Hasta que la muerte nos alcance

 Siempre que se marcha un camarada o una camarada, un pesar nos embarga revuelto con la idea de que desde donde esté nos aliente y nosotros lo cargaremos vivo en el verbo y en la acción, como una antorcha que se pasa de mano en mano, como un testigo que se aprieta en la carrera para que la lucha avance. No importa si fue canto, si fue verso, si fue trasgresión o vehemencia.

Quisiera que los que se fueron aparezcan otra vez para decirles que aunque no coincidimos en planteamientos, con cuanta alegría celebraríamos su vuelta, que hay un camino largo que recorrer y que ya es malo que gente se quede a la vera por falta de convicción, que es peor que la muerte física.

Queda además la sensación de que hay batallas que librar, donde nadie se batirá con el coraje y el arrojo que los caracterizó en vida. Eso es lo terrible de la partida de Lina Ron, pues son muchos los enemigos que sienten alivio por su desaparición física. He recibido mensajes festivos de personas que nunca pensé que se regocijarían por una noticia como esta. Gente que aspira a que le ocurra lo mismo al Líder Comandante. Solo atino a pensar que esa gente también vitorea los asesinatos selectivos de dirigentes comunitarios, campesinos y sindicales de la Revolución. Y de nuevo aparece la certeza de lo que nos deparará la vuelta al poder de la derecha.

Entonces apremia la pregunta como una aguja en el corazón ¿será que tu no estabas equivocada, Lina? Y lejos de obtener calma cavilando al respecto, los latidos aumentan. Yo te critiqué, no por tu arrojo ni tu valentía. Critiqué la obvia consecuencia de unos actos contraproducentes y no me arrepiento de haberlo hecho. Pero eso no me quita ni el pesar por tu siembra ni la duda en el pecho.

La responsabilidad en acometer el rol en este tiempo histórico que vivimos nos dará las pautas para descifrar el sino de este proceso revolucionario. Lina nos deja su convicción de adonde debíamos ir. ¡Que buen dilema nos dejas! ¡Que buena vaina nos echas, mujer! Quienes aun estamos en este plano terrenal tropezamos casi a diario con la misma piedra, cometemos errores, perdonamos otros tantos, discurrimos sobre la dispersión de objetivos, conjugamos ahora el verbo cooptar como novedad revolucionaria y células fundamentales del proceso que somos, transmutamos sin luces mediante, en batallones, patrullas, columnas, puntos de genuflexión, listas fantasmas, bases de patrullas y así por el estilo.

Mientras tanto, la muerte planificada amenaza con alcanzarnos desde los cubiles de la derecha, desde el Pandemonio Imperial, pero sobre todo desde nuestra levedad ideológica cuasi consagrada en letras a pesar de la certeza de que con las bases, la revolución se juega la vida.

¡Hasta luego, camarada!

coolthin@gmail.com



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Placido Delgado


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