Aún cuando el Dr. Reverend evidencia que el Libertador murió a consecuencia de una tisis pulmonar llegada a su última y moral etapa, criterio que sostiene en su bien documentada como interesante narración y consideramos de vital trascendencia la tesis científica que sostiene el eminente profesional de la medicina moderna, Dr.Luis Ardila Gómez, con relación al diagnóstico del Dr. Reverend, el cual, después de analizado meticulosamente y dentro de una muy limitada comparación por razones del tiempo transcurrido entre las dos épocas en las cuales se configuran los dos diagnósticos, es considerado como errado por el acucioso profesional de la medicina, Dr.Ardila Gómez.
Pensamos, igualmente, que el mas mínimo detalle, en la vida del Libertador Simón Bolívar, adquiere perfiles de inconmensurable permanencia e importancia porque forma parte de ese engranaje portentoso que se estructura alrededor de la ilustre figura del Libertador, con mas razón si este detalle se transforma en algo de tanta valía como es el precisar la verdadera causa de la gravedad que tronchó vida tan esclarecida como la del Padre de la Patria y sería de sumo interés el que otros destacados profesionales de la medicina, deseosos de aportar su grano de arena al esclarecimiento definitivo de este interrogante expusiesen sus autorizados puntos de vista, a la luz del concepto de la medicina moderna, guiados muy especialmente por la patriótica actitud de ubicar, definitivamente, la enfermedad que terminó con la vida del Libertador Simón Bolívar.
Pero hay algo más: el dilatado mundo de los lectores es siempre avaro de detalles y de particularidades; desea conocer bien, en la mas prolongada intimidad, todo lo referente a la vida de los grandes hombres y que, en su paso de inmarcesible ascenso hacia la gloria, dejaron una imagen de ínclita recordación.
Simón Bolívar, Padre de la Patria, se proyecta, majestuosamente, como el primero, en la selectísima enumeración de los genios del pasado.
Con ese elevado sentir, transcribimos el importantísimo trabajo científico del referido médico, Dr. Ardila Gómez, que dice:”Desde cuando el doctor Alejandro Próspero Reverend en sus boletines clínicos diarios y en la diligencia de autopsia sentó la tesis de que Bolívar había muerto a consecuencia de una tuberculosis pulmonar, los historiadores de manera unánime, y con ellos la opinión universal, aceptaron este diagnóstico como verdad inconclusa. Y sin embargo, el estudio atento de la escasa y vaga documentación histórica que tenemos, está lejos de reunir las exigencias mínimas especiales para que se acepte siquiera como criterio de aproximación y de probabilidad.
Se comprende sin dificultad que las condiciones incipientes y en gran parte erróneas en que se encontraba la medicina de aquella época remota, no permiten abarcar la totalidad científica de la cuestión para llegar a una certidumbre. Se siente el ánimo conturbado ante la penosa tarea de revisar las doctrinas patológicas reinantes en aquellos tiempos y la falta de datos que hubieran sido precisos para llegar al descubrimiento de la verdad. Pero la confrontación de aquellos relatos inconexos con el estado actual de los conocimientos científicos, deja en el espíritu la impresión nítida de que está muy lejos de poder aceptarse sin reparo el diagnóstico de tuberculosis pulmonar.
En tal sentido, llama en primer término la atención la brevedad inverosímil de la dolencia. De acuerdo con los boletines médicos emitidos desde su llegada a Santa Marta hasta el día de su muerte, a enfermedad tuvo exactamente diez y siete días de duración, es decir, desde el primero hasta el diez y siete de diciembre de 1830. Se podrá argüir, naturalmente, que la infección pulmonar venía evolucionando desde mucho tiempo atrás y que el Libertador no se dirigió a Santa Marta sino cuando la gravedad de sus padecimientos lo hizo presentir que la muerte estaba cercana.
No concuerda, sin embargo, tal interpretación con las informaciones que sobre el particular nos proporcionan la historia. Me ha sido imposible, desde luego, hallar alguna luz que permitiera inferir desde cuando, aproximadamente, se sentía enfermo el grande hombre y ésta es una de las deficiencias incomprensibles de la amnesis, pero que se explican en hechos sucedidos hace ya más de un siglo.
Parece, de todos modos, que el Libertador gozaba de buena salud hasta poco antes de su llegada a Santa Marta, a juzgar por las siguientes frases que copio literalmente del relato que hace el Dr. Reverend:
“diciéndome que por un amigo suyo, el señor Juan Pavageau en Cartagena sabía que podía tener confianza en mí, y que, a pesar de su repugnancia a los auxilios de la medicina, él tenía la esperanza que yo le pondría bueno por ser cuerpo virgen en remedios (sic). En esta primera conversación que tuvo lugar ya en castellano, ya en francés, me enteré que él había desdeñado la asistencia de los médicos al principio de su enfermedad, que comenzó por un catarro en Cartagena, curándose él mismo como lo acostumbraba, mediante un tratado de higiene que siempre conservaba consigo; y que él había venido embarcado para desocupar su estómago cargado de bilis por medio del mareo, así como lo logró”.
De lo trascrito se deduce claramente que el enfermo no se sentía grave cuando llegó a Santa Marta, puesto que abrigaba la esperanza de una curación rápida y tampoco parece razonable suponer que la enfermedad viniera evolucionando desde mucho tiempo atrás, porque los síntomas de una tuberculosis pulmonar que mate al enfermo en diez y siete días tenía que ser lo bastante graves para obligarlo a buscar los auxilios de la medicina, aun como una manifestación instintiva.
Y si cuando una tisis común acaba con el enfermo en seis meses hablamos de evolución rápida de la enfermedad, qué decir de este caso insólito en el que el diagnóstico y la muerte se hallan separado por un lapso de diez y siete días?
Pero el análisis del cuadro sintomático proporciona elementos de juicio mucho más convincente que este argumento indirecto fundado en la rapidez del proceso .De los boletines clínicos del Dr. Reverend se deduce claramente que los síntomas cardinales de la enfermedad del Libertador eran los siguientes: tos, expectoración, fiebre, dolor retroesternal, adelgazamiento progresivo y anorexia. Todos estos síntomas son comunes a una caverna tuberculosa en evolución y a un absceso amibiano del hígado abierto en los bronquios. Y si en el estado actual del progreso científico resulta todavía difícil el diagnóstico diferencial entre estas dos afecciones, cuando para hacerlo se dispone solamente de elementos clínicos y la certidumbre tan solo se logra hoy mediante la radioscopia y el examen bacteriológico de los esputos, qué pensar de las dificultades que la solución del problema tenía en aquella época lejana, cuando los recursos de laboratorio ni siquiera se sospechaban todavía?
Pero hay más aún. El médico de cabecera de Bolívar insiste en casi todos sus boletines diarios en que el hipo torturaba al enfermo de manera casi constante, a todo lo largo de su penosa dolencia. Y aunque posible, naturalmente como fenómeno esporádico en cualquier momento de su evolución, la patogenia de este hipo persistente no encaja cómodamente dentro del diagnóstico de una tuberculosis pulmonar. Nueve veces de cada diez-afirma un sabio clínico francés-el hipo tiene un origen gástrico. Y también de qué manera franca y tenaz repercute sobre el estómago la amibiasis del hígado y de las vías biliares.
Como si no fuese bastante lo anotado hasta ahora, el doctor Reverend agrega que el enfermo, en los últimos días de su vida, presentó síntomas inequívocos de una cistitis, con emisión involuntaria de orina. También este síntoma concuerda admirablemente con el que se observa en la evolución de la amibiasis intestinal y hepática, según lo expliqué en el lugar correspondiente.
Tampoco puede pasar inadvertido el hecho, repetidamente subrayado por el médico del Libertador, de que los esputos tenían siempre cierta coloración verdosa. Bien sabido es que la tisis común, en cualquier momento de su evolución, pudiera dar esputos con ese carácter, pero resulta muy singular la persistencia de tal coloración, que hace pensar involuntariamente en el color de la bilis.
Con ser muy elocuentes las constataciones que dejo anotadas para llegar a una rectificación del diagnóstico, más poderosas me parecen aún en tal sentido, los resultados de la autopsia, que como se puede inferir sin dificultad, fue labor incompleta, deficiente e inspirada, desgraciadamente, en los errores médicos de aquella época.
A despecho de tales lagunas, la diligencia necrópsica proporciona datos de sumo interés, como vamos a verlo.”El estómago-dice literalmente el Dr. Reverend-dilatado por un color amarillento retrógrado”, diríamos ahora de manera exacta y precisa, que la bilis había refluido al estómago impregnando fuertemente las paredes. Y continúa el Dr. Reverend : “El hígado, de un volumen considerable, estaba un poco escoriado en su superficie convexa. La vejiga de la hiel muy extendida”. Traducido al lenguaje actual, esta aseveración se anunciaría así: El hígado, bastante aumentado de volumen y lesionado en su superficie convexa, y la vesícula biliar distendida muy por encima de su tamaño normal delataban la existencia evidente de un proceso inflamatorio de tales órganos, es decir, que la autopsia vino a demostrar, de manera cierta, que existía una hepatitis y una colecistitis.
Y viene ahora lo más interesante de las constancias de la autopsia:”De los lados superior y posterior estaban adheridas las pleuras costales por producciones semi-membranosas; endurecimiento de los dos tercios superiores de cada pulmón; el derecho, casi desorganizado, presentó un manantial abierto del color de las heces de vino…”
Al abrir el pulmón derecho –diríamos ahora con propiedad –se encontró un absceso, cuyo pus, de color oscuro, había destruido casi por completo el órgano. “El izquierdo –prosigue la diligencia de la autopsia – aunque menos desorganizado, ofreció la misma afección tuberculosa, y dividiéndolo con el escalpelo se descubrió una concreción calcárea irregularmente angulosa, del tamaño de una pequeña avellana”. Este nódulo de calcificación lo conservó el Dr. Reverend, según su propio testimonio.
Tenemos en resumen, que en el pulmón izquierdo se halló un foco tuberculoso curado por calcificación, hallazgo vulgar que nada significa, puesto que vestigios semejantes de una infección antigua vencida por las defensas orgánicas naturales se encuentran con mucha frecuencia en la autopsia de personas sanas que han muerto a consecuencia de un accidente traumático o de otro orden.
El pulmón derecho, por el contrario, estaba casi completamente destruido por un absceso cuyo pus oscuro fluyó en abundancia al abrir el órgano. Resulta sumamente significativo de que fuera precisamente el pulmón derecho, es decir, el que está colocado encima del hígado y en íntimo contacto patológico con él, el que presentara las lesiones capaces de explicar la muerte del enfermo, y aunque se pudiera que esta circunstancia obedeció a una simple casualidad, los síntomas concomitantes a que me acabo de referir en este análisis no permiten llegar a tal conclusión eventual. El color del pus, por otra parte, inclina decididamente al ánimo a pensar que se trataba de un pus hepático, puesto que no habiendo existido una hemoptisis(*), pero ni siquiera alguna tendencia hemoptoica, la coloración del pus no tendría explicación satisfactoria si se hubiera de admitir que era de origen exclusivamente pulmonar.
Es lamentable, desde luego, que nada se diga en la diligencia de la autopsia sobre la existencia de alguna comunicación de naturaleza fistulosa entre el hígado y el pulmón derecho, pero tal omisión en nada perjudica mi hipótesis, porque los crasos errores de la medicina de aquellos tiempos no permitían esperar un dato de tan exquisita minuciosidad anatómica.
Para formarse una idea de lo que fueron las doctrinas médicas de tan remotas edades, bastaría citar la siguiente frase del médico, consignada en el boletín clínico del día 8 de diciembre y que nosotros leemos con estupor:”…se le observaba de un modo sensible entorpecimiento en el ejercicio de sus facultades intelectuales. Me pareció ser un efecto de la supresión de la expectoración, y que la materia morbífica, por un movimiento metastásico, del pecho subía ala cabeza”.Con lo dicho queda demostrado que, vistas las cosas a través de una información clínica y necroscópica tan deficiente como la que, por razones explicables, nos proporciona la historia, y confrontando, tanto el cuadro en conjunto como los elementos que lo integran, con los conocimientos científicos actuales, el criterio de probabilidad se inclina a concluir, con poderosas razones, que el Libertador Simón Bolívar NO murió a consecuencia de una tuberculosis pulmonar, como se venía creyendo hasta ahora, sino de un absceso amibiano del hígado abierto en los bronquios, porque no hay ninguno de los síntomas comprobados que no concuerde con este diagnóstico , mientras que, por el contrario, sería preciso forzar un tanto la interpretación para encajar el conjunto dentro de la concepción de una tuberculosis pulmonar. Todo ello sin detenerme a analizar más extensamente, por razones de brevedad, la circunstancia anotada arriba de la rápida evolución del proceso, tan aceleradamente mortal, como tampoco el problema, demasiado complejo para exponerlo en detalle en un estudio de esta clase, de que la amibiasis hepática tuvo que ser, en aquellos remotos tiempos, mucho más frecuente en nuestro medio que la tuberculosis, cuyos verdaderos estragos vienen siempre con la civilización.
Y que quede este modesto estudio retrospectivo, por su intención al menos, ya que no por sus méritos, como un homenaje cordial a la memoria del hombre más grande de América “. (Dr. Luis Ardila Gómez. La amibiasis intestinal y hepática en Colombia-Imprenta de Departamento. Bucaramanga,1944).Este interesante trabajo científico es citado por Guillermo Ruiz Rivas en su extraordinaria Obra “Simón Bolívar, más allá del mito”. Página 593.
EPILOGO:
Así terminó sus días Simón Bolívar, Padre de la Patria, el más grande de los héroes, el más virtuoso de los hombres públicos, el más desinteresado patriota, el más humilde en su grandeza y a quien Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, deben su libertad y su ser político.
Pronunciar su nombre es entonar las excelsas notas del Himno de la Libertad. Venerar su nombre con el más sagrado respeto debe ser la silente oración en nuestros pensamientos, en agradecida actitud hacia quien dió lo mejor de su vida para darnos la libertad que hoy disfrutamos.
(*)Expectoración de sangre proveniente de los pulmones, bronquios o de la tráquea.
Tomado del libro” Postrer aliento del Libertador”, José E. Molinares S.,Editorial Puente Maracaibo,1970,Págs.79 a 87.
Este libro es una narración histórica con el perfil más humano del Padre de la Patria y casualmente se terminó de imprimir el 5 de julio de 1970.Está a la orden del Comandante Chávez.
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