Danza patética de la anciana de la oz

La oposición constata la trascendencia del término “social” y se ve obligada a usarlo para no sucumbir

El alcalde Leopoldo López viene de salir al ruedo profesando un nuevo –al menos así parece considerarlo– concepto político: la Democracia Social. Era de esperarse que la boutique de la oposición apareciese en estos días dando señales de renovación frente a temas tan puntuales y concretos como la reforma de la Constitución. ¿Pero con qué responder a esta reforma?

Sabemos que la cantera de recursos demagógicos no es infinita. El alcalde tuvo pues que buscar fuera de ella para crear el nuevo monigote. No es la primera vez que la oposición ha tenido que buscar afuera, en el pueblo, en la polis, allí donde el país se con cultiva con valores reales y prestancia. Pero el alcalde en su laberinto sabe de su patraña: no logra ocultar una fingida fe en su dudoso producto, como todo mal vendedor por comisión.

Un producto que se llama Democracia Social, que no Social Democracia.

Hmm…

¿Curtidos penitentes y fracasados de la social democracia (socialdemócratas adecos, perfectamente intercambiables –sin pérdida– en socialcristianos copeyanos), a quiénes pretenden convencer?

Tal vez sólo a ellos mismos.

El caso es que el alcalde ha tenido que implementar, en su comercio de falacias, el término “social”. Porque este término tiene ahora un valor, un precio real para la mayoría, para el pueblo. El vocablo “social” tiene actualmente en nuestro país un contenido tangible, percibido así no sólo por su intención, sino por su probada concreción; ha calado en la consciencia popular, connotando principios de desarrollo humano, de progreso común, oponiéndose a los designios del egoismo capitalista. Lo social está hoy en día fuertemente arraigado en el “mental” del pueblo, y todos sabemos que tiene su máxima conjugación en su único infinitivo gramatical posible: el socialismo.

Es mediante el infinitivo gramatical de lo social que se hace sustantiva y puede comprenderse su esencia, no a través de la sospechosa adjetivación en que lo coloca el engañoso acuñamiento “democracia social”. La democracia ya es intrínseca al socialismo, pues éste no es más que la culminación, el logro supremo de la democracia. Esta es igualdad de derechos, pero es aún sólo concepto. Mientras tanto, el socialismo es sistema y praxis mediante la cual la democracia puede hacerse real, concreta.

Sin socialismo la democracia no es más que un principio, algo teórico, una abstración. Por eso decir democracia social es una flagrante redundancia, un sin-sentido: no hay democracia que no sea, o que no quiera ser, social.

Pero este es el cuchillo de anime con que la oposición pretende separar lo social del socialismo para adjudicárselo al capitalismo. La oposición se compone, en el fondo, de gentes tan arrivistas que no se avergüenzan de operar un pillaje descarado sobre el léxico revolucionario, propio del bando opuesto a quien deberían combatir con sus propios materiales. Luego terminan creando este tipo de barbarismos teóricos, sólo aptos para sus propias mentes.

Mentes, sin duda, de una ingenuidad infinita.

Lo cierto es que para acercarse a las masas ahora deben recurrir al término social, o sea, disfrazarse de socialistas. Están obligados a jugar –como el lobo de caperucita– a ser tomados por abuelitas a pesar de sus obvias intenciones de privatización. Sólo que el pueblo ha crecido y de caperucita pasó él mismo a ser… cazador!

Cazador de abuelitas dientonas.

En plena recta final, en el ápice de su irremediable decrepitud, vaya fertilidad política: “Democracia Social”.

No, no es que no pasarán. Es que ni quieren.


xavierpad@gmail.com


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Xavier Padilla


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