Mateo: Incienso, oro, mirra y todo eso

Mateo no narra la infancia de Jesús igual que Lucas, sino que en el comienzo coloca su árbol genealógico. Mateo empieza con estas palabras: "Biblos geneseos Jesou Christou", que significan "el libro de los orígenes de Jesús". Mateo se refiere con esto a Gn 2,4: "Ésta es la historia de la creación del cielo y de la tierra". El evangelista quiere expresar con estas palabras el misterio de Jesús, quiere describir cómo se ha llegado hasta Jesús y qué significado tiene esto. La historia de Israel comienza con la promesa hecha a Abrahán: "Por ti serán bendecidas todas las generaciones de la tierra" (Gn 12,3). En Jesús culmina esta historia, y Dios inaugura en Él un nuevo principio. Así como Dios creó el cielo y la tierra, así crea en Jesús al hombre, que es la razón de ser y el fin último de la creación. Jesús culmina lo que fue prometido a Abrahán: Él será una bendición para las generaciones futuras.

Desde hace mucho tiempo, los exégetas han especulado sobre el significado de las cuatro mujeres mencionadas de forma añadida en el árbol genealógico: Tamar, Rajab, Rut y Betsabé, la mujer de Urías. Tamar era la nuera de Judá y, presentándose ante Judá como una prostituta, tuvo relaciones con él para quedarse embarazada. Rajab era la prostituta que hizo posible a los israelitas la conquista de Jericó. En las antiguas exegesis se veía a estas mujeres como pecadoras, pero esto no expresa la opinión de los evangelistas, sino los prejuicios de los exégetas. Las cuatro mujeres son extranjeras. Mateo, al poner el árbol genealógico al comienzo del evangelio, muestra que Jesús ha asumido una naturaleza humana íntegra y que la salvación ha sido ofrecida también para los extranjeros.

Las cuatro mujeres nos remiten a María, la quinta mujer. Ella, igual que las otras cuatro, tiene poco que ver con la genealogía, ya que el árbol genealógico sigue la línea sucesoria de José. Pero de María se dice que de ella nació Jesús, "que fue llamado Cristo" (1,16). María es la quinta mujer y en ella se cumple lo que se insinuó en las otras cuatro. Por medio de las mujeres, Dios penetra en el árbol genealógico. En la sucesión normalizada, surge una irregularidad. En esto Dios se muestra sorprendentemente poderoso, pues no se rige por reglas humanas y es evidente que Cristo ha asumido la historia, con sus alturas y profundidades, con sus caminos y sus lugares intrincados, y la ha redimido.

En María, Dios culmina unos hechos sorprendentes: en medio de la historia de la salvación y la condenación sitúa un nuevo comienzo. Esto se puede entender también de forma simbólica: María es la quinta mujer. Frente a los cinco libros de Moisés están las cinco mujeres. El cinco es el número de Venus, la diosa del amor. El amor completa la ley. En la evolución se sucedieron cuatro etapas: del mundo mineral, del mundo de las plantas, de los animales y del hombre. La quinta etapa consiste en alcanzar la divinidad. En María se supera la humanidad y se desemboca en Dios, pues en ella Dios se hace hombre.

Mateo construye el árbol genealógico de un modo estético: tres veces catorce generaciones. Los dos números son simbólicos. El tres es el número de la perfección; el catorce es el número de la salvación y la transformación. En Babilonia había catorce dioses auxiliadores. Jesús, gracias a su nacimiento, ha liberado a la humanidad de sus divisiones y ha unido a unos con otros. Con su venida a este mundo, Él ha salvado la historia de la humanidad, que a menudo fue una historia insalvable. Los tres grupos de catorce ponen el climax de la historia de la salvación en David, el punto más profundo en el exilio, y finalmente, la plenitud en la venida de Jesucristo. Tanto los momentos cumbre de la historia de Israel como los de declive serán superados y transformados en Jesucristo.

Mateo pone después del árbol genealógico cinco historias que narran las circunstancias del nacimiento de Jesús y el destino del niño recién nacido. Aquí aparece, de nuevo, el número cinco como principio estructurador. El cinco se relaciona con la perfección humana. En Jesús, el hombre, que por el pecado se ha hecho enemigo de sí mismo, llega a la plenitud y a la salvación. Mateo narra el nacimiento de Jesús desde el trasfondo de una imagen bíblica: Jesús es el segundo Moisés. Él cumple la palabra que Moisés proclamó ante su pueblo: "El Señor, tu Dios, suscitará en medio de tus hermanos un profeta como yo" (Dt 18,15). Mateo no quiere sólo contar historias, sino que interpreta la historia al describir el nacimiento y los primeros años de Jesús desde el marco de la historia de Moisés.

En paralelo con las narraciones judías sobre el nacimiento de Moisés, tal como fueron ampliamente difundidas en Israel en tiempo de Mateo, éste comienza contando la preocupación que tenía José respecto a su prometida María desde el momento en que supo que estaba embarazada. El embarazo fuera del matrimonio merecía la muerte por lapidación. José era un hombre justo, pero no seguía ciegamente la ley. Él une su justicia y la misericordia. Éste es, para Mateo, un tema principal. Si José hubiera cumplido simplemente la ley, debería haber llevado a María a que la lapidaran. Pero él no quiere ser justo ante la ley, sino ante los hombres. Él representa una actitud que, dentro del fariseísmo, vinculaba la justicia con la misericordia. Él quiso liberarla de su compromiso mediante una carta de repudio y, de este modo, ser justo ante la ley y ante su compromiso. Sin embargo, en medio de estas consideraciones humanas, a José se le apareció un ángel en sueños. Éste le explicó lo que había sucedido y cómo su entendimiento no podía comprender que el niño que esperaba su prometida era del Espíritu Santo. En este sueño, José aparece como un amigo de Dios a quien el ángel introduce en los misteriosos planes que tiene para su pueblo. El niño que María dará a luz tendrá un significado especial para todo el pueblo. A José se le pide que tome consigo a María, pues, según el derecho judío, el niño que ésta lleva en su seno será su propio hijo.

Así es como el ángel aclara el misterio del niño: proviene de la acción creadora de Dios, del poder del Espíritu Santo; sin embargo, José es designado jurídicamente su padre, por lo que le corresponde a él ponerle un nombre. Mateo interpreta el nombre con estas palabras: "Pues Él salvará a su pueblo de los pecados" (1,21). El pueblo no significa aquí sólo Israel, sino toda la humanidad, incluso los enemigos. Jesús, como hijo de David, crea un nuevo pueblo y es liberado de las ataduras del pecado. Aquí resuena por primera vez un tema fundamental del evangelio de Mateo: Jesús anuncia no sólo el perdón, sino que promete el perdón de los pecados de los hombres de modo absoluto. Él libra a los hombres de los pecados en los que se han enredado, por los que se han visto separados de la comunidad con Dios.

En Jesús se cumple la promesa mesiánica: "La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel (que significa: Dios con nosotros)" (1,23). Con el nacimiento de Jesús, Dios crea un nuevo comienzo para todos los hombres. Él hace realidad lo que desde siempre prometió al pueblo de Israel por medio de los profetas: que Jerusalén sería restaurada, que los acontecimientos pasados serían renovados. En Jesús, Dios mismo está entre nosotros y con nosotros. Dios estará con su pueblo no sólo a través del Jesús histórico, sino también en el Jesús resucitado y ascendido a los cielos, todos los días hasta el fin del mundo. Con el nacimiento se instituye un acontecimiento salvífico en proceso, que actúa hasta la plenitud de los tiempos. En Jesús, Dios ha dado su palabra de querer estar con nosotros y entre nosotros para siempre. En la descripción del nacimiento de Jesús, Mateo muestra el arte de unir el principio con el final de la narración. Lo que ha comenzado con el nacimiento será confirmado en los discursos de despedida de Cristo resucitado: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo" (28,20)

La cuidadosa construcción del evangelio de Mateo se manifiesta también en la historia de la adoración de los Magos. Éstos se arrodillan ante el niño divino igual que, al final del evangelio, los discípulos se arrodillan ante el Resucitado para adorarlo (proskynein, palabra que Mateo reserva sólo en relación a Jesús).

A las personas siempre les ha gustado la historia de los Magos de Oriente. Los Magos eran originariamente unos sacerdotes persas, pero eran también astrólogos, unos sabios que poseían un conocimiento sobrenatural. Ellos vieron una estrella. Los astrónomos saben que hubo una conjunción planetaria de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis aproximadamente en el año 7 a.C. Dado que Júpiter era la estrella símbolo de la realeza y Saturno la de Palestina, los astrólogos babilónicos pudieron deducir que en Israel iba a nacer el hijo de un rey. Así pues, llegaron a Jerusalén con esta pregunta: "¿Dónde está el rey de Israel que acaba de nacer?" (2,2). Ellos designan a Jesús con las mismas palabras con las que es descrito al final de la crucifixión. Así resplandece aquí, de nuevo, la fuerza de la estructura formal utilizada por Mateo. Los sabios del mundo reconocen en Jesús al rey de los judíos y le adoran. Su propio pueblo entregará a Jesús a los romanos precisamente porque es su rey.

Los Magos encuentran al rey de los judíos de forma accidental; se trata de un tirano cruel que hizo ejecutar a su propio hijo por una sospecha de traición. Jerusalén está a la espera del nacimiento de un nuevo rey. El poderoso rey Herodes tiene miedo de un niño que le intimida. Este tema lo hacen suyo no sólo las leyendas, sino también Juan Sebastián Bach en su Oratorio de Navidad. Bach hace cantar a la soprano lo siguiente: "Con sólo una seña de su mano se desploma el poder del hombre impotente. Aquí toda fuerza es irrisión".

La leyenda se ha tejido en torno a las figuras de los Magos y ha plasmado su historia vital, una historia que ha hecho de su camino una imagen que simboliza nuestra peregrinación. Al igual que los Magos, nosotros seguimos la estrella de nuestro anhelo, que se eleva sobre el horizonte de nuestro corazón. Ella nos guía a menudo por caminos tortuosos hasta llegar a la meta, a la casa en la que está la madre con el niño, a la casa en la que nos sentimos verdaderamente como en casa. Los Magos son presentados en la leyenda como tres reyes: uno joven, otro anciano y uno negro. Todos los ámbitos del ser humano se hacen patentes a lo largo del camino, hasta poder encontrar al niño en el pesebre y adorarlo. Cuando los reyes llegan a adorar al niño, se encuentran en la meta de su peregrinación; cuando se arrodillan ante el misterio, se encuentran verdaderamente en su hogar.

Los Magos abren sus cofres: traen oro, incienso y mirra al rey recién nacido. El oro y el incienso representan las ofrendas que Isaías cuenta en 60,6. Los tres presentes son ofrecidos también como objetos sagrados al dios del sol. En Jesucristo está representado el verdadero sol que ilumina este mundo. Los Padres de la Iglesia interpretaron las tres ofrendas de los Magos de forma simbólica: el oro pone de manifiesto que el niño del pesebre es el verdadero rey; el incienso se refiere a su divinidad; la mirra alude muerte en la cruz. Los tres regalos son también imágenes, a su por otra parte, de los presentes que nosotros debemos ofrecer a Jesús: el oro representa nuestro amor; el incienso, nuestro anhelo; la mirra, los dolores y heridas que tenemos que cargar. No necesitamos presentar ningún mérito especial, sino que debemos traer al pesebre lo que tenemos siempre con nosotros: nuestro amor, nuestro anhelo y nuestros dolores. La mirra no sólo es un símbolo de los dolores; en su calidad de sustancia medicinal, sirve también para sanar nuestras heridas. En la medida en que presentamos nuestra realidad ante el niño en el pesebre, en esa misma medida nuestras heridas sanan y nuestros anhelos alcanzan su meta. Nosotros no sólo recibimos amor, sino que, ante ese niño, experimentamos el amor de Dios hecho hombre. En medio de este mundo extraño, este amor nos permite sentirnos como en casa, pues Él nos ofrece un hogar en el descampado.

La huida a Egipto y la matanza de los inocentes que planea Herodes muestran que Mateo relata el nacimiento de Jesús en paralelo con la vida de Moisés. Éste fue salvado del edicto del faraón que obligaba matar a todos los niños varones hebreos porque, por una predicción de sus astrólogos, sintió miedo ante el nacimiento de un liberador de Israel. Igual que Moisés, Jesús tiene que huir al extranjero para encontrarse con Dios. Egipto, que fue un lugar de refugio para los israelitas, era considerado también el país de la magia. Algunos escritos judíos echaban en cara a Jesús que había aprendido magia en Egipto; otros lo interpretan como que Jesús asumió la sabiduría de Egipto y la unió con la tradición judía. Jesús no nació en un mundo sano. A su alrededor había asesinatos y violencia, intrigas de los poderosos, traiciones y miseria. Jesús debe huir al extranjero y vivir allí como inmigrante, un hecho que está hoy nuevamente de actualidad. Jesús nació en medio de una situación muy similar a la nuestra actual. Él vivió la humanidad en toda su altura y profundidad. Él asumió todo y por eso puede redimirlo todo.

La historia de la infancia de Jesús concluye con la anotación de que José se volvió a Nazaret por indicación del ángel. Nazaret era un insignificante lugar de Galilea, un lugar en una tierra de mestizaje donde vivían juntos judíos y extranjeros. El lugar de residencia de Jesús muestra que Él se sabía enviado para los dos grupos. Mateo interpreta ahora el nombre de Jesús: "Se le llamó Nazareno" (2,23). Los exégetas no se muestran unánimes en si esto se refiere sólo a su procedencia de Nazaret o en si subyace en esto un significado más profundo. Muy cerca aparece la interpretación de que "nazareno" equivale a retoño de la vid (del hebreo Nezer), en referencia a lo que Isaías había profetizado en 11,1: "Pero retoñará el tocón de Jesé, de su cepa brotará un vástago". Israel se compara con el tocón corta- do. Ha sido separado de su andadura con Dios, pues Dios se sitúa ahí donde los hombres se encuentran, en un nuevo principio. Él hace florecer de nuevo en Jesús un vástago que renueva y rejuvenece a toda la humanidad. Para Mateo, "nazareno" significa que es el verdadero Mesías. Y con este nombre él fundamenta por qué, en contra de las esperanzas judías, el Mesías procede de Nazaret: no sólo Jesús fue llamado Nazareno; también lo fueron los cristianos que confesaron a Jesús como Mesías.

BIBLIOGRAFÍA

  • Anselm Grün: Jesús, maestro de salvación- El evangelio de Mateo

  • Francesc Riera i Figueras, SJ: El Evangelio de Mateo

  • Ivo Storniolo: Como Leer El Evangelio De Mateo

 



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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