Casi todas las personas viven la
vida en una silenciosa desesperación
Henry David Thoreau.
Aflojar las constricciones del tiempo-parámetro,
para reencontrar la flexibilidad, los horizontes
abiertos del tiempo-compañero y del tiempo-devenir,
constituye un desafío democrático, una exigencia
de ciudadanía. El tiempo se vuelve un elemento
decisivo de nuestra cultura política.
Jean Chesneaux.
Llegará un tiempo en que habrá tiempo
Para que dure el tiempo….
Joaquín Araujo.
Observando
en la sede de la Universidad Bolivariana de Venezuela en Caracas la
larguísima fila de personas que deseaban adquirir equipos
electrodomésticos, enormes televisores de plasma, teléfonos celulares y
otros enseres que el gobierno bolivariano ofrece a la población
venezolana a bajos precios y a crédito, y la batalla a golpes que se
desató por apropiarse de los últimos equipos, me preguntaba cuales
serían las consecuencias a mediano y largo plazo del hecho de que, hasta
ahora, las acciones de gobierno de la Revolución Bolivariana se han
limitado en su mayor parte a intentar interpretar y cumplir con los
sueños y anhelos consumistas que el sistema capitalista ha insertado por
décadas en la psiquis individual y colectiva del grueso de nuestra
población, cuando, parafraseando a Marx, de
lo que se trata es precisamente de transformar, de revolucionar esos
sueños, anhelos y deseos, de construir nuevas conductas, nuevas
actitudes más auténticas, más solidarias, más comunitarias y
existencialmente plenas.
Un
proceso revolucionario que quiera hacer honor a su nombre tiene que
intentar construir un nuevo conjunto de valores, una nueva racionalidad
que apunte a la armonización de la vida, al equilibrio social,
ecosistémico y, para utilizar la expresión del filósofo francés Herbert
Marcuse, a la pacificación de la existencia, entendida esta expresión
como “el desarrollo de la lucha del hombre con el hombre y con la
naturaleza, bajo condiciones en que las necesidades, los deseos y las
aspiraciones competitivas no estén ya organizadas por intereses creados
de dominación y escasez, en una organización que perpetúa las formas
destructivas de esta lucha”. Un nuevo modelo de organización
económico-social que recupere para hombres y mujeres ritmos y
ciclos vitales, plenos, armoniosos, sincronizados con el resto de los ciclos naturales, en
contraposición al casi histérico desenfreno y derroche consumista y a
la aceleración constante y castrante que los ritmos del capital le
establecen a la existencia humana y a todo el ecosistema terrestre.
El
crispante frenesí consumista y alienante que el capitalismo impone a la
vida y que su aparato propagandístico hace aparecer como eterno e
insuperable, fracciona ésta en tantas partes como el mercado necesite;
en este modelo todo es pasajero, todo es efímero: los objetos, las
relaciones de pareja, las tendencias, los valores, todo existe sólo
mientras produce ganancias o beneficios cuando deja de hacerlo, el
sistema lo declara, tácita o expresamente, obsoleto, y a través de su
industria cultural procede a crear nuevos patrones y modas
con las que suplantarlos, eternizando y acelerando el ciclo de
producción, consumo, desecho. El ser humano aquí se convierte en un
engranaje más del sistema, se deshumaniza en función de la producción de
ganancias
para el capital. Frente a esto, como bien lo ha indicado el profesor
Daniel Hernández López, la Revolución Bolivariana debe “recuperar la
unidad armoniosa de la subjetividad del sujeto social”; pero esta unidad
armónica, más que nunca necesaria frente a la violenta fragmentación
existencial que el capitalismo impone como norma y principio, no podrá ser recuperada o construida utilizando
una racionalidad instrumental que tiene su fundamento en el
fraccionamiento de la vida, en la acumulación constante y perenne de
objetos como sinónimo de bienestar.
Arropadas
con las banderas de la construcción del socialismo y el pago de la
deuda histórica que el estado venezolano tiene con las clases
desposeídas de nuestra sociedad, ciertas políticas de la
gestión del presidente Chávez, justifican y sostienen algunas de las más
agresivas manifestaciones del capitalismo globalizado. Los televisores
de plasma, los celulares de última generación, los electrodomésticos y
vehículos chinos e iraníes, por citar sólo algunos
ejemplos, que el gobierno bolivariano ofrece a la población a precios
muy bajos y a crédito, no caen del cielo, hay que verlos como el
resultado final de una relación dialéctica que combina el trabajo
semiesclavo en China y el suroeste
asiático, la destrucción medioambiental asociada al saqueo de recursos
naturales en África y Latinoamérica, los fraudes financieros e
inmobiliarios en Europa y los EEUU, el modelo de derroche energético
impuesto por las grandes corporaciones petrolíferas y automotrices del
mundo y, como eslabón final, el consumismo exacerbado de nuestra
población, configurado como un todo inseparable.
El
control que el capitalismo globalizado propone y necesita hoy está
dirigido principalmente a dominar, a someter el imaginario individual y
colectivo, el universo simbólico de los seres humanos, en el entendido
de que asegurado este, el control de las instituciones de un estado que
día a día parece perder poder y competencias frente al poder de las
megacorporaciones transnacionales y sus brazos militares (US Army, OTAN,
cascos azules) estará garantizado.
Proclamamos
estar construyendo una sociedad socialista, pero la intentamos
construir produciendo, distribuyendo y, sobre todo, consumiendo bajo los
patrones, lógica y ritmos del capitalismo. Hoy reina como
nunca en nuestras sociedades el valor de cambio frente al valor de uso
de las cosas. Se dirá que esto es normal, que aun no ha habido tiempo
para modificar el modelo en el que nacimos (y aun vivimos, por más que
bauticemos socialistas a las más diversas y, en algunos casos,
retrógradas instituciones del estado), pero es allí precisamente donde
reside el mayor de los problemas: nos apropiamos de lo material, de lo
concreto, de lo objetivo, pero el capitalismo y su industria cultural
ocupa (y cada día con mayor fuerza) lo simbólico, lo emotivo, los
deseos y las ilusiones, áreas éstas en las que el estado no tiene
control ni poder; Los ideólogos y estrategas del capitalismo han
comprendido desde ya hace bastante tiempo que es en este terreno en
donde se libra la verdadera y crucial batalla por el control y dominio
sobre la humanidad (he aquí la justificación del desarrollo de la
estrategia de guerra conocida como de Cuarta Generación), por ello,
defienden sus espacios mediáticos con fiereza y todos los recursos
disponibles (el caso RCTV en Venezuela y los intentos de controlar
internet a nivel mundial con las leyes ACTA y SOPA han sido prueba de ello).
Un
modo de producción, distribución y, sobre todo, de consumo, ferozmente
capitalista como el que mayoritariamente impera en Venezuela, condiciona
un modo de subjetivación, una forma de ver y entender el mundo. Creo
que, inconscientemente y de buena fe, la Revolución Bolivariana ha
venido reforzando esa subjetivación consumista y capitalista. Aquí me
vienen a la mente las palabras del personaje del film “Matrix”, Morfeo
cuando le dice a Neo: “Tienes que comprender que la mayor parte de los
humanos son todavía parte del sistema. Tienes que comprender que la
mayoría no está preparada para ser desconectada. Y muchos de ellos son
tan inertes, tan desesperadamente dependientes del sistema, que
lucharían para protegerlo”. Estoy convencido de que una muy buena
porción de la población
económicamente más excluida entiende el socialismo como el derecho a
consumir y derrochar como la clase media y la pequeña burguesía y estos
ven en el socialismo la amenaza a esa capacidad de consumo y derroche
que, paradójicamente, les había sido arrebatada por los gobiernos
neoliberales de fines del siglo pasado y que la Revolución Bolivariana
les ha devuelto y potenciado.
La
industria cultural es, en nuestros días, la base, el piso de
sustentación y la plataforma de ataque del sistema capitalista. Es
cierto que las ideas no son innatas, que provienen de la práctica
social, pero también es cierto que hoy, como en ningún otro momento de
la historia humana, las clases dominantes imponen su hegemonía, su
control simbólico sobre el resto de la sociedad a través de su poderosa
industria cultural, y del control y dominio que ejercen en la mayor
parte de los contenidos que las tecnologías de la información y la
comunicación hoy transmiten. Cuando en el proceso de construcción de un
modelo socioeconómico alternativo al capitalismo se aceptan las
prácticas sociales de este sobre la premisa de que pueden ser
“humanizadas”, o “socializadas”, la batalla por la
hegemonía política y cultural se encuentra perdida de antemano.
En
los últimos 70 u 80 años, hemos presenciado como el alucinante
desarrollo del arsenal mediático de la industria cultural del
capitalismo ha instalado (¿construido?) en la psiquis de la inmensa
mayoría de individuos de nuestras sociedades sus valores, sus principios
e intereses mientras que ha canalizado sus frustraciones y
resentimientos en contra de sí mismos a través de la violencia inducida y
del nihilismo para evitar que la dirijan en contra del sistema y sus
amos. El capitalismo desata, desencadena, en sentido freudiano, las potentes fuerzas internas y egoístas del Ello, parte primitiva de nuestra estructura psíquica que nos empuja a actuar para cubrir nuestras necesidades, reales o inducidas, sin
considerar las consecuencias a terceros o al entorno; el
socialismo que habremos de construir debe, como bien lo señala el
filósofo español Santiago Alba Rico, constituir un Yo (conciencia)
colectivo y comunitario, un Yo que esté en paz consigo mismo, con sus
semejantes y con el resto del ecosistema terrestre. Esto, dentro del
capitalismo, es sencillamente impensable.
Este
universo simbólico creado por el capitalismo perpetúa, eterniza y
“cotidianiza” las necesidades del sistema (en realidad de los dueños del
sistema), como propias y específicas de cada uno de los hombres y
mujeres de la tierra; a la par de ello, envilece la conciencia de la
gente mientras sistemáticamente destruye la memoria histórica de los
pueblos y toda manifestación de su patrimonio cultural, por ello, la
construcción del socialismo implica el cuestionamiento y deslegitimación
de las bases y principios simbólicos (creencias y valores burgueses)
del modelo socioeconómico en el que vivimos, y no solamente, como hasta
ahora hemos venido haciendo en Venezuela, el cambio lento y gradual en
las estructuras productivas de nuestra sociedad. Para decirlo con las
ideas del ecofilósofo
español Jorge Riechmann, la democracia socialista requiere de otra
dinámica, de otra concepción y filosofía del tiempo; una que permita la
discusión mesurada y fecunda, el debate libre y razonado, la revisión de
las decisiones. Una sociedad en la que la gente asume como parámetro
normal “no tener tiempo” para la familia, para la salud, para el amor,
para la vida, no puede permitirse la democracia.
Los
ensayos históricos de transformación del modelo capitalista en el siglo
XX, conocidos como el “socialismo real”, constituyeron dramáticos
intentos de construcción de un modelo social distinto, más humano, más
justo, a los que la humanidad entera debe enormes conquistas sociales,
económicas y políticas, pero que en su enorme mayoría colapsaron porque,
entre otras causas, quedaron entrampados en la lógica y
dinámica productivista y consumista, feroz y frenética, que le es propia
y natural al capitalismo. De esas experiencias hoy podemos aprender que
el núcleo del proyecto de construcción de un nuevo modelo socialista no
está, no puede estar solamente, en superar al capitalismo como sistema
económico y productivo sin atacar y destruir el
modelo civilizatorio capitalista, con sus principios y valores, con su
imaginario simbólico, con sus ritmos y dinámicas, porque, al fin y al
cabo, ambos constituyen una unidad dialéctica. Una revolución socialista
que no se plantee esto, está condenada al fracaso. Imperdonablemente se
ha obviado que lo que nos mantiene atados al sistema son las poderosas
cadenas y grillos de las conductas, las creencias y los valores
burgueses, y a estos no hay forma de cuestionarlos y reemplazarlos manteniéndonos dentro de la lógica y dinámica del capitalismo.
Los
procesos de elevación de la conciencia implican meditación, reflexión,
sosiego; el sistema capitalista niega, como estrategia esencial, el
tiempo y los espacios necesarios para este tipo de actividades. El
capitalismo es, en sí mismo, aceleración, crispación, tensión perenne y
creciente; niega el tiempo para la paz y la tranquilidad porque estas
detendrían la dinámica del rendimiento del capital, amén de abrir
posibilidades de cuestionamiento epistémico y filosófico de su lógica y
estructura.
El capitalismo se ha apropiado del tiempo, lo ha convertido en una mercancía, y, peor aún, en un instrumento de control y alienación. ¡Time is Gold¡ dice
el proverbio gringo, y al ser oro no puede ni debe ser desperdiciado en
actividades que no generen beneficios económicos, por ello, no hay
solución posible a la crisis ecológica dentro del capitalismo, pues los
largos y lentos ciclos del resto del ecosistema terrestre coliden y son
antagónicos con los cada vez más cortos y acelerados ciclos de
reproducción del capital. En nuestra sociedad contemporánea la vida
queda sometida a los frenéticos y cortoplacistas imperativos de
circulación del capital y maximización de
beneficios.
Nuestra
actual campaña electoral reproduce (una vez más) la lógica frenética e
irracional que, al igual que en el resto del mundo, impusieron los
“expertos” y las agencias publicitarias estadounidenses. No hay debate,
no hay participación popular más allá de ser llevados
masivamente en transportes como ganado a los sitios de las grandes
concentraciones. En eso poco nos diferenciamos de la oposición fascista y
apátrida, hay que reconocerlo. Se vuelve a argumentar el problema del
tiempo: “No hay tiempo Camarada, las elecciones ya están encima”, “lo de
la formación y discusión lo atenderemos luego” son frases que se vienen
repitiendo desde hace ya más de una década.
La aparatosa acumulación
de capital y bienes materiales (especialmente las infaltables 4X4
todoterreno) que afrentosamente ostentan muchos dirigentes, funcionarios
públicos, Alcaldes y Gobernadores del proceso bolivariano, se asemejan a
las postas de una carrera contra el reloj. Parecieran creer tan poco en
esta revolución que quieren garantizarse su prosperidad financiera para
el caso (al parecer probable para los que así actúan) de que el
Comandante Chávez pierda las elecciones o salga del poder por cualquier
otro medio. El ejemplo y mensaje simbólico que con este tipo de
conductas envían a las masas es, a la vez, deprimente y demoledor. Cuan
diferente de la conducta del Presidente uruguayo Pepe Mujica y sus
pedagógicos ejemplos de simplicidad y sobriedad o del mismo ejemplo que
dio el Presidente Chávez hace algunas elecciones atrás cuando llegó a
su centro de votación manejando él mismo un añejo, pero muy bien
cuidado, Volkswagen escarabajo rojo
La
enfermedad del Presidente Chávez, probablemente desencadenada por los
altísimos niveles de estrés y sus legendarias jornadas de trabajo, casi
surrealistas, (la psicooncología, cada vez más apunta a establecer
relaciones de causa efecto entre estos y la aparición de procesos
tumorales) no hizo sino acelerar esta carrera de acumulación. Hoy, el
Comandante está sano, pero la crispación, el frenesí, la aceleración
consumista-capitalista no hacen sino aumentar, al igual
que la dinámica y ritmo de la campaña electoral del próximo mes de
octubre y las posteriores de Alcaldes y Gobernadores que, como ya es
tradición, el Comandante Chávez tendrá que asumir como propias.
¿Tendremos “tiempo” para
construir nuestro socialismo? ¿Tendremos tiempo para vivir viviendo?
joelsanp02@yahoo.com