Ante el optimismo tecnológico, el pesimismo ecológico

Uno de los retos de cara a la construcción de ese modo de organización societal que se ha denominado Socialismo del siglo XXI, consiste en dar un debate profundo y permanente sobre el recorrido que ha dado el mentado significante desde que, en el apogeo del capitalismo industrial, surgiera y se consolidara como doctrina impugnadora del liberalismo clásico. Esa lucha contra el capital obtendría por fin una formidable victoria en 1917, año en que comenzó ese gran experimento de ingeniería social, que desde sus inicios estuvo orientado a erigir una sociedad “superior” a la capitalista.  

     Lo primero que se entiende del apellido del nuevo socialismo y de los grandes esfuerzos que se hacen en el proceso de su construcción, es la necesidad que existe de diferenciarlo de lo que fue el socialismo en el siglo XX, mejor conocido como socialismo real o tipo soviético. Por lo menos desde los últimos cinco años, han proliferado artículos que reiteradamente han expuesto y analizado los graves errores de un modelo que, si bien irradió de sentido y esperanza a la mitad de la humanidad a lo largo de décadas, se derrumbó inexorablemente sin que los propios pueblos que vivieron bajo esos sistemas hicieran algo por impedirlo. Son conocidas las reflexiones sobre el intercambio de justicia por libertad operado en la URSS, así como el usufructo de los significativos avances científico-técnicos por parte de la industria militar, con el objeto de mantener la capacidad disuasiva en la carrera armamentista con el occidente capitalista, forcejeo desarrollado durante el período que se llamó Guerra Fría y que, como se puede pensar, no fue de tan baja temperatura. 

     En el contexto de la sociedad capitalista moderna el hecho tecnológico llegó a adquirir un notable carácter axiológico. Como ciencia aplicada a problemas prácticos relacionados con la producción y por tanto con el dominio de la naturaleza, la tecnología moderna llegó a constituirse en el instrumento y expresión por excelencia del progreso. De hecho, hablar de progreso era hablar de cambio tecnológico y de las consecuencias que este traía para la sociedad. De esta manera, resulta importante recordar aquí, que en el marco del proceso de secularización iniciado con la modernidad –el desencanto del mundo de Max Weber- el mito del progreso y la visión lineal de la historia y de la vida, se constituyeron en el nuevo sentido de la vida, y lo que lo posibilitaba, la tecnología, no era otra cosa que el nuevo Dios, la inquebrantable nueva Fe. En tal sentido, recordemos también que el socialismo, surgido en Europa con los incipientes procesos de industrialización, compartió siempre con el liberalismo –como ideología de la burguesía- su oposición al sistema monárquico y a los privilegios aristocráticos, además de compartir con él la mencionada Fe en el progreso, descansando ésta a su vez en un fanático optimismo tecnológico. 

      Ciertamente, en el optimista siglo XIX, en un contexto donde la naturaleza se consideraba inagotable, hablar de crisis ecológica era simplemente impensable. Sin embargo, resulta interesante la idea de que el problema ecológico comenzó desde la misma invención del fuego. La Fe del socialismo europeo en la ciencia y la tecnología surgida luego de la Revolución Industrial como subsunción de la tecnología por el Capital (Dussel), se pudo verificar en la experiencia soviética. Es así, como en el contexto de la Venezuela bolivariana de principios del siglo XXI enrumbada al nuevo Socialismo, en diversos espacios de discusión se ha considerado como uno de los mayores méritos de la URSS, el haber transformado de la noche a la mañana a la Rusia feudal en un país industrializado, un proceso que, desde la perspectiva moderna, logró inusitadamente traer a este país desde lo primitivo –desde la perspectiva de la modernidad, como en una aceleración del tiempo- y deslastrarlo de su carácter bárbaro –como una violenta reubicación en la geografía de la razón-. En este sentido, es preocupante que hoy día se considere como uno de los elementos rescatables de la experiencia soviética, el hecho de que haya asumido de manera tan vertiginosa y eficiente los presupuestos modernos de tecnificación, urbanización e industrialización, con todo su utilitarismo, productivismo, colonialismo y grave impacto ecológico.  

      En la actualidad, la agotabilidad de los recursos es uno de los problemas a los que se enfrenta la humanidad y la civilización capitalista, constructora, tecnológica y científica pero también guerrerista, contaminante y colonialista, se ha logrado revelar como destructora del mundo. No es que esté en peligro la civilización, es la civilización la que nos ha puesto en peligro. De tal manera, que no demostramos mucha conciencia ecológica cuando admiramos y defendemos el forzado proceso de adaptación de la URSS a los cánones industriales-tecnológicos modernos. Otra cosa si es cierta, como diría Ortega y Gasset sobre la incipiente Revolución rusa, el proceso iniciado por los bolcheviques fue sin duda una “gran empresa humana”.  

      Todo lo dicho hasta ahora, nos lleva al necesario balance histórico de esa experiencia con el propósito de profundizar el debate nacional en torno al Nuevo Modelo Productivo Socialista que, como una de las líneas estratégicas del PNSB (Proyecto Nacional Simón Bolívar), es necesario construir en Venezuela. Esto último, por tres razones fundamentales: en primer lugar, porque el socialismo que construimos debe ser ecológico, lo que significa que su modo de producir no debe estar reñido con el ecosistema. Esto implica el desarrollo de formas alternativas de energía y el cambio sustancial de nuestro estilo de vida, tributario aún hoy del american way of life. Desarrollo de fuentes alternativas de energía –por tanto de modos limpios de producción- y promoción de un nuevo estilo de vida –no derrochador, no consumista- , he aquí dos objetivos de la nueva organización social ecológica. Natural y necesariamente, el logro de estos objetivos implican una transformación sustancial de nuestro sistema educativo y como corolario de ésta, un movimiento sociocultural y político orientado a la superación del eurocentrismo y su “falacia desarrollista” (Dussel). En este sentido, se puede constatar como siguen presentes en el discurso oficial, palabras y expresiones –que también son objetivos estratégicos- como “desarrollo”, “transferencia tecnológica” y  “Revolución Industrial socialista”, entre otras que refieren cierto carácter desarrollista presente en el gobierno revolucionario y que por tanto, plantean un problema ético-político y cultural-ideológico.  

      Podríamos pensar que la cuestión del “desarrollo” no tiene por qué ser necesariamente inconveniente o peligrosa. Es cierto, la palabra no suena mal; incluso suena bien “progresista”. Sin embargo, le ponemos comillas para destacar desde el principio que, como bien lo ha expuesto el antropólogo colombiano Arturo Escobar, el “desarrollo” surgió como discurso en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la entronización de los Estados Unidos como potencia hegemónica mundial. Este discurso, indiscutible heredero del mito del progreso inevitable y permanente, ha sido el responsable entre otras cosas de la “Invención del Tercer Mundo” (Escobar), además de haber logrado redefinir la concepción de pobreza y de otorgar peso axiológico a una palabra que, ciertamente, refiere la idea de crecimiento, fortalecimiento, civilización, riqueza, evolución, modernización y cultura. De esta forma, el discurso del desarrollo como articulación de ideas, interpretaciones y representaciones, como “régimen de representación”, logró configurar en su difusión sistemática, en su impulso político y como lanza ideológica para la promoción de un modelo económico y un estilo de vida, una gramática o espacio discursivo delimitado para discutir el trascendental tema del camino a seguir para lograr el bienestar de los pueblos. Esto quiere decir, que la idea del desarrollo colonizó nuestro imaginario social, haciéndose desde entonces impensable todo planteamiento que se ubicara fuera de esta particular “gramática”. No por casualidad, este desarrollo se entiende como crecimiento económico e industrialización. 

     Destacábamos la necesidad de la profundización del debate sobre el Nuevo Modelo Productivo Socialista para Venezuela, partiendo del balance histórico de la experiencia soviética y por tres importantes razones. De éstas ya expusimos la primera: la necesidad de construir un socialismo ecológico; en segundo lugar, porque seguimos siendo un país petrolero; más petrolero, ahora que somos la primera reserva mundial del hidrocarburo. El nuevo modelo de producción debe superar definitivamente el rentismo, y si bien esta idea está bastante clara no lo está otro tanto cómo hacerlo, ahora que las reservas no sólo probadas sino certificadas ubicadas en la Faja del Orinoco, definen a Venezuela como el único país del hemisferio occidental que podrá, para el 2050, exportar petróleo. Esto nos traerá grandiosos beneficios pero también las conocidas consecuencias culturales que han anotado diversos autores como Juan Pablo Pérez Alfonso y más recientemente Alí Rodríguez Araque. Empero, el derroche, el facilismo y el consumismo propio de la sociedad rentista, no resulta tan preocupante como la cuestión de las implicaciones de ser un país, que por una parte centra su interés económico en la diversificación del mercado del hidrocarburo, y por otra centra su interés ecológico en una política orientada, como mencionamos, hacia la edificación de un socialismo ecológico. Es decir, nuestro interés económico pareciera contradecir el interés ecológico del mundo. Es verdad, por otra parte, que Venezuela no es un país emisor de grandes cantidades de gases contaminantes como lo son muchos países del mundo, empezando por el grupo de los ocho, pero también es una realidad que de manera indirecta, al exportar el petróleo estamos exportando las consecuencias que su uso por parte de potencias industrializadas –sea EE.UU. o China- traen indefectiblemente.  

     Estas reflexiones, sugieren el problema ético de ser el país que suministra parte de la sangre que necesita un sistema -que también es un modelo civilizatorio- que es, como mencionamos, el responsable de haber puesto en peligro por primera vez en la historia la supervivencia del ser humano sobre el planeta. Sin embargo, por ahora podemos decir que resulta de mayor importancia ética y política, la utilización del ingreso petrolero para la emancipación y bienestar del pueblo venezolano y la integración de este con los pueblos de Nuestramérica y el mundo.  

     En tercer lugar, nuestra relación con la ciencia y la tecnología, cada vez más estrecha en función de lo que venimos diciendo, pudiera convertirse en una “jaula de hierro” si permitimos que se fortalezca el mito del desarrollo por medio de una aplicación “más efectiva” del conocimiento técnico-científico. Precisamente, es esta perspectiva de conocimiento, la de la ciencia moderna levantada sobre las dualidades mente-cuerpo, sujeto-objeto, cultura-naturaleza y civilización-barbarie, la que logró igualar destrucción de la naturaleza con civilización. Si la tecnología es buena o mala, perversa o necesaria, no es materia de este artículo, lo que si podemos citar aquí, son las dos posturas que surgieron desde los años setenta en relación a la crisis ecológica producto de la civilización tecnológica productivista: el pesimismo tecnológico y el superoptimismo técnico. La primera postura, fatalista, defiende la idea de que el daño ecológico es inevitable e irreversible; la segunda, como sugiere su nombre, afirma que la situación causada por la técnica puede resolverse con más técnica. Seguramente pudiera encontrarse algún matiz que permita lograr un equilibrio entre estas posturas pero, como en el caso de los temas anteriores, el debate está abierto.  

     Finalmente, somos una nación que se propone la construcción de un Socialismo que debe ser democrático, indoafroamericano, libertario, ecológico, en un país con abundantes recursos petroleros y donde parece predominar y donde parece que se  promociona y defiende desde el discurso oficial, concepciones y perspectivas de conocimiento que, como ha demostrado la historia de la modernidad capitalista y como demostró la del socialismo real, están entroncadas con la naturaleza y de esta manera con tu vida, lector, como miembro que eres de la especie humana. Así las cosas, concluyamos por ahora que sí es un objetivo loable y necesario diversificar la economía, que sí es importante fortalecer nuestra industria petrolera, que la tecnología no carece de importancia para el logro de estos propósitos, pero que más importante que todo esto es transversalizar y condicionar toda política pública, al cumplimiento de lo que bien podría llamarse, el canon ecológico


amauryalejandro@gmail.com



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