El vendedor de invasiones

Algunas veces llega al país a ejercer su cargo como legislador en la Asamblea Nacional en Desacato. En esos casos aparece en el aeropuerto de Maiquetía con un sombrerito de turista que le ayuda a tapar cejas y calva. Entonces afloja la barriga y coloca más adelante la maleta de poca cosa que trae, tal vez llena de papeles basura con algún plan que traza más en su mente para recordarlo mejor. La maleta es sólo un disimulo; tal vez para no parecer el vendedor de bienes raíces que protege la fortuna y las acciones de algunos que hacen de sus jefezuelos de vez en cuando, en el momento en que hay que justificar un trabajo algo digno y socialmente aceptado. Desde luego que no importa cuánto administre ni proteja de esas acciones o lo que sea; igual que la mampara de legislador que hace de vez en cuando para molestar a la gente que considera socialmente inferior a él. Su camino está trazado entre el aeropuerto, el Hemiciclo de Sesiones y el escenario silencioso y desconocido de entrevistas forzadas que le dan sustento a su condición de Traidor a la Patria.

En la pequeña maleta lleva planes de impulso a quienes quieran venir a invadirnos, mapas de facilitación de incursiones al suelo nacional, ventajas para la entrega del pueblo, listas de personas que se venden por medio cambur o son más sencillas de deslumbrar con los billetes verdes, esos, que no tienen respaldo sino en la mente de los que viven de la especulación financiera. Detrás de la maleta se sitúa en el aeropuerto, con el sombrerito calado hasta esconder los ojos cobardes de entreguista. Recibe alguna llamada de alguna mujer loca que lo espera para adelantar reuniones con otros felones o cobardes como él, que le recibirán contentos tras imaginar que pronto llegarán los misiles salvadores y las tropas de violadores, armados hasta las calvas. Algún temblor siempre le notan los compatriotas que le observan mientras hace ademanes de suficiencia en los pasillos de ingreso; algún movimiento de preparación por algún si-acaso; algún titubeo de equilibrio que le recuerda el episodio del militar que lo zaradeó en su autoridad, y ante el cual achicó la voz hasta hacerla trémula y agonizante ante las cámaras en el momento en que tenía que ser un gigante avasallador de gorilas y autobuseros. Horrible, desagradable recuerdo… la garganta le estuvo temblando varios días, sobre todo porque no encontró en ese supremo instante mejor palabra que aquella de ciudadano suizo, "¿Eso te parece correcto?", o algo así, no lo recuerda. Es humillante verse en las grabaciones que se hicieron virales, mostrando con sorna cuando le echaban el empujoncito del ridículo… No, pasar por eso otra vez, no; mil veces no. Es mejor ser el agente viajero que lleva y trae ofertas baratas de invasiones. Preferible hacer de hombre que vende a la hermana en el prostíbulo y a los hijos al esclavista, que verse otra vez humillado con el fulano empujoncito, maltratado por unas palabras tan viriles que a él no le logran salir también. Pero es que a ninguno de sus amigos, tampoco. Todos hablan como muchachos viejos, pasaditos, con esas voces de doncel con ínfulas de hombre grande.

Y aún en el aeropuerto, esperando salir o entrar con su maleta de libretos baratos y malos, con el sombrerito que oculta el drama de legislador herido en su ego. Pero para eso lleva la idea de vender algo grande, algo así como una Patria entera. A veces no importan los dólares, sino el engreimiento con el que habla con los amigos, se ufana ante la familia, se crece en el extranjero, se agiganta entre los que también llegan vendiendo lo que creen suyo, y por fin se desinfla ante los amos del momento cuando le dan las palmaditas en la espalda y ellas le producen un feliz acogotamiento. Bueno, eso es él. Lleva algo grande en su maleta, aunque ésta sea pequeña; lleva algo gigante en su cabeza, que quiere esconder bajo el sombrerito oculta-calvas. Quiere limpiar su orgullo miserable con el nombre de un país; y no le importa el pueblo, ni su gente. No importa, vendedor; te dieron el empujoncito, y el pueblo te vio como eres.

saracolinavilleg@gmail.com



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Carolina Villegas

Investigadora. Especialista en educación universitaria

 saracolinavilleg@gmail.com

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