Precisemos, ¿para qué sirven los dólares de EEUU?

Ya la respuesta parece obvia: sirven para vender al exterior y para comprarle al mismo[1], pero, en síntesis, para devolvérselos a los mismos EE UU cuando les compremos esas mercancías fabricadas por ellos con nuestras materias primas y energéticos de último orden, según la interesada y capitalizada clasificación mengeriana de las mercancías, debido a que practicamos una demanda previa y paralelamente inducida hacia una suerte de consumismo hogareño, fabril y comercial que siempre nos ha sido ajeno, por ejemplo, como demandantes de arbolitos de Navidad y como compradores de unas máquinas, herramientas y materias primas intermedias[2], como perfumes concentrados para ser envasados en casa, o como partes automotrices para su correspondiente embalaje, o como libros con enseñanzas editadas para el más efectivo lavado cerebral de nuestros estudiantes y trabajadores en general, con inclusión de profesionales debidamente entogados y embirreteados, hasta vestidos a la usanza importada como trajes de gala y como mercancías en sí mismas[3], por citar sólo algunas de las mercancías más representativas de las que importamos con los pocos[4] dólares que recibe el Estado para luego traspasárselos a los mismos intermediarios internacionales a quienes se les conoce como industriales nacionales aunque tengan muchote de antinacionales.


[1] No importa cómo y en qué monedas fiduciarias vendamos nuestros recursos, con monedas nacionales o divisas varias ya que, por importantes que sean, con esas mismas monedas debemos comprarles porque son las reglas del juego propio del Comercio Exterior donde nosotros siempre llevamos la de perder ante potencias inescrupulosas en lo económico y militar. Si el patrón fuera metálico, u oro con mayor fuerza, entonces otro gallo cantaría, habida cuenta de que podríamos direccionarlo a nuestra entera voluntad y al margen de la actual dependencia unilateral hacia una moneda que, si bien es internacional y de libre convertibilidad, con esa divisa sólo somos simples usuarios transitorios y no dueños de ellas. Las llamadas reservas internacionales son la demostración más palmaria de que tales divisas sólo las tenemos en comodato y a veces en calidad de préstamos para ser reintegradas con intereses también expresados en la misma moneda.

[2] Nos hemos convertido en un mercado cautivo de cuanta pieza, partes y componentes del capital constante de las empresas industriales que, así, le garantizan a nuestros proveedores de dólares la colocación segura e inducida de sus ofertas varias en medios de producción, y por esa vía, además de devolverles esas divisas, nos controlan el desarrollo de nuestras fuerzas productivas que se han hallado constantemente ralentizadas en dicho desarrollo.

[3] Recordemos ahorita que fue el presidente Chávez quien no hace muchito prohibió que nuestros militares siguieran importando hasta la manera de saludar a sus comandantes, sus preseas, charreteras, canelones y afines, uniformes, botas gorras, armas y cartucheras convencionales.

[4] Decimos pocos dólares porque jamás el precio del petróleo por elevado que haya lucido ni el del hierro han sido suficientes para satisfacer el justo valor de unos de unos recursos que tienen de hecho el mismo tiempo de fabricación de la Tierra, y porque los daños colaterales al medio ambiente causado por todas las concesionarias siguen estando pendiente de reparación. Recordemos que ni ayer ni hoy hemos fijado su precio, a pesar de que constitucionalmente se trata de bienes de propiedad nacional sobre los cuales jamás hemos tenido una soberanía plena



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Manuel C. Martínez


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