HUELLAS
SENTENCIA AL GRAN CAPITAL
EL mundo vive hoy la más brutal y torpe consecuencia política, surgida del malogrado parto del embrión filosófico, que dio como resultado la destrucción de las ideologías.
Ya el mundo, como plaga de langosta, está dominado por una sobredosis de capitalismo, que ni los mismos creadores de la idea avasalladora son capaces de controlar. La lucha del futuro tiene que ser sin duda, entre el bien y el mal, pero. . . ¿Quién está capacitado para marcar el punto exacto de uno y otro lado? ¿Se usará la definición tan cacareada y coqueteada del “centro mal” y un “centro bien” Sólo hay una realidad latente y palpitante en el corazón del mundo: que ese mismo mundo se nos muere, de hambre, de abandono en la salud y en la moral; senos muere en los brazos de las madres y en las tinieblas de la impotencia del hombre, cada vez más capacitado, pero cada vez más vil ante sus semejantes y cada vez mas impotente para poder evitar la autodestrucción. Pareciera que la mayoría apostamos al mal aunque tratamos de apoyar al bien.
Sin ideologías las luchas sociales se tergiversarán y pasarán a ser administradas por intereses particulares o de pequeños grupos, que en su prepotencia pretenden dominar a un mundo que, quizás por indiferencia, perdió el rumbo que lo haría llegar al campo “justo e idealista” de una mejor distribución de la riqueza. Desde el ángulo que representa el pueblo mí. . .
SENTENCIA AL GRAN CAPITAL
Quise impartir nobleza y tú no me dejaste;
Practicar la bondad y tú me maltrataste;
Quise ser humano, humilde, digno,
Luchar por todo lo que eso representa
Y tu zarpazo me dejó muy mal herido
Humillado, caído, cual si fuera un malvado.
¿Quién eres tú estúpido fantoche,
Miserable, egoísta, mal nacido,
Que para hacer alarde de poder
Hasta la sangre de mis hijos te has bebido?
No importa tu riqueza:
Eso que llaman dinero, plata u oro;
Eso que tanto adoras,
Que te enloquece, que es todo tu tesoro,
No bastará para elevar murallas
Que impidan el avance de aquel que tú avasallas;
De aquel que pisoteas y que humillas;
De aquel al que das limosnas
Cuando te ves forzado a usar la máscara de hipócrita.
Ya sé que tú lo sabes;
Ya sé que, aunque tu mente enferma
Tu corazón podrido,
Tus ojos ciegos al dolor ajeno,
Pensando con tu hígado,
No dejas, asustado, de mirar, sentir y oler
Ese futuro que acabará contigo.
Y entonces ya mis hijos,
Y los hijos de esos hijos
Podrán ser nobles, dignos y humanos
Porque tú serás estiércol inservible
Y yo luz y ejemplo inquebrantable.
Gran capital. . . es mi sentencia!
Casado con una sociedad que has malogrado,
Pero que parirá hijos, sin embargo,
Que lucharán hasta verte caído
En el abismo donde todo se pudre,
De donde nada sale.
Y tapando ese abismo con tierra roja
Amasado con lágrimas y hambre,
La nueva sociedad crecerá libre.
Libre de ti, sistema indeseable
Que destrozas con gusto y regocijo
Todo lo noble y digno que el hombre necesita
Para llamarse hombre,
Para sentirse libre, para saberse humano. . .
Para poder hacer la guerra que ennoblece;
La guerra al hambre, la guerra a la miseria,
A la soberbia del poder, a la ignorancia
Y hace brillar la condición humana en la riqueza.
Riqueza moral y de salud riqueza,
De educación, cultura e igualdad
En los derechos de la naturaleza; o sea:
La más justa distribución del pan en cada mesa.
No puede prosperar ningún sistema
Que pretenda acaparar para muy pocos,
Malversando el don de inteligencia,
Todos los bienes materiales de la tierra.
Creo en el hombre, creo en el futuro,
Creo en la juventud, porque inspira nobleza.
Ellos no son culpables, fue otra generación
Quién comerció con drogas y practicó la guerra.
Por eso mi sentencia a una dictadura agazapada,
La más bestial, soberbia e inhumana,
En donde sólo el dinero vale todo
Y la vida del ser no vale nada.
No me mires burlón ni lances tu zarpazo
Bien sabes que con las gotas de sangre que derrame
Se formará la masa que tapará tu fosa miserable.
Yo soy pueblo, tú eres. . . un verdugo abominable.
JUAN MANUEL GIRÁLDEZ