Nuestro Bolívar -in memorian cada 17 de diciembre-

Siempre dibujé a Bolívar, al menos desde los 4 años; pero su rostro real es un verdadero misterio: cada retrato histórico suyo nos muestra a una persona diferente. Con el tiempo, y luego de revisar toda la iconografía oficial del Libertador, he llegado a una conclusión drástica: todos los artistas de su época nos mintieron.

Estoy convencido que la razón es muy simple: Bolívar nunca posó. Un individuo por naturaleza inquieto y circunstancialmente ocupado in extremis, quien pasara casi un tercio de su vida a un caballo, poco tiempo pudo haber cedido a ese tipo de "posteridad" vanidosa. Conste que reivindico al Bolívar de la Carta de Jamaica y la humilde racionalidad de pensamiento, no al megalonismo neo-bolivariano al que nos acostumbraron sus actuales gerentes publicitarios.

¿Cómo pensar que alguien así, quien al parecer nunca portó sus numerosas condecoraciones y medallas, tuviese interés por este tipo de "inmortalidad"? Basta compararlo con Páez, el llanero sediento de glorias mundanas y abundantes retratos que delatan fielmente al mortal. Si Bolívar tenía que dejarnos un rostro suyo muy concreto, sin duda no sería el que iban a legarnos en vida sus pintores.

Probablemente sí posó, pero nunca debió haberlo hecho por más de 1 minuto. El relativo, discutible talento de los artistas que tuvieron, no obstante, el privilegio de vivir esos contados y fugaces instantes, se veía desde ya castigado, por decirlo así, ante la injusta tarea de reinventar al inasible ausente; de tener que completar los rasgos de una personalidad extraordinaria, compleja, inaudita y virtualmente ya sólo presente en el capítulo siguiente.

Luego, los retratos subsiguientes —en obvia demanda— tendrían que irse haciendo a partir de los pobres precedentes. ¿La posteridad? Para él había que fundarla, ¡inventarla en su totalidad!, como diría su mentor. Lo cual no se hace desde un sillón, frente a un caballete.

Basta con mirar detenidamente su iconografía integral para constatar que su parecido de un cuadro al siguiente es demasiado leve, parco, general. Los pintores debían conformarse con el minúsculo instante, con la pobreza del rápido bosquejo y luego... dar rienda suelta a sus frágiles memorias, incapaces de apresar a un hombre fugaz, anterior y posterior a su tiempo. Su rostro, si acaso, lo confió Simón al futuro, único espacio abierto para su gesta inconclusa.

Ningún pintor lo retrató cabalmente. No era de posar para la eternidad. Su tiempo, muy precioso. Su tarea, inconmensurable. Lo vengo diciendo desde niño, cuando empecé a ejercitarme en el arte del retrato y me convertí en algo así como el pintor oficial de Bolívar de los 5 planteles de primaria por los que pasé. No hablo pues en lengua diletante.

Esta mañana alguien me preguntaba: "¿Se equivocaría tanto Martín Tovar y Tovar?", indicándome este cuadro: http://sv.wikipedia.org/…/Fil:

Sim%C3%B3n_Bol%C3%ADvar_-_Mar…

Por supuesto que sí, el venerado maestro se equivocaría también, tanto como los otros (aunque ciertamente con menos culpa): Martín Tovar y Tovar nació en 1827, es decir, tres años antes de la muerte del Libertador. Su famoso Bolívar no pudo haberlo hecho, pues, del natural, sólo a partir de otros retratos. Y seguramente también ignoraba Martín Tovar y Tovar que Bolívar llevó bigotes prácticamente toda su vida, y que sólo muy al final de ella los abandonó.

Para el ojo común venezolano, patriota, amante del pasado heroico, Simón Bolívar es más o menos el mismo en todas partes, desde un óleo de la época hasta un mural comunitario. Pero para el ojo avisado, instruido, El Libertador es una persona distinta en cada cuadro, estatua o imagen. El "parecido" entre una y otra pieza pide siempre esfuerzos suplementarios a la imaginación, la cual pugna por reconstruir a un personaje único, verdadero, a partir de una semblanza demasiado heterogénea.

La razón ya la sabemos: Bolívar nunca se dejó retratar. El temperamento inquieto, el carácter hiperactivo de un individuo en perpetuo desplazamiento no da muchas oportunidades a un artista para "botarse", por muy bueno que sea. En un lapso de tiempo tan corto, el más talentoso dibujante apenas si puede captar los rasgos generales de un modelo, y eso es precisamente todo lo que encontramos en la iconografía de Bolívar: rasgos generales rellenos de fantasía.

Sobre todo, no hay que dejarse confundir por los cuadros de salón finamente acabados, esos que decoran hoy parlamentos y palacios de Latinoamérica: sus autores supieron compensar cada vez sin dificultad la falta de modelo real con un virtuosismo de etiqueta, profesional, absolutamente adecuado. La fidelidad en estos ámbitos apunta, como sabemos, hacia otros intereses.

A Bolívar, persona poco dada al narcisismo y la grandilocuencia, más bien al desprendimiento y la filantropía, es prácticamente seguro que nadie, jamás, consiguió mantenerlo quieto por más de 60 segundos. No lo lograron tropas enemigas enteras, tampoco lo lograrían las amigas con paletas. Los artistas, los pocos que habrían en su entorno (entorno de turbulencias), tenían de antemano excusados sus pinceles.

Hoy, sin embargo, sirviéndonos de estos retratos de la época, de las camarillas mortuorias existentes (creo que existen dos) y de los datos craneales a partir de sus restos exhumados recientemente, deberíamos estar en capacidad de hacer un primer retrato aproximado de Bolívar. Personalmente, encuentro demasiado voluminoso el mentón de la novedosa reconstrucción digital, cuyo acercamiento estructural ha de tener sin embargo sus aciertos.

Pero de todas maneras, cómo saberlo: síguese tratando de Bolívar, el inasible, un espíritu que quizás hubiera escapado incluso a las cámaras.


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Xavier Padilla


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