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Vivo en un séptimo piso, en la Pedregosa Sur (Mérida), y cuando se va la luz, cojo mi palo de cínaro, mi sombrero, mi botellita de agua y me largo a la calle, al albur, durante varias horas. Mi trabajo consiste en escribir pendejadas y leer cosas serias, y con esa luz opaca de los apartamentos no se pueden hacer estas cosas. Sufro de claustrofobia, procuro evitar los encuevamientos. Como sé que los cortes de luz serán largos, entre cuatro y cinco horas, me doy extenuantes caminatas, matando el tiempo (que nos mata), para ver si cuando regrese a casa haya vuelto la luz y tengamos agua para poder darme un baño (porque en yéndose la luz, el hidroneumático se paraliza). Por otro lado, me asquea entregarme a ver el celular, le he ido cogiendo fobia al fulano aparatito. Yo creo que cuando se hable de libertad debe incluirse la liberación de las redes, de todas las bazofias que corren por ellas…
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Estos dos últimos meses, con los fulanos cortes, digo, he perdido unos diez kilos. Salgo por la mañana temprano y también por la tarde, y en ocasiones regreso de noche. Ya no camino, sino que levito, me siento levitar por entre calles y avenidas, viendo a mi colorido y simpático pueblo, entre el bullir de las motos y los carros, pero feliz, porque a toda adversidad me parece que le voy encontrando algún provecho. A veces me ocurre algo bien raro, si por algún motivo pareciera que en el día no se ha producido un corte de electricidad, siento algo extraño. Es decir, a veces extraño los apagones. Uno a todo se acostumbra. Por ejemplo, caminar me sirve para pensar, es un ejercicio bueno también para reducir el colesterol y los triglicéridos, quemar insulina, fortalecer el corazón, mejorar la libido y el poder de la próstata, fortalecer la memoria y liberar estrés.
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Mientras camino me sumerjo entre tantos recuerdos y pensamientos, y voy como digo, flotando, a veces recorro diez kilómetros y ni cuenta me doy. Todo lo que viene a mi memoria en esas caminatas me es grato. Y descubro cuánto peso he perdido por los amigos que encuentro, quienes me dicen: "-Coño, José, cómo te ha pegado la crisis". El otro día escuché a alguien que me gritaba desde un sitio lejano y creí escuchar que me decía: "-¡Oye, saltamonte, te falta llevar un perro!". Luego pensé: "- ¿Será que gritó SANT ROZ, y escuché mal?" Pues, a lo mejor me llamó saltamonte, lo que soy, flaco, canijo, caelifera.
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Tengo muchos trayectos para escoger, cuando me detengo a la salida de las residencias al inicio de mis caminatas: hacia La Parroquia, para llegar hasta Zumba, acercarme a Ejido, luego enfilar a Los Curos y enrumbar de nuevo hacia la casa. O coger por la Avenida Andrés Bello, pasar por Las Tapias, luego empalmar con la Urdaneta. Llegar a Glorias Patria, cruzar por el Viaducto Miranda hasta La Avenida Las Américas y descender sabroso hasta La Humboldt, pasar a la Avenida Los Próceres y volver a la casa. Otro trayecto es coger hacia La Pedregosa Norte, cuesta muy empinada que se extiende hacia uno de los puntos más más hermosos de la ciudad. En Mérida todo es empinado, cuesta arriba y cuesta abajo.
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Ya no sé cuáles serán las razones por las cuales hay largos cortes de electricidad en Mérida, a veces entre ocho, nueve o diez horas diarias, con dos cada uno de cuatro o cinco horas. Ni me interesa saberlo. Todo permanece en un misterio. Unos elucubran diciendo que es por el terrible verano, otros por las secuelas de las sanciones, otros por la obsolescencia de los aparatos, es decir, esa imposibilidad de reponer los equipos generadores de electricidad, de las máquinas giratorias que transforman la potencia mecánica en potencia eléctrica, el arreglo de transformadores o poderosos conductores. Qué sé yo, lo mío ahora es caminar, caminar y caminar…