El crimen violento…un secreto a voces (I)

Hay secretos a voces que se convierten en gritos, en un viraje que hacemos al bajo fondo de las miserias que sufre el cuerpo social, cuando una mano propia, no desarticulada de la totalidad, descuartiza al resto del cuerpo y luego lo escupe contra el suelo como una sobra. Esa es la sensación que nos da cuando hablamos, ya no sólo desde el asombro, la rabia o el profundo dolor que implica esta laceración, sino desde la desesperación del horror volcado encima de nosotros; hablamos del crimen violento, de la mano en presente que nos golpea hasta partirnos, que nos paraliza.

Quizá porque mucho se ha dicho desde la crítica social de la izquierda (lo que opine la derecha me importa poco en este caso), porque 
mucho análisis se ha hecho sobre las causas estructurales de la sociedad capitalista como germen de la desigualdad, la corrupción  y acumulación de capital por encima de la ética y el respeto por la vida humana, animal o vegetal. Por tanto no es nuestro papel acá explicar cómo la división de clases lleva al cuerpo social a desintegrarse en la búsqueda, siempre violenta, de adquirir lo material por encima de lo espiritual, de acaparar ganancias a costa de la explotación del ser humano y la naturaleza, en un sistema que considera la libertad un derecho individual. Todo esto lo tenemos como premisa.

También podríamos partir de un análisis de la creciente tendencia a crímenes violentos aplicados desde la práctica de sectores criminales ligados al narcotráfico y paramilitarismo en nuestro país, a la narcoeconomía que prolifera y determina la vida  de las poblaciones, todas desde el control por medio del terror, de los territorios fronterizos y no. El más vivo y próximo ejemplo de este poder que aún  muchos sociólogos y demás analistas de la realidad subestiman, es la expresión del horror inenarrable en Ayotzinapa, México. Pues ahora no basta  
con saber que existen "los malos" y "los buenos", el Estado y sus fuerzas represivas contra el "crimen organizado", esa matemática ya no sirve para explicar un negocio profundo, sucio y premeditado que colma la ansiedad de nuestra cotidianidad. Otros jugadores han venido a hacer parte en esta guerra.

Esa bendita manera de asumirnos "sociedad civil",  término que en nuestro país es cercano a la sumisión y a la pasividad, nos lleva entonces a replantearnos, no desde el poder de Estado, sino desde la realidad vivida, desde la vida sentida como parte de ese cuerpo que se mutila. Aquí no está en discusión el discurso patético y triste de las estadísticas electorales, de los planes de seguridad desde las mismas figuras corruptas y viciadas de la policía, vieja y nueva, o nueva pero parida con la marca de la vieja; una policía que se enfrenta a la misma realidad social bajo la "apuesta" a una ética instaurada como gusano en la cabeza de los carajitos pacos. Como si fuera posible transformar por parte y aisladamente. Eso no basta. Y es que en primera instancia sí, el Estado debe encargarse de la seguridad ciudadana, es su papel, pero el Estado es el mismo, no podemos pretender entonces que una policía que “nazca” de él sea una policía revolucionaria, sería tan ingenuo de nuestra parte como cómodo.

Casi tan ingenuo como comernos el cuento de las revoluciones pacíficas, que sólo han mantenido a raya, bajo la culpa y el chantaje, la arrechera milenaria de "los mismos jodidos de siempre". Hace poco tiempo había un Chávez que mantenía a raya, ahora no está y al muñeco de la torta se le cae la nariz a pedazos. 
Asumir que esa fuerza superior omnipotente que llamamos Gobierno va a venir a resolver el problema es también justificar la condena, el orden  desde la represión, el otorgamiento de nuestra calma a la mina a punto de estallar que son las cárceles, "ellos juegan fútbol con la cabeza degolladas de sus compañeros de celda...son unos monstruos, merecen morir". "Ellos" y "nosotros". Esa distancia nos salva, nos coloca en situación de víctima. 
Y las víctimas necesitan ser salvadas por una fuerza superior a ella.

Claro que la sensación de desamparo es inmensa cuando esa mano mutiladora nos toca el hombro contrario y al voltearnos nos dispara en el corazón, lo digo desde el asumido dolor que es perder a un ser amado en  situación de violencia, a las dimensiones del absurdo que toma la existencia cuando este tipo de situaciones suceden a nuestro lado, a nuestro adentro. 
Pasa también que colocarse desde "otro lugar", siendo "nosotros" nos coloca en posición de defensa, y ese sentimiento es un poco más útil que el de la víctima, pero sumamente peligroso. Que el "común", como nos llaman, tome la justicia por sus manos, es la cúspide de la derrota de un pueblo que se mata a sí mismo.

Un dato que puede graficar lo complejo de este asunto es que los promedios de edad de los homicidas de la llamada delincuencia común de nuestro país son biológicamente niños, es decir, personas nacidas en los últimos veinte años, nacidas en el forcejeo que implican las transformaciones sociales, tímidas por demás, cercanas a la reforma y no a la revolución, pero transformaciones de nuestro país. Saldrán los más simplones a decir que en quince años no se hace una revolución, que mire a los cubanos que han pasado más de cincuenta años y aún tienen problemas pendientes, que los procesos culturales son los que verdaderamente cambian el sentido profundo de una sociedad y que estos no se dan de la noche a la mañana. Todo eso está muy bien, y lo apoyo, pero tampoco es suficiente, no sirve ya para despojarnos de culpas y seguir haciéndonos la vista de gorda de la escalada abismal de violencia que nos toca la puerta, y que duerme con nosotros.

Me quiero referir al inmenso silencio que nos supera como revolucionarios al tratar de entender y por tanto proponer vías de solución, a un problema que sentimos que se nos escapa de las manos, seguramente es así, un problema que asumimos debe resolver el Gobierno porque es su papel, aunque sabremos que no lo hará, al menos no por vías distintas a la represión, tal y como le corresponde un Estado burgués y sus fuerzas del orden. Muchas son las mal habidas experiencias que desde los llamados "colectivos revolucionarios" 
no se han podido salir de la lógica paraca para solventar el problema de “la delincuencia”, una lógica que mata al mal portado de su zona, mantiene un orden del miedo y pinta canchas de basket para que jueguen los niños,  que luego quizá se descarrilen y también habrá que matar. Círculo infernal que ha sometido a comunidades enteras a subyugarse a la manipulación del miedo hacia ese poder violento que pretende imponerse desde la ausencia de política de defensa integral revolucionaria como una opción. Viene a jugar su papel la resignación de la comunidad y la apología a un heroísmo "revolucionario" que roza con la criminalidad común y silvestre. 

En el marco de un debate que desde la Asamblea de Militantes hemos dado sobre la necesidad de ir haciendo el cuerpo a una añoranza posible y en construcción, que Roland Denis ha puesto en orden desde varios documentos en una línea que se ha aprobado llamar Gobierno Popular  (http://www.aporrea.org/ideologia/a204363.html http://www.aporrea.org/ideologia/a206505.html http://www.aporrea.org/actualidad/a207007.html) . Un intento esperanzado de lavar de todo capa de culpa y parálisis movimiental al cuerpo social, que a pesar de la burocratización de toda pasión y del aprovechamiento de la voluntad participativa, existe en la práctica de las voluntades que no tienen nada que perder y arman, sueñan y hacen posible la vida comunista en sus territorios, la justicia y el bien común, la búsqueda de una armonía capaz de saldarle cuentas al colonialismo voraz que nos ha hecho temerosos, ajenas y culpables, en enfrentamiento a las expresiones despótica del Estado, no por capricho sino por ética de vida.

Esa fuerza debe ser capaz de plantearse las formas de solventar las espinas que nos someten a un campo donde la arrechera supera toda racionalidad. El problema no es individual, el dolor se hace colectivo porque la muerte violenta y el miedo nos acercan a los límites de una sociedad del asco. Por tanto debe ser cambiada y para eso existen las revoluciones, y las revoluciones las hacen los y las revolucionarias. Es urgente desde la fuerza popular y fuera del estado plantearse las posibilidades de ejercer un poder ganado desde la historia de hombres y mujeres que hemos creído en la existencia de un cuerpo social que se bese y se crezca y se cultive, uno que no se auto mutile ni se condene.  
Todo está por hacer. La esperanza está intacta. La discusión abierta.

 

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Aquarela Padilla

Venezolana. Escritora, productora audiovisual y guionista. Feminista. Formación en literatura, televisión y documental. Experiencia en gestión cultural, investigación y comunicación.

 aquareladelsol@gmail.com

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