Contra la bola cuadrada de cristal y los límites de su teoría

Por qué Obama sí encarna todavía una posibilidad

La sola opción que se le ha conferido a Obama en los escritos recientes publicados en este espacio, es que por ser un "factor" del sistema político imperial terminará actuando como un presidente imperialista más. O bien que será consecuente, tarde o temprano, con la clase burguesa a la cual pertenece. Algunos, como Eva Golinger, basándose en un análisis circunstancial, lo ven como la cara perfecta que buscaba el imperio para continuar sus fechorías; otros, como el marxista Franz J. T. Lee, lo asimilan, desde un punto de vista más ortodoxo, a una pieza más en el engranaje histórico del sistema capitalista, al cual corresponde por definición el nuevo Presidente estadounidense y del cual no podría salir nada distinto, o que contradijese al Establishment.

En resumen, ninguna "esperanza" con Obama.

Pero estas posiciones, por muy bien fundadas que parezcan, no son infalibles. Aun cuando presentan un grado de coherencia suficiente relativo al estudio histórico de lo que ha sido el imperio estadounidense hasta la fecha, o simplemente de lo que han sido siempre los imperios a través de la historia, los hechos atribuidos por tal vía al devenir de Obama, hasta tanto no se produzcan, nadie estará en condiciones de asegurarlos. Se trata de teorías.

Éstas, claro está, son importantísimas, pero aun así sólo debemos tomarlas por lo que son: proyecciones, estadísticas, tentativas racionales de predicción. Ahora bien, la infalibilidad de las teorías en las ciencias sociales no ha alcanzado todavía el nivel de eficiencia –de utilidad– que han alcanzado las teorías en el terreno de las ciencias dichas puras. Por mucha "fundamentalidad", por ejemplo, que haya logrado darle Marx a su analítica socio-política de la historia, él mismo no alcanzó a predecir el advenimiento de la Comuna de París (la cual estimó ser, a pesar de ello –a posteriori–, la expresión revolucionaria más cabalmente comprendida en su propia teoría de la emancipación de la clase oprimida).

Vale la pena detenerse un momento en la ironía implícita de este ejemplo. Como es sabido, el levantamiento de París constituyó la confirmación de la dialéctica histórica marxista, pero el propio Marx no pudo preveerlo. Más aun, Marx había anticipado su improbabilidad. Fue sólo luego –post scriptum– que gratamente sorprendido hubo de advertir su error y aceptar la realidad de la sublevación. En realidad la sublimó y la celebró, y puso ampliamente en ella sus esperanzas.

Pero, como la historia es escurridiza –y su complejidad alucinante–, enseguida ocurrió otra "singularidad", es decir, una eventualidad que no se correspondía nuevamente con la teoría. La Comuna, a continuación, fracasó. La razón: haber adoptado la tendencia que desde un punto de vista teórico constituía lo que Marx estimaba un paso necesario (de inevitable inclusión) en las revoluciones: el Estado.

La Comuna, en el corto lapso de tiempo que duró, se fue rápidamente burocratizando, es decir, fue adoptando tempranamente una estructura de pequeño Estado en la que repodujo una forma vertical de administrar la espontaneidad inicial que le había dado vida al levantamiento, perdiendo así tiempo, energía y agilidad frente a la inaplazable neutralización final de su verdugo. Versailles, al asecho, no desaprovechó el lapsus.

La conclusión a sacar de este ejemplo es que, aun tratándose de Marx, la teoría no es infalible. No alcanzó en este caso a predecir los hechos, y una vez que éstos ocurrieron, y que coincidieron felizmente con la teoría, ésta luego no fue suficiente para respaldar el nefasto devenir de los mismos. El Estado, esa idea subyacente en la centralización sistémica de la revolución, ese eslabón tan transitorio como imprescindible según Marx para llegar a la sociedad comunista (donde ya no habría necesidad del mismo), vendría a ser la razón misma del fracaso de La Comuna.

Así, el más admirado ejemplo de sublevación popular conocido por Marx también sería, irónicamente, el más corto de la historia, y ello por haber tomado (sin saberlo) el camino aconsejado por Marx...

Las teorías, en ciencias humanas, no tienen el mismo nivel de exactitud que tienen en las ciencias... exactas (de algo les vendría el nombre a éstas). Aun echando mano de lo mejor que pudiéramos encontrar en materia teórica dentro el ámbito socio-político (como lo es –hasta prueba de lo contrario– sin duda el marxismo), hay que reconocer que las predicciones no son el lado fuerte de las ciencias humanas. No constituyen lo esencial de sus conquistas.

Y no es porque utilicemos como modelo de interpretación de la realidad histórica el mejor que tengamos a nuestra disposición (que en la ocurrencia sería el marxismo), que podremos exigirle a este modelo –ni a ningún otro– lo que no es capaz de ofrecernos. Es un asunto de honestidad intelectual.

Por lo tanto, aún hay una vía que queda abierta: la de la evolución espontánea trascendental en la historia, hecha de singularidades que producen saltos cualitativos que luego –y sólo luego– la teoría o los análisis circunstanciales tratarán de alcanzar. Negar esta posibilidad es pecar de dogmatismo, o de simple arrogancia neuronal. 

Es comprensible que desde el punto de vista revolucionario de los sectores históricamente afectados por la injerencia y el vampirismo del imperio estadounidense, Barack Obama, próximo Presidente del mismo, no goce entre nosotros de una dócil credibilidad, ni mucho menos nos inspire una confianza esperanzada como la que surtió efecto entre sus paisanos electores.

No obstante, reconocer los límites de una aplicación, en socio-política, de la teoría según la cual A sería igual a B porque toda letra que venga del alfabeto es, ante todo, letra, no constituye un crimen. ¿No vale más pensar que existen, tal vez, otras posibilidades de interpretación de la realidad que clavarnos a semejante madero?

De todos modos, lo impredecible es una condición inmanente de la realidad. Por muchos esfuerzos que hagamos no lograremos jamás abarcar totalmente la complejidad del presente y reducirla a nuestro modelo interpretativo. Mucho menos a nuestros deseos.

Por lo tanto, no condenar a Obama antes de tiempo no parece tampoco un crimen.




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Xavier Padilla


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