En los rincones de Venezuela, una generación entera vive su vejez en soledad. Son padres y abuelos que ven las paredes de sus hogares cada día más vacías, mientras sus seres queridos intentan construir nuevas vidas en el exterior. La crisis migratoria, que según la ONU ha desplazado a más de 7 millones de venezolanos, ha dejado tras de sí un drama menos visible pero igualmente desgarrador: el de los adultos mayores abandonados a su suerte en un país que parece haberlos olvidado.
Miguel A., de 80 años, pasa días enteros sin intercambiar palabra alguna. "La casa se siente vacía", confiesa al equipo de El Diario, en un testimonio que se repite en miles de hogares. Estudios del Instituto Nacional del Envejecimiento y organizaciones como Convite A.C. revelan que este aislamiento forzado ha disparado casos de depresión, ansiedad y deterioro cognitivo acelerado entre la población mayor de 65 años. Pero la soledad es solo el comienzo de sus problemas.
Entre la medicina y el hambre: pensiones de miseria en medio de la hiperinflación
El sistema de pensiones venezolano, otrora modelo regional, hoy ofrece montos que apenas alcanzan los 2 dólares mensuales, complementados con un bono social de 50 dólares que no cubre ni la décima parte de la canasta básica. Carlos R., de 75 años, enfrenta diariamente la disyuntiva de comprar alimentos o medicinas. "Si me da un mareo de noche, ¿a quién llamo?", se pregunta este jubilado docente, cuyo hijo emigró a Colombia hace tres años.
El colapso del sistema público de salud agrava la situación. Hospitales sin insumos, citas médicas que tardan meses y medicamentos inalcanzables conforman el panorama que deben sortear quienes, en muchos casos, carecen incluso de quien los acompañe a una consulta. La migración no solo se llevó a sus familiares, sino también el flujo de remesas que para muchos era su único salvavidas económico.
Analfabetismo digital: otra barrera en la era tecnológica
Elena G., de 72 años, sostiene con torpeza un teléfono inteligente que no sabe usar. "Dependo de un vecino para todo", admite. En un país donde hasta los trámites bancarios más simples requieren ahora de aplicaciones móviles, la brecha tecnológica se convierte en otra forma de exclusión para esta generación. Las videollamadas con familiares en el exterior, ese tenue hilo que los mantiene conectados, resultan un lujo inaccesible para quienes no tienen dispositivos, conexión a internet o conocimientos digitales básicos.
Organizaciones sociales señalan que esta situación demanda políticas públicas urgentes: pensiones dignas ajustadas a la hiperinflación, acceso real a servicios médicos, programas de acompañamiento emocional y formación tecnológica adaptada. Mientras tanto, en los barrios surgen redes vecinales y kioscos comunitarios como mecanismos de supervivencia, demostrando la resiliencia de quienes ya superaron tantas crisis.