La isla del absurdo

Érase una vez una isla que flotaba en el Mar del Olvido, por lo cual
los visitantes olvidaban todas las promesas que hacían mientras la
recorrían y más nunca se acordaban de ellas.

Muchos creían que se trataba de la isla de Morelia, así llamada en
homenaje a un infame bandido que la había ocupado y explotado durante
decenios, pero ni ese era su verdadero nombre ni el bandido de marras
la seguía controlando, pues lo habían desplazado hacía bastante
tiempo.

Por comodidad solían referirse a ella como “la’isla”, pronunciando el
nombre sin que se notara la “s”, pues sus habitantes tenían una
gramática especial y la “R” la pronunciaban como “L” y viceversa. Esto
ocasionaba muchas confusiones simpáticas pues cuando alguien decía
“vengo del mal” se suponía que llegaba de la mar. Otras veces alguien
confesaba sentirse mar, lo que indicaba que no andaba bien de salud.

Lo cierto es que los insulares vivían sumidos en el mar y con el agua
al cuello, pues la mardad imperaba en la ínsula de las absurdidades.

En los últimos años había llegado de tierra firme un guerrero enviado
por el poder central para ver si lograba apoderarse del coroto, que
así llamaban el símbolo de mando del Primer Vergatario Insular, que
ejercía la autoridad en asuntos locales. El candidato decidió repartir
real por bojotes, sin darse cuenta que en la isla, mientras más
recibían, más reclamaban, pues se sentían con el derecho a recibir
cuotas de cualquier botín.

En cada elección el aspirante sacaba menos votos, hasta que optó por
postularse sin que se mencionara su nombre y así logró salir electo,
pues en la’isla estos absurdos eran normales.

Mientras tanto todo funcionaba al revés. Los policías eran ladrones y
los ladrones intentaban competir contra los funcionarios ventajistas.
Ello ocurría mientras en el país nacional se desarrollaba una
revolución socialista que el candidato insular pretendía promover con
frases bíblicas y mediante alianzas con jerarcas locales expertos en
pillerías.

Así estaban las cosas en dicha ínsula donde el hampa tenía el moño
suelto. El que tenga oídos que escuche y el que tenga ojos que use
lentes oscuros.
augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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