Resulta
obvio afirmar que lo primario y por ello previo a la elaboración de
una correcta estrategia se asienta en un reconocimiento de las
condiciones generales y particulares en las que tendrá lugar su
correspondiente aplicación. En tal sentido no es posible ni viable
la elaboración de un plan para el logro de un objetivo si no se
distingue anticipadamente con cierta rigurosidad y método las
condiciones en la que se puede plantear tal empresa. La definición
de la naturaleza específica de cualquier lucha o confrontación por
un objetivo, debe tenerse como punto inicial para el diseño y
programación de cualquier estrategia y sus consecuentes
operaciones. No hacerlo, o intentarlo precariamente, es carecer, en
rigor, de estrategia y adentrarse en los espacios de la
incertidumbre, el azar y la improvisación. Estimar con exactitud y
despojado de ilusiones las posibilidades de éxito o no, marca desde
un inicio la índole de la estrategia caracterizándola y
singularizándola, y ello es así de tal manera que apreciar la
fortaleza del enemigo o sus debilidades, sus potencialidades o
limitaciones, etc., obliga, si el plan es correctamente delineado, a
la implementación de ciertas operaciones que, quiérase o no,
manifiestan sin decirlo las reales condiciones en la que se
presenta el contrincante y por la misma razón las propias.
Por ello es
que toda estrategia elaborada apropiadamente es en si misma
reveladora del tipo de lucha que le tocará enfrentar, ocurriendo
inevitablemente en su despliegue, en su emplazamiento, que se
evidencie el nivel del conocimiento que sobre la situación se tiene
y la correspondiente valoración. En las contiendas electorales esto
no es distinto y la escogencia del plan por parte de los diferentes
actores en pugna puede dar luz, en algunos casos con extrema
claridad, sobre la situación real en la que va a plantearse la
lucha, traicionando inevitablemente y sin desearlo el principio de la
discrecionalidad o del secreto que se supone debe guiar toda
estrategia.
Por ejemplo,
elaborar, en el plano de una lucha binaria como la de las actuales
elecciones, una estrategia dependiente de situaciones favorables
resultará a ojos vistas radicalmente diferente que aquella que
tiene que explayarse en adversas condiciones. Esto parece una
tautológica simpleza el afirmarlo pero suele no ser ni apreciado
ni comprendido por la llamada opinión pública en toda su extensión,
a diferencia de la valoración de los especialistas o conocedores
del tema, que pueden captarlo con cierta habilidad a pesar de que
muchas veces, la mayoría de estos, desmerezcan su importancia en el
propio desarrollo de la pugna electoral. Y esta afirmación es así
a tal grado que resulta que la escogencia y diseño de la
estrategia, en buen
parte de los casos, comunica al adversario, con elevado grado de
verosimilitud, mejor la verdadera condición del contendor; más,
incluso, que los mismos estudios de opinión u otras herramientas de
indagación, que suelen aparecer influenciadas por factores de
interés externos, por la duda inherente que en la mayoría de los
casos despierta su diseño e implementación, y sobre todo por
carecer de muchísimos elementos de orden cualitativo que no pueden
ser captados por la implementación de estas.
Teniendo
esto como razonable y dando por descontado que la estrategia
opositora es necesariamente correcta, es que resulta viable el
distinguir, en las actuales condiciones en la que se desarrolla la
campaña electoral por la presidencia de la Republica, cual bando
asume una estrategia elaborada para la lucha en condiciones
favorables y quien le toca en condiciones adversas. Quien esta a la
ofensiva y quien a la defensiva, quien abajo y quien arriba, quien
aparece estable y quien apurado.
A partir de
tal convicción podemos proceder a observar como la estrategia que
gravita en torno al candidato de la oposición en la actual campaña
electoral no se puede entender coherentemente si no a partir de
vislumbrar y precisar que se trata de una estrategia confeccionada
a propósito de la aceptación de la premisa de tener que enfrentar
a una opción con superiores y claras posibilidades de triunfo sobre
la suya. Variadas y perfectamente diferenciables son las
características que en ella podemos detectar que le dan
consistencia argumental a esta afirmación y que permiten una
aproximación capaz de explicarla, de las cuales a continuación
relataremos las mas visibles sin previo orden o jerarquización.
La primera
de ellas y tal vez la mas notoria refiere al uso de la
emulación como practica recurrente en las
presentaciones del candidato opositor y en el manejo que hace del
discurso, práctica esta cuya comprensión solo cobra sentido a
partir de previamente haber admitido los estrategas que ciertas
características propias del adversario son las que le prodigan su
carácter exitoso y por ello su actual fortaleza en términos de
intercambio electoral. No se intenta la
emulación con tanta fuerza y de manera tan
expresa como la observada en el actual candidato opositor si no se
quiere urgentemente compensar algún rasgo obvio de superioridad en
el adversario, ya sea que se trate de su discurso ante los distintos
tópicos, ya sea su desempeño estilístico que en el caso nuestro
tanto lo singulariza, ya sea los rasgos mas patentes de su imagen
publica, etc.
Es que
aparecer de sopetón, tal cual lo hace el candidato opositor, como si
nada, por ejemplo, con inédito discurso de corte social e
ideológicamente ubicado en la izquierda, se inscribe dentro de la necesidad de
conferirse artificial y sobrevenidamente un rasgo político (en los
actuales momentos favorable en el seno de la opinión publica) del
cual carece por distintas causas, para que así, eventualmente,
su apuesta como candidato pudiera disipar el monopolio que a este
propósito exhibe el candidato del gobierno. Recrear una personalidad
jovial y de inédita ligereza tal cual desde hace mucho tiempo hace
gala el candidato de gobierno, es otra variante de la
emulación que recientemente tipifica las
nuevas actuaciones programadas para el candidato opositor y que
remiten en profundidad a la idea de desvanecer aquellas
diferencias que tanto le perjudican como opción. Es así que la
emulación, la vetusta técnica del
mimetismo especular, el arte del desdoblamiento utilitario, se
constituye aquí, como en muchas de las estrategias electorales, en
el modus operandi
privilegiado a ser usado y que es el resultado de haber
previamente comprendido a cabalidad, por parte de la estrategia
opositora, la ventaja del adversario, tanto en su rutinario
desempeño como en su percepción de imagen.
Nadie que
tenga un mínimo de experiencia en el tema del marketing electoral
podrá instaurar la aventura de mimetizarse como su adversario si
este es una opción claramente perdedora o con dudosas posibilidades
de éxito. Repetir al contrincante es un intento extremo para
intentar cancelar las ventajas del adversario, por equilibrar las
diferencias, y sobre este punto igualmente es pretender la
disipación de las ventajas adversarias a la hora de compararse, de
tal forma que puedan lograse, al menos sobre ciertos aspectos
limitados, unas salvadoras tablas. Copiarse, desde la perspectiva
psicológica e inconsciente, diríamos que es una suerte de tributo
velado que le hace el débil al fuerte; una ofrenda lisonjera con
destinatario oculto aunque evidente, un asentimiento resignado a la
condición dominante de su oponente.
Una segunda
característica de la estrategia opositora, que desenmascara la
plena convicción de su apreciable debilidad electoral, lo constituye
el permanente uso de la negación como
método para orientar la confección y diseño de las actividades
públicas y presentaciones discursivas de su candidatura, siendo que
entendemos por negación,
en el plano de la lucha electoral, a todo aquel conjunto de
distribuciones estratégicas tendentes a eliminar de la imagen y del
conocimiento que se tiene del candidato por parte de la perceptiva
social los mas resaltantes atributos que reforzarían una
perspectiva no deseada, los cuales, por regla general, tiene un
claro origen en el recuerdo sintetizado de sus actuaciones
precedentes.
En el caso
del candidato de la oposición el peso de su historia es ostensible
y lo define con bastante nitidez y terquedad, siendo que ello le
tipifica un destino electoral de excedentarias barreras y tortuosas
rutas. Muy especialmente porque su imagen pública refiere a una
perspectiva anclada en un pasado superado, pletórico de confusos
recuerdos que le dificulta lograr ante la opinión publica una
percepción sobre si mismo que invoque la ejecución de valederos
cambios o propuestas honestamente refrescantes.
El simple e
inevitable hecho de representar este candidato a la oposición trae
consigo la imposición de una rémora histórica que solo es
probable superar intentando a toda costa la prescripción de una
serie de actividades impregnadas de una considerable distancia con
los símbolos y emblemas de aquella época. La práctica electoral
de la negación tiene
entonces por objetivo la ruptura con ese vínculo del pasado, es el
intento atropellado por disolver u ocultar el enorme peso pretérito
y por supuesto sus desfavorables consecuencias en la dinámica
electoral. De allí que devengan sus constantes reprogramaciones
electorales de eventos de calle sin la presencia de personajes
alegóricos de la llamada cuarta república, de allí la
implementación de un discurso refractario al tema del pasado y
exento de mayores connotaciones principistas o ideológicas, de allí
su permanente y a veces extravagante reinvención mediática como
figura publica y su sospechable tragedia existencial de escindido
hombre sin identidad y sin historia que suele traslucirse ante la
mirada suspicaz de quienes le analizan y le observan.
Ciertamente
la negación es una
modalidad estratégica que suele ser usada por cualquier
contendiente y bajo diversas circunstancias, pero la índole de la
intensidad con la cual la oposición la utiliza, lo protuberante y
hasta estrambótico que resulta a la vista su aplicación, reseña
inequívocamente la presencia de un grave problema que sin duda es
subsidiario de una fatalidad de la que no es probable sustraerse sin
exagerados esfuerzos. El negarse con tanto denuedo y con tanta
inversión de recursos solo es concebible bajo el entendido de que
hay que borrar a como de lugar un pasado demasiado presente, capaz
por si solo de decretar un futuro de sombríos resultados
electorales y nuevas derrotas.
Un tercer
aspecto de cierta recurrencia en las actividades de la estrategia
opositora y que muestra en profundidad el carácter defensivo de la
misma, lo encontramos con el particular uso de la llamada
sobreinterpretación,
entendiendo a esta como la deliberada exageración en importancia de
un evento, actividad, propuesta discursiva o rasgo de imagen de la
candidatura con el propósito de mostrar una supuesta superioridad
que eventualmente fascinaría a ciertos estamentos de electores. Esta
práctica, de extendido uso, es típica tanto en opciones ganadoras
como perdedoras, por lo cual su empleo no manifiesta necesariamente
la presencia de una estrategia elaborada solo para condiciones de
adversidad. Ahora bien, cuando esta es usada continuamente con una
intensidad que raya en lo audaz como la hace la oposición y además
es desplegada a propósito de hechos que carecen de una relevancia
confirmable dentro la contienda electoral, (tales como destacar a
través de los medios y la publicidad machaconamente el fútil hecho
de “hacer visitas casa por casa” o de caminar “Diez
kilómetros”, etc.), entonces su uso solo es justificable por el
deseo imperioso, tanto de evitar el ritmo de la campaña adversaria
que se presenta como ganadora, como para divertir a la opinión
publica en asuntos sobre los cuales pudiera el propio candidato
presentarse en condiciones de clara superioridad, para entonces
consecuentemente abonar a favor de una mejora de su percepción ante
los electores.
Llevar al
adversario a terrenos en la que se es dominante es una conocida
conseja de añejo uso y tal vez por ello de fácil advertencia en
la práctica política; pero el que esta se haga dentro de los
umbrales de la futilidad, en ignorados territorios de frivolidad o
de adulterada relevancia, buscando lograr algo así como el llamado
“efecto placebo”,
demuestra cuan difícil es tocar para la oposición y su candidato
temas de razonable importancia discursiva o de imperiosa actualidad
electoral en la opinión publica fuera de los ya un tanto desgastados
de la inseguridad o de la corrupción, resultando tal proceder de
la oposición como una confesión tácita de que el candidato
adversario, y el desempeño que representa como jefe de gobierno,
puede exhibir sus saldos públicamente en condiciones que le serían
apreciablemente provechosas. La
sobre-interpretación constituye así, en la
estrategia electoral opositora, una formula audaz de constante
apelación que intenta construir y recrear sobrevenidos y
rebuscados eventos de opinión publica capaces de expresar
transitoriamente una superioridad fuera de los ámbitos a los que
recurre el candidato de gobierno y que tiene como desiderátum el
distraer a los electores de la discusión planteada por este, en
virtud que aquellos suelen serles en la mayoría de los casos
poco propicia y hasta enojosa.
Otro aspecto
que encontramos con suficiente continuidad dentro de las actividades
dependientes de la estrategia opositora, refiere al uso con cierta
regularidad en el discurso de la
justificación, siendo la
justificación aquella practica de la
comunicación electoral orientada a prevenir al conglomerado
electoral sobre una probable situación irregular que incidiría
negativamente contra las aspiraciones del propio candidato, para de
esta manera desmerecer el factible triunfo del adversario y animar,
paralelamente, una victimización tendente a impresionar a sectores
militantes y simpatizantes que se sentirían afectados o
sensibilizados por su derrota. Las constantes campañas orquestadas
contra el CNE en la que se acusa a este de estar al servicio de la
opción gubernamental y por ello encontrarse presto a fraguar un
fraude, el permanente reclamo de ventajismo que se le hace al
candidato gubernamental, la constante acusación de injerencia
exterior, las denuncias de usufructo de recursos del estado para la
campaña, etc., son ejemplos del uso extensivo e intensivo por parte
de la oposición de la práctica de la
justificación como argumento de campaña
electoral, dando fe con ello de una situación que le es adversa y
que obliga de antemano a responsabilizar a factores que
ilegítimamente actúan en su contra y que se encuentran
estrechamente ligados al gobierno.
Más allá
del grado de veracidad de estos señalamientos, la continúa
utilización de la justificación dentro
de cualquier programación estratégica electoral expone de manera
patente la certeza de que sus elaboradores están consientes que su
opción se encuentra peligrosamente superada por la del adversario y
que la derrota pudiera ser inminente para lo cual urgentemente hay
que prepararse. Apelar reiteradamente a la
justificación, a la vez que es síntoma de
padecimiento de adversidad, es también el intento desesperado de
hacerse de una herramienta de opinión que sea capaz de permearse
electoralmente como argumento-escusa, con el propósito, una vez
finalizada la contienda, de hacer de la extensión y magnitud de la
probable derrota una responsabilidad que no les compete y que no les
pertenece, y de esta forma permitirse vagamente, en las
inmediatamente próximas elecciones, borrar tan calamitosa
condición de perdedores, que obviamente se constituiría en una
pesada piedra molino para sus aspiraciones regionales. (Bien el uso
de la justificación
tendría otro propósito extra electoral, del tipo conspirativo, pero
no es el caso en estos momentos analizarlo)
Una quinta
característica de la estrategia electoral opositora que revela
igualmente su apurada condición, la encontramos en el uso de la
saturación como formula general de
programación y presentación de actividades, entendiéndose a esta
como el esfuerzo de una de las partes por copar al máximo, en tiempo
y espacio, su presencia en los territorios del escenario electoral,
llámese este mediático o de calle. De muy fácil advertencia es
esta práctica, puesto que se puede constatar vg.: por la desbordada
presencia en los medios de noticias asociadas a la candidatura
opositora o con sus propuestas, con la desenfrenada actividad publica
que esta presente en su agenda, por la acelerada imposición de
publicidad en todos los ámbitos, por la ingente cantidad de especies
antigubernamentales que inundan los medios que le acompañan, por el
esfuerzo costosísimo para lograr buenas demostraciones de calle,
etc. Si bien las exageraciones en el uso de los recursos en las
campañas electorales ha sido una constante en otros tiempos
apareciendo como característica en candidaturas ampliamente
ganadoras, la presente saturación que ostenta la campaña opositora
tiene como particularidad el concebirse, no como práctica para el
sostenimiento de una ventaja, sino que, aferrada y articulada con las
anteriores prácticas aquí expuestas, invoca un esfuerzo in
extremis para crear al menos una sensación
publica de fortaleza electoral que tendría como objetivo despertar
el interés y la moral de quienes serían sus naturales electores,
además, por otra parte, de preparar el terreno para consolidar las
especies fundadas en la justificación,
de forma tal de darle un cierto sustento real al previsible grito de fraude electoral.
La
saturación es la necesaria fanfarronería de
quien posee vastos recursos económicos y logísticos pero carece de
suficiente estatus electoral, es el teatro de la intensidad llevado
al limite y el grito fiero del baladrón de oficio, que pretende
intentar despertar el animo semi apagado de los naturales electores y
de los activistas y a la vez intimidar al adversario y desesperarlo.
Una candidatura o una opción claramente ganadora no amerita de la
saturación para la consolidación de su
ventaja, por el contrario muchas veces su implementación pudiera
generar rechazo, hastío, confusión y el vicio del triunfalismo, a
más de contradecir el principio limpio de la necesaria economía que
debe guiar la implementación de toda estrategia. De modo que la
saturación tal cual es explayada por la
estrategia opositora comporta en si misma un rasgo de radicalidad y
angustia presente en los estrategas de la oposición, tendiente a
producir, un tanto compulsivamente, por vía de la tenaz repetición
y de la dispendiosa magnitud, un efecto que turbe la natural
inclinación observada en la conciencia electoral presente.
Un último
aspecto observado que viene acompañando a las operaciones de la
estrategia de campaña opositora y que muestra igualmente su
condición, lo encontramos en la práctica mas o menos recurrente de
la simulación,
comprendiendo a esta como aquella actuación programada que es
sustentadas bajo los límites de la dramatización o el engaño
publico. Aunque la simulación suele acontecer como formula de
continuo uso en el desempeño rutinario del político profesional y
especialmente en las campañas, siendo por ello que no tiene que
tenerse como signo de padecimiento de una situación adversa, cuando
esta aparece formulada sobre tópicos que resguardan una acusación
extrema al adversario y que en si misma implica el riesgo de su
develación, ocurre que es el tipo de simulación
que corresponde a una estrategia urgida de mejorar a todo traste la
ubicación electoral negativa de su opción.
Sería
irracional, por decir lo menos, que una candidatura ganadora se
adentre con tanta imprudencia en la implementación de performances
que supongan el riesgo de la develación y con ello la comisión de
un traspié gratuito. Solo en condiciones de adversidad, tal cual se
presenta la candidatura opositora, la lotería de la
simulación de eventos extremos constituye
una variante probable de selectivo uso, puesto que de ser descubierta
como engaño no desmejoraría mas su condición y al pasar como
cierta le sería provechosa según las connotaciones publicas del
tema tratado.
Así por
ejemplo la generación programada de situaciones de violencia de
calle en los eventos de la oposición, suponen la posibilidad de ser
esclarecidos por vía de la grabación o la confesión, un riesgo
innecesario que cualquier opción ganadora no tiene porque alentar so
pena de incurrir en estolidez, pero que en el
caso de la oposición, asociados con los medios de comunicación que
le son afines a sus objetivos, desdeñan, puesto que de lo que se
trata es imponer la especie como posibilidad real aun y a pesar del
costo lectoral que ello le arrojaría en caso de ser descubiertos.
0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0-0
La
constatación de la presencia de una estrategia electoral elaborada
sobre la base de comprender su adversa situación, no es
necesariamente la afirmación de que los resultados serán
igualmente. Al contrario la manufactura de una correcta estrategia
destinada a hacer frente a una situación adversa puede en algunos
casos ser fructífera si quienes tienen la ventaja no saben
administrarla o se ciegan de jactancia. La estrategia opositora se
encuentra diseñada como una suerte de paquete de medidas de
aplicación “tipo shock”, tal cual la tradición económica
neoliberal, orientadas a tener un efecto compulsivo, rápido y
eficaz, sobre la opinión publica que le permita un crecimiento
apreciable y suficiente, para con ello inducir una debilitación, en
reacción en cadena, de la opción gubernamental. No comprender que
ello es factible sería suicida para el futuro electoral del
gobierno y el de la revolución. La estrategia opositora nos dice que
sí, que están en situación adversa, pero también nos dice, por
saberlo fehacientemente, que están dispuestos a esforzarse al
máximo y aún a pesar de los riesgos lo harán, tanto desde el
punto vista técnico como del volitivo, y por supuesto desde el de
los recursos que en mucho le sobran.
Conociendo
de manera general los aspectos que tipifican y singularizan la
estrategia de la oposición, podemos referir algunos reflexiones,
fáciles y simples, como aporte para una mejor comprensión de las
actuales condiciones electorales y tal vez como argumentos para ser
agregados a la estrategia electoral revolucionaria (La cual, hasta
ahora, consideramos suficientemente correcta). A la
emulación se deberá oponer el elegante
desdén, la humilde omisión y la afirmación publica de la
originalidad tanto del discurso como del estilo del candidato de la
revolución; a la negación
se responderá con las pruebas del pasado y con económicos,
eficientes e impactantes recordatorios de la actuación del
candidato opositor; a la sobreinterpretación
con la firmeza del discurso relevante, con el énfasis en las mas
claras fortalezas, evitando a toda costa caer en la celada de desviar
los objetivos; a la justificación
con argumentos que revelen su falacia y que expongan la verdadera
causa de los señalamientos, la cual no es otra que la de preparar el
terreno posterior a su derrota; a la
saturación con una campaña de fuerza pero
no de dispendio, y con el complemento de un discurso de rechazo al
excesivo gasto y duración del oponente; a la
simulación con la previsión inteligente y
con la develación que solo es posible lograrla con la creación de
una instancia para ella.
munditown@yahoo.com