Dice esa leyenda instalada en las sociedades que marcan la senda a seguir a las demás, que las libertades y los derechos son el baluarte de su ciudadanía y la privacidad está ampliamente protegida. No obstante, a menudo surgían dudas de que semejante propaganda tenga algo de real. A medida que corre el tiempo la duda ha pasado a ser certeza y hay constancia de que la vigilancia se estrecha hasta llegar a lo más íntimo, pese a la supuesta protección con la que cuenta. En este proceso, no es que los nuevos vigilantes sean más listos o estén mejor preparados que los guardianes tradicionales, sino que cuentan con una amplia dotación de medios. Aquí entra en juego la tecnología, cuyos avances suelen repercutir en la función de vigilar, de tal manera que cada avance tecnológico apunta en la dirección de que pueda ser empleado para asaltar la privacidad y la intimidad de los ciudadanos para tenerles permanentemente bajo control, a fin de que sean fieles a la doctrina capitalista.
Ya se ha visto las calles repletas de cámaras de vigilancia y demás artilugios de simple espionaje de la ciudadanía, tanto públicos como particulares, para dejar constancia de todo lo que sucede en el entorno, acogiéndose en buena parte a la disculpa de la seguridad pública o la curiosidad particular. Sin duda, los vigilantes no lo consideran suficiente y controlan los otros pasos de la gente fuera de las calles, a través de sus teléfonos móviles, sus redes sociales o sus aparatos caseros. La amplia red está montada de tal manera que nadie pueda caminar por libre, pero la mayoría considera que lo es. Parece evidente que no se da un paso sin estar controlados merced a los utensilios aportados por el alabado progreso tecnológico. Un producto comercial al servicio del capital y destinado a ser vendido a los consumidores en el mercado, para mayor dependencia.
Puesto que la vigilancia esta ahí, la cuestión es determinar quienes son los auténticos vigilantes. Si el tema de la vigilancia enlazara con la seguridad general, estaría claro el que debería ser el vigilante, pero en una democracia al uso, de elites y masas, si se pretendiera señalar el papel de supremo guardíán al pueblo sonaría a fábula, porque el pueblo nunca ha sido el vigilante porque se le ha arrebatado el poder. Se han marcado diferencias claras, las elites gozan del privilegio de mandar y los demás, son los que sirven de soporte al privilegio. Por eso la labor de vigilancia a nivel país se ha encomendado a la burocracia pública y, como colaboradora, hay que señalar a la burocracia empresarial. La primera, es la que da sesgo oficial al asunto; la otra, opera escatimando normas, diciendo acatarlas. Aunque se hable de los gobernantes de los distintos países como vigilantes exclusivos de sus ciudadanos, habida cuenta de que por encima está el sistema global, que debe permanecer alerta para evitar contratiempos, es ahí donde reside el supremo órgano de vigilancia generalizada. Los instrumentos de vigilancia más efectivos son esas grandes empresas que dominan el panorama mundial en todos los sectores, asistidos por distintos artilugios de la tecnología de vanguardia. Ese gran ojo que todo lo ve ha sido puesto al servicio de los tenedores del gran capital mundial para que el edificio construido no se desmorone.
El asunto de fondo de la vigilancia es que las gentes cumplan sus obligaciones en la sociedad de mercado, el simple vigilar por vigilar, por seguridad o como muestra de poder de la minoría dirigente no justifica en buena parte la labor de los que vigilan, en este punto la política de la vigilancia viene marcada por la doctrina del consumismo, que impone el control para que masas no salgan del terreno cercado. Hay que ser fieles a la doctrina del mercado, esta es la razón sustancial de la vigilancia actual. Lo que no solamente incluye la parte asignada a la economía, también a la política. Se puede ver reflejado en el obligado culto a las verdades declaradas oficiales y la exclusión de todo lo demás. Como ejemplo, en el ámbito de lo económico, prospera la orientación hacia el dinero de plástico, los pagos controlados, el destierro del efectivo o las compras a distancia, tales medios de control personal contribuyen a dejar más claro por donde va el asunto. Se trata de tener en un fichero informático a las gentes para saber de sus bienes, sus tendencias mercantiles, en qué gastan el dinero y si se gasta todo, ya que si no es así hay que instrumentar los medios para que lo hagan. Con semejante información, cuando existen pequeñas discrepancias doctrinales, basta para corregirlas haciendo uso de los sistemas de manipulación puestos a disposición de los grandes vigilantes; en cuanto a las más profundas, entra en juego la represión, de la que se ocupa la burocracia cercana.
De lo que se trata es de entregar al mercado todo lo que se tiene y, si es posible, mas. Aunque el asunto suene a distopía pasada, quienes vigilan, en interés del gran negocio mundial que controlan, lo hacen de forma discreta y eficiente, de tal manera que no se mueve nada sin su conocimiento y sin que los afectados lo perciban. Todo sea en interés del mantenimiento de la pureza doctrinal, que en términos de masas puede resumirse en consume lo puedas y mucho más. La marcha boyante del mercado da prueba de los beneficios de esta sutil vigilancia. Así pues, sin perjuicio de los otros, los que en última instancia vigilan de forma mucho más efectiva son los guardianes del mercado, al objeto de que nadie escape de la red, con la finalidad de vender más y mejor.