Oposición sin navidad

La patética imagen quedó para la historia universal de la decadencia: un Henry Ramos Allup, secretario general de AD, tomando fotos con una camarita digital a quienes acudieron a votar el 4D. El partido que fundara Rómulo Betancourt bajaba así al sepulcro, de manos de un mediocre sargento, con el único y póstumo mérito de arrastrar en su penoso descenso a los restos de COPEI, Proyecto Venezuela y a una joven organización, Primero Justicia, que carente de consistencia política, se dejó suicidar en primavera.

Si la campaña de los medios fue un crimen y la acción de AD un autrosuicidio, lo de PJ ha de consagrarse como una estupidez.

El problema de esta oposición no tiene solución en el mediano plazo, y éste no es otro que el elevadísimo apoyo popular del presiente Chávez. El CNE le hizo diez concesiones y, en el supuesto caso de aceptarle la renuncia plena del cuerpo electoral y el retrógrado conteo manual de los votos, algo se habría inventado para no contarse. La única opción que ve y acepta es la salida por cualquier vía de Hugo Chávez, pero la misma descansa en una ilusión o un deseo: alzamiento militar, intervención de la OEA o invasión de los marines. La salida no está en sus manos y en su propia fuerza (que la tuvo y la dilapidó), sino en un hecho foráneo o un milagro.

La oposición, con su pernicioso inmediatismo, decidió trancar el juego, pero como tantas otras veces, lo hizo antes de tiempo. Debió engordar su “cochina” y lanzar esa parada en las elecciones presidenciales. Como dentro de ese sector la pelea es a cuchillo, los moribundos adecos decidieron adelantarse y arrastrar a sus compañeros de partida al precipicio. Los blancos calcularon que así “suicidaban” y se deslastraban de potenciales adversarios. Esto lo lograron, pero al precio de clavarse ellos mismos el aguijón, como el escorpión que murió ahogado al matar a la rana que sobre su lomo lo ayudaba a cruzar el río. Hace rato esta decadente oposición viene reaccionando, más que por inteligencia, por instinto.

La abstención, como lo escribió Luis Alberto Machado, no deslegitima nada, a menos que se dé en un ciento por ciento. Este no es el caso. El “efecto Ucrania” cristaliza si frente a Chávez hay un candidato con un apoyo popular igual o cercano al del presidente. Tampoco es el caso, ni de lejos. Si la oposición tuviera en sus manos PDVSA, oficiales en la Fuerza Armada, una CTV todavía con fuerza, medios con credibilidad, una Fedecámaras sin fisuras y el 40% del electorado del referéndum –que todo eso lo tuvo y lo desbarrancó- la parada abstencionista podría provocar un terremoto. Hoy, menguada por sí misma, no pasa de ser un cobarde mutis, un golpe de dados a ver qué pasa, un temblorcito que sólo perciben sus militantes más recalcitrantes y obtusos.

Si no es recomendable suicidarse en primavera, tampoco es propicio hacerlo en navidad.

Esta mediocre oposición, con el primer paro empresarial en diciembre de 2001 y el sabotaje petrolero en el mismo mes de 2002, ha intentado dos veces escamotearle la alegría y las pascuas a los venezolanos. Su reincidencia en 2005 sólo demuestra que no ha superado su cretinismo. Mientras el pueblo prepara sus fiestas y hallacas, un lánguido Ramos Allup, imagen de todo el liderazgo opositor, anda con su camarita digital merodeando por los centros electorales a ver a quién retrata. Detrás de Ramos, también con sus camaritas, los demás dirigentes de una oposición sin rumbo y sin brújula.



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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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