Ciudades, ciudadanos y nuevas culturas políticas

“Nace, pues, la ciudad, digo, cuando cada uno de nosotros no se basta a sí mismo,

sino que tiene necesidad de muchos otros (...).

Por ello, cuando uno se acerca a otro por una necesidad y otro por otra,

y teniendo muchas necesidades se reúnen en una sola sede muchos socios y auxiliares.

A esta convivencia le asignamos el nombre de ciudad”. Platón

Empieza un nuevo ser a nacer. Los sectores antes excluidos comienzan a organizarse en nuevas y variadas formas. Las nuevas parcelaciones sociales, los oficios emergentes y alternativos pugnan por manifestarse. En el tejido social que toma cuerpo se desarrolla una diversidad de formas organizativas populares cuyos propósitos son, entre otros, impulsar la creación de alternativas de sobrevivencias independientes (por ejemplo, las cooperativas) y encauzar bajo su propio liderazgo la gestión de los servicios.

Al asumir la conducción de una serie de responsabilidades, usualmente canalizadas y resueltas bajo los auspicios de la política estatal de asistencia social, marcan también un hito en la dinámica política de la entidad, al romper con el monopolio del Estado y el gobierno en lo concerniente a la gestión social local.

Esta extensa gama de expresiones, actores, sujetos sociales, organizaciones, etc., aborda una gran diversidad de problemáticas y expresan igualmente una gran cantidad de necesidades y demandas colectivas. La construcción de estos espacios ha enriquecido sin duda alguna la dinámica política y social local, al construir un ámbito de interlocución ante el Estado que permite, en primera instancia, deslindar los campos y diferenciar en la vida pública los intereses de la colectividad, de aquellos que emanan de la lógica del poder estatal. En segundo término, la apertura de este espacio ha permitido entrar a escena a numerosos actores sociales; ha propiciado la construcción de diferentes identidades colectivas que expresan la especificidad y diversidad de nuevas problemáticas sociales. Ha auspiciado renovados discursos, instaurando reformados mecanismos de participación y ha transformado los términos de la negociación entre el Estado y la sociedad civil, entre otras cosas.

Ante esta diversidad la clave de estos fenómenos novedosos parece ser la autonomía, la corresposabilidad y una nueva versión, no capitalista, de la cogestión. La sociedad civil no es más que la sociedad en lucha para afirmar cualquier control sobre su vida y su futuro. Busca la autonomía social sin intermediarios que la “representen” y lo que aspira, por ahora, es que el gobierno cumpla su palabra, que cumpla su trabajo.

El controvertido término de “sociedad civil” encuentra una asimilación con la categoría “pueblo”, y en la condición de ciudadano. Sería la “soberana”; en la que reside nuestra independencia, pues es el pueblo quien puede, en cualquier momento, alterar o modificar una forma de gobierno. Connota principalmente al pueblo organizado no tutelado. Ella tendría que ver con la voluntad, la organización y la conciencia de sus posibilidades. Allí debería prevalecer una lógica de búsquedas sin temor, pues el objetivo sería abrir espacios de consenso y participación sobre la base de la razón. Sobre esta base se apuesta a que las propuestas más humanas, más racionales, más justas, más libres y más democráticas son las que van a triunfar sobre las otras.

La democracia sería un interés de todos y la heterogeneidad social no sería más que marginal si la fuerza popular se puede expresar plenamente. Por supuesto, luego de un proceso de dignificación que reconstruya el tejido social descompuesto por las lógicas de mercado. Sería un sumado social que piense más allá de las miserias. Si no es así, ¿con qué materia prima contaría la nueva sociedad socialista a construir?

En esta nueva relación política, las diferentes propuestas de tendencias socializantes deberán convencer a la mayoría de la nación que su programa es el mejor para el país. Su base sería la construcción de un poder político que incorpore un Estado abierto y sometido al control popular.

En este contexto, la democracia es concebida esencialmente como el respeto de la voluntad de la mayoría, pero probablemente “corregida” por mecanismos capaces de asegurar el respeto de las especificidades locales. Aparece, a la vez, como mecanismo de transformación en el largo plazo y como fin inmediato.

Se trata de inventar una democracia, enriquecida por concepciones y prácticas políticas donde se asume un modo de vida comunitario. Esto requiere, por ejemplo, conciliar democracia y comunidad; democracia directa con elección de representantes revocables; participación y vocería.

La cuestión democrática toca el conjunto de relaciones dirigentes-dirigidos en la sociedad; toca las modalidades concretas del ejercicio del poder; retoca igualmente el “bloque histórico” pluralista, capaz de inducir un proceso orientado en el sentido de la desalienación mercancía-hombre-mercancía.

Un nuevo aporte a manera de oportunidad histórica para repensar y resignificar la democracia como una reapropiación de la identidad en la amplia gama de variantes locales y regionales. Una democracia sustantiva que no se agote en lo electoral, aunque incluya este aspecto, y que impulse espacios de decisión en todos los niveles. Democracia directa a nivel comunitario y efectiva participación en la gestación, la planeación, la gestión, el ejercicio y la evaluación de las políticas que gobierno y sociedad impulsan. Un nuevo pacto social no inamovible, que reconoce una revolución en constante cambio. Una reconstrucción continua de consensos.

Implementando una labor de vigilancia, de contraloría social por encima de todo poder, la ciudadanía, en su nuevo rol activo, debería ser, a un tiempo, depositaria de la soberanía popular y guardiana de los “vigilantes”.

Todo esto implica la exigencia de profundas transformaciones en el ejercicio del poder y en la noción misma de la política y la democracia. Rousseau, en El contrato social decía: “La soberanía no puede ser representada, por la misma razón que no puede ser enajenada [...] los diputados del pueblo no son, por tanto, ni pueden ser sus representantes, no son más que sus delegados”. Es una suerte de “reconciliación” en el bien común, en que la comunidad y los intereses colectivos devienen prioritarios para los partícipes de dicha comunidad.

Aristóteles definía lo político: como “la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener a la socialidad de la vida humana como una sustancia a la que se le puede dar forma”. Sobre todo cuando aún existe un Estado sentado en el vetusto trono que edificaron las élites para la formalidad burocrática sin protagonismo popular.

Es una demanda moral por establecer derechos que decidan bajo qué criterios se dice que una acción es buena o mala, donde el centro a definir es el para qué y el para quién. Una nueva cultura política en donde la igualdad poco tiene que ver con capacidades o funciones: es el reconocimiento de ser. El principio de igualdad natural es el principio revolucionario no sólo porque enfrenta las jerarquías, sino porque asegura que todos los hombres son igualmente enteros, es decir, un todo y cada uno.

Democracia es que los pensamientos lleguen a un buen acuerdo. No que todos piensen igual, sino que todos los pensamientos o la mayoría de los pensamientos busquen y lleguen a un acuerdo común que sea bueno para la mayoría, que la palabra de conducción obedezca a la palabra de la mayoría, que el bastón de mando tenga una palabra colectiva y no una sola voluntad.

La democracia como la ciudad es “una casa común”, un templo ideológico de la comunidad, un espacio de respeto, de libre toma de decisiones donde pudieran manifestarse las distintas opiniones incluso visiones del mundo que en su dinámica pudiera activar sujetos democráticos y ciudadanos activos.

Las premisas que se vienen proponiendo son: la pluralidad no antagónica, la apertura, los códigos de mandar obedeciendo, convencimiento por la fuerza de la razón, “razón y corazón”, diversidad, respeto, tolerancia. Ellos, unidos indisolublemente al derecho de libertad, en las que superadas carencias, obstáculos e impedimentos vaya afirmando las llamadas libertades civiles en todos sus aspectos. La libertad como derecho abarca la noción de autodesarrollo humano y de dignidad, donde estaría incluido el disfrute de los derechos y deberes de la ciudadanía.

Reivindicar el derecho a las libertades civiles no es más que el derecho a la libertad para organizarnos en la forma en que a cada cual convenga, de acuerdo a sus intereses e ideas y con la única limitante de no contravenir el bien común. La sociedad civil podría absorber a la sociedad política sin necesidad de “elegir” “expertos” intermediarios en los que se “delega” la función de gobierno. Esta es su revisión y aporte: una nueva cultura política “para todos”, porque todos somos políticos al vivir en una comunidad donde hay intereses que defender.

pompiliosanteliz@yahoo.es


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Rafael Pompilio Santeliz

Doctor en Historia. Profesor de la UBV. Trovador, compositor y conferencista. Militante de la izquierda insurreccional desde el año 1963. Presidente de Proyecto Sueños Venezuela en el estado Miranda y Vicepresidente de la Fundación Gulima, Radio comunitaria en San Antonio de los Altos.

 pompiliosanteliz@hotmail.com

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