Volver a la barbarie

Martes, 04/11/2025 10:22 AM

Para liquidar los viejos imperios, asentados sobre la barbarie y las creencias, los artífices del capitalismo infiltraron en la existencia colectiva su doctrina pacífica, para aquellos tiempos, como gran revulsivo frente a los principios heredados, en la que resaltan tres elementos que hasta entonces habían permanecido en segundo plano. Por una parte, situó como incontestable el imperio del capital, representado por su filial el dinero, Por otra, estableció la primacía del Derecho, libre de contaminaciones metafísicas. La democracia representativa pasó a ser la fórmula para situar sus peones en la política. A la sombra permanecía otro instrumento de convicción que era el mercado. De todos ellos, el fundamental pasó a ser el capital, como la única realidad soporte del sistema y punto central para el ejercicio del poder, en cuanto a los otros componentes doctrinales, sirvieron de instrumentos adecuados para garantizar su pacífico funcionamiento. Discretamente, casi sin percibirlo, el mercado se diseñó para a ser la cárcel moderna donde la elite capitalista encerraría a las masas. De lo que resultó un sistema de poder de gran aceptación popular y reconocida eficacia, ante el que los antiguos imperios no podían competir.

En tales términos, la mejora de la condición humana parecería evidente, pero los viejos demonios han seguido acechando. La razón de esta situación es el instinto acaparador de poder por una minoría que se define como elite, para manejarlo a conveniencia, y cuya función última es la exhibición de su dominio sobre las masas. La elite capitalista desplaza en parte a la aristocracia, que tenía su soporte simbolizado en los sanguinarios escudos de armas tradicionales, y su función exclusiva es la acumulación de capital a cualquier coste. Si la herencia de las armas y las creencias eran el viejo instrumento de poder, tomado a sangre y fuego, el capital, asistido por el dinero, que pasa a ser la fuerza exclusiva, viene a ponerlas a su servicio de forma aparentemente pacífica, para proteger sus intereses. Sin embargo, la cuestión de fondo, elites vs. masas, no se modifica, continúa siendo pura y dura relación dominante-dominado; en teoría, suavizada por el Derecho y la democracia al uso, mientras el mercado permite dar un toque de apariencia.

Hasta ahora, el autoritarismo de los nuevos príncipes capitalistas se había venido moviendo en el terreno de la discreción, oculto entre bastidores en la representación de la tragicomedia del capitalismo, pero está dispuesto a salir a la luz a través de sus peones, colocados en los sitiales del poder local y los ejemplos están a la vista. Quedan en pie, como aparato instrumental, lo jurídico y lo político, igualmente puestos a su servicio para asegurar el orden, mientras el elemento vital, el protagonismo del mercado, avanza arrollando cualquier intento de individualidad en el terreno de las gentes, para hacerlas fieles de la doctrina, de la democracia de nombre y del consumismo. Sin embargo, el capital viene exigir más capital a sus productores. Por su parte, ellos, deseosos de reforzar su condición de elite, no dudan en permitir incluso que nuevamente entre en escena la barbarie, disimulada con la expresión de contienda bélica justa. De un lado, para mayor gloria de la elite y servir de pesado yugo para las masas. De otro, refuerzo para el poder, porque permite acumular todavía más capital, abriendo las nuevas vías que la tecnología ofrece al negocio de las armas. No ha servido de experiencia el resultado de otras contiendas sangrientas de la nueva era, pese a ello, los peones del capitalismo, siguiendo las consignas de sus mandantes y aprovechando para darse lustre personal, aspiran a protagonizar más guerras.

No se trata de que, cuando la razón fracasa, el poder acude a la violencia, sino establecer la guerra como instrumento para hacer más grande al capital desde el mercado y empequeñecer al consumidor. Lo que supone mayor poder para los guardianes del capitalismo y más obediencia para la muchedumbre. Con lo que resulta que los defensores de aquella paz capitalista se han quitado la careta, quieren la guerra global para alimentar nuevos negocios. El plan bélico en términos geopolíticos, para volver a la barbarie siempre al acecho, se ha puesto en marcha.

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