La revolución de los hombres

(…) el feminismo, gracias a Chávez, se convirtió en una ideología nacional compartida por toda la sociedad venezolana. En Venezuela se acabó la discriminación contra la mujer (...) No habrá socialismo si no hay igualdad de la mujer en la sociedad. No habrá socialismo si el feminismo no se convierte en realidad diaria, en la producción, en el estudio, en la vida cultural, en la construcción de un nuevo modelo de familia (…)

Presidente Nicolás Maduro,

Acto Día Internacional de la Mujer,

Plaza Bolívar, marzo 2014.

 

¿Es posible hablar de una revolución feminista dentro de la Revolución Bolivariana? Cada vez que se realiza un nuevo cambio en el tren ministerial emerge la expectativa sobre la cantidad de mujeres que ocuparan cargos públicos en el gabinete ejecutivo. Sin embargo, la proporción continúa favoreciendo a los hombres. ¿Es acaso un simple problema técnico de “capacidades y conocimientos” para ocupar dichos cargos? ¿O es una forma soterrada de discriminación de género? No en balde, el propio presidente Chávez quien fuera el principal propulsor de la idea del socialismo feminista, capaz de reconocer la igualdad política entre hombres y mujeres, tampoco pudo salvarse de reproducir en sus gabinetes las mismas prácticas masculinistas que hoy permanecen. No pudieron ni él, ni por los momentos el camarada Maduro, llevar hasta sus últimas consecuencias la consigna a la práctica revolucionaria. Puede que estos líderes no fuesen consagrados conocedores del feminismo pero ¿el discurso no debería tener alguna consecuencia en la realidad? ¿O no hay suficiente voluntad política de parte de los y las dirigentes para pensar estas relaciones de poder?

            La Revolución Bolivariana como movimiento histórico y político plantea la reestructuración del estado-nación desde sus cimientos. Los mismos en los cuales se anquilosaron el clasismo, el racismo y el sexismo en nombre del desarrollo y el progreso modernizador y petrolero. Sin embargo, el propósito reestructurador parece solo obedecer a los escenarios coyunturales, preocupantes por demás como el de la actual guerra económica, pero al verlo todo como un tema técnico de datos macroeconómicos se produce la suficiente ceguera como para no considerar que estos males sigan presentes. Un cambio es estructural o no lo es. Pensar y crear el socialismo como proyecto nacional implica repensar las posiciones históricas que han jugado mujeres y hombres dentro del estado.

            El masculinismo o el privilegio del hombre hegemónico en la Revolución Bolivariana es una tara que debería preocupar tanto como la corrupción o la crisis económica porque está presente en toda la producción de la política pública. Una mirada masculina sobre las políticas prioriza más los resultados que los procesos y cuantifica la realidad. En mi opinión, los y las agentes de la Revolución Bolivariana no han sabido romper de manera radical con la continuidad de un modelo de estado dominado por el pensamiento masculino del poder y la estrategia. Un problema propio de muchos proyectos de izquierda, en el cual en lugar de defender la heterogeneidad de sujetos y luchas, homogenizan en nombre de un tipo ideal personificado en el “obrero” o el “sujeto popular”, como dignos representantes de todas las desigualdades y, aún así, ¡cuánto falta para que las mujeres podamos colocar nuestra agenda como prioridad en la lucha colectiva!. Es claro entonces que si las mujeres no estamos presentes por completo, tampoco lo estén por ejemplo líderes o lideresas afros, sexo diversos, incluso y aunque con algo de presencia los indígenas, en el tren ministerial.

            No pretendo desconocer lo que sí se ha logrado en la Revolución Bolivariana porque es mucho más de lo que cualquier gobierno socialdemócrata y socialcristiano con ínfulas neoliberales le hubiese interesado visibilizar. Me refiero a que evidentemente sí ha habido un reconocimiento ampliado y democrático de múltiples identidades sociales y políticas pero no por ello significa que el bolivarianismo antiimperialista haya completado exitosamente la avanzada histórica en contra del patriarcado, el racismo y la homo-lesbo-transfobia presente en la estructura del estado venezolano.

            La organización de la burocracia dentro del estado funciona siguiendo este sentido masculino del poder. De acuerdo a la autora Kathy Fergurson[1], la dimensión burocrática del estado actúa en privilegio del poder masculino en dos sentidos. En primer lugar “feminiza” al personal burocrático y a las y los usuarios como una forma de sumisión y dependencia con respecto a un poder superior y, en segundo lugar, la racionalidad burocrática se identifica con valores masculinos tales como la abstracción intelectual, los procedimientos formales, las direcciones y jerarquías, mientras que los valores femeninos son traducidos como inferiores (Brown, 1995: 191-192).

            La burocracia venezolana funciona de acuerdo a un conjunto de jerarquías que privilegian el poder del imaginario masculino, en otras palabras, es vertical, autoritario, directivo y representativo. No digo que esto sea un problema exclusivo en el estado venezolano, ni del momento histórico actual, sino de la concepción misma del modelo de estado liberal todavía existente. Pero veo con preocupación cómo mientras se enaltece la función social de las mujeres en la base del proceso revolucionario como lideresas comunitarias, dirigentes e incluso la muy machista expresión de las “mujeres de Chávez”, arriba donde se bate el cobre, la decisión sigue estando en manos de los otros.

            No se trata tampoco de meter a todas las mujeres en el mismo paquete puesto que no es un consenso del género femenino la lucha por transformar la situación de opresión en la cual nos encontramos. Me refiero a que pese a los esfuerzos históricos del feminismo, muchas lideresas tanto del chavismo como de la oposición continúan invocando y actuando de acuerdo a los mismos principios preestablecidos de un modelo de estado y nación que condiciona su presencia a ser la “madre” o a actuar como un hombre hegemónico. En otras palabras, no significa que tener más o menos ministras sea garantía de una agenda colectiva feminista, aún así el rebose masculino deja poco espacio para pensar que aquello del socialismo feminista sea un hecho.

            El orden del poder masculino consensuado entre las elites políticas y económicas del país ha postergado por mucho tiempo las acciones sobre problemáticas que afectan a la mayoría de mujeres venezolanas. Los prejuicios religiosos, moralistas y sexistas invaden sus bocas masculinas cada vez que hablan de sus cuerpos, así silencian las muertes por abortos en condiciones inseguras e insalubres, la violencia contra las mujeres, los feminicidios y las discriminaciones sociales, políticas y económicas a las cuales seguimos expuestas. ¿Estamos entonces ante la Revolución de los hombres? La idea de poder de representación masculina no puede ser más la marca que hable en plural del pueblo y del socialismo, porque históricamente su lugar ha sido un lugar de privilegio, lo cual deja por fuera a las mujeres pobres, las afros, las indígenas, las campesinas, las lesbianas, las mujeres trans, entre otras, en la construcción de la política revolucionaria.



[1] Brown, Wendy (1995). “Finding the Man in the State”. States of Injury:  Power and Freedom in Late Modernity. Princeton: Princeton University Press: 167-196.

 



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María Emilia Durán García

Socióloga UCV

 maemiliduran@yahoo.es

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