Siempre será la hora del pueblo

Decirle a la derecha que administre bien su triunfo en las recientes elecciones legislativa, parece como pedirle demasiado o “peras al horno”, como dijo el otro. Basta conocer el comportamiento que ha tenido hasta ahora para saber lo que harán en el futuro inmediato. Para ellos propiciar el caos no ha sido necesario ganar elecciones. Porque si asumimos que el poder legislativo los termina de enloquecer, es propicio entender que lo que ha venido ocurriendo en el país desde hace varios años, lo han hecho adrede.

Controlar el endeble aparato productivo nacional y la importación con los dólares del estado les ha permitido manipular a placer una situación socioeconómica que conduce, indudablemente, a situaciones y resultados electorales como el del 6-D, que parecieran ser contradictorios a la luz de las iniciativas gubernamentales en cuanto a las innegables políticas sociales con resultados altamente positivos, reconocidos dentro y fuera de nuestras fronteras.

Entonces, por un momento pudiéramos dejar en manos de los agudos sicólogos, siquiatras, sociólogos, trabajadores sociales y politólogos el balance y análisis de lo que ha venido ocurriendo, que en términos comunes afirmamos como “perder una batalla, no la guerra”.

Pero esencialmente acudimos al Partido, como fundamento de cualquier transformación social. En este caso, el PSUV y la gama que conforman el Gran Polo Patriótico tienen la palabra: desnuda, reflexiva, deslastrada, clara y raspada, coloquial, sin adornos, llana. Ya se ha dicho que sin partido revolucionario, no hay revolución.

Afirmamos entonces que lo sucedido, aunque suene de cajón, es causa humana. Aquí, hombres y mujeres soñando y construyendo un mundo mejor. Buscando solidaridad y empoderamiento popular para convertirlos en comunas hermanadas en la necesaria productividad. En buena medida la inocencia popular que desde el mismo 4-F-1992 vio la luz de su futuro en el liderazgo de aquel maravilloso hombre, humano hasta los tuétanos, llamado Hugo Chávez, que indudablemente se consumió por lo millones de pobres y por nuestra milenaria exclusión social.

Del otro lado, la maldad, el odio, el criminal, el sanguinario que revive las bajas pasiones del fascismo que encarnó Hitler, Mussolini, Franco o los demonios militares que ensangrentaron durante el 50, 60,70 y 80 a nuestra América. Los mismos que apenas anuncian el resultado de cualquier elección lanzan alaridos y gruñen amenazas contra el pueblo humilde y sus logros.

Quisiéramos estar escribiendo un artículo placentero y repleto de espíritu navideño, pero todo indica que soplan vientos de conflictividad. Frente a desproporcionadas agresiones y amenazas verbales, como consecuencia de la borrachera electoral, es el pueblo y sus líderes quienes tienen la palabra.

Siempre será el pueblo y la unidad cívico-militar. Lo fue el 23 de enero del 58, el 4-F-92, el 27-N-92, 13 de abril 2002 y lo ha sido hasta hoy en Revolución Bolivariana. Así, Bolívar y Chávez están más vigentes que nunca.


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Juan Azócar


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