaba hacernos creer o saber que lo qué, en la película se revela, es el tema de un clan dispuesto a ofrecerle a los Estados Unidos, una noche, minutos, segundos o décimas; de cada lacayo que forma parte del patrimonio del cartel Jukubowicz. Sobre este contexto camino dentro de la sala, hasta apoyarme sobre una butaca rasgada y maloliente. Habituándome a la oscuridad mis ojos parpadean hasta precisar la contaminación de la expresión cinematográfica a través de imágenes noticiosas… y por qué no, políticas: imágenes noticiosas del elevado de Maripérez el día que la oposición incendio la sede de MVR en la Av. Libertador; representación noticiosa de Puente Llaguno, conduciendo la imagen de Rafael Cabrices disparando en defensa propia a la Policía Metropolitana para proteger a los manifestante que estaban debajo del puente el 11 de Abril de 2002. Ese es el preámbulo de un edicto, representado como la expresión política de una película de ficción, exhibida ante el público elector como un vulgar comercial político de oposición hecho por el cartel Jakubowicz.
Sobre este punto es tan clara la intención que la primera palabra pronunciada en el comercial es “asesino”. El mismo frágil principio político continua, se fluidifica y refluye cuando un presentador de radio exclama en un viaje de drogas alucinógenas: “desde la República Bolivariana de la marihuana”.

Extraño, es lo que hay de impotencia y frustración en el énfasis de la comercialización y la presentación de Venezuela como un conglomerado amorfo y consumidor de Drogas con reacciones orientadas a los intereses que asocian la ficción representada a la función política de la empresa Miramax.

La descontextalización del comercial se ve antes de aprender la imagen y… en este sentido, se arrellana al público elector ante un emisor más explicito y manipulador que el que desarrolla la palabra, tal como lo registran las imágenes de Budú después de la secuencia del Guardia Nacional corrupto: “Vamos a celebrar”, dice, encendiendo un pitillo de marihuana: inmediatamente después parten la pantalla y se escucha la voz en off del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías.

Ahora bien, estas oposiciones de la comunicación aparecen y se desenvuelven sin relación alguna con el comercial político pagado y distribuido por Miramax. Apuntándose un round como elemento de coexistencia: droga, política, y corrupción. Este sentido naciente es confeccionado al borde de los signos representados por Marcelo, traficante de drogas; en una tina que concluye el amor homosexual con un cadete de segundo año de la Academia Militar de Venezuela: Marcelo recibe a Niga, Trece, Budú, Carla y Martín con una bata muy particular; diseñada con tela de camuflaje similar a la utilizada por los militares.

La cultura jamás nos da significaciones absolutamente transparentes. La génesis del sentido nunca está acabada. La intención siempre es encubierta como empresa artística y de entretenimiento.

candelarioreina@yahoo.es


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Candelario Reina

Poeta venezolana, activista por la paz y la solidaridad con los pueblos del mundo. Productora Nacional Independiente, Guionista y Reportera. Primera poeta venezolana, en recibir en manos del Comandante Supremo Hugo Rafael Chávez Frías, la orden "Heroínas de la Patria".

 sinfronteras_al@yahoo.com

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