El nuevo monstruo político incubado por el Estado venezolano

Cuando Hugo Chávez coronó el poder político, un mundo de problemas y desafíos se acopió sobre su cabeza. Insurgía y quebraba paradigmas. Consiguientemente, para poder avanzar por el camino nuevo, debía a cada paso luchar con los enquistados tentáculos de lo viejo. Un mundo nuevo era el reto; y un mundo muerto a partir del cual despegar, era el otro.

Así la dinámica, Chávez chocó realmente contra incontables obstáculos por doquiera incursionara. Desde cada ámbito a revolucionar fueron saltando en inevitables protestas los opacos fantasmas de la Venezuela vetusta y cosificada. Y fue el caso que su gestión se convirtió en un polvorín globalizado cuya sumatoria cristalizó en el doloroso golpe de Estado de 2.002 con su riachuelo de sangre derramada. Un tanto igual ocurrió con Salvador Allende, quien entonces no pudo con sus verdaderos oponentes tras cortinas, Henry Kissinger y Richard Nixon.

Pero Chávez hizo una diferencia como humanista que fue, aunque menos intelectualista que el chileno: no se inmoló y aplicó un principio de resolución de los problemas que a medio país exasperó (a los mismos adeptos) y a la otra mitad pareció licenciar a rótulo de impunidad (la oposición). No castigó a nadie por protestar ilegalmente (llamados a derrocamientos); fueron escasísimos los que pagaron por difamar en medio de la cruenta guerra comunicacional; y desde el exterior medio planeta parecía gozar metiéndose contra Venezuela, que, a título de país en revolución humanista y pacifista, no hacía amagos de querer atacar a nadie. Simplemente Chávez dejó hacer y dejó pasar, mientras avanzaba en silencio, atornillando el cambio político paradigmático en las áreas populosas y pobres de la Venezuela fantasmal.

Este caro principio del mercado capitalista que abomina de la participación de los gobiernos en el libre mercado, "laissez faire, laissez passer", adoptado por un país explosivo en protestas y conflictos como Venezuela, además de otras expresiones culturales como los hippies, dígase de paso, fue el que permitió que la plaza Altamira se llenase abiertamente de conspiradores en los momentos del la mayor tensión en el país, que los mismos golpistas circulasen impunemente por las calles y que se sucediesen eventos variopintos denigrantes u ofensivos en general, como la quema de “chavistas” en las protestas o las extremadas  declaraciones de políticos opositores ante los medios de comunicación,  que incitaban al odio, a la muerte, a la invasión y, de la manera más calmada, le mentaban la madre a la figura del Presidente de la República.

“Dejar hacer, dejar pasar” posibilitó a la gestión de Chávez no incurrir en capítulos de represión cruenta, tan esperados por los EEUU y sus complotados internacionales, y, sobremanera, esperar que los planes y acciones opositores se desinflasen por si solos, en la larga espera de la caída del “dictador”. De hecho, la ultraderecha política, esa que se aferra a las telarañas de la explotación capitalista en el país, va camino a cumplir 30 de espera, siempre con sus planes desinflados y desparramados sobre el suelo.

Así, pues, la modalidad de esperar y dejar pasar se hizo protocolo y práctica de Estado, y pasó a la continuidad, hoy con la gestión de Nicolás Maduro. De esta suerte Juan Guaidó, por mencionar al ícono criminal de lesa patria, se cansó de caminar los vericuetos de la tierra de Bolívar bajo la mejor impunidad, después de haberse autoproclamado presidente interino, llamar a la invasión y promover la división y el odio. Su plan se desinfló y hoy es un cadáver que terminó sembrado en la marisma de la rancia Venezuela.

Ahora que se aproximan las elecciones presidenciales, la modalidad estatal de ignorar y esperar a que el plan enemigo se caiga por propio peso, incuba un nuevo monstruo político: María Corina Machado. No obstante estar inhabilitada, serpentea a lo largo del país llamando a la rebelión, a la invasión contra el país, complotándose con países y personeros que llaman a derrocamientos. Ahora que un poco de estabilidad ha regresado al país, hay algo de repunte económico, calma y hasta lo que parece un relajamiento de las sanciones económicas de los EEUU, la “candidata” parece acopiar la albúmina de lo que ya parece prefigurar el  inminente capítulo de violencia política y conspiratoria para Venezuela con ella a la cabeza: la sucesora de Guaidó, proxeneta imperial contra la república.

En la medida en que camina delictuosamente (¡está inhabilitada!) y vocifera como candidata, se fortalece en su designio y papel como  nueva favorita de los EEUU, eventualmente costándole mucho más a la autoridad y la ley ponerla a derecho (marchas, protestas, quemas, mítines, apoyo internacional). Parece inexorable, pues, la repetición, de la cíclica historia de la violencia política, período 2024-30, tan ejercitada en Venezuela.

La pregunta a realizar será: ¿seguirá funcionando la política de dejar hacer y dejar pasar para desencajar al oponente? ¿Esperará nuevamente el país, en medio de cansados pasajes de desestabilización y violencia ciudadanas, que se desinflen los planes de Machado y los EEUU? ¿Durará ello otro lustro, otro período presidencial de los EEUU, de Venezuela? Luce económico ahora mismo arrestarla, así como, por el contrario, cara luce la espera. Dígase, finalmente, que éste Laissez faire presupone que, mientras dure, Venezuela seguirá como el personaje de Horacio Quiroga en el cuento “A la deriva”: flotando en un bote, picado de culebra, sumido en medio de la impunidad de un destino no combatido.



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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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