Crónicas desde Vigirima

Guardaparques: Quijotes de la madre tierra

Cielo opaco, día nublado. Hacia el lado izquierdo, el río; hacia el derecho, la montaña. Es Vigirima en la vista del visitante, municipio Guacara, estado Carabobo: una carretera con esas dos mejillas que se lanza rectamente hasta el Parque Nacional San Esteban, donde se confina, después de enroscarse en la plaza del poblado.

"¿Por qué el contraste o la contracorriente?", provoca preguntarle a un grupo de varias personas que, uniformadas en caqui, imprimen unas imágenes en la pared frontal de la cerca de una casa, a orillas de la carretera. Es 2 de agosto, miércoles, mediodía, 2023, justo el día más silencioso de una población normalmente callada, casi fantasmal a esa hora, tanto más cuanto menos luminoso el día. ¿Por qué, pues ─provoca preguntar─, la actividad humana tan a contrapelo del aura inmensamente natural del sitio, selvático, arbolado de mangos con sus respectivas y ruidosas chicharras hacia el atardecer? ¿Por qué no echarse como todo el mundo en sus casas con una bebida espirituosa a festejar que el dios de las lluvias le había dado un descanso a Vigirima?

Como Vigirima tiene una sola vía de tránsito vehicular, cuando llueve se escurre la montaña sobre el asfalto y baja el agua como tromba de río. Y el pueblito, por cierto, venía de padecer duras jornadas de agua, con lluvias a veces de hasta seis horas de duración en las noches. Olía a hojas podridas, amontonadas, ansiosas de sol. Reduzco la velocidad y observo con mejor detaller, y constato entonces que aquellas personas acometían una actividad poco convencional: dibujar con chapas de refrescos y tapas plásticas de botellas unas imágenes de plantas y animales aún no definidas en el lienzo del mural casero. Embadurnaban la pared con cemento y pegaban una por una las numerosísimas tapas almacenadas en un saco, siguiendo el patrón de un dibujo todavía a la vista enigmático.

Seguro de que mi vehículo es uno de los poquísimos en aquella solitaria carretera en aquella hora, me bajo dejándolo encendido, sin siquiera colocar las luces intermitentes. Me presento. Manifiesto mi sorpresa y admiración. Digo "reciclaje" y hablo de lo primero que viene a mi mente: los hermosos murales de araguaneyes y guacamayas que hiciera un joven caraqueño de nombre Oscar Olivares en El Hatillo y Guatire, actualmente en boga en los predios conservacionistas, con proyección mundial desde que terminara el mural de 90 metros de longitud de Guatire en el que utilizó 400 mil tapas de botellas con peso aproximado de una tonelada.

Me reciben afablemente. Uno de ellos exclama "¡La Guaira!", indicándome que de allí conoce uno de los trabajos del artista. Miro de nuevo el mural en ciernes, con un pájaro apenas asomado, con el color azul-cielo predominante en el boceto, el mismo que escaseaba en aquella tarde opaca vigirimeña. Son siete uniformados, mujeres y hombres, activos todos contra la pared bajo la sombra de un robusto mango, trabajando en sintonía con el silencio, como era el ambiente en el pueblo. Con un vistazo abarco el cuadro humano laborante: personas sencillas, con insignias de INPARQUES en el uniforme caqui, definitivamente especie de seres fuera de lugar en el pueblo fantasma. No sin antes acordar con ellos una visita para el día siguiente, vuelvo a mi camioneta para afrontar de nuevo aquella flecha de carretera en medio del húmedo silencio del lugar.

Repentinamente el sol calienta. Las cumbres laterales a la carretera se sacuden la neblina y muestran su perfil verde contra un cielo cálido, y me pongo a pensar en nuestro hermoso mundo cambiante, poblado de tanta diversidad vital, siempre amenazada por el hombre, menguante en verde, menguante en sangre, menguante en hábitats… Recién se iba julio, el mes más caluroso jamás registrado en el planeta, no obstante la llovedera. Leo que en el Parque Nacional San Esteban puedes toparte con el puma (Felis concolor) o el jaguar (Panthera onca); con serpientes mapanares como la tigra mariposa (Bothrops venezuelensis) o con boas como la tragavenado (Boa constrictor), entre otros montones de especies (incluyendo las vegetales, naturalmente, y el reino Fungi), algunas de ellas en peligro de extinción, como el puma, debido a la cacería ilegal, incendios, sobreexplotación pesquera; y la lectura te deja pensativo respecto de quién corre con esos cuidos para la naturaleza. Y, ¡listo!, te respondes "¡Ellos!", los hombres de caqui, los del venadito en el uniforme, los que están cuando no hay nadie más, los héroes de la madre tierra, los quijotes necesarios…

Regreso al día siguiente, jueves 3 de agosto, a las 12:50 horas, y el día es una réplica del anterior: un silencio nublado a lo largo de la recta carretera apenas perturbado por el club de los siete con sus movimientos. Porque así es Vigirima: un claustro monástico de lunes a jueves apenas atravesado en la arteria principal por los autobuses amarillos del transporte público, en contraste con la movida actividad de los viernes, sábados y domingos, cuando arriba el turismo a bañarse en el río epónimo. Y regreso transido de idealismo por la naturaleza, de admiración por personas como aquellas, que cuidan el hogar de todos. Al menos eso mascullé toda noche, compartiéndolo en mi casa, y fue una satisfacción corroborar la corazonada "del amor que cuida" en cada uno de ellos después de tratarlos un rato. Me llegué a pie, con tiempo, respirando clorofilas, pelambres, colores y murmullos de río del lugar.

Aunque el mural no estaba terminado, pues se esperaba tenerlo listo para el día viernes 4 cuando se inauguraría ante la presencia del director de INPARQUES, Carabobo, José Balza, ya volaba en su interior un conoto negro (Psarocolius decumanus) y descansaban en sendas ramas un azulejo y un granicero hermoso, el primero, el conoto, "el mejor amigo del conuquero", en palabras de Willian Guevara (el guardaparques con quien abro la conversación grupal), aludiendo al hábito del ave de robar semillas y cosechas; el segundo, el azulejo, "un pájaro muy abundante en el área", y el tercero, el granicero, un ave endémica del norte de Venezuela, granicera hermosa (Pipreola formosa), muy colorida y bella en el fenotipo macho en comparación con el monótono color verde de la hembra. Una serpiente de coral real repta sobre una piedra, llamada de Los Apios, casi confundiéndose con los milenarios petroglifos de su superficie. Hacia el extremo izquierdo, entre vegetación y montaña, destaca con bastante realismo el Puente Ojival sobre el río San Esteban, otrora conocido como Puente de los Españoles, probablemente el primer camino entre Valencia y el puerto marino. El puente estaba en esqueleto, pero lucía desde ya como un acceso real. Finalmente, en ambos extremos, ya se identifican dos distintivos: el de INPARQUES en el lado izquierdo, adyacente a una orquídea flor de mayo (Catlleya mossiae); y el del Cuerpo Civil de Guardaparques del lado derecho, logo de un venado negro entre hojas verdes aquel, venada preñada debajo de un araguaney, éste. El mural tenía como nombre "Parque Nacional San Esteban" hecho con tapitas rojas.

Pequeños detalles faltaban al pie del dibujo, definida estaba casi por completo la parte superior, donde predominaba el azul del cielo y cúmulos blancos de nubes. El verde lucia como una alfombra vegetal. William dice, como calculando la tarea en el tiempo, que el director vendría a inaugurar el espacio al día siguiente a las 10 horas y que si no terminaban en el transcurso de la tarde, les tocaba madrugar para tenerlo listo. Tarea dilatada al fin, técnica del puntillismo de Georges Seurat por allá a finales del siglo XIX en Francia, creando imaginación a punta de miríadas de puntitos pictóricos.

Otro guardaparques, Wilson Saa (de profesión músico), aplica cemento contra la pared; un tercero y cuarto, de nombres Enrique Fuenmayor e Ivelice Gastello, se afanan en colocar las numerosas tapitas de colores en sus sitios; Nancy Torres, Elizabeth Flores y Jannette Prieto cooperan con los suministros de materiales, esto es, la logística, la clasificación de los insumos, el procesamiento del montón de chapitas de colores. (Hablan de un tal Luis Rojas, también del grupo, pero ausente). Un cálculo rápido arrojó un consumo de 5 mil para acabar la totalidad el dibujo, siendo la coral, probablemente, el motivo más sencillo y económico en representarse porque requirió apenas 26 tapas de botellas en la secuencia negro-rojo-blanco. Las tapas más grandes utilizadas, con diámetro de 12 cm, fueron unas de color verde de envases plásticos de lavaplatos; las de un envase plástico, azules, de un conocido chimó, dieron expresión al panorama sideral, las nubes, el pájaro azulejo…

La parada de un autobús al otro lado de la carretera dejando a unos pasajeros corta el esquema del día casi inanimado. Bajan personas y muchas otras se asoman extrañadas por las ventanillas. Saludan, sonríen y vuelven a saludar, al parecer apreciando el azul profundo del mural. Entonces les pregunto a los guardaparques el por qué de la fecha de entrega del dibujo y responden a varias voces que el 31 de julio recién pasado se había celebrado el Día Mundial del Guardaparques y que, cubriendo el defecto de no tener el mural para la fecha mencionada, la institucionalidad se había propuesto culminarlo para el viernes, orquestado en un plan nacional de elaboración muralista por estado. De manera que Carabobo se concretaba en Vigirima, y Vigirima se abría al turístico visitante a partir de ese día, en consecuencia oportuno para el husmear del público.

El autobús se va, se lo come la carretera a lo lejos hacia la plaza del poblado, punto de parada del viejo Ejército Libertador cuando la Batalla de Vigirima. Y otra vez vuelve aquel cielo grande y nublado como claustro abovedado a comerse el día, a aquellos muchachos de entre 25 y 45 años de edad empeñados en parir venados y pájaros en conjunción con detalles históricos. Diríase que horadaban lo sagrado en el silencio de un santuario natural para, a su vez, crear otro humanizado, más a la mano, para hablarle a los hombres sobre la naturaleza.

─El mural se hace acá a la orilla de la carreta principal, en el sector de La Morita ─dice William en un esfuerzo por cubrir varios puntos de mi curiosidad─, para captar la atención del visitante antes de llegar propiamente al Parque Nacional San Esteban, más allá de la plaza. Es un mural ecológico que procura la conciencia del reciclaje, transformadora de los desechos humanos en mensajes de amor y conservación ambiental. El local, el visitante, las empresas del turismo, deben comprender que están dentro o en los confines de un parque nacional, y deben obligarse a canalizar con INPARQUES cualquier actividad que involucre la fauna, la flora y los hábitats de las áreas naturales.

Me voy, me retiro. Les doy las gracias por su trabajo, como si yo fuese el jefe de una empresa de idealismo ambiental. Los felicito. "El arte al pie constructivo de la vida", me digo mientras camino, pensando en el montón de plásticos que dejan los bañistas en los recovecos del río Vigirima; "La conciencia al rescate de la misma humanidad", me repito, pensando en que dicen que en el mar hay un amontonamiento de basura más grande que países enteros, que continentes inclusive. Bromeo con ellos, los veo con sincero semblante y les pido que me inviten a unas cervezas para día siguiente, para el día de la inauguración.

─¡Agua y de vaina! ─se ríen todos, como diciendo "¡Ojalá!".

Un quijote es quien hace de tu vida una causa propia para cuidarte con retribución o sin ella a cambio, pero siempre importándole más su deseo de humanidad. Estos guardaparques son los quijotes del planeta, la casa de todos. Nunca habrá pago suficiente para ellos. Se meten entre las greñas de la naturaleza, expuestos a peligros, alejados de la comodidad y de sus hogares, a diario, 7/7, en calidad de voluntario o funcionario con bajo salario, sólo por amor al porvenir. "El deber es lo que esperamos que hagan los demás", acuñó por ahí Oscar Wilde. Antes de partir, les pedí que posasen para una fotografía mientras laboraban y hubo recelos entre algunos por no vestir adecuadamente el uniforme que debieron quitarse por momentos para protegerlo del trabajo físico. Fue un sentido del deber que uno de ellos mismos exorcizó con la frase "No importará un momento, amiga mía; estamos trabajando".

Referencias:

«¿Por qué se celebra hoy el Día Mundial del Guardaparques? -» [accedido 7 agosto 2023]

«Parque nacional San Esteban - Wikipedia, la enciclopedia libre» [accedido 9 agosto 2023]

«Federación Internacional de Guardaparques (IRF) - Wikipedia, la enciclopedia libre» [accedido 6 agosto 2023]

«Cattleya mossiae - Wikipedia, la enciclopedia libre» [accedido 9 agosto 2023]

«Aves del Estado Carabobo [Birds of Carabobo State, Venezuela] | Flickr» [accedido 9 agosto 2023]



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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

 camero500@hotmail.com      @animalpolis

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