Ojo de vidrio

La Generala Manuela Saenz

Acabo de ver la ceremonia de ascenso de Manuela Saenz a Generala en una ceremonia de traslado de algunos de sus restos al mausoleo donde descansa Simón Bolívar. Es un acto central de la conmemoración del 199° aniversario de la independencia de Venezuela y víspera de su Bicentenario.

Aquí en La Paz, donde vine invitado como periodista, habrá un acto enorme y emotivo en la sede de la Embajada. Llegué la noche del domingo a ver los últimos preparativos: ha sido la comunidad venezolana en La Paz la que trabajó desde hace dos semanas para desplegar una bandera del hermano país que fácilmente tiene 300 metros de largo y envuelve varios pisos, diríamos, ecológicos, que representan los andes, los valles, los llanos y el Caribe venezolanos.

No he visto antes un esfuerzo semejante, tal como lo comenté con mi amiga Josefa, valerosa maracucha, del Estado de Sulia, esposa del pintor y paisano Fredy Escóbar y madre de siete hijos, todos los cuales, por sí solos, conforman un ejército libertador.

En minutos más se iniciarán los festejos con un partido de fútbol en el Estadio Obrero, en el cual la estrella no será Messi ni Forlán sino el Presidente Evo Morales. Buena manera de comenzar un día soleado que acompañará una arepeada a la cual se espera que asistan 600 personas, a dar los parabienes a la joven embajadora de Venezuela. Habrá ron caribeño y tabaco de Cumaná, ese que algún día se me dará probar porque tuve noticia de él cuando escribía sobre Antonio José, alma bendita, el Mariscal Sucre.

Bolívar tuvo dos amores: Manuela Saenz y Sucre, la mujer plena y el amigo pleno; y tuvo un maestro: Simón Rodríguez. A Sucre lo asesinaron en tanto que Manuela y el maestro Simón acabaron en la miseria. Arturo Uslar Pietri cuenta la visita del maestro a Manuela abandonada en una playa del Perú. Vive sola y rodeada de quiltros, ch’apis, mañazos, perros de la calle, a los cuales ha puesto los nombres de los enemigos de Bolívar. No lo digo yo, lo dice ella: Santander, Flores, tantos otros apodos que han sido adjudicados a sus pequeños perros. El maestro baja de su embarcación que lo lleva a la muerte y está enfermo. Tiene unas horas, pocas, para ver por última vez a Manuela y recordar con ella su pasión común: Bolívar.

Nunca confirmé si Manuela Saenz vino a lo que hoy es Bolivia; en cambio Sucre y el maestro Rodríguez sí estuvieron acá, fundaron una república y Rodríguez encabezó la primera reforma educativa de nuestra historia, reforma mal comprendida por los restauradores coloniales de la época, que persistían en fomentar la enseñanza memoriosa, clerical, rutinaria y obsecuente con el poder. Rodríguez quería educar huérfanos, para que no heredaran los prejuicios coloniales de sus padres y fueran buenos ciudadanos republicanos, rebeldes, libertarios, inconformes con el abuso del poder. No pudo avanzar mucho porque el medio no le entendía, pese a que luego Chile lo acogió y allí dejó grata memoria. Como Bolívar, como Manuela, era un adelantado para su época.

Manuela era la pasión de la mujer que no conoce trabas para su sentimiento de libertad, para entregarse con amor a un hombre y a una causa, y para morir sola y en la miseria. Bolívar murió en la soledad y el maestro Rodríguez a merced de una enfermedad irredenta. Pero pronto la gloria rescató los nombres de los tres y, por supuesto, de los cuatro, incluyendo a Antonio José, alma bendita.

Hoy es pues un día de regocijo no sólo venezolano sino también boliviano. Hasta el pueblo más remoto tiene en su corregimiento y en su escuelita los retratos de Bolívar y Sucre, tan venezolanos como bolivianos.

(*) intelectual boliviano


Esta nota ha sido leída aproximadamente 3944 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter