Todas las cosas giran en torno al Capitalismo, que es el centro indiscutible e inmutable del universo. Nada hay fuera del Capitalismo, ni tiempo ni esperanza. Fascistas y falangistas, reformadores y reformistas, asesores y periodistas, todos nos señalan la música de las esferas del Capitalismo, la visión ptolemaica de su magnificencia.
Incluso quienes cual savonarolas predican entre los mortales prometiendo reformas en el rito, aquellos que incluso en su exageración llegan al extremo de comprar sus camisas en grandes almacenes para el consumo del proletariado, acuden prestos a la gran basílica de Wall Street a elevar su oración, obedientes y compungidos, asegurando que "Podéis estar tranquilos: no hay alternativa al Capitalismo". Así sea.
En cambio, es nefanda la terrible herejía de estar contra el sistema capitalista, único y verdadero. Es convertirse en apóstata, negacionista, antisistema. No digamos nada de ese sacrilegio de pretender poner en pie otro sistema: eso ya es puro terrorismo, pues genera el pavor y el crujir de dientes entre los santos entre todos los santos, los generadores de empleo, los prelados del capital, los Sumos Sacerdotes, la gente de Bien. Tales impíos arderán en los infiernos, en el desprecio, el descrédito, en las cárceles y mazmorras.
Porque todo es permitido en la casa del Señor, menos la blasfemia. Frente al fuego del Capitalismo, se puede implorar por gafas de sol, reformas fiscales, cremas bronceadoras, mejunjes o sombrillas que hagan más llevadero, más "humano", el divino fulgor de Ra, pero no pasarse al lado oscuro del bolchevismo y la subversión. Para los creyentes todo es posible, aunque no probable. Para los cismáticos, condenación eterna y ninguneo eterno.
El Capitalismo lo tiene todo y se contiene a sí mismo. Tiene en sus manos las leyes, la financiación de las campañas electorales, los sobres y las comisiones, los jueces y los fiscales, los planes educativos, las televisiones, los periódicos y hasta Internet. Y si todo falla y las hordas herejes amenazan con desbordarse, quedan siempre los cruzados de la verdadera fe, las huestes de la verdad, los tanques del Señor, para meter en cintura a los desafectos, con o sin estado de excepción, de alarma o de sitio.
Los servidores de Seth, del proletariado satánico, de la destrucción del Capitalismo, no pueden prevalecer. Si hay que comprar a sus jefes, se les compra. Y por poco: un toxo, medio méndez y un par de mariscadas. Todo sea por la estabilidad del Cosmos, por el Orden, por la Ley. Amarás al Capitalismo sobre todas las cosas, y al patrón como a ti mismo.
–Que la plusvalía del capitalismo esté con vosotros.
–Y con tu espíritu.