Investigación histórica: Los primeros caníbales en América fueron europeos…

  1. Los campos estaban poblados por millones de pájaros de vivos plumajes, de bellos cantos, con abundancia de conejos y venados. Fértiles y hermosos, en una eterna primavera que convidaban, según Oviedo y Baños, dehesas y pastos, tan adecuados para la cría de ganado. A poco de establecerse los españoles, con la mano esclava del indio, vieron lo bien que allí se daba cuanto se sembraba: se daba bien el trigo, el cacao, las legumbres, el maíz, el arroz, "siendo raro e árbol que no destila dulzuras, pues abrigando enjambres de silvestres abejas, forman en los troncos colmenas á sus rubios panales".

  2. Al tiempo que se realizaba la conquista de estas tierras, consideradas la más abastecidas de Las Indias, muchos indios fueron sacados de sus regiones para trabajar en las minas y en lugares no aptos para su subsistencia. Pues uno de los grandes males que causó el invasor, como ya lo hemos dicho, fue arrancar, a los indios de sus tierras, donde mantenían una relación de concordia y armonía con la naturaleza. Veinte años fueron suficientes para despoblar grandes regiones, de modo que donde crecían abundantes y hermosas eras, se veía ahora cenizas, desolación. Cuando los primeros españoles pasaron por la costa de Venezuela, buscando un lugar propicio para iniciar su invasión, lo primero que anotaron en sus diarios e informes a la Corona, fue que estas regiones estaban pobladas, de gente cruel, bárbara y traidora. Esta última palabra jamás la he entendido. ¿Traidor a quién?

  3. Carlos V, sin muchos escrúpulos, dio orden de hacer esclavos a los indios en toda la región de Venezuela; de este modo un amplio territorio fue incorporado al comercio del Imperio español (digamos europeo) mediante el vil uso de la esclavitud. Desde Santo Domingo, región donde los indios habían sido casi exterminados, salió hacia el Paraíso Terrenal, el capitán Juan de Ampúes. Iba con amplios poderes para ejecutar planes esclavistas, y en 1527 llegó a Coro. Allí fue muy bien recibido por el cacique Manaure, poderoso y dueño de esas riquezas que ambicionan los conquistadores. En aquella región corrían vientos que presagiaban grandes tesoros ocultos por los caciques. Los conquistadores parecían percibirlo en el aire; se habían vuelto tan finos como el Becerrillo o Leoncillo en catar carne indígena, que en verdad, chasqueando la lengua y respirando profundo, muchas veces lograban dar con los lugares más secretos donde los indios guardaban sus valiosas reliquias. Manaure trató muy bien a aquellos inoportunos visitantes (que llegaban sin pasaporte, sin el visado o algunas de esas estrictas estipulaciones que ahora se acuerdan con ferocidad para pasar al territorio de las naciones "civilizadas"). Sin muchos escrúpulos, el conquistador fue y abrazó a Manaure, y el "bárbaro" se mostró "tan liberal, como cortesano, pues regaló a Ampúes con diferentes piezas de oro, mantas, y otras alhajas, cuyo importe llegó al valor de once mil pesos, resultando de su galantería el quedar ajustado entre los dos, perpetua alianza, prestando vasallaje a nuestro Rey toda la nación Caiquetia, que observó después con tal lealtad, que aunque los desafueros de nuestros soldados, en diferentes ocasiones, dieron motivo a que pudiesen, con razón, falsear las coyundas de la obediencia, jamás faltaron los indios por su parte al cumplimiento de la fe prometieron".

  4. Esta relativa paz de los lugareños vino a ser perturbada por una compañía alemana, la de los Belzares, a quien Carlos V arrendó para su explotación, desde El Cabo de la Vela hasta Macarapana (unas trescientas leguas de longitud, con el fondo que le pareciese conveniente). Tenía esta compañía la facultad para hacer esclavos a los indios y para matar a los indígenas que rehusasen obedecer a la Corona. Debido a este convenio, fue nombrado gobernador, el alemán Ambrosio Alfinjer; su Teniente General también era alemán: Bartolomé Sailler. Corría el año de 1528 cuando esta compañía se lanzó a conquistar tan preciosos y abundosos parajes de toda clase de frutos y riquezas, y venía bien abastecida de caballos, armas y municiones. La conformaban unos cuatrocientos hombres entre los que había hidalgos como Juan de Villegas, Sancho Briceño, Juan Cuaresma de Melo, Diego Ruiz Vellejo y otros. Refieren algunos cronistas que estos empresarios europeos no vinieron con interés alguno de mejorar lo que había hecho su antecesor, Ampúes, ni cuidar la provincia, sino con la desmedida ambición de hacerse ricos, como todos. No en vano había dejado el Almirante Colón la idea de que en Las Indias había un mundo fabuloso, virgen y en el que quedaba mucho oro por recoger. Así pues, que les incitaba la enfermiza codicia que hacía estragos en Panamá, México y que habían asolado las islas del Caribe. Este par de "joyas" alemanas eran uno monstruos, mil veces más bellacos que todos los españoles juntos llegados hasta entonces a Venezuela. Viendo la soberana maldad de estas fieras, nos quedamos fríos, mudos, pálidos. En este sentido debemos dar gracias a Dios que no fueron alemanes los primeros invasores de estas tierras, ¡vaya consuelo! Existen algunos idiotas que se lamentan que estas regiones no hubiesen sido pobladas por los ingleses, pues sufren convulsiones epileptoides cuando contemplan los impresionante "adelantos del desarrollo tecnológico" de estos dementes y piratas ingleses, sin caer en la cuenta de que si aquí hubieran llegado los ingleses, sólo dos tipos adornarían a nuestra población: el blanco sin ningún escrúpulos y el negro sometido, servilmente a sus pretensiones.

  5. Emprendió Alfinjer una expedición por los lados del Lago de Maracaibo, y anduvo haciendo toda clase de pillajes y abusos. Iba haciendo esclavo a cuanto indio encontraba a su paso. Por esta región le dio por talar grandes extensiones de árboles. Lo hacía mientras no encontraba indios a quienes esclavizar, que parecía llegado a Las Indias con el único propósito de hacer el mayor daño posible a medio. Cuando no talaba, quemaba; cuando no quemaba, torturaba indios; cuando no torturaba indios talaba. Ese era su círculo vicioso vital. Los soldados españoles que le acompañaban pronto se dieron cuenta de que Alfinjer no tenía ninguna intención de poblar nada. Los despojos de sus expoliaciones se los apropiaba todos y no daba descanso a su impiedad, a su crueldad y locura. Su único fin era provocar la mayor destrucción a cuanto le pareciera ajeno a sus intereses. En este sentido uno llega a pensar que sólo ciertos elementos de la raza alemana, poseen el "don" de producir los más espantosos locos y fascistas del orbe.

  6. Era clara la categoría de hombre que era Alfinjer: el arquetipo de extranjero miserable, odioso y ruin que en grandes cantidades llegaron (y siguen llegando) a estas tierras: venían (vienen) a buscar oro; no tenían (tienen) tiempo en absoluto para pensar en ninguna otra cosa que en el botín que habían (han) venido a buscar. Era (es) esencialmente un extranjero (ajeno a nuestra cultura y valores) y como tal, le importaba (importa) un pito los naturales de esta región, el cuido de esa cosa que hoy pomposa y pedantemente llaman ecosistema. Recelaba (recela) que la concesión que se le había (ha) dado, no duraría (durará) mucho, así que había (hay) que sacar el mayor provecho, sin cuidar de ningún bien humano o natural.

  7. Más de un año estuvo Ambrosio Alfinjer yendo y viniendo por todos los ríos que confluyen al lago de Maracaibo. No le bastó con los cientos de indios que llevaban prisioneros como esclavos ni las talegas de oro que había recolectado de sus pillajes, sino que buscó mucho más hacia el poniente. Habría andado unas treinta millas cuando cayó en la cuenta de que le hacían falta hombres para adentrarse en una región donde la gente le temía y le odiaba. Tanto que a su paso los indios corrían a las isla vecinas, y buscaban guaridas y terrenos intrincados para ocultarse. Quiso entonces deshacerse de la carga que representaba llevar tantos indios amarrados como también del peso del oro, con lo cual despachó a Coro aquella remesa de esclavos, junto con algún oro. De este modo, desembarazado, con unos ciento ochenta hombres, salió, como dije, hacia el poniente, el año de 1530. Enfiló hacia el Valle de Upar, fuera de los linderos de su gobernación. Iba talando, matando, quemando, torturando, robando. Fue tal el horror que causó en la región que en treinta leguas, años después, no se encontró ni una sola casa en pie: todo barrido por la voracidad de aquella impiedad, todo desértico, que años después Bolívar llamó esta zona la Libia de Venezuela. Quizás todavía la desolación que se ve también en grandes espacios del Valle de Upar se deba a la obra diabólica de este alemán. Cogió Alfinjer hacia las provincias de Pocabuces y Alcojolados; pasó por la laguna de Tamalameque, región antes muy poblada a la que encontró totalmente desierta. Se habían refugiado los indígenas en las islas de una laguna, pero viendo los invasores lentejuelas de oro en el suelo, despertaron tal codicia que se arrojaron en la laguna, montando en sus caballos que acicateados con furia, la recorrieron a nado. Fue tal el espanto de los indios, sin armas, sin aliento para luchar, que unos se ahogaron y otros se entregaron inermes ante aquellos asesinos. De esta carnicería, de donde se arrancaba el oro a las víctimas manchadas de sangre, se cogió un botín de cien mil castellanos de oro fino, sin contar, como dice Oviedo y Baños, el que ocultaron los soldados. Otra vez se repitió aquí lo que le aconteció a Balboa y su gente, que tenían más oro que salud, y entonces determinó Alfinjer enviar al capitán Iñigo de Bascona a Coro, con veinticinco soldados y los sesenta y cinco mil pesos del oro robado a los indios. Iba Bascona a buscar más gente que se uniera a la expedición, que pensaba adentrarse en el mero territorio de lo que va a ser el Reino de Granada.

  8. El oro robado, el que llevaba Bascona, lo cargaban algunos pobres indios. Aquel capitán de Alfinjer tomó una ruta equivocada en la búsqueda de un camino más corto. Perdido en aquellas tierras despobladas, además anegadas de pantanos, alimañas y escabrosas montañas; consumidos todos los bastimentos, resolvió Bascona, ya muy tarde, rehacer el camino andado. Pero no hizo sino perderse aún más. Debilitados y desesperados decidieron aliviarse de las cargas que ya algunos indios habían perecido en el trayecto y otros fueron abandonados por lo maltrechos que se hallaban. No hay que olvidar que los españoles temiendo que los indios pudiesen salir a la carrera con aquellos tesoros, les llevaban amarrados con cadenas. A veces la resolana en la región era terrible y no habiendo un árbol bajo cuya sombra descansar, y no pudiendo los indios ni con sus cuerpos, morían de inanición. A algunos les cortaban la cabeza, dejando sus cuerpos destrozados en medio del camino, cosa que iban a lamentar muy pronto, cuando sintieran los estragos de una hambruna demencial.

  9. Sin poder dar un paso, con aquel enorme tesoro a cuestas, decidió Bascona dejarlo enterrado al pie de una frondosa ceiba. Ahora no tenían ni oro ni salud, así y todo buscaron las huellas de lo andado y prosiguieron una ruta imaginaria hacia Coro. Llevaban unos pocos indios que les servían malamente de baquianos, y llegó un momento en que no sabían si eran hombres o fieras, tal era el hambre, la desesperanza y el acoso del temor que se habían apoderado de ellos. Respiraban con dificultad, se miraban como lobos, las mandíbulas caídas y los labios resecos. Entonces, estragados sus estómagos, enfermas sus mentes y sin arreglo a ninguna moral o principios religiosos, concibieron la barbaridad de comerse a los indios, a sus esclavos. En la búsqueda de una salida de aquel laberinto tan escabroso, y llevando amarradas a sus presas, fueron comiendo de ellas y avanzando al azar. Debió ser una pérdida de varios meses, que llegaron a no despreciar de sus víctimas, intestinos u órganos genitales (un soldado de nombre Francisco Martín cuando alguien los echó como desperdicio, "los cogió con gran presteza, y sin esperar que los sazonase el fuego, se los comió crudos, diciendo á los compañeros: ¿pues esto despreciáis en ocasión como esta?"). Luego de estos abominables banquetes y cuando ya no quedaba indio qué comerse, comenzaron a recelarse entre sí, y puesto que ninguno sentíase seguro de sus compañeros, optaron por dividirse y coger por caminos distintos. Casi todos perecieron en aquellos lugares ásperos y despoblados. Sólo un pequeño grupo de cuatro, después de vencer grandes adversidades, salieron al río Chama, y buscando hacia las montañas vieron cuatro indios en una canoa, a quienes pidieron auxilio. En este punto dice José de Oviedo y Baños que "tuvo lugar la piedad en el bruto corazón de aquellos bárbaros". (¡Qué manera tan romana de agradecer!) Dice Rufino Blanco Fombona que en la lucha de dos civilizaciones prevalece la superior, y preguntamos: ¿superior en qué; en injusticia, en falta de nobleza o de humanidad, en brutalidad?

  10. El Barón de la Hontan sostenía que la religión de los indígenas era tan positiva como la que practicaban los mejores misioneros. Censura fuertemente este francés, la conducta de los colonizadores y añade: "La virtud, el amor al prójimo y la paz de espíritu que se derivan de una sincera y generosa renuncia son las tres cualidades que Dios exige al hombre. Pues bien, mientras que nosotros observamos escrupulosamente y con acato tales mandamientos en nuestros poblados, vosotros europeos, no conocéis sino de nombre tan estimable inocencia; no hay crimen que pudiera espantaros, y vuestro principal anhelo consiste en asestaros mutuas puñaladas y en aniquilaros recíprocamente. Sois presa de vuestros desordenados apetitos, y el empeño en acumular constantemente nuevas riquezas os mantiene en permanente zozobra". Añade La Hontan que la razón de los colonos europeos es una razón demencial.

  11. Viendo los indios a aquellos asesinos morirse de hambre, acudieron con presteza a darles alimento: abundante maíz, además de yucas, batatas y otras raíces. A un observador imparcial le hubiera parecido que quienes estaban más cerca de la obra piadosa de Cristo eran los "brutos" y no los invasores. Dice Oviedo: "¡Quién pensará, que semejante beneficio pudiera tener por retorno una traición! Pero cuando en el caso presente la misma ingratitud se avergonzará de no hacer ostentación de agradecida, cupo en el alma de aquellos hombres la más bárbara crueldad, que pudiera ejecutar la estolidez de una fiera pues apenas llegaron los indios á socorrerlos piadosos cuando recibiendo el bastimento que trajeron, pareciéndoles era poco para saciar las ganas que tenían, embistieron con ellos para matarlos, y comérselos; pero como por su mucha flaqueza no pudieron sujetarlos, viendo que se les escapaban de las manos, acogiéndose al refugio de su canoa para ponerse a salvo; por no perder la ocasión, y que se le fuesen todos, dejaron ir a los tres, y pegando con el otro todos juntos, le quitaron la vida, haciéndolo luego cuartos, que guardaron asados, satisfaciendo por entonces su apetito con las asaduras, pies, y manos, que comieron con tanto gusto, como si fuera un carnero: execrable abominación entre cristianos".

  12. En aquellas rápidas correrías de pillaje y saqueo no podían plantearse previsiones de tipo moral o administrativo, mucho menos consideraciones hacia los moradores indígenas. Careciendo de armas con las cuales vencer a sus enemigos, y viendo la categoría de monstruos que eran, a los indios sólo les quedó el recurso de inventar lugares fabulosos donde había mucho oro, lo único que podía trasmitir "cierta humanidad" a aquellos canallas, a la vez que con ello alejarlos de sus pueblos. No era solamente la necesidad de saciar su hambre, hay también locura, frenesí diabólico y criminal, algún placer enfermizo y destructor que tal vez tenga que ver con herencias dislocadas, aberraciones terribles del carácter, sin duda heredados de cientos de pueblos viciosos y sanguinarios que cruzaron o se asentaron en España. Así eran los soldados que llevaba Alfinjer, que por cierto, hallándose este alemán sin esperanzas de que los refuerzos llegaran al valle de Chinácota dedicóse entre tanto a quemar casas indígenas, a degollarlos, talando grandes extensiones. Se espantaban los lugareños, que corrían a lo más profundo del bosque, sin descansar, sin dar tiempo a que aquellas fieras ávidas de oro pudieran empecinarse en perseguirles con sus caballos y con sus perros. Ya cierta noche, los más decididos, prefiriendo la muerte a ser víctimas de una cacería tan feroz, se emboscaron en todos los arcabucos esperando una oportunidad para lanzarse sobre sus enemigos. Refiere Oviedo y Baños, que Alfinjer ignorante de aquella "traición" conversaba indiferentemente con su gran amigo Esteban Martín. Apenas se separaron, cuando aquella multitud de "bárbaros" le acometieron por todas partes, matándoles.

  13. A la "joya" de Alfinjer le sucedió en la gobernación de Coro otro alemán, de nombre Jorge Spira, que continuó la misma obra devastadora sobre la región de Maracaibo. Se dividieron los hombres de Spira en grupos que afanosamente buscaban oro y plata, razón de todas aquellas enfermizas peregrinaciones. Entre sus muchas marchas con canoas arrancadas a los indígenas, Spira pasó el río de Papamene. Seguía las huellas de la fortuna que le indicaba un guía indio, que según los cronistas por "malicia de su natural fementido", los llevaba por lugares de donde nunca más pudieran salir. Después avanzaron hacia la provincia de Choques. Iban cercados por las penurias, sin bastimentos, muriendo en la marcha casi todos los caballos y muchos soldados. Llegaron a un pueblazo donde los moradores salieron espantados, dejando en sus casas considerable porción de yucas y batatas, que robaron sin ningún escrúpulo. "Cuatro soldados juntos revolviendo los bojíos, por ver si hallaban algo, que fuese de provecho a su codicia, encontraron acaso una criatura de poco más de un año, que con la priesa de huir debió su madre de haber dejado olvidada; y revestidos aquellos hombres (ó por mejor decir aquellas fieras) de inhumanidad diabólica, mataron la criatura, y poniendo al fuego en una olla un cuarto, la cabeza, pies, y manos, mientras se cocinaba, á medio asar se comieron la asadura, saboreándose después con el caldo de la olla".

  14. Por su parte, nos refiere José GIL FORTOUL que en 1528, por capitulación del 27 de marzo, el emperador Carlos V le da "licencia y facultad" a los alemanes Enrique Ehinger y Jerónimo Sayler para que sí, o en su defecto Ambrocio y Jorge Ehinger, hermanos de Enrique, puedan "descubrir y conquistar y poblar" las tierras de la costa comprendida entre el Cabo de la Vela (límite de la gobernación de Santa Marta) y Maracapana… El 23 de octubre del propio año los beneficiarios delegan todos sus poderes a Ambrocio Ehinger (o Ambrocio Alfinger), que se encontraba ya en la Española como factor de los Welser, banquero de Augsburgo "DESDE febrero de 1529 estaban ya en Coro Alfinger y Bartolomé Sayler, hermano de Jerónimo, con 780 hombres, alemanes, españoles, portugueses y algunos negros de Nueva Guinea. Alfinger se encargó enseguida del Gobierno… En los siguientes años, los Gobernadores alemanes, junto con numerosos conquistadores españoles, entre los cuales se distinguen Sancho Briceño y Juan de Villegas, se lanzan tierra adentro a lejanas expediciones que parecen hoy odiseas legendarias; sin preocuparse casi nunca de leyes u órdenes de España, ni de cumplir con las cláusulas de su capitulación, empeñados como estaban en incesantes guerras con los indios y envueltos en perpetuas intrigas y disputas personales …".

  15. Agrega Gil Fortoul: "Dos sucesos, entre muchos semejantes, darán idea de las aventuras con que tropezaban a cada paso los. conquistadores. EL PRIMER ACTO DE CANIBALISMO que registran las crónicas venezolanas fue obra de estos alemanes y españoles. En el curso de su segunda expedición, hallándose Alfinger por las orillas del río Magdalena, decidió remitir a Coro la cantidad de oro que había recogido, calculada en 30.000 pesos, y la confió a veinticuatro hombres mandados por un capitán Bascona, Vasconia o Vascuña. Extraviáronse a poco y acabados los bastimentos que llevaban, ya medio muertos de hambre enterraron el oro al pie de un árbol para volver a buscarlo en mejor ocasión. Mas, "como sus fuerzas del todo les iban faltando, acordaron, y de hecho lo hicieron, de ir matando de los pocos indios e indias que les habían quedado de servicio e írselos comiendo cada día el suyo... sin dejar cosa de ellos, tripas ni lo demás, porque nada les sabía mal; y aun sucedió que matando el postrer indio, y arrojando cuando lo hacían cuartos el miembro genital... era tanta la hambre rabiosa de un soldado llamado Francisco Martín (relator del suceso) que como perro arremetió y lo cogió y se lo engulló crudo diciendo: pues esto arrojáis en estas ocasiones?..." Dividiéronse luego unos de otros por temor de que el hambre los obligara a matarse entre sí. Cuatro que partieron juntos encontraron unos indios que les socorrieron con maíz y raíces; pero pareciéndoles poco cayeron sobre ellos, mataron a uno y tostaron la carne para que les sirviese de viático". Léase otra aventura. Huyendo los indios de la laguna de Talamameque se refugiaron en unas islas con todas sus canoas para evitar que los españoles los siguiesen: como éstos "desde la tierra firme alcanzasen a ver que los indios, fiados en la dificultad de estar de por medio la laguna, andaban en cuadrillas sin recato alguno por las playas de las islas vecinas, ador. nados de chaguales y orejeras de ero; incitados de la presa que apetecía su desmedida codicia, hallándose sin embarcaciones en que pasar a lograrla, Juan de Villegas, Virgilio García, Alonso de Campos, Hernán Pérez de la Muela y otros veintiséis se arrojaron y otros veintiséis se arrojaron a la laguna montados en sus caballos que, gobernados del freno y animados del batir del acicate, atravesaron nadando hasta llegar a las islas, de cuya resolución inopinada, atemorizados los bárbaros, sin que les quedase aliento para levantar las armas ni para calar las flechas, unos fueron destrozo miserable de las lanzas, y otros, fatal estrago de su misma confusión, pues, atropellándose unos a otros por ocurrir a las canoas para escapar presurosos, anegándose en las ondas, se encontraban con la muerte donde buscaban la vida". De Alfinger y de su criado Francisco del Castillo cuentan los cronistas barbaridades tales como llevar rebaño de indios con argollas al cuello, unidos en fila con cadenas, y cuando uno se cansaba, para no deshacer la fila ni interrumpir el viaje, le cortaban la cabeza. Mala la hubo Castillo. Agrega su compatriota el Padre Aguado: "salieron los yndios un día a dar gaçabara a los españoles, y acercáronse tanto a ellos que casi de entre las manos les tomaron los yndios a este verdugo, criado de Micer Ambrosio, y sin se lo poder quitar ni estorvar los españoles, allí delante de sus ojos le cortaron la cabeça a macanazos, y dejando el cuerpo a bista de los españoles se llevaron la cabeça consigo en pago de cuantas este miserable ombre abía quitado injusta y cruelmente a los yndios".

  16. El guerrear sin tregua, la visión constante del peligro y la muerte, la tenaz esperanza de El Dorado que se desvanecía todas las tardes en el horizonte de ignoradas soledades, las vigilias en campamentos insalubres, la ausencia de mujeres de la propia raza, que hubieran tal vez endulzado el temple de aquellas ásperas almas, donde con el valor heroico habitaban la codicia y el valor heroico habitaban la codicia y el despecho, la ira y la venganza, apenas tenían más distracción que efímeros sensuales amoríos con alguna india cautiva o el cuento picaresco referidos en noches de descanso por algún soldado poeta…".



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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