Historia de la bebedera de whisky y de peas legendarias que han destrozado hígados y materias grises en Venezuela

En 1939 Diego Cisneros decide dejar de lado el negocio del transporte público autobusero, y funda D. Cisneros y Cía., para dedicarse a la venta de vehículos y repuestos para automóviles. Por su parte, su hermano Antonio planifica un viaje a Nueva York para hacer un negocio que dejará despaturrado al mismo Eugenio Mendoza y a medio mundo empresarial latinoamericano. Se trata de adquirir una gran planta para vender gaseosa en el país, y sus planes son, enseñar a la gente a beber algo que les quite la sed y lo entretenga al mismo tiempo. Algo extraordinariamente novedoso. Se le puede hacer sentir a la gente que sea feliz mientras está bebiendo, y más aún que sienta la necesidad de beber sin tener sed. También hay que hacerle ver a la gente que ingerir determinada bebida puede darle distinción, hacerle un ser único y aparte.

Con estas cuñas también se impondrá la Pepsi Cola de Venezuela a partir del 8 de mayo de 1940. En Venezuela, en la década de los treinta, lo que se tomaba era una agua con sabor a fresa o frambuesa que se llamaba de manera genérica Kola. Un tal Luis Pérez, en Mérida, tuvo una fábrica, y es probable que en las grandes ciudades, venezolanos se administrasen pequeñas empresas para vender refrescos como la tal Kola de don Luis. La Coca Cola la trajeron los gringos petroleros, y la consumían en Maracaibo, en ocasiones mezclada en un cóctel que llevaba whisky y hielo, llamado Highball. En una encuesta que el autor de este trabajo hizo a varios ancianos en 1999, pudo comprobar que la reacción de los muchachos de los años 40, ante el producto de la Coca Cola fue de rechazo. La escupieron, la vomitaron, y casi nadie pasaba de un buche. Luego la la compañía de la Coca Cola inició una progresiva destrucción de las botellas en las que se envasaba la Kola, además de comenzar a imponerse a través de propaganda en vallas, revistas y periódicos; luego el golpe definitivo vino con la radio y la televisión. En la década de los cincuenta, todavía a la mayoría de los venezolanos nos parecía particularmente miserable, ver a españoles, portugueses e italianos, la mayoría constructores, alimentarse en las horas del mediodía a engullir enormes panes, rellenos con mortadela, y pasarlos con Pepsi Cola.

El whisky también lo trajeron los gringos de las compañías petroleras, pero tomaban al principio el de tipo americano (bourbon), un licor tan fuerte y feroz como el miche callejonero de los pueblo del Sur de Mérida. Luego importaron el escocés que causó además de sensación, estragos. Nuestro pueblo venezolano en su inmensa mayoría lo que bebía era ron, hasta 1945. En los Andes y en Caracas, las familias adineradas tomaban vino y coñac. El coñac y la champaña entre gente acomodada, lo comenzaron a tomar, a partir de 1865, y realmente quien lo impuso, fue Antonio Guzmán Blanco. Cuando Isaías Medina Angarita, comenzó a frecuentar el Country Club, invitado por Arturo Uslar Pietri, y todo el pueblo sabía que su licor preferido era el whisky, se hizo de moda una canción titulada “El whisky tumba el pelo”. Medina era calvo. Cuando José Gil Fortoul, veía aquellos espectáculos de Medina libando whisky, vestido con pantalones bombachos, de largas medias rodilleras y zapatos claveteados, con la invariable gorrita, le decía a sus amigos: “Medina está caído. En lugar de tomar cerveza con los oficiales de la tropa, se la pasa por el Country bebiendo whisky con la clase adinerada”.

Con la fama que adquiría el whisky entre la gente adinerada, las casas Boulton se esmeraron en importarlo, y trajeron toneladas de cargamentos sobre todo de Highland Queen, 15 years old, y también Gran 15. A partir de 1945, comienza a decaer el consumo de coñac, sobre todo aquella marca Remy Martin VSOP, que solía aparecer con la imagen de los tres mosqueteros, alzando sus floretes, y diciendo: “Juramos no tomar si no es el mejor coñac de Francia”.

El fenómeno de la tomadera de whisky, que luego se extenderá a la cerveza, iba acompañado con la afición al deporte. Diego Cisneros importaba carros de lujo, e introdujo en el país el deporte de los rallies, donde hombres arriesgados, a alta velocidad, cruzaban a Venezuela de extremo a extremo. Luego del entretenimiento deportivo, tanto espectadores como jugadores se iban a echar palos. Luego llamaba y llama mucho la atención la enorme barriga que echarían todos aquellos que se dedicaban a jugar béisbol o sófbol. En el Club Paraíso se libaba whisky del más caro. Podía verse en la entrada de este Club, un gran cartel, que además se reproducía en las mejores revistas del país a página completa, donde aparecían unos honorables monjes sosteniendo unas barricas de licor y debajo esta leyenda: “Whisky los Monjes, de un buen whisky se puede sacar la gran deducción que si es bueno, cría buena sangre y purifica la mala… que la sangre buena y pura cría buen humor, despierta buenas ideas… Que las ideas buenas se traducen en buenas acciones… Que las buenas acciones conducen al cielo… Luego el buen whisky lleva al hombre al Paraíso. Importadora N. Dominici. Piñango a Llaguno 2-2”.

De modo que del Club Paraíso, se podía pasar al cielo.

El rey del entretenimiento en el gobierno de Pérez Jiménez, era Wolfang Larrazabal, Director General de Deportes. Se la pasaba Wolfang generalmente en el Círculo de Fuerzas Armadas a donde iban a tomar whisky, con bastante frecuencia personalidades como Miguel Otero Silva. Uslar Pietri también asistía a los más importante agasajos realizados en este centro, y la dictadura nunca los molestó. Uslar junto con los Phells dirigía los concursos literarios de la época, uno de los cuales se ganó Guillermo Meneses. Precisamente en marzo de 1955, aparece en una fotografía de la revista Billiken, Miguel Otero Silva libando whisky junto con Juan Herrera Uslar, el capitán de navío Wolfang Larrazabal y Lucas Manzano. En estos encuentros, era infaltable don Pedro Estrada, al igual que monseñor Pellín[1]. En esa misma revista Billeken, de marzo de 1955, aparece un gran homenaje gráfico que se le hace a Rafael Leonidas Trujillo, a quien se le cataloga de “fervoroso Bolivariano el Generalísimo Trujillo Molina, quien ama sinceramente a la patria del Libertador, hondamente vinculado a la suya por la historia, por la sangre, por el ritmo democrático en que se desenvuelven ambos países…”.

La familia toda de Miguel Otero Silva acabará sometido al imperio Cisneros. MOS fue de los asiduos visitantes a Miraflores durante la dictadura (lo mismo que Marcel Granier padre del Chulo de Bárcenas), y hasta condecorado por Pérez Jiménez; como consecuencia de una de estas condecoraciones MOS fue expulsado del PCV. MOS le tenía una especial estima a Laureano Vallenilla Planchart, Ministro de Relaciones Interiores del gobierno de Pérez Jiménez, y con él se convierte entre grandes catadores de whisky escocés. Cuando no le vemos en palacio, lo encontramos en el Circulo de la Fuerzas Armadas. El whisky le destrozará el hígado a casi todos los intelectuales de Venezuela, y Miguel Otero será uno de los grandes propulsores de esta bebida hasta el punto que será en el mundo quien le escriba a este licor uno más elogiosos sonetos. Miguel Otero hará ante el ministro Vallenilla el papel de más servil de los periodistas de los periodistas al régimen. Aquiles Nazoa en su libro “Los Humoristas de Caracas”, dice que MOS había evolucionado “del mundo popular al de sus contertulios elegantes, a las urbanidades gastronómicas..., de la fina chistología tematizada e incidencias de salón, en tipología y sucesos de página social”. Muestra Aquiles unos versos de MOS enviados por éste a El Nacional desde Italia, que consisten en la trivialísima “enumeración en dieciocho octosílabos de todas las marcas de whisky conocidas, sin que falten en el trasfondo de la composición, las complacencias al anacrónico racismo de nuestras castas adineradas”. Dicen estos horribles y cursilísimos versos que llevan el título “Qué hombre tan rarity”, así:

“Llegó de etiqueta negra,

montado en caballo blanco,

con una pea de tres filos

y de chivas ataviado.

Abrió su inmensa bucana

de presidente tumbado

y así le gritó a los monjes:

¡tomen Old Parr, que yo pago!

y con antiquary estilo

pagó con un checkers falso.

Qué hombre tan rariry es ese,

me dije con gran cuidado,

le encuentro somenthing special

de embassador anglicano,

y le descubrí el ancestro

de black and white trinitario

al verle los chicharrones

de escocés enrosquetados”.

No hay que olvidar, que Enrique Otero Vizcarrondo, después del golpe contra Gallegos pasó a ocupar un distinguido lugar entre los adulantes de la nueva Junta de Gobierno.

Inspirado en estas cursilerías Claudio Nazoa escribió la bazofia “Con mi whisky no se metan”, que ganó un premio en El Nacional.

De la tomadera de whisky en el country Club, Club Paraíso y en el Círculo Militar se echará la semilla para que surja aquella vaina que se llamó República del Este, fundada entre otros por Caupolicán Ovalles. Casi todos los intelectuales de izquierda dejaron sus hígados en las barras de los bares del Este, y para peor desgracia la mayoría de esos tragos iban por cuenta del banquero Pedro Tinoco.

[1] Véase revista Billiken, julio 1955, número 2020.

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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