AMO: ¿Triunfo del mal o fracaso de la inteligencia?

"El diablo me sigue de día y de noche, pues tiene miedo de estar solo"

Picabia

"¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?"

Marcos 8:36

"La naturaleza virgen es lo que preserva el mundo"

Henry D.Thoreau

INTRODUCCION

La racionalidad consiste en la exigencia de que cada una de nuestras elecciones y decisiones sea la mejor posible bajo unas circunstancias dadas. A menudo a los individuos les es difícil ser racionales. Algunas veces actúan intempestivamente, en contra de su interés y del buen juicio. Calificamos de irracional a una persona que se hace inaccesible a argumentos o experiencias que pudieran hacer tambalear sus creencias; a una persona, por tanto, que ignora argumentos y experiencias, no porque los argumentos sean débiles o las experiencias irrelevantes sino porque sólo busca defenderse. Hay, de hecho, un tipo particular de irracionalidad –llamémosla-hiperracionalidad que consiste en la aplicación mal ubicada de preceptos de una elección racional. La frase "exceso de voluntad" se ha acuñado para caracterizar esta tendencia. Esta forma sutil de irracionalidad (hiperracionalidad o exceso de voluntad) puede formularse como "desear lo que no puede desearse". ¿Fue el Decreto 2248-AMO una consecuencia de un exceso de voluntad? o ¿un fracaso de la inteligencia? El fracaso de la inteligencia aparece cuando una creencia resulta invulnerable a la crítica o los hechos que la contradicen, cuando no se aprende de la experiencia, cuando se convierte en un módulo encapsulado. La credulidad, que es un rechazo mecánico a toda crítica, una bobalicona aceptación pasiva de lo que llega por "canales cualificados", es un dramático fracaso de la inteligencia. Como por ejemplo obnubilarse por una presentación en Video Beam (power Point) y creer todo lo que dicen los "garimpeiros de cuello blanco".

El MAL

La burguesía (roja rojita, azulita, amarilla o blanquita) es como Satanás, es el mal, y lo que toca lo destruye, ensucia y desacraliza. El ser humano es bueno, pero en ocasiones, cediendo a la tentación, es capaz de actuar perversamente. Sólo a seres ruines, pervertidos y malos se les ocurre entregar por un puñado de dólares el 12% del territorio nacional. Ellos los entreguistas apátridas (los lobistas de lobby) movidos por la avaricia y la codicia, no les importa en lo más mínimo los efectos devastadores e irreversibles de la mega minería (costos ambientales y energéticos elevados). Esa traición a las generaciones presentes y futuras es el resultado absurdo de no pensar lo que de manera apremiante exige ser pensado. En este sentido ver: http://www.aporrea.org/actualidad/a229603.html

¿Por qué el hombre hace el mal? Se sobreentiende en esta pregunta que el hombre es algo que puede verse dominado por el bien o por el mal, algo sojuzgable por las fuerzas que actúan en él y fuera de él. El mal no es tan solo privación del bien. El mal existe y tiene una forma de ser y de actuar que le es propia. Consiste en considerar a la persona como un ser superfluo y pensar que todo vale para conseguir los propios fines. El mal nunca tiene tanta densidad contra el bien. Las dos nociones parecen iguales y reciprocas, pero el mal depende del bien en mayor medida que el bien del mal. Tal vez el mayor problema del mal en nuestro tiempo no consiste tanto en que exista el mal, sino en que se le disimule, deforme, camufle y encubra con expresiones que desnaturalizan su realidad y aminoren sus efectos. En el caso del Decreto 2248 existen tres tipos (ámbitos) de mal: Mal teológico, mal moral y mal físico. ¿Cuál es el precio del AMO? ¿Cuál es el valor del AMO? La emulsión de codicia y avaricia, propia de la libido possidendi ha conducido a algunos socialistas posmodernos a confundir valor con precio. Es un desorden poner el dinero por encima de otros bienes más altos (que lo son casi todos).

La libido possidendi (codicia+ avaricia) es la seducción ejercida sobre el hombre por aquella ansia de posesión que se centra en la perversa fascinación del tener, del poseerlo "todo de inmediato"; hoy, en particular, esta asume el rostro de una desenfrenada idolatría del dinero. En los Manuscritos de economía y filosofía Marx subraya que el dinero transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en vicio, la estupidez en entendimiento y el entendimiento en estupidez. El dinero se convierte en medio corruptor de las relaciones interpersonales, puesto que, al presentarse como una especie de absoluto, deforma la realidad al confundir e identificar el hombre con lo que tiene.

LAO TZE Y EL DINERO

Una sencilla historia o leyenda de China puede servir de ejemplo mejor que un tratado de filosofía sobre los efectos deformantes del dinero. El sabio chino Lao Tze, fundador del taoísmo (s. VI a. C.), cuenta una escena muy significativa sobre los efectos de ceguera mental que puede causar el dinero. Es la narración de un hombre obsesionado y obcecado por ese objeto. Este hombre, de nombre Tsi, era ávido de riquezas y apasionadamente seducido por el dinero. Una mañana, a pleno sol, va al mercado, vio un banco de cambio de monedas, las observó atentamente y quedó deslumbrado; las robó y echó a correr tan campante. Pero inmediatamente un policía fue detrás de él, lo detuvo y le preguntó: « ¿Cómo se te ha podido ocurrir robar ese dinero y huir sin ser visto?». Tsi respondió: «Es que mientras robaba el dinero, yo no veía a la gente, veía solo el dinero».

Esta breve narración demuestra cómo el dinero ofusca tanto la mente que oculta la presencia de las demás personas y de lo que le rodea. Instiga a robar sin percatarse del mismo hecho de robar y de que puede ser víctima inmediata de ese acto delictivo. El dinero tiene la capacidad de seducir a una persona de tal manera que le impide ver lo que hace y oír los clamores de los demás. Es decir, puede hacernos ciegos y sordos a la presencia y reclamo de los otros, romper las relaciones con los hombres y con las cosas. Yo puedo poseer el dinero, pero el dinero me puede poseer a mí. El dinero tiene tal poder invasor en la persona, que le estimula los deseos más desproporcionados y le empuja a las acciones más disparatadas: destruir bosques, acuíferos, pueblos originarios, ecosistemas….

SHAKESPEARE Y EL ORO

El poder del dinero transforma, cambia, deforma, confunde, corrompe y engaña. Shakespeare, en Timón de Atenas, escribe un texto sorprendente sobre el metal tan codiciado:

Oro!, Oro maravilloso, brillante, precioso! ¡No, oh dioses, no soy hombre que haga plegarias inconsecuentes! Un poco de él puede volver lo blanco, negro; lo feo, hermoso; lo falso, verdadero; lo bajo, noble; lo viejo, joven; lo cobarde, valiente... […]¡Oh tú, dulce regicida, amable agente de divorcio entre el hijo y el padre! ¡Brillante corruptor del más puro lecho de himeneo! [...] Haz que nazcan entre ellos querellas que los destruyan, a fin de que las bestias puedan tener el imperio del mundo.

Enorme capacidad demoniaca encubre el dinero, que causa las injusticias y violencias más descaradas y desconcertantes. La dialéctica entre el ser y el tener no es simple cuestión filosófica y literaria. Incide en lo más profundo del hombre y del engranaje social. Tener, en cualquiera de las formas que se tome, implica un retener, un de-tener, un entre-tener y un sos-tener, es decir, una apropiación, una distracción y una dispersión, en las que el ser personal queda disuelto y deformado. En último término, una amenaza para la libertad.

EL REY MIDAS Y EL AMO

Los mitos ofrecen magistralmente ese tanto de universal que existe en cada persona. El mito del rey Midas es un ejemplo alucinante de la ilusión que ejerce el tener hasta anular el ser y transformar la realidad en la más necia deformación. Este mito enseña que los seres humanos tienen que tener mucho cuidado con sus deseos, porque pueden hacer realidad y destruir a quien los tiene. La ambición desmesurada es un gran peligro, que puede traer consecuencias desastrosas a los ambiciosos del dinero y de las posesiones, transformando en esclavos a los que pretendían ser emperadores. Sobre este mito se han dado varias versiones, pero el mensaje central está muy claro y es aleccionador. Midas, de origen campesino, creció obsesionado por las riquezas y llegó a ser rey de Frigia. Lo que le hacía más feliz era la posesión del oro. Todos los días contaba sus monedas como juego de diversión. Parte del mito narra que un día el rey Midas ofreció un gran banquete a Dioniso o Baco, el dios del vino. Parece ser que todo ello se desarrolló con gran satisfacción y alegría de ambos entre excelentes manjares, risas y mejor humor. Como agradecimiento a la hospitalidad y generosidad del anfitrión, Baco o Dioniso dijo al rey que podía expresar su mayor deseo, porque sería complacido. Obsesionado como estaba Midas con el dinero, le pidió que se convirtiera en oro todo aquello que él tocara, pensando que tal deseo sería imposible de poder satisfacer.

Baco quedó bastante decepcionado de esa petición, pues el rey era muy rico, pero ante la insistencia de este se lo concedió, dada la promesa y el deseo de Midas. Este, al ver al dios Baco que ya partía y se alejaba con el caballo, levantó la mano para saludarlo y con sus dedos rozó la rama de un árbol, que se transformó en oro. Ante este hecho maravilloso, corrió contento por su palacio y todos los objetos que tocaba, incluso su perro, se convertían en oro. Lleno de inmensa alegría preparó un gran banquete para celebrarlo. Pero, al tocar tanto los alimentos como las bebidas, se convertían en oro. Incluso fue a abrazar a su hija, que se convirtió en el ansiado metal.

Entonces se percató de que con ello no podía comer ni beber y se moría de hambre y de sed. Que así no podía vivir. Desesperado, rogó a Baco que lo liberara de aquel desastroso deseo, quien lo aconsejó que se lavara en el río Pactolo. Así lo hizo y se liberó de aquel poder misterioso. Concluye el mito diciendo que Midas recuperó la vida normal, dejó el palacio y se retiró a una cabaña con su hija y las flores, sintiéndose muy feliz por el tesoro que allí tenía, sobre todo con el amor de su hija. Todo el oro acumulado, que deseaba Midas, estuvo a punto de matarlo. Su ansia de poseer fue su mismo castigo. Los intereses materiales ahogaban las energías de su espíritu. Parece ser que su padre era un sátiro y de él recibió las fuerzas pasionales que dominarían su espíritu a lo largo de su vida. De niño las hormigas subían hasta su cuna, depositando en sus labios granos de trigo, y en ello vieron los adivinos su futuro de prosperidad y riquezas. Midas logró ser inmensamente rico, creyendo encontrar en el oro ilimitado su vida ilimitada y la capacidad de dominar todo a su alrededor. El preciado y deseado oro, símbolo del tener y del poder y extraordinario medio para satisfacer todos los deseos y dominar sin control, se pudo convertir en el dorado mausoleo de su tumba.

Desde una interpretación psicológica pueden sacarse conclusiones profundas de este mito. Escribe Paul Diel, en su libro El simbolismo en la mitología griega, que "el desgraciado [Midas] pide la extrema riqueza, medio de acceso a todos los placeres. Deseo de que todo lo que toque, se transforme en oro. El estúpido anhelo incluye en sí mismo su castigo: el pan que toca sufre también la transformación nefasta. Esa desventura simboliza el castigo que padece el hombre que no desea más que la riqueza. Víctima de un empobrecimiento de intensidad vital, se expone a perder gradualmente la capacidad de gozar de lo que confunde con la fortuna. Está amenazado de morir de hambre por el oro. La muerte corporal por inanición es el símbolo de la muerte del alma por falta de alimento espiritual"

En el deseo desproporcionado del poseer, el espíritu se trivializa, desciende a la materia y con ella y en ella se cosifica. El hombre queda así hecho cosa entre las cosas. Ha dejado de ser persona. Midas, en la medida que va tocando objetos y seres, los va convirtiendo en oro, pero al mismo tiempo logra el milagro a la inversa, que se va cosificando en las cosas que toca. Con el multiplicar del oro, aumenta su vanidad y ambición ilimitadas de poseer lo que el dios Baco le había concedido. Pero, en vez de recrear los objetos y vivirlos, los desnaturaliza y deforma, y con ello se desnaturaliza y destruye a sí mismo. Al final, el mundo de las cosas deja de ser servible y se pone al servicio de su proyección imaginaria.

«Poderoso caballero es Don Dinero», que confunde el bien y el mal, el hombre y las cosas, la verdad y la mentira, el ser y el no ser. Toda esta capacidad demoníaca que encierra el becerro de oro, no puede escaparse al hombre inteligente y que pretende ser libre. Libertad y dinero siempre estarán en discordia y como fuerzas antagónicas. Aquello que en la sociedad suele presentarse como el gran bien, tendrá que ser pensado y valorado, para que ello no incida negativamente como un mal enmascarado y un fetiche destructor. El mito de Midas aún sigue vigente en muchos sectores de nuestra sociedad, tan liberada de otros tabúes menos peligrosos y dañinos.

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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

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