Venezuela, representada por los Cardenales de Lara, en la Serie del Caribe, perdió un juego, en extra inning, contra República Dominicana, lo que le restó la posibilidad de ir a la final. Pese no soy experto en béisbol, por lo que advierto, mi opinión carece de validez, asumo este comentario, solo como una crítica a las conductas ortodoxas o dogmáticas.
Hay eso que, en mi niñez y juventud bastante oí, que llaman el "librito del beisbol", un conjunto de normas y procedimientos, hasta escritos que, los comentaristas, managers, y hasta de estos últimos que suelen abundar en las gradas, asumen de manera ortodoxa.
Eso implica que, en determinadas circunstancias, hay que hacer mecánicamente una cosa, buscando ventaja y seguridad. Los managers, por muy sagaces y talentosos que sean, salvo algunos atrevidos, que bastante los ha habido, no suelen violar el librito; pues si la jugada que asumen, violándolo, les sale mal, lo que es posible, dado a lo azaroso que en veces es el beisbol, le caería el mundo encima. Claro, si su atrevimiento, romper con la ortodoxia, le resulta exitoso, todo los partidarios de su equipo estarían contentos, pero habrá muchos que, calladamente, quizás los dueños del equipo, no dejarán de criticar haberse atrevido aquello que "puso en peligro la fortuna del juego". Pues cometió un pecado, violó un dogma y eso le hace un manager malo. Y lo harán también los analistas de los medios. Hasta habrá alguno que diga, ese manager es muy malo e ignorante, no sabe que, teniendo dos en base, primera y segunda, en el último inning, sin outs y faltando solo una carrera para ganar, lo "lógico y elemental", es tocar para poner "hacer avanzar a los corredores", en este caso uno a tercera y otro en segunda, que tendrían enorme posibilidades de anotar, en función de las distintas jugadas derivadas de los dos bateadores siguientes. Si cumple con el librito, como hizo Henry Blanco, aunque la jugada le haya resultado un fracaso, nadie le cuestionará, pues fue fiel al ritual; no pecó contra las reglas y costumbres establecidas. El desafío a las normas, rituales y verdades consagradas, como al poder político y económico, es un pecado, hasta mortal.
Esta fue la situación que enfrentó Henry Blanco, a quien considero un buen manager, en el juego con República Dominicana, que terminó perdiendo, pese optó por la jugada "lógica", inexorable, derivada del librito, que debería haberle llevado a ganar. Pero fue lo hizo que perdiera el juego.
Henry Blanco, como dije, optó por el librito, lo que, de antemano, uno de los comentaristas de Televen, anunció, como con la piedra filosofal en la mano, la jugada lógica, es el toque. Por supuesto, el equipo dominicano, en función de la misma lógica y certeza, dispuso su defensiva, en espera de esa opción.
El bateador de turno, es muy bueno en su oficio, el de batear, pero por los resultados, como en el primer intentó de toque que le resultó fallido y el segundo que condujo al doble play, por lo mal ejecutado, quedó claro que, no era ese bateador, el indicado para aquella jugada. Blanco, pienso yo, que no suelo creer mucho en "libritos" ni en dogmas, debió optar por un bateador hábil en eso o dado el caso, dejar al bateador en libertad, pues un batazo a los jardines, podría también adelantar a tercera y segunda los jugadores envasados y un solo uot, no necesariamente, batearía para "doble matanza", más siendo un hombre de fuerza y habilidades para batear con libertad. Ya en el primer intento de toque, el bateador dejó muy claramente establecido la dirección en qué ejecutaría su jugada y, en el segundo, repitió la rutina y lo cazaron. Por cierto, ese mismo bateador, con posterioridad, en la entrada siguiente, conectó un extrabase.
Esa jugada del toque fallido, dejó claro que, no basta atender al librito, sino hay que contar con un bateador hábil que la ejecute con éxito. No son muy frecuentes o muy abundantes, bateadores como aquel prodigioso Víctor Davalillo que optaba por tocar, en el último instante, sin dar muestra alguna que lo haría y menos en cuál dirección. Pero los hay y el manager debe saber quién, en su equipo. puedo hacerlo y no.
Los dogmas contrarían lo imprevisto, la creatividad, la sorpresa, son demasiado previsibles.
El planeta tierra está en constante movimiento, eso uno lo sabe y lo percibe, aunque a veces lo olvida, hasta se hace el loco y, por conveniencia y por costumbre, suele decir que, nada nuevo ha acontecido y acontece, "todo sigue igual". Lo supo Galileo Galilei, un hombre del Renacimiento europeo, siglo XVI, por lo que dijo, insistente, se dice que, murmurando, ante quienes por la Inquisición le interrogaban, "per se move". Aunque hay quienes afirman que eso lo dijo en otro momento y circunstancia y no cuando era sometido a investigación, interrogatorio y juicio por los entonces "dueños de la verdad", los jefes de la santa iglesia católica.
En aquellos tiempos, "El mundo", era pequeño; estaba limitado a lo poco que el hombre percibía y, donde, el movimiento de la tierra, hasta ese momento, sólo era percibido de manera intelectualizada por Galileo y quizás otros pocos. Los cambios perceptibles, como el ir y venir del sol y la luna, a nada trascendente llevaban. La línea del horizonte que se aleja en la misma medida que uno avanza, por lo inmenso del espacio, hacía, al europeo, pensar en la existencia de un precipicio y peligro de acercarse a él, hasta que Colón tuvo el atrevimiento de seguir en pos de aquel límite aparente que se le alejaba y veía aparecer nuevos espacios. Aunque se dice que, antes que el enviado de Castilla, otros cometieron aquel atrevimiento.
El movimiento, a veces es tan tenue, demasiado discreto y hasta apenado que, sin mayor esfuerzo, pasa sin que las multitudes lo perciban y también esto le sucede hasta quienes creen o dicen tener radares demasiado sensitivos. Por eso, hacer comparaciones de lo que acontece hoy con el pasado, atletas de hoy con los de ayer, basado en números, como copas, cantidad de goles, juegos jugados y hasta títulos, de nada sirve, sino vender o sembrar una idea, la que el que hace ese esfuerzo le interesa. Pero ahora, como que sucede lo contrario, los cambios tan frecuentes y abundantes, pasan desapercibidos. Y todo porque los dogmas pesan mucho y el hombre no termina por deshacerse de ellos. Y es asombroso, cómo pasa el tiempo y tantas cosas cambian, pero hay dogmas que permanecen inalterables.
En esa casi diaria disputa como quién, entre Pelé, Maradona, Messi, Kubala, Yashin, entre los atacantes y los porteros, si Puskas, "la araña negra", el español Ricardo Zamora o Antonio Carvajal, mexicano, cuál es o ha sido "el mejor del mundo", prevalece sólo el interés de quienes esos trabajos escriben, por llamar la atención de los potenciales lectores.
Se trata de situaciones o momentos del fútbol y de los personajes mismos, tan diferentes que las comparaciones no tienen cabida ni sustento. Suelo decirle a quienes, a mi o donde me hallo, hacen esa comparación, "debemos tomar en cuenta muchas cosas, como los hombres que cada uno de ellos tuvo a su lado y les ayudó o le ayudaron". Y también a quienes tuvieron al frente, en el marcaje o despliegue de su ofensiva. Pues el fútbol, como todo deporte y hasta más en él, la participación colectiva, es sustantiva para el rendimiento personal. Por ejemplo, ¿cómo olvidar aquellas alineaciones del Santos brasileño y la selección nacional del mismo país?. Al lado de Pelé, en delantera de 5, siempre estuvieron unos jugadores tan excelentes como él, como para tomarles en cuenta a la hora de seleccionar al mejor del mundo, a lo largo de la historia del fútbol. Garrincha, Didí, Zagalo, por ejemplo, pudieran estar también entre los mejores de la historia de este deporte.
Cuando aquel pitcher cumanés, llamado Rafael o "Fael" Díaz, quien lanzaba, como decíamos entonces, "por debajo del brazo", llegó a jugar con el "Cervecería de Caracas", escuché decir, en la plaza "19 de abril", sitio habitual de nuestras reuniones de amigos, "ese no dura mucho en el profesional".
Cuando pregunté el motivo de aquel juicio y hasta sentencia sobre "Fael", quien lo pronunció, apoyado por casi todos quienes allí estábamos, alegó, "él es muy bueno para tres, cuatro y hasta cinco entradas, pero en el béisbol, el pitcher debe aguantar a largo plazo, las nueve y hasta más". Y así era la cultura beisbolistica de entonces; eso exigía. Era un dogma que el béisbol, un buen día derrumbó, cuando se volvió un buen negocio y hasta las clases favorecidas, empezando por ese deporte mismo, optaron porque, sus hijos, buscasen su futuro, no en universidades, sino en él, donde uno, de paso, gana más que 100 doctores juntos.
Los lanzadores sólo de relevo, no existían. Dada una contingencia, como que un pitcher no "entró" bien, por distintos motivos, como que "pasó muy mala noche" y lo demolían a palo en pocas entradas, lo sustituían con otro como él. Esos lanzadores para dos o tres entradas, menos una o para un enfrentar a un solo bateador, como el Kid Rodríguez, no existían o mejor, "no tenían vida", esa cultura beisbolistica era ajena. Los lanzadores estaban formados para lanzar 9 entradas y más; y eso, de ellos se esperaba. Si se daba el caso que, con frecuencia, no aguantaban y había que sustituirlos antes de tiempo, terminaban siendo excluidos. Es más, eso de descansar varios días para volver a lanzar, no se acostumbraba; un buen pitcher, como árboles frondosos y de tallo robusto, estaban listos todo el tiempo para lo que fuese.
Los lanzadores de entonces estaban formados para lanzar al más largo plazo, hasta eso que llamaban extra innings y, no importaba, si ellos eran zurdos o derechos y tampoco la alineación ofensiva del equipo contrario; de esos fueron "El chino" Daniel Canónico, Luis "El mono" Zuloaga, "Patón Carrasquel, "El Dumbo" Fernández, "El Carrao" Bracho, "El Indio" Emilio Cueche, etc.
Recuerdo cómo, en una serie del Caribe, jugando en Caracas, Venezuela contra Puerto Rico, en la parte de abajo del noveno inning, ganando los nuestros 3 a 1, bateando Puerto Rico, con un hombre en base y dos outs, el bateador de turno conectó un "rolin" por el campo interior, quien atrapó la pelota lanzó a primera para cerrar el juego y, el árbitro de esa base, cantó quieto. Aquello provocó una trifulca enorme en las tribunas que, como era habitual en esos tiempos, hizo que el público lanzase lo que tuviese a mano al terreno de juego y los propios jugadores de Venezuela salieron de la cueva a protestar; aquel estado de cosas hizo que el juego se suspendiese casi por hora y media. Al reiniciarse, el "Indio" Cueche, que había lanzado estupendamente 8 entradas y dos tercios, volvió al montículo, proceder impensable hoy. El bateador de turno fue, nada más y nada menos, que Willy Mays, quien, por cierto, había estado llamando la atención de manera particular porque, hasta ese momento, en la serie, estaba "en blanco" y, justamente en ese juego, Cueche le había ponchado dos veces. Al primer o 2do., lanzamiento de Cueche, Mays, quien terminaría siendo una de las más grandes figuras del béisbol de grandes ligas hasta hoy, le conectó un jonrón para que, su equipo, Puerto Rico, ganase el juego. Así se jugaba entonces. Hoy, a Cueche. lo hubiesen sustituido, hasta mucho antes del octavo, antes de armarse ese zafarrancho. Hasta pudieron ponerle en los jardines, donde también solía jugar, dado que el barcelonés fue un excelente bateador, tanto que en Sugar Kings, en la triple AAA, más de una vez alineó como cuarto bate. Digo esto como muestra que el béisbol ha dejado atrás muchos dogmas, pero otros siguen inalterables.
"Fael", había dado, en Cumaná mismo, demasiadas muestras que lanzaba tres o cuatro entradas de maravillas, con curvas que rompían con eficiencia; tenía una que llegaba a las cercanías del plato, incitando al bateador a chocarla, pero nadie alcanzaba hacerlo, porque bajaba de manera rápida e inesperada; pero "Fael", tendía a declinar con prontitud.
Quienes conocían del asunto explicaban el fenómeno diciendo que, por lanzar siempre "por debajo del brazo", tendía en poco tiempo o número de lanzamientos a cansarse y perder el control y hasta velocidad. Volviéndose lanzador de bolas demasiados abiertas o lentas, francas, de fácil conexión de los bateadores que enfrentaba a partir de muy pocas entradas. En el lenguaje coloquial se decía "le falta fuelle".
Y remató el comentarista, en nuestro habitual espacio de conversación de todo lo habido y por haber, "en el profesional, a esos lanzadores, no los quieren ni a tres por locha".
El mundo no se queda quieto. Y los Galileo, decididos a favor de las multitudes, no abundan, menos en política. Pero hay dogmas, como ese del debido toque, habiendo dos en base sin outs, que permanecen y aunque por él se pierda el juego, se dirá que el manager lo hizo bien, porque se mantuvo "dentro de las reglas" o del dogma. Si se sale de este y además pierde porque le sale mal la jugada, lo llevarían a la hoguera. No obstante, hoy, "Fael" Díaz, hubiese sido un niño mimado del béisbol, llegado a las grandes ligas con un enorme bono sólo por la firma.